La corrección fraterna, gran medio de salvación

Publicado el 07/12/2018

A veces adoptamos actitudes erradas por ignorancia o relajamiento, sin percibir lo mucho que ofenden a Dios. Cuando esto ocurre, debemos tener por gran beneficio que haya quien por amor y caridad nos avise de ellas.

 


Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15). Con esta corta frase el divino Maestro les enseña a los suyos la importancia del amor para cumplir sus preceptos, mostrando cómo la caridad debe ocupar un lugar prominente en la vida de todo cristiano.

A causa del pecado de nuestros primeros padres, cargamos con las consecuencias inherentes al estado de naturaleza caída y sentimos cuán penosa es la lucha contra nuestras malas tendencias. La inclinación hacia el mal, contraria a los preceptos divinos, está tan arraigada en el alma humana que es difícil vencerla.

Por eso exclamaba Job: "¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?" (Job 7, 1).

Importancia del apoyo colateral

Sí, vivimos en un combate permanente, en el que jamás se nos permite deponer las armas. Para el hombre, colocado en este campo de batalla que es la tierra, no hay jubilación… Entonces, ¿de dónde va a sacar fuerzas para emprender la guerra contra sus vicios, portarse bien e ir al Cielo? ¡Amando! Dice el Obispo de Hipona: "Dilige, et quod vis fac -Ama y haz lo que quieras".1 Amemos a Dios y, bajo el fuego de la caridad, seremos aptos para hacer lo que queramos.

La vida práctica nos muestra, no obstante, que por nosotros mismos nada podemos. No fue sin razón que Dios nos dotó con "instinto de sociabilidad", 2 que nos impele a buscar apoyo colateral para cualquier acto que practiquemos. El problema reside en valerse de la convivencia humana para hacer su voluntad y cumplir sus Mandamientos, en el amor mutuo por amor a Él, que es la caridad fraterna, de forma que todos se ayuden en la subida de la montaña sagrada de la santidad.

Las relaciones sociales en la Antigüedad

Cristo con los Apóstoles, por Duccio de Buoninsegna - Museo dell’Opera del Duomo, Siena (Italia)Con mucha frecuencia, infelizmente, nuestras malas pasiones nos llevan a querer hacer de las relaciones humanas un trampolín para satisfacer nuestros caprichos. Es lo que pasó en la Antigüedad, antes de la venida de Jesús, cuando el egoísmo penetraba todas las capas de la vida social pagana. En el Código de Hammurabi, escrito en Mesopotamia en torno al siglo XVIII a. C., encontramos algunos datos al respecto. Entre sus penas más comentadas está la del "talión" -del latín talis, de donde deriva el vocablo español tal, que significa igual o idéntico-, por la cual la represalia se llevaba a cabo en la misma proporción de la ofensa recibida, sin ninguna idea de perdón con vistas a una futura corrección.

Imaginemos qué sería de la convivencia humana si estuviera aún vigente… Podríamos mencionar también otros hechos como el trato dispensado a la mujer, considerada en el paganismo como una criatura inferior sobre la cual su padre o su marido tenían incluso el derecho de vida y de muerte. Igualmente tiránico era el dominio de los progenitores sobre sus hijos: "El niño recién nacido era presentado al padre; si lo levantaba lo criaba, si le dejaba en tierra era expuesto".3 Pero si entre los familiares era así, ¿cómo trataban a los esclavos?

Éstos no tenían ningún tipo de derechos; eran tenidos por mera cosa, que ahora sirve, ahora no vale para nada.

Y por más que entre el pueblo elegido existiera cierta noción de fraternidad, aún se encontraba en estado embrionario o influenciada por "groseros errores del paganismo".4

Incluso la ley del talión era aplicada en algunos casos entre los hebreos, debido a su dura cerviz: "Pero si hay lesiones, pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal" (Éx 21, 23-25).

Verdadera caridad fraterna

Fue el divino Redentor quien enseñó la verdadera caridad fraterna: "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). La máxima divina se aplicaría, en adelante, en las relaciones entre padre e hijos, subalternos y superiores, hermanos y hermanas, hombres y mujeres, patrones y empleados. Aunque constituyera una completa novedad para los pueblos idolátricos, y hasta para los israelitas, representaba un perfeccionamiento de la Ley mosaica, ya que el Señor no vino a abolir la Ley y los Profetas, "sino a dar plenitud" (Mt 5, 17).

