El modo de comulgar: Cómo es lo más correcto?

Publicado el 09/17/2014

Introducción

 

Este tema, aparentemente simple, fue objeto de grandes controversias a lo largo de la historia de la Iglesia, y sufrió diversos cambios en su transcurso. El engloba los siguientes aspectos: 1. La comunión en la mano o en la boca; 2. La comunión bajo las dos especies; 3. La comunión fuera de la Misa; 4. La  frecuencia de la comunión. Trataremos cada uno ellos.

 

Nuestro Señor Jesús Cristo instituyó el sacrificio sacramental de su Cuerpo y de su Sangre en la forma y bajo las señales de comida y bebida, cuando pronunció las palabras “tomad y comed” y “tomad y bebed”. Inclusive el mandato a los apóstoles “Haced esto en memoria Mía” no se refería apenas a que ellos actualizaran el sacrificio, sino  también que participaran del mismo.

 

De hecho, la Iglesia siempre entendió que la comunión era parte integrante del Sacrificio, según podemos comprobar con testimonios muy antiguos, tales como la primera carta de San Pablo a los corintios y buena parte de la Tradición Apostólica, además de la  práctica multisecular, nunca interrumpida, de exigir la comunión, por lo menos del ministro, en la celebración de la Misa.

 

Sin embargo, surgieron diversas dificultades, como arriba mencionamos, que la Iglesia tuvo que resolver. Tal vez la mas antigua sea la cuestión de la comunión en la boca o en la mano.

 

1. Comunión en la mano o en la boca?

 

Las monumentales fuentes literarias de los nueve primeros siglos atestiguan únicamente la praxis de recibir la comunión en la mano como norma general.

 

Desde los siglos IX  al XII deja de ser la práctica habitual y en el siglo XIII casi desapareció completamente.

 

Parece que las causas mas importantes del cambio son: la preocupación en defender la Eucaristía de errores supersticiosos, por lo tanto evitar que las personas llevasen la Sagrada Hostia consigo; la defensa del significado trascendente de la Eucaristía contra las ideas confusas de los pueblos bárbaros que se convertían en masa, y aumentar así el respeto por las Sagradas Especies y la creciente reverencia con la Eucaristía, para que solo las manos consagradas la tocasen.

 

Esta nueva costumbre estuvo vigente hasta después del Vaticano II. Por causa de las ilegalidades en esta materia, algunas conferencias episcopales solicitaron de Roma un criterio orientador. Entonces, la Congregación para el Culto Divino promulgó la instrucción Memoriale Domini[1], sobre el modo de administrar la comunión, estableciendo que la comunión en la boca permanecía como norma vigente. Sin embargo, se permitía que las Conferencias Episcopales solicitasen a Roma autorización para dar la comunión en la mano.

 

2. Comunión bajo las dos especies

 

Otro problema que surgió en la Edad Media fue la cuestión de la comunión sobre las dos especies, que era la forma ordinaria en Occidente hasta el siglo XII y se conserva hasta hoy invariable en el Oriente. Sería, sin embargo, erróneo pensar que durante estos primeros siglos existiese la prohibición de comulgar solamente sobre una sola especie, pues nunca se practicó eso, ya que sabemos que los enfermos recibían la comunión apenas bajo la especie de pan y las criaturas recién nacidas solamente bajo la especie de vino.

 

El cambio que hubo, en Occidente, de esta costumbre, se debió a una mayor veneración a la Sagrada Eucaristía, para evitar que se derramase la Preciosísima Sangre, fuera de motivaciones de higiene.

 

Posteriormente surgieron motivos de carácter dogmático, ya que el concilio de Trento tuvo que reafirmar, contra los protestantes, que la comunión sobre las dos especies no era de derecho divino, y que quien comulgase de cualquiera de las dos especies recibía a Cristo totalmente. Para salvaguardar  la Fé del pueblo cristiano, se prohibió dar la comunión a los legos bajo la especie del vino[2], para dejar patente que Nuestro Señor Jesús Cristo estaba totalmente presente en el menor de los fragmentos de la Sagrada Hostia.

 

El Concilio Vaticano II restauró esta praxis de los primeros siglos “en los casos que la Sede Apostólica determine (…), por ejemplo los ordenandos en la Misa de su ordenación, los profesos, en la Misa de su profesión; los neófitos, en la Misa que sigue a su bautismo” (SC, 55). Después del Concilio, varios documentos pontificios se ocuparon de ésta cuestión. Los mas importantes son: Ritus communionis sub utraque specie[3], las instrucciones Eucharisticum Mysterium[4] y OGMR[5].

