MARÍA SANTÍSIMA: El arco-iris de la esperanza

Publicado el 01/14/2016

Después de una fuerte lluvia en una pequeña ciudad, donde no había rascacielos que ocultasen el horizonte, me deparé con un lindo arco-iris. Maravillada, recordé la historia de Noé y la sorprendente afirmación que oí hace tiempo en un aula de catecismo: el arco-iris surgido después del diluvio fue una prefigura de la Virgen. Recordemos un poco la historia narrada por el Génesis, para comprender mejor ese bello simbolismo. En aquel tiempo vio “Yahvé cuanto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra (…) dijo Dios a Noé: Hazte un arca de maderas resinosas (…) Voy a arrojar sobre la tierra un diluvio de aguas (…) Cuanto hay en la tierra perecerá. Pero contigo haré yo mi alianza y entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo. De todo viviente y de toda carne meterás en el arca parejas para que vivan contigo, macho y hembra serán.”

 

“Diluvió durante cuarenta días sobre la tierra, crecieron las aguas y levantaron el arca, que se alzó sobre la tierra. (…) Tanto crecieron las aguas, que cubrieron los altos montes de debajo del cielo. (…) Ciento cincuenta días estuvieron altas las aguas sobre la tierra.”

 

Transcurridos algunos milenios – habiendo el corazón del hombre vuéltose nuevamente al mal y llegada la hora de la misericordia prevista por los profetas – Dios envió a su propio Hijo para sacar a la humanidad del diluvio de iniquidad que inundaba la Tierra, e invitar a los hombres a entrar en una nueva arca. No en un arca material, construida por manos humanas, sino, en el Arca por excelencia: la Santa Iglesia edificada por el propio Hijo de Dios hecho Hombre. Y para protegernos y mantener una estrecha alianza con nosotros, nos envió también un arco-iris. Pero… ¿qué arco-iris? No un fenómeno natural mostrando siete colores, sino un arco-iris vivo: María, la Madre de Dios, aquella en la cual los siete dones del Espíritu Santo refulgen con inigualable magnificencia.

 

Esto es lo que, en el siglo XIV, Nuestra Señora, dirigiéndose a Santa Brígida, afirmó:

 

“Yo me extiendo sobre el mundo en continua oración, así como sobre las nubes está el arco-iris, que parece tocar con sus puntas la Tierra. Este arco-iris, soy Yo misma que, por mis oraciones, me debruzo sobre los buenos y los malos habitantes de la Tierra. Me inclino sobre los buenos para ayudarlos a permanecer fieles y devotos en la observancia de los preceptos de la Iglesia; y sobre los malos para impedirlos de ir adelante en su malicia y volverse peores.”

 

San Bernardino de Siena, ilustrando su discurso sobre el Santo Nombre de María, comenta: “María une y concilia la Iglesia Triunfante con la Iglesia Militante. Su nacimiento anuncia que, de ahí en adelante, existirá la paz entre el Cielo y la Tierra. Ella es el arco-iris dado por el Señor a Noé en señal de alianza, y como promesa de que el género humano no será más destruído. ¿Y por qué? Porque Ella es quien trajo a luz a Aquel que es nuestra paz.”

 

¡Cuánta consolación, cuanta esperanza nos evocan esas palabras! En este mundo en que somos peregrinos, sufrimientos, tentaciones y perplejidades son inherentes a nuestra vida. Con todo, en medio de los dolores y las aflicciones, siempre vislumbramos la esperanzadora figura de un incomparable arco-iris: ¡María Santísima! Es Ella quien nos guía en nuestra peregrinación rumbo a la Patria Celestial, ayudándonos con su maternal, constante e infatigable amor.

 

“El arco-iris alegra la Tierra y le proporciona una lluvia abundante y benefactora. Del mismo modo, María consuela a los flacos, llenando de júbilo a los afligidos e inundando copiosamente los áridos corazones de los pecadores, por la fecunda lluvia de gracia”, comenta el P. Jourdain en su obra dedicada a las grandezas de María.

 

Confiados y altamente agradecidos por tan insondable protección, procuremos amarla, honrarla, invocarla y servirla a cada momento de nuestras vidas, propagando siempre una devoción piadosa y sincera a Ella, que es el único y verdadero Arco-Iris que nos une a su Divino Hijo, el instrumento de alianza entre Dios y los hombres.

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