Tercera aparición: 13 de julio de 1917

Publicado el 07/10/2017

Era un viernes el día en que se daría la tercera aparición de la Santísima Virgen. Lucía, que hasta la tarde del día anterior estaba resuelta a no ir a la Cova de Iría, al aproximarse la hora en que debían partir, se sintió de repente impelida por una extraña fuerza, a la que no le era fácil resistir. Fue a buscar a sus primos, que se encontraban en el cuarto, de rodillas, llorando y rezando:

 

— Entonces, ¿no vais? Ya es la hora.

— Sin ti no nos atrevemos a ir. Vamos, ¡ven!

— Pues yo ya iba…

 

Los tres niños se pusieron en camino. Al llegar al lugar de las apariciones se sorprendieron con la multitud que había acudido —más de dos mil personas— para presenciar el extraordinario acontecimiento.

 

Según el Sr. Marto, padre de Francisco y Jacinta, en el momento en que la Santísima Virgen apareció, una nubecita cenicienta flotó sobre la encina, el sol empalideció y una brisa fresca comenzó a soplar, aunque fuese pleno verano. En medio del silencio profundo de la gente, se oía un susurro como el de una mosca en un cántaro vacío.

 

Es la Hermana Lucía quien narra lo que entonces sucedió:

 

“Vimos el reflejo de la luz como de costumbre y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la pequeña encina.

— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí? —pregunté.

— Quiero que vengáis el 13 del mes que viene, y que continuéis rezando el Rosario todos los días en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella los podrá socorrer.

— Quería pedirle que nos dijera quién es y que hiciera un milagro con el que todos crean que Vuestra Merced se nos aparece.

— Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver, para que crean.

Entonces hice algunos pedidos [de parte de varias personas]. Nuestra Señora dijo que era necesario que rezasen el Rosario para alcanzar las gracias durante el año. Y continuó diciendo:

— Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: ¡Oh! Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.

 

PRIMERA PARTE DEL SECRETO:

 

“Al decir estas últimas palabras —narra la Hermana Lucía— abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo [de los rayos de luz] pareció penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor (Debe haber sido ante esta visión que solté aquel ‘ay’, que dicen haberme oído exclamar). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.”

 

SEGUNDA PARTE DEL SECRETO:

 

“Asustados y como pidiendo socorro, levantamos los ojos hacia Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:

 

— Visteis el Infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz.

La guerra va a terminar. Pero, si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.

 

Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados. Si atienden mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe, etc.

 

Aquí terminaba, en la 4ª Memoria de la Hna. Lucía, la narración del “Secreto”. Se omitía su tercera parte, que permaneció desconocida hasta el 26 de junio del 2000. En esta fecha fue divulgada por determinación de S.S. el Papa Juan Pablo II, acompañada de comentarios e interpretación ofrecidos por el Cardenal Ratzinger y por Mons. Tarcisio Bertone, respectivamente Prefecto y Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 

TERCERA PARTE DEL SECRETO:

 

He aquí el texto, redactado en 1944 por la hna. Lucía:

“Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, penitencia!

 

 

 

Y vimos en una inmensa luz que es Dios: «algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él» a un Obispo vestido de Blanco «hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre».

 

También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones.

 

Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.”

 

La Santísima Virgen retomó la palabra:

“Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco si podéis decírselo.

Cuando rezareis el Rosario, decid después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío! Perdonadnos, libradnos del fuego del Infierno, llevad todas las almas para el Cielo, principalmente aquellas que más lo necesitan”11

Habiendo declarado que nada más necesitaba de Lucía, Nuestra Señora se elevó en dirección del naciente hasta desaparecer.

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