La mejor noche que tuve en Roma

Publicado el 07/17/2019

¿Cuál es la sensación de un joven estudiante de los Estados Unidos que, en Roma, asiste a una ceremonia de los Heraldos del Evangelio? ¿Sorpresa, admiración o extrañeza?

 


 

Matthew Alderman, joven estadounidense, estudiante de arquitectura, está en Roma viviendo por algún tiempo. Los estudios le absorben casi todo el tiempo libre. Sin embargo, pasar por Roma es una oportunidad única en la vida para enriquecerse espiritual y culturalmente. En cada ruina, en cada construcción hay páginas de la Historia grabadas en la piedra.

 

Cierto día, Matthew recibe una curiosa invitación. No es para un concierto y menos aún para un encuentro social. Es de los “Araldi del Vangelo” para una solemne coronación…

 

¿Coronación? Eso evoca a reyes y reinas. Italia es una República, él, es de los Estados Unidos. ¿Una coronación? ¿Qué va a hacer ahí? A pesar de todo, fue. Era en la Iglesia de San Joaquín. Entró en el esplendoroso templo, y ¿qué vio?

 

Es lo que le ofrecemos a continuación, estimado lector: una ceremonia de los Heraldos, vista a través de los ojos “azules claros” de un joven estudiante de los Estados Unidos.

 

La iglesia estaba llena. Decenas de cirios flameaban en el altar elevado y distante, sostenidos en los brazos extendidos de dos inmensos ángeles de mármol, que, agitándose en medio de nubes de piedra, presentaban sobre un globo terrestre en oro y azul a un Cristo semi-bizantino situado arriba, en el ábside.

 

Todo el esplendor de las más grandiosas coronaciones

 

Y ahí estaban los Heraldos. Algunos caminaban por atrás, manteniendo el orden entre la multitud que ocupaba los bancos. Sus espléndidos hábitos de caballero eran al mismo tiempo militares y monásticos: una túnica blanca hasta las rodillas y una cota café marcada con una inmensa cruz de Santiago, escarlata y blanca, que en su extremidad puntiaguda se extendía hasta las lustrosas botas. Una cadena circundaba la cintura, con un gran Rosario enlazado a un lado. Las llaves del blasón papal brillaban en sus altos cuellos militares, sobresaliendo por encima de las largas capuchas dobladas hacia atrás. Y todo el santuario estaba lleno de ellos; dispuesta en filas y en perfecto orden, una gran orquesta militar de trompetistas, trombonistas y coristas.

 

Tobías y San Rafael – Museo Nacional

Machado de Castro, Coimbra, Portugal

De repente, apenas entré, oí el toque alto y claro de una trompeta, y una procesión de Heraldos se movió lentamente por la nave con perfecta precisión militar. Mientras ellos evolucionaban en dirección al pórtico, los tambores sonaban con un vigor de parar el corazón. Entonces, las puertas principales se abrieron. los percusionistas se congelaron como guardias en una parada, cruzando sus baquetas con un agudo ruido de madera.

 

Hubo un momento de perfecto silencio. El incienso cubría la iglesia.

 

Ahí vino la imagen de la Virgen de Fátima, cargada en los hombros de cuatro Heraldos. En medio de la música, irrumpieron exclamaciones en alta voz de hacer temblar los cimientos: “¡Viva el Inmaculado Corazón de María!”, mientras los Heraldos lentamente hacían su trayecto hasta los escalones del altar.

 

El ritual de la Solemne Coronación de la Imagen de la Virgen tenía todo el esplendor de las más grandiosas coronaciones.

 

“El órgano tronó y sonaron los tambores”

Flores de femineidad católica

 

Yo estaba totalmente impresionado. Me esforzaba, me estiraba para ver lo que podía: los Heraldos ricamente vestidos, los miembros de la banda; los representantes de otras asociaciones con vestimentas blancas y azules en la primera fila de bancos; un padre oficiante con una capa de franja dorada. Y las coristas, delicadas señoritas Heraldos, sólo unos años más jóvenes que yo. Esas criaturas inocentes estaban bien atrás de los instrumentistas, pereciendo muy dignificadas en sus túnicas café-dorado, cotas de cruzado y poderosas botas. Sus fisonomías dulces y fuertes eran serias y solemnes; cabellos oscuros, castaños, rubios, tirados hacia atrás y amarrados con una cinta color café y hebillas de plata. Flores de femineidad católica.