 

3. Comunión fuera de la Misa

 

La celebración de la Eucaristía es el centro de toda a vida cristiana, tanto para a Iglesia universal como para las comunidades locales de la misma Iglesia. Es lo que nos afirma el Concilio Vaticano II con estas bellas palabras: “Los otros sacramentos, como todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están ligados a la Santísima Eucaristía y a ella se ordenan efectivamente, en la Santísima Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia que es el propio Cristo, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y vivificadora sobre la acción del Espirito Santo, da la vida a los hombres, los cuales son así convidados y llevados a ofrecerse juntamente con Él, a sí mismos, sus trabajos y toda la creación”.[6]

 

A demás, “la celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es verdaderamente el origen y el fin del culto que se presta a la misma Eucaristía fuera de la Misa”.[7]

 

Para orientar y alimentar correctamente la piedad para con el Santísimo Sacramento de la Eucaristía,  se debe considerar el misterio eucarístico en toda su plenitud, tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las Sagradas Especies, que se conservan después de la Misa para prolongar la gracia del sacrificio. [8] Para eso, necesitamos entender cual  es la finalidad de la reserva eucarística.

 

3.1. Finalidad de la reserva eucarística

 

 

El fin primario y primitivo de la reserva eucarística fuera de la Misa es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento.

 

La conservación de las Sagradas Especies para los enfermos dio origen a la grata costumbre de adorar este Alimento del Cielo que se guarda en nuestros templos. Este culto de adoración se funda en una razón válida y segura, sobre todo porque la  Fe en la presencia real del Señor lleva naturalmente a la manifestación externa y pública de la misma Fe.[9]

 

E efecto, en el Sacramento de la Eucaristía está presente, de manera absolutamente singular, Cristo todo entero, Dios y Hombre, substancialmente y sin interrupción. Esta presencia de Cristo bajo las dos especies “llámase real por excelencia, no por exclusión, como si las otras no fuesen también reales”.[10]

 

3.2. Relación entre la comunión fuera de la Misa y el Sacrificio

 

La participación mas perfecta de la celebración eucarística es la comunión sacramental recibida dentro de la Misa. Esto aparece mas claramente cuando los fieles reciben el Cuerpo del Señor en el propio sacrificio, después de la comunión del sacerdote.[11] Por eso, en cualquier celebración eucarística debe consagrarse, de ordinario, pan reciente para la comunión de los fieles y se debe invitar a los fieles a comulgar en la propia celebración eucarística.

 

En consideración,  “los sacerdotes no se nieguen a dar la sagrada comunión, también fuera de la Misa, a los fieles que la pidieren por justa causa.”[12] Por el contrario, hasta conviene que los fieles que no pudieren estar presentes en la celebración eucarística, se alimenten frecuentemente de la Eucaristía, y así se sientan unidos al sacrificio del Señor.

 

Es también conveniente que los sacerdotes con cura de almas procuren facilitar la comunión frecuente de los enfermos como vemos en estas palabras del Magisterio: “procuren los pastores de almas que se facilite la comunión a los enfermos y a las personas de edad avanzada, a pesar de que no estén gravemente enfermas, ni estén en inminente peligro de muerte; y esto no sólo con frecuencia, mas hasta, en la medida de lo posible, todos los días, particularmente en el tiempo pascual. Aquellos que no la puedan recibir bajo la especie del pan, es permitido administrársela únicamente sobre la especie del vino.”[13]

 

Se debe poner todo el cuidado en enseñar a los fieles que, así mismo, cuando reciben la comunión fuera de la Misa, se unen íntimamente al sacrificio en el cual se perpetúa el Sacrificio de la Cruz, y que se tornan participantes de aquel Banquete Sagrado en que, “por la comunión del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el pueblo de Dios participa de los bienes del Sacrificio Pascual, actualiza la Nueva Alianza hecha  de una vez para siempre por Dios con los hombres en la Sangre de Cristo, prefiguran y anticipan la Fe y la esperanza del banquete escatológico en el Reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que Él venga”.[14]

 

3.3. Disposiciones para recibir la Sagrada Comunión

 

La Eucaristía es la fuente de toda la gracia y de la remisión de los pecados. Sin embargo, los que tienen la intención de recibir el Cuerpo del Señor, para alcanzar los frutos del sacramento,  deben aproximarse de él con la conciencia pura y con las debidas disposiciones del espíritu.

