“¿Dónde está, muerte, tu victoria?”

Publicado el 04/19/2017

¿Qué es la muerte?

 

Así como los biólogos no consiguen formular una definición exacta de lo que es la vida, difícil es a cualquier hombre explicar qué es la muerte. Santo Tomás nos da unas breves nociones: “la muerte es la caída [pérdida] de la vida”,3 o bien, “la muerte, en nosotros, consiste en la separación alma-cuerpo”.4 Separación violenta, porque la unidad sustancial de la persona humana, materia y espíritu, se deshace de manera dramática en ese momento.

 

Muerte de Santa Margarita de Hungría, por József Molnár –

Colección privada. En la página anterior, Cristo resucitado –

Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, Tampa (EE. UU.

Dios sacó el cuerpo de Adán del barro de esta tierra material y en él inspiró la vida, dándole un alma espiritual: “el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Gén 2, 7). Por ser material, el cuerpo es corruptible; si le faltan los principios vitales entra en descomposición. El alma, en cambio, tiene otra vida que es eterna, sobreviviendo, por lo tanto, al cuerpo que fallece.

 

Para que estos dos elementos, contradictorios entre sí, no se opusieran, el Creador dio al primer hombre el don preternatural de la inmortalidad, que armonizaba su naturaleza compuesta. No obstante, al haber sido cometido el pecado, Dios retiró el don concedido y entregó el ser del hombre a sus leyes meramente naturales, condenando al cuerpo a volver a la tierra de la que fue sacado, “pues eres polvo y al polvo volverás” (Gén 3, 19). Pero el alma, por ser incorruptible en su naturaleza, subsiste separadamente.

 

Al deshacerse la unidad de su ser, en la hora de la muerte, el hombre sufre un dolor atroz. Para que nos hagamos una pálida idea, imaginemos que alguien nos arranca al mismo tiempo, con alicates, todas las uñas de las manos y de los pies. Esto nos causará un sufrimiento tremendo, pero mucho menor que aquel quese tiene cuando se produce la separación alma-cuerpo, íntimamente unidos como materia y forma.

 

En Cristo, todos serán vivificados

 

Está consignado también que “por envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sab 2, 24). Entonces, ¿triunfó Satanás al introducir entre los hombres el pecado y, en consecuencia, la muerte? ¡De ninguna manera! Muy esclarecedoras son las palabras del mismo autor sagrado cuando afirma que el abismo no reina en la tierra (cf. Sab 1, 14).

 

Ahora bien, ¿quién sería capaz de vencerla con una reparación a la altura? ¿Qué acto de un hombre mortal podría reparar una ofensa practicada contra Dios, infinito e inmortal? Al mismo tiempo que la reparación tendría que venir de parte de la naturaleza humana pecadora, solamente una reparación infinita podría satisfacer la justicia para con Dios…

 

¿Entonces quién sería capaz de resucitar y triunfar de la muerte? El Hombre Dios. “Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15, 22), afirma San Pablo.

 

Tal es la grandeza de amor manifestada en la Encarnación, porque Cristo “no habría poseído lo que era necesario para morir por nosotros, sino hubiera tomado de nosotros una carne mortal”.7 “Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia” (1 Pe 2, 24). “Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida a los mortales; y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición Él primero se había hecho partícipe”.8

 

La más espectacular de las victorias

 

En el Evangelio leemos cómo Caifás, al tramar la muerte de Cristo, profetiza misteriosamente: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo” (Jn 18, 14). Y el mismo texto sagrado es quien aclara este misterio: “Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su Pasión y Muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos” (Heb 2, 9).

 

Cristo crucificado

Casa Monte Carmelo, Caieiras (Brasil)

Entregándose a un supuesto fracaso, el Salvador estaba logrando la victoria más espectacular sobre el demonio y la muerte. “La aparente catástrofe de la Pasión y Muerte del Señor marca la irremediable y estruendosa derrota de Satanás. Éste, insuflando los peores tormentos contra Jesús, se engañaba al juzgar que caminaba hacia un éxito extraordinario contra el Bien encarnado. En su locura no veía que estaba contribuyendo a la glorificación del Hijo de Dios y a la obra de la Redención”.10 En efecto, la Muerte y Resurrección de Jesús no fueron sino para que “demostrase el poder con que venció a la muerte, y nos diese a nosotros la esperanza de resucitar de entre los muertos”.11

 

“ ‘¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?’ (1 Cor 15, 55), pregunta desafiante el Apóstol. Al morir en la cruz, el divino Redentor vencía no sólo a la muerte sino también al mal, y dejaba fundada sobre roca firme una institución divina, inmortal —la Santa Iglesia Católica, su Cuerpo Místico y fuente de todas las gracias—, que debilitó y dificultó la acción del linaje de la serpiente, privándola del poder avasallador y dictatorial que había ejercido sobre el mundo antiguo”.12

 

Si no existiera la resurrección, no habría razón para hacer esfuerzos en practicar la virtud. Si la muerte fuera el final de todo, nada justificaría renunciar a una vida de gozo desenfrenado. Con su Resurrección, Cristo compró la nuestra, dándonos la certeza de que con Él reinaremos eternamente. Así, la tragedia de la muerte y la pena atroz que asolaban a toda la humanidad se transformaron en instrumentos de victoria. Con la Resurrección de Cristo, la muerte, que parecía ser un fin terrible, pasó a ser la puerta de la gloria para todos los que le siguen y en Él nacen a la verdadera vida.

 


 

La inmortalidad del alma exige la resurrección

 

Santo Tomás de Aquino – Convento

del Sancti Spiritus, Toro (España)

Dice el Doctor Angélico que, al ser el alma esencialmente la forma del cuerpo, “el estar sin el cuerpo es contra la naturaleza del alma. Y nada contra naturam puede ser perpetuo. Luego el alma no estará separada del cuerpo perpetuamente. Por otra parte, como ella permanece perpetuamente, es preciso que de nuevo se una al cuerpo, que es resucitar. Luego la inmortalidad de las almas exige, al parecer, la futura resurrección de los cuerpos” (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma contra los gentiles. L. IV, c. 79, n.º 10).

 


 

1 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Preparación para la muerte. Consideraciones sobre las verdades eternas. Consideración IV, punto 1.

2 SAN JUAN PABLO II. Fides et ratio, n.º 26.

3 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 53, a. 1, ad 1.

4 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Super Sent. L. III, d. 21, q. 1, a. 3.

5 SAN AGUSTÍN De peccatorum meritis et remissione. L. I, c. 16, n.º 21. In: Obras. Madrid: BAC, 1952, v. IX, p. 231.

6 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 164, a. 1, ad 5.

7 SAN AGUSTÍN. Sermo Guelferbytanus 3. In: COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA DE LITURGIA. Liturgia de las Horas. 5.ª ed. San Adrián del Besós (Barcelona): Coeditores Litúrgicos, 1998, v. II, p. 358.

8 Ídem, ibídem.

9 SAN AGUSTÍN. In Ioannis Evangelium. Tractatus LXXXIV, n.º 2. In: Obras. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1965, v. XIV, p. 379.

10 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Incluso en la hora de la aparente derrota, el Sumo Bien siempre vence. In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano- São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2012, v. V, p. 263.

11 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 50, a. 1.

12 CLÁ DIAS, op. cit., p. 263.

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