 

Los músicos interpretaron una pieza de Häendel, de revolver la sangre, y se oyeron más aclamaciones en alta voz de los Heraldos y de las personas, y más toques de resonantes trompetas y de marciales sones de tambor. El incienso subía como una pluma desde un oscilante incensario, impregnando la iglesia con nubes doradas.

 

“Reina de gloria, certeza de la victoria”

 

Entonces vino la imposición del Rosario en la imagen. Una guardia de honor de los Heraldos se movió en dirección al presbiterio con la precisión cronológica de un centinela de Arlington. Atrás de ellos caminaba una joven con una faja escarlata y blanca, llevando un Rosario sobre un cojín.

 

“Me esforzaba, me estiraba para ver lo que podía: los

Heraldos ricamente vestidos, los miembros de la banda;

los representantes de otras asociaciones con vestimentas

blancas y azules en la primera fila de bancos”

Uno de los sacerdotes asistentes lo puso en la mano extendida de la imagen. Vino entonces más Häendel, y después el coro entonó en gregoriano el Veni Creator. Las sopranos, con voces argénteas como de pájaros, de partir el corazón, jóvenes puras, tan familiares e inocentes como las voces del Coro Litúrgico Femenino allá en Notre Dame.

 

Finalmente, el momento sagrado llegó.

 

Con majestuosos arreglos musicales de metales y tambores, el coro presentó una gran interpretación bilingüe del Himno de Coronación Zadok the Priest. Yo estaba fuera de mí, mis ojos se movían vivamente para fijar por completo la gloriosa y multicolor escena.

 

And all the people rejoiced. Rejoiced. Rejoiced. Rejoiced and sang: God save the Queen! Long live the Queen! May de Queen live forever. Amen. Alleluia.

 

Los Heraldos lentamente bajaron el anda de la Virgen, y el sacerdote oficiante colocó la corona sobre su cabeza. Entonces los siervos de la Reina levantaron el anda lo más alto que podían, para mostrar a la nueva Monarca a sus súbditos. Los tambores tocaban y las trompetas sonaban con belicoso fervor, mientras que los Heraldos se movían en dirección al pórtico y recolocaban la imagen en su trono. Nosotros la proclamamos “Reina de gloria, certeza de victoria”, aclamaciones a viva voz, atrás y adelante con una comunicación ritual entre los Heraldos y el pueblo.

 

“El órgano tronó y sonaron los tambores”

Entonces todos recitamos la Consagración, entregándonos a María, y recuerdos del antiguo campus universitario me vinieron más fuertes que nunca. Tuve dificultades con las palabras italianas, pero me acuerdo de la sustancia. Nosotros, mis amigos y yo, habíamos hecho esa misma Consagración, o una semejante, cada otoño y primavera en los últimos dos años. Pero no eran recuerdos, era un vínculo profundo, una continuidad, un nuevo toque del universalmente protector manto de María.

 

Después del “¡Aleluya!” de Häendel, se concluyó el rito con el cántico del vibrante Himno Pontificio, lleno de alabanzas a la Roma inmortal de los mártires y de los santos. El órgano tronó y sonaron los tambores. Sentí cada impacto de las baquetas sobre los tambores en mi médula y en mis oídos, y agradecí a Dios por esto. Entonces la larga procesión de los Heraldos y músicos, portaestandartes, coristas y eclesiásticos salió por la puerta principal, pasando delante de mí.

 

Las jóvenes, especialmente, se movían con un ritual consciente, sus pulmones llenos, mentones levantados, espaldas rectas como soldados en una parada. Dios sea alabado por tal maravilla, una tan extasiante, tan animada escena en alabanza de Aquella que es terrible como un ejército con banderas.