A partir de entonces Jesús se coloca como el padrón mismo del amor fraterno. Quería dejar grabado en nuestros corazones que de ello dependía el cumplimiento de toda la ley, como más tarde dejaría claro el Apóstol "el que ama [a su prójimo] ha cumplido el resto de la ley" (Rom 13, 8).

Y por su caridad para con nuestra humanidad, de quien se quiso hermanar al encarnarse en el seno de María Santísima, haciéndose semejante a nosotros en todo, "menos en el pecado" (Heb 4, 15), durante sus tres años de vida pública no hizo más que enseñar y corregir los criterios errados del pueblo de entonces, con divina caridad y deseo de "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).

Por eso era riguroso e intransigente con los que no querían arrepentirse, como los fariseos, prototipos de la falta de caridad fraterna: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren" (Mt 23, 13). Y benévolo y compasivo con las almas que se abrían a la fuerza de su amor: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más" (Jn 8, 11).

Corrección fraterna: despliegue de la caridad

Del deber principal de cada cristiano de amar a Dios sobre todas las cosas se desprende el cuidado para con el prójimo, que vuelve suave y placentera la convivencia: "Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" (Sal 132, 1). En Cristo todos somos uno, pero para que esta hermandad sea afable y auténtica debe estar establecida en función de lo sobrenatural.

La unión entre los hombres, con las vistas puestas en Dios, es necesaria para que nuestras almas no naufraguen en las tempestades, pues del mismo modo como la causa de hacer agua una nave es por el hecho de que haya grietas en las tablas del casco, así también la ruina de un alma viene "por no estar bien trabados y unidos unos con otros con este vínculo de amor y caridad fraterna".5

El amor al prójimo así concebido puede desdoblarse de muchas formas y una de ellas es la corrección fraterna, el "acto más esencial de la caridad que el cuidado de la enfermedad del cuerpo",6 dice Santo Tomás.Pues no consiste únicamente, añade el Aquinate con su habitual claridad, en señalar algún defecto en el prójimo, movidos por razones de justicia, sino en dar principalmente el remedio para una enfermedad constatada, y "remover el mal de uno es de la misma naturaleza que procurar su bien".7

Abre los ojos a los ignorantes o displicentes

San Pablo siendo bautizado por Ananias en Damasco Basílica de San Pablo Extramuros, RomaA veces adoptamos ciertas actitudes condenables por ignorancia o, quizá, por relajamiento de conciencia, sin percibir lo mucho que ofenden a Dios o favorecen hábitos que pueden llegar a transformarse en pecado. Nos acostumbramos, pues, a practicarla displicentemente, y no nos damos cuenta de que nos desvían de la buena conducta.

De este modo, "habemos de tener por gran beneficio que haya quien por amor y caridad nos avise de ellas; porque nosotros, con el amor grande que nos tenemos, muchas veces no las echamos de ver, ni las tenemos por faltas: ciéganos la afición y el amor propio".8

Así como una madre, por afección desordenada a su hijo, puede querer ver en él como bello lo que es feo, y colorido lo que es negro, también nosotros tendemos a "pintar" nuestras faltas con bonitos colores para intentar encubrirlas. El amor desordenado a sí mismo lleva al hombre a no ver sus defectos o imperfecciones y se hace necesario, en consecuencia, que otros, por caridad, le saquen las escamas de sus vistas.

El Señor asegura que "todo el que comete pecado es esclavo" (Jn 8, 34); y los salmos acentúan que "una sima grita a otra sima con voz de cascadas" (Sal 41, 8). Es decir, existe un adormecimiento de los principios morales en la conciencia de los que se habituaron a vivir en el crimen. Esas personas tratan de sofocar su conciencia con justificaciones que apoyan su modo errado de actuar, y termina siendo un bello acto de caridad fraterna "abrirles los ojos" para que regresen al buen camino.

A quien compete corregir

Por la caridad todos los hombres están incumbidos de la tarea de amonestar al prójimo, pero sólo a la autoridad legítima le compete el oficio de corregir y de castigar, pues esto, según el Doctor Angélico, "es acto de justicia, cuyo objetivo es el bien común; éste no se promociona únicamente amonestando al culpable, sino también, muchas veces, castigándole, para que los demás, atemorizados, desistan del pecado".9

Con respecto a la corrección que proviene de la caridad, tanto el superior como los subalternos tienen la obligación de corregir siguiendo las reglas de la prudencia. Debe ser el deseo de todos que el prójimo esté bien lejos del pecado y no ofenda a Dios, y para ello es bueno que se busque "la corrección del delincuente con sencilla amonestación".10

Para los superiores, la ley de la corrección fraterna obliga con una gravedad mayor. Aquel que tiene la potestad de corregir y no lo hace, peca por omisión y, además, participa del error del otro, convirtiéndose en cómplice de su pecado. El superior que corrige a su subalterno muestra, por tanto, tener verdadero amor por él, porque "más vale corrección con franqueza que amistad encubierta" (Prov 27, 5).

