EL MENSAJE DE LA VIRGEN EN FÁTIMA: El premio y la advertencia

Publicado el 10/12/2016

El Mensaje de Fátima es un verdadero divisor de aguas para las mentalidades contemporáneas.

Invita a toda la Iglesia, y al mundo, a un serio examen de conciencia.

 


 

Una tranquila y luminosa mañana de domingo, el 13 de mayo de 1917, fue el momento elegido por Dios, para transmitir al mundo, por medio de la Santísima Virgen María, a tres humildes pastorcitos, un mensaje de gran trascendencia que “sigue resonando con toda su fuerza profética”, en el decir de San Juan Pablo II, invitando a la oración, a la conversión y “reparación de sus propios pecados y los de todo el mundo” (12-5- 1997).

 

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Los tres niños, Lucía de 10 años, y sus primos Francisco y Jacinta de 9 y 7 respectivamente, pastoreaban un pequeño rebaño de ovejas en un lugarejo llamado Cova da Iria, en Fátima, Portugal. El mundo asistía en esos momentos a la Primera Guerra Mundial que involucraba a numerosas naciones pero, en este alejado lugar de tan graves acontecimientos, los pastorcitos vivían su vida rutinaria.

 

De pronto, sobre una encina, se les aparece la Madre de Dios: “era una señora toda vestida de blanco, más brillante que el sol”, en palabras de Lucía. Su semblante, agregaba, era de una belleza indescriptible, no era ni triste ni alegre, sino serio, tal vez con un aire de suave censura: “Vengo a pediros que volváis aquí durante seis meses seguidos, los días 13, a la misma hora”. Después les dijo: “rezad el rosario todos los días, para alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra”.

 

En julio, la tercera aparición, les dice: “La guerra va a terminar. Pero, si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre”. La impiedad avanzaba dominando la tierra, en 1939 comenzaba la Segunda Guerra Mundial.

 

En el año 2000, Juan Pablo II ordenó dar a conocer la parte de esta aparición llamada “el tercer secreto”. Era la “visión” de un “ángel con una espada de fuego en la mano izquierda… señalando la tierra con la mano derecha”, diciendo con fuerte voz: “¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”

 

No cabría en un solo artículo el desarrollo completo de las apariciones, pero sí queremos resaltar aspectos que muestran su autenticidad como: la afluencia de gran número de espectadores en el momento de las apariciones, cerciorándose de que los niños no mentían; el prodigio de las transformaciones cromáticas y de los movimientos del sol; el fin de la Primera Guerra profetizado: “la guerra va a terminar”; la luz extraordinaria que iluminó los cielos de Europa antes de la segunda conflagración mundial observada en varios países: “cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes”.

 

Fueron así desarrollándose las apariciones hasta el 13 de octubre cuando ocurriera el prodigio – asistido por más de 70 mil personas – del sol aproximarse vertiginosamente sobre ellos y a poco retirarse. “En octubre haré un milagro para que todos crean”, les afirmó la Virgen el mes anterior. Todos estupefactos se miraban; era el milagro pedido por los niños para confirmar las revelaciones. Al unísono gritaba la multitud: “¡El milagro, los niños tenían razón!”. Fue el llamado: “milagro del sol”.

 

El Mensaje invita – en el decir del obispo de Leiría-Fátima don Antonio Marto – “a toda la Iglesia y al mundo a serio examen de consciencia”, señalando que “después de las Escrituras, es la denuncia más fuerte e impresionante del pecado del mundo” (5-2- 2016).

 

Alguno preguntará: ¿y que dijeron los Papas al respecto?: Pío XI concedió una indulgencia especial a los peregrinos de Fátima. Pío XII sostenía que “ya pasó el tiempo en que se podía dudar de Fátima" y, en 1946, por medio de su Legado, el Cardenal Masella, consagró el mundo a la realeza de Nuestra Señora de Fátima. Juan XXIII, cuando Cardenal, estuvo como peregrino en el lugar de las apariciones, y en su testamento donó su cruz pectoral al Santuario de Fátima. Pablo VI fue el primer Pontífice en visitar Fátima, en el cincuentenario de las apariciones, el 13 de mayo de 1967. Juan Pablo II visitó el lugar de las apariciones tres veces, beatificando a los Pastorcitos, Francisco y Jacinta en una de ellas. En 1982, en Fátima, afirmaba que la invitación hecha por Nuestra Señora continúa "más actual incluso que hace sesenta y cinco años atrás. Y hasta más urgente”. Benedicto XVI llegando a Portugal manifestaba, "vengo como peregrino” y señalaba que: "Se ilusionaría quien pensase que la misión profética de Fátima esté concluida" (13-5- 2010). Francisco, por su lado, solicitó al Patriarca de Lisboa que consagrara su pontificado (13 de mayo del 2013).

 

Hablando a los pequeños pastores Nuestra Señora quiso hablar al mundo entero exhortando a los hombres a la oración, a la penitencia y a la enmienda de la vida; en vista a la situación religiosa en que se encontraba el mundo en la época de las apariciones. Estamos a un año del centenario del magno acontecimiento. Fátima acaba siendo un verdadero divisor de almas en los días de hoy. Sobresalen cada vez más dos familias de almas: una que comprende la crisis moral que asola el mundo contemporáneo; otra que considera que los problemas del mundo contemporáneo tienen poca o ninguna relación con la inmoralidad y la impiedad.

 

Perplejo queda uno considerando que, en su primera aparición, la Virgen Santísima solicitaba a los pastorcitos “reparación por los pecados con que Él (Nuestro Señor) es ofendido”, es decir que los pecados del mundo habían llegado a un tal grado – ¡en 1917! – que clamaban al Cielo. Y, por otro lado, ver la desintegración moral creciendo hasta nuestros días, ante lo que reclamaba San Juan Pablo II un 8 de mayo de 1996: “Los hombres se olvidaron de Dios y de sus Mandamientos, viviendo como si Él no existiera”, hay una “apostasía silenciosa” que no nos puede dejar indiferentes.

 

¿Qué debemos hacer? Enfervorizarnos en la devoción al Inmaculado Corazón, en la oración y en la penitencia. Rezar el santo rosario. Pedir, llenos de esperanza, que el año que nos separa del Centenario de las apariciones apresure el triunfo prometido en su tercera aparición: “por fin, Mi Inmaculado Corazón Triunfará”.

 

La Prensa Gráfica, 18 de agosto de 2016 – P. Fernando Gioia, EP. Heraldos del Evangelio.

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