 

Unidos por la misma fe y misma mentalidad

 

Después del “¡Aleluya!” de Häendel, se concluyó el rito

con el cántico del vibrante Himno Pontificio

Yo estaba atrás, mientras la multitud se dispersaba lentamente, y veía a los Heraldos enrollar sus estandartes en el fondo de la iglesia, desmontando los grandes mástiles de bronce de los cuales pendían las inmensas banderas.

 

Presté atención en los amigos de los Heraldos, que se reconocían en las laterales, padres que conversaban con sus hijas, intercambios de saludos y sonrisas, una cabeza con peluca. Los religiosos, con sus blancos cuellos altos y elegantes, parecían estar reorganizando las sillas en el presbiterio.

 

Vi a las niñas Heraldos juntarse en pequeños grupos para conversar, encantadoras al observarse su inocencia sin pretensiones. Parecían ahora más animadas, más humanas. Sus facciones parecían menos de las baquetas sobre los tambores en mi médula y en mis oídos, y agradecí a Dios por esto. Entonces la larga procesión de los Heraldos y músicos, portaestandartes, coristas y eclesiásticos salió por la puerta principal, pasando delante de mí.

 

Las jóvenes, especialmente, se movían con un ritual consciente, sus pulmones llenos, mentones levantados, espaldas rectas como soldados en una parada. Dios sea alabado por tal maravilla, una tan extasiante, tan animada escena en alabanza de Aquella que es terrible como un ejército con banderas.

 

Las jóvenes, se movían con un ritual consciente

Unidos por la misma fe y misma mentalidad

 

Yo estaba atrás, mientras la multitud se dispersaba lentamente, y veía a los Heraldos enrollar sus estandartes en el fondo de la iglesia, desmontando los grandes mástiles de bronce de los cuales pendían las inmensas banderas.

 

Presté atención en los amigos de los Heraldos, que se reconocían en las laterales, padres que conversaban con sus hijas, intercambios de saludos y sonrisas, una cabeza con peluca. Los religiosos, con sus blancos cuellos altos y elegantes, parecían estar reorganizando las sillas en el presbiterio.

 

Vi a las niñas Heraldos juntarse en pequeños grupos para conversar, encantadoras al observarse su inocencia sin pretensiones. Parecían ahora más animadas, más humanas. Sus facciones parecían menos formales, a pesar de sus uniformes y de los cabellos brillantes tirados hacia atrás. Algunas eran de tez clara y delicada, inclusive nórdicas y con pecas; otras morenas y de fuerte estructura. Dientes apretados, dientes chuecos, toques de encantadora irregularidad. Todas parecían pequeñas y delgadas en sus magistrales vestidos.

 

Mientras tanto, los jóvenes y los Heraldos más antiguos se saludaban o conversaban a los pies de la imagen de una virgen mártir, colocada en un nicho. Un novicio, revestido sobre su hábito con una capa azul de uniforme, buscaba a sus padres o hermanos. Otros dos, haciendo guardia a la imagen como los centinelas de la Reina, intercambiaban confidencias en voz baja por detrás de la Virgen. Es la cosa más agradable del mundo sentarse aquí y observar esos espíritus jóvenes.

 

“Me esforzaba, me estiraba para ver lo que podía: los

Heraldos ricamente vestidos, los miembros de la banda;

los representantes de otras asociaciones con vestimentas

blancas y azules en la primera fila de bancos”

Yo estaba distante, separado por la nacionalidad e idioma, pero me sentí próximo a esta gente joven, unido por una fe antigua y una misma mentalidad. Yo sólo deseaba poder oírlos, oír esas palabras sencillas, esos dichos de la jerga católica, o promesas de lealtad mariana, venidas de sus labios. Oír y comprender. Pero había una diferencia de idioma entre nosotros… Entonces me conformé con comulgar silenciosamente, en beber este esplendor católico antes de que él se borrase de mi memoria.

 

Volví mi atención para la Reina una vez más. Me arrodillé e hice una breve oración a Ella y a su Hijo.

 

Estoy aún un poco confundido sobre quiénes son esos caballeros contemporáneos con su botas y cotas, si son una asociación religiosa local o internacional, laicos o profesos. En tanto, hoy vi lo suficiente para llenar volúmenes. Los tambores aún suenan en mis oídos.

 

Fue de lejos, la mejor noche que tuve en Roma…

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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