Meditación para el primer Sábado – 4to. Misterio Glorioso

Publicado el 08/01/2018

La Asunción de Nuestra Señora: La Misericordia que llena los espacios entre el Cielo y la Tierra.

 


 

Iniciemos nuestra devoción del Primer Sábado, meditando hoy el 4º Misterio Glorioso: La Asunción de Nuestra Señora, cuya fiesta la Iglesia celebra el próximo 15 de agosto. Llevada al Cielo en cuerpo y alma, Nuestra Señora confirma nuestra creencia en la resurrección de la carne y da inicio a la promesa divina de reunir a todos los justos resucitados junto a Él, para gozar de la vida eterna.

Por otro lado, coronada Reina del Cielo y de la Tierra, María pasó a interceder por todos y cada uno de nosotros al lado de su adorable Hijo.

Composición de lugar:

Imaginemos un lindo y amplio jardín, sembrado de flores coloridas y perfumadas, en medio del cual se encuentra Nuestra Señora, rodeada de los Apóstoles y discípulos de Jesús. La Virgen resplandece de luz y hermosura. En determinado momento, delante de la mirada maravillada de los presentes, la Madre de Dios comienza a elevarse en dirección al Cielo, envuelta por una luminosidad intensa y melodías angelicales, hasta desaparecer de la vista de todos.

Oración preparatoria:

¡Oh gloriosa Reina de Fátima!, que en vuestro cuerpo y alma glorificados por la Santísima Trinidad habitáis en la eterna bienaventuranza, lanzad vuestra mirada de bondad sobre cada uno de nosotros y alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este Misterio del Rosario que os exalta como Soberana Asunta al Cielo, y de él recoger todos los frutos para nuestra santificación. Así sea.

Evangelio de San Lucas (1, 46-50)

"46 María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor,47 se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 48 porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, 49 porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, 50 y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación."

I- CORONADA COMO REINA AL LADO DEL REY

En 1950 el Papa Pio XII proclamó el Dogma de la Asunción de Nuestra Señora, declarando ser verdad revelada que la Virgen María, "terminado el curso de la vida terrena, fue asunta a la gloria celestial en cuerpo y alma".

1- Suprema gloria en el Cielo

¿Quién será capaz de expresar en palabras con cuánta honra y con cuánta alegría María fue recibida en el Cielo? Porque cuanto mayor gracia Ella alcanzó en la Tierra sobre todas las demás criaturas, tanta más gloria obtuvo en el Cielo. Y si el ojo no vio ni el oído oyó, ni cabe en el corazón humano lo que Dios tiene preparado para los que le aman, ¿quién podrá decir lo que Dios reservó para Aquella que lo engendró y lo amó más que todos los hombres?

"¡Alabanza y gloria a Dios altísimo que os confirió, oh María, mayor gracia que a todas las hijas de los hombres que en el mundo existieron!", exclama el piadoso autor de la Imitación de Cristo, acrecentando: "Y enseguida, Dios colocó vuestro asiento junto al trono de vuestro Hijo en el Reino de los Cielos, en el lugar más eminente, sobre todos los coros de los Ángeles y de los Santos, que os había preparado, con requinte de belleza, desde toda la eternidad".

2- Esplendor superior al de todos los astros del universo

En el día de su Asunción, el esplendor de María superó al del propio sol y de los otros astros del firmamento. María, habiendo sido superior a los patriarcas en la firmeza de la fe, a los profetas en la contemplación de las cosas divinas, a los apóstoles en el celo por la honra de Dios y por el bien de las almas, a los mártires en la virtud de la fortaleza, a los santos padres en la santidad, habiendo correspondido en grado eminentísimo a la gracia y practicado todas las virtudes más preciosas, por eso, en el día de la Asunción apareció Ella con vestido bordado en oro, engalanada con varios adornos, sentada a la derecha del Altísimo y coronada Reina de todos los santos.

Nos preguntamos, entonces, si alimentamos en nuestro corazón la inmensa alegría de ser hijos y devotos de esta augusta Reina que fue exaltada por Dios a la más alta gloria en el Cielo y merece todo nuestro amor y nuestras fervorosas alabanzas.

II – CONSOLACIÓN Y ESPERANZA NUESTRA

Esta verdad de fe ya era conocida por la Tradición, afirmada por los Padres de la Iglesia y, sobre todo, era un aspecto relevante de la devoción a la Madre de Cristo desde los primeros tiempos del cristianismo. La creencia en la Asunción de María hace parte, por lo tanto, de la piedad de los cristianos de todos los tiempos. Y en la existencia de cada uno de nosotros en este mundo, ¿Qué nos enseña esta verdad?

1- Dios nos aguarda en el Cielo

Según el Papa Benedicto XVI, la Asunción de Nuestra Señora nos revela que Dios, de hecho, tiene varias moradas preparadas para nosotros en su mansión eterna. Afirma el Papa que en el misterio de María Asunta al Cielo se conjugan la fe, la esperanza y la caridad para darnos la certeza de que una existencia gloriosa nos está reservada más allá de las dificultades y luchas de esta vida terrena.