 

Por eso, la Iglesia dispone “que nadie consciente de pecado mortal, por mas que se juzgue arrepentido, se debe aproximar de la Santísima Eucaristía sin antes haber hecho la confesión sacramental”.[15] Si hubiese, sin embargo, razón grave tal como producir escándalo en el caso de que no comulgue – y faltar la oportunidad de confesarse, debe hacerse antes un acto de contrición perfecto, con el propósito de, en el tiempo debido, confesar todos los pecados mortales que en el presente no pudo confesar. En cuanto aquellos que acostumbran comulgar diariamente o con cierta frecuencia, conviene que se confiesen regularmente, según la condición de cada uno. Los fieles deben, sin embargo, considerar la Eucaristía como antídoto para que se liberen de las culpas cotidianas y eviten pecar mortalmente. Deben saber también utilizar convenientemente los actos penitenciales de la liturgia, sobre todo de la Misa.[16]

 

4. Frecuencia de la comunión

 

Otra gran dificultad que la Iglesia enfrentó, tal vez hasta la mayor de todas, fue la cuestión de la frecuencia de la comunión. La comunión es un complemento indispensable de la Eucaristía. Por eso, el auge de la participación de los fieles tiene lugar cuando ellos comulgan el Cuerpo y Sangre de Cristo (Cf. SC, 55). Por eso también, la Iglesia insiste en que los fieles comulguen siempre que participen de la Misa, tal como lo hacían los primeros cristianos.

 

El abandono de esta costumbre de comulgar siempre que se participaba de la Santa Celebración se inicia en el siglo IV y a partir de entonces los fieles se contentaban apenas con asistir a la Misa y comulgar pocas veces en el año y, así mismo, una sola vez en el año. El cuarto concilio de Letrán (1215), para evitar un distanciamiento aún mayor, prescribió la comunión pascual como abrigatoría.

 

En tiempos mas recientes tuvieron gran importancia en este asunto los papas San Pío X, que facilitó la comunión de los niños y niñas[17] y Pío XII que, sobre todo con la mitigación del ayuno, favoreció la comunión diaria de muchos fieles. [18]

 

El concilio Vaticano II “recomienda encarecidamente” la comunión frecuente. Pablo VI concedió inclusive que, en determinadas ocasiones, los fieles pudiesen comulgar dos veces en el mismo día. Y el Código actual universalizó esta praxis, permitiendo comulgar dos veces en el mismo día, desde que sea dentro de la celebración eucarística (c. 917).

 

[1] AAS 61 (1969) 541-545.

[2] SES. XXI, ce. 1 e 2.

[3] ASS 1965, pp. 51-57.

[4] 25.V.1967, n. 32: AAS 59 (1967) 558.

[5] 16.IV.69, nn. 240-242.

[6] Conc. vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 5.

[7] S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 3e: AAS, 59 (1967), p. 542.

[8] Cf. S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 3g: AAS 59 (1967), p. 543.

[9] Cf. S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 49: AAS 59 (1967), pp. 566-567.

[10] Paulo VI, Encicl. Mysterium fidei: AAS 57 (l965), p. 764; cf. S. Congr. De los Ritos, Inst. Eucharisticum mysterium, n. 9: AAS59 (1967), p. 547.

[11] Cf. Conc. vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 55.

[12] Cf. S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 33a: AAS 59 (1967), pp. 559-560.

[13] S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 40-41: AAS 59 (1967), pp. 562-563.

[14] S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 3a: AAS 59 (1967),pp. 541542.

[15] Cf. Conc. Trid., sesión XIII, Decr. de Eucharistia, 7: DS 1646-1647; ibid., sesión XIV, Cánones de sacramentoPaenitentiae, 9: DS 1709; S. Congr. De la Doctrina de la Fe, Normas pastorales circa absolutionem sacramentalem generali modoimpertiendam, de 16 de Junio de 1972, proemio, e n. VI: AAS64 (1972), pp. 510 e 512.

[16] Cf. S. Congr. De los Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 35: AAS 59 (1967), p. 561.

[17] Decreto Quam singulari, AAS 2 (1910) 582.

[18] La constitución apostólica Christus Dominus (AAS 45 (1953) 15-24), de 5.1.1953, limitaba a tres horas el ayuno cuando se trataba de alimentos sólidos y bebidas alcohólicas, y a una hora las bebidas no alcohólicas. Pablo VI determinó que el cómputo del tiempo fuese el mismo para los fieles y para los sacerdotes, o sea, el momento de la comunión y  no el de comenzar la Santa Misa. (cfr. SCSO, Decretum De ayuno eucarístico, AAS 56 (1964) 212). El mismo Pablo VI, en V sesión pública del concilio Vaticano II (21 XI.64) redujo el ayuno para una hora, tanto para los alimentos sólidos como para las bebidas alcohólicas, tomadas con moderación: cfr. AAS 57 (1965) 186.

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