No obstante, cuando sabemos que el culpable no recibirá bien la reprimenda y, por consiguiente, será más perjudicial para él, pudiendo generar una revuelta contra la autoridad y, en última instancia, la rebelión contra Dios, es mejor esperar, aguardando en el silencio y en la oración el momento propiciado por la gracia.

Postura de alma ante la corrección

Para aceptar bien una corrección es necesario reconocer nuestras propias miserias, sabiendo que todo lo que hacemos de bueno nos viene de la gracia. La virtud de la humildad es, por tanto, esencial para que las censuras recibidas de nuestros hermanos produzcan el debido fruto. Esta virtud, sin embargo, tiene otra faceta que la completa.

Humildad es "andar en verdad",11 enseña Santa Teresa de Jesús. Al contrario de lo que muchos piensan, practicarla no consiste en rebajarse tanto como posible, hasta el punto de no reconocer los dones que la Providencia gratuitamente nos ha concedido.

El que recibe una corrección debe ponerse en posición de real humildad. Consciente de su dignidad de hijo de Dios, debe escuchar las acusaciones con atención sin poner objeciones, tratando de ser dócil y flexible a la voz del Espíritu Santo, que lo llama a la conversión por la voz de un hermano. "Reprende al sensato y te querrá" (Prov 9, 8), dice la Sagrada Escritura.

Ese fue el caso del apóstol San Pablo que, "después de haber sido ‘derribado del caballo' y de haber oído una voz en un tono al mismo tiempo amenazador y bondadoso, que lo inquiría por su injusta persecución, no tardó en exclamar: ‘¿Qué debo hacer, Señor?' (Hch 22, 10). Y se convirtió en el acto".12

He aquí un valioso principio para la vida espiritual: aquellos a quienes Dios más ama, los somete a correcciones. Es lo que dice el Libro de los Proverbios: "Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando Él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido" (3, 11-12).

¿Dónde obtenemos gracias y fuerzas para lograr la humildad y amar la corrección? En la oración, "gran medio de salvación".13 Concluimos, pues, haciendo nuestras las palabras de San Agustín: "En los preceptos reconoce lo que debes poseer: en la corrección confiesa lo que te falta por culpa tuya, en la oración aprende de dónde recibes lo que deseas tener". 14 En este sentido podemos afirmar que la corrección fraterna es, como la oración, un gran medio de salvación.

1 SAN AGUSTÍN. In Epistolam Ioannis ad Parthos tractatus decem. Tractatus VII, n.º 8. In: Obras. Madrid: BAC, 1959, v. XVIII, p. 304.

2 CICERÓN, Marco Tulio. Sobre la República. L. I, n.º 25.

3 WEISS, Juan Bautista. Historia Universal. Barcelona: La Educación, 1927, v. III, p. 654.

4 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro. El Evangelio explicado. Años primero y segundo de la vida pública de Jesús. Barcelona: Rafael Casulleras, 1930, v. II, p. 158.

5 RODRÍGUEZ, SJ, Alonso. Ejercicio de perfección y virtudes cristianas. P. I, trat. 4, c. 2, n.º 10. Madrid: Testimonio, 1985, p. 192.

6 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 33, a. 1.

7 Ídem, ibídem.

8 RODRÍGUEZ, op. cit., P. III, trat. 8, c. 1, p. 1638.

9 SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., a. 3.

10 Ídem, ibídem.

11 SANTA TERESA DE JESÚS. Castillo interior. Moradas sextas, c. X, n.º 7.

12 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¿Amor y castigo se excluyen? In: Lo inédito sobre los Evangelios. Cittá del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2014, v. III, pp. 205-206.

13 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Del gran mezzo della Preghiera. Introduzione.

14 SAN AGUSTÍN. De la corrección y de la gracia, c. III, n.º 5. In: Obras. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1956, v. VI, p. 137.

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