María es el Paraíso de la Encarnación

Publicado el 03/24/2017

Dios, a fin de honrar la majestad de su Hijo, preparó durante mucho tiempo el mundo moral para su venida, como había preparado del mismo modo el mundo físico para la aparición del hombre, rey de las criaturas. La obra de reparación que debía salvar al género humano es, en un orden superior, la repetición de la obra de la Creación.

 

Tras haber preparado el mundo físico, Dios no pone en él al azar al hijo de su amor. Había plantado un jardín de delicias en donde la naturaleza más vehemente y fecunda prodigaba sus dones para encanto de la vista y deleite de los sentidos. Una misma fuente se extendía allí en cuatro corrientes de agua cuyo apacible oleaje balanceaba lentamente el oro mezclado con las piedras preciosas de su cauce. En este Paraíso colocó Dios al hombre para que lo guardara y lo cultivara.

 

Para el Verbo Encarnado, el nuevo Adán, era necesario un Paraíso; no ya una tierra fértil de la cual tomaría posesión después de creado, sino una morada viviente donde se formaría su carne adorable, un santuario lleno de misterio y de gracia donde se celebrarían las inefables bodas de la naturaleza humana y de la naturaleza divina.

 

Y porque el Verbo, Dios eterno, es anterior a su Paraíso, porque Él lo ha escogido con su Padre desde el principio de los siglos, porque lo ha preferido a todas las criaturas y ha concentrado en este único objeto la más tiernas complacencias de su amor, le incumbe, antes de entrar en él, preservarlo de toda invasión de pecado y acumular en él todas las bellezas y todas las riquezas de la naturaleza y de la gracia.

 

Ya os habréis anticipado a la explicación de mi pensamiento, señores, y habréis dicho en vuestro corazón: “El Paraíso de la Encarnación es María”.

 

Sí, es María, cuyas grandezas me siento feliz y orgulloso de publicar. María es el Paraíso de la Encarnación.

 

MONSABRÉ, OP, Jacques-Marie-Louis. “Le Paradis de l’Incarnation”. In: “Exposition du Dogme Catholique. Préparation de l’Incarnation. Carême 1877”. 11.ª ed. Paris: Lethielleux, 1905, t. V, pp. 289-293

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