Por ello, de una cosa no podemos tener duda: así como Dios recibió a María en cuerpo y alma en el Cielo, así también Dios nos espera para acogernos en su Casa. No caminamos en el vacío, somos esperados. Dios nos espera y encontraremos, al llegar al Paraíso, la insondable bondad de la Madre: encontraremos nuestros entes queridos y, sobre todo, encontraremos a Dios, el Amor eterno. Dios nos espera: esta es la gran alegría y la gran esperanza que nace exactamente de la fiesta de la Asunción de María.

2- Consolación y esperanza de los que caminan en este mundo

Sí, Nuestra Señora asunta al Cielo es la alegría de nuestra vida y la esperanza de nuestra alegría sin fin. La meditación sobre este privilegio de María Santísima nos hace verla como la aurora y el esplendor de la Iglesia triunfante, pero también como la consolación y la esperanza de los que todavía caminan en este mundo: recurriendo a Ella, no nos extraviaremos en las sendas que nos llevan al Cielo.

Miremos, pues, nuestro día a día y preguntémonos si hemos aprovechado bien el tiempo que Dios nos ofrece en esta vida para andar según sus preceptos, beneficiándonos de sus gracias y atendiendo al llamado que nos hace para peregrinar en el mundo llenos de esa esperanza del Cielo, a donde iremos por la intercesión materna de María.

III – GRANDEZA QUE DESCIENDE HASTA NOSOTROS

Tengamos siempre presente, pues, que Nuestra Señora Asunta al Cielo es la Puerta a través de la cual entraremos un día en la gloria eterna. Y, por lo tanto, a Ella debemos dirigirnos siempre con pleno amor y plena confianza. Confianza, sí, porque siendo María la más alta y la más eminente de todas las criaturas, es también la más benigna, la más misericordiosa, la más afable y la que más se acerca a nosotros.

1 – Toda hecha para socorrernos

La grandeza de Nuestra Señora es tan inmensa que rellena todos los espacios, por enormes que sean, que van desde Ella hasta el último de los hombres. Aunque entronizada en lo alto de los Cielos, Ella nos es accesible, está dispuesta a atendernos y a perdonarnos. Podemos y debemos tener una confianza total en su incansable amor para con los desterrados hijos de Eva.

Desde su altísimo trono de gloria, María nos dirige sus maternales miradas y nos dice: "Yo habito en las alturas, para enriquecer a los que me aman y cumularlos de tesoros". Por consiguiente, desde su Asunción al Cielo, comenzó el constante e ininterrumpido recurso de los cristianos a María. Y, como afirma San Bernardo, nunca se oyó decir que alguien haya recurrido con confianza a María, que es Madre piadosa, y no haya sido atendido. Esta es la razón por la cual todo siglo, año, día y momento está marcado en la Historia por algún favor concedido a quien la invocó con fe.

2 – Dios colocó en las manos de María el cetro de la misericordia

Dios, que tanto exaltó a María en el Cielo, quiso que su glorificación también tuviese esplendor en la Tierra. Él puso en sus manos el cetro de la misericordia, las llaves de la beneficencia. Y a partir de entonces, todos los favores y todas las misericordias llegaron a los hombres por intermedio de María. Por Ella alcanzará gloria el Cielo, paz la Tierra, fe el pueblo, una regla de vida y disciplina las costumbres. Por Ella se alegra el valle, florece el desierto, se cubren los campos de nuevo verdor, y se convierten en sonrisa las lágrimas de los desgraciados. De manera que, así como no existe pueblo donde no se vea un altar erigido a la gloria de María, también no hay pueblo donde no se hable de gracias extraordinarias y milagrosas alcanzadas por el benévolo patrocinio de la Virgen. Por eso nos animan los santos a que coloquemos toda nuestra confianza y toda nuestra fe en María, nunca olvidándonos de que Ella subió a los Cielos para mejor ayudarnos y atendernos, como Reina y, ante todo, como Madre.

CONCLUSIÓN

Elevada a la gloria del Cielo en cuerpo y alma, Nuestra Señora es la Reina sentada junto al trono del Rey Eterno, Jesucristo, su Divino Hijo, siempre dispuesta a interceder por todos y cada uno de nosotros. Más próxima del tesoro de gracias que Dios tiene para concedernos, María acorta los espacios entre el Cielo y la Tierra, derramando sobre nosotros todas las misericordias y todos los favores de lo alto que necesitamos en nuestra peregrinación en este mundo.

Al finalizar esta meditación, confiados, volvámonos una vez más hacia la Gloriosa Virgen Asunta a los Cielos y pidamos que fije sobre nosotros sus ojos repletos de bondad y nos socorra en todos los momentos de nuestra vida. De modo especial, que Ella nos ayude a crecer en el amor a Dios, en la devoción a Ella y en la práctica de la virtud, a fin de conquistar la santidad a la que fuimos llamados y, un día, gozar de la presencia de Ellos en la eterna bienaventuranza. Así sea. Dios te salve, Reina y Madre…

Referencia bibliográfica:

Basado en: Benedicto XVI, Homilía Misa de la Asunción de Nuestra Señora, 15 de agosto de 2012. Monseñor João S. Clá Dias, El Pequeño Ofício de la Inmaculada Concepción Comentado, Associação Católica Nossa Senhora de Fátima, São Paulo, 2010.

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