“A tu nombre da la gloria…”

Publicado el 03/27/2017

La autenticidad del amor a Dios se demuestra en la forma de cumplir con el deber, no deseando representar un gran papel, sino la victoria de su causa.

 


 

Un una ceremonia militar de gran pompa, el héroe de la 77.ª División de Infantería del ejército estadounidense recibe la Cruz de guerra por el valeroso servicio prestado en suelo francés durante la Primera Guerra Mundial. Los soldados supervivientes de dicha división prorrumpen en aplausos. El protagonista mantiene un aire despreocupado durante todo el acto. Es indiferente a los honores, ya que procedió sin pensar en prestigio alguno. Esa modestia le corresponde, pues, aunque se estire, su altura máxima no pasa de unos pocos centímetros.

 

Este singular condecorado es Cher Ami, la paloma mensajera que salvó al Batallón Perdido en la famosa Ofensiva de Meuse-Argonne. Pero ¿qué relevancia puede tener para nosotros sus acciones?

 

La mala suerte del Batallón Perdido

 

Tras cuatro años de férreo conflicto, franceses, ingleses y las tropas aliadas se encuentran en un callejón sin salida ante las Potencias Centrales. Un factor importante, no obstante, pesa a su favor: el espíritu de lucha del enemigo ya está deshecho. Entonces aprovechan este crítico momento para desencadenar la Ofensiva de los Cien Días a lo largo del Frente Occidental. Su victorioso desenlace, el 11 de noviembre de 1918, marca el final de la guerra.

 

En esta gran contienda, se destaca la empresa llevada a cabo por nueve regimientos americanos de la 77.ª División de Infantería: 554 soldados, bajo las órdenes del alto mando, avanzaron rápidamente hacia el interior de los bosques de la región francesa de Argonne. Sin embargo, las unidades de ambos flancos no lograron acompañar la maniobra. El resultado fue que la 77.ª División se quedó aislada, atrapada en un barranco, y rodeada por las fuerzas alemanas. Durante seis días resistieron los soldados, lidiando con la escasez de comida, agua y munición, así como con los repetidos ataques enemigos.

 

¡Cher Ami al rescate!

 

En aquellos idos tiempos, no existían muchos medios para enviar una llamada de socorro en circunstancias de ese tipo. El teniente coronel Charles W. Whittlesey mandaba corredores, pero estos soldados o se perdían o eran capturados por el enemigo.

 

Así que recurrió a su pequeña reserva de palomas mensajeras. Debido al fuerte sentido de la orientación de estas aves, podía confiar en que regresarían al cuartel de la división, llevando un mensaje vital. Envió a dos de ellas, pero fueron alcanzadas por las balas alemanas.

 

La situación llegó al límite cuando el batallón empezó a ser atacado por sus mismos compañeros, que ignoraban su posición. Ante semejante apuro, Whittlesey escribió apresuradamente una tercera nota que decía: “Estamos junto a la carretera del paralelo 276,4. Nuestra propia artillería está lanzando un bombardeo directamente sobre nosotros. Por el amor de Dios, paren”.1

 

Tan sólo le quedaba un ave: Cher Ami (que en francés significa “querido amigo”). Ya había sido usada en la región de Verdún para llevar once importantes mensajes. El 4 de octubre de 1918 sería el último. La nota fue enrollada, colocada en un pequeño tubo y fijada a la pata de la paloma. Al levantar el vuelo a través de los árboles, hubo una ráfaga de artillería. Cayeron cinco hombres. Cayó también el ave. Pero con un impetuoso aleteo consiguió retomar su camino…

 

Veinticinco minutos después, a unos 40 km de la línea del frente, el soldado de guardia del Signal Pigeon Corps oyó el tintineo de una campana que indicaba que una de las aves había regresado al palomar. Era Cher Ami: postrada, ensangrentada, con el pecho agujereado por una bala, ciega de un ojo, con una pata despedazada. Pero de esta pata herida colgaba un mensaje…

 

Debido a la acción de esa ave, el bombardeo se detuvo inmediatamente y el socorro se puso en camino para auxiliar a los 194 soldado restantes de la 77.ª División. Para los eufóricos supervivientes, Cher Ami se convirtió en su mascota: la colmaron de cuidados, y cuando sucumbió a las heridas, un año más tarde, la disecaron y le consiguieron un lugar de destaque en la sección militar de uno de los museos de la institución Smithsonian, de Washington.

 

Emblema del desinteresado cumplimiento del deber

 

¿Cuál fue, después de todo, el verdadero valor de la figura de esta humilde ave para aquellos soldados acrisolados por el drama de la guerra?

 

En el fondo sabían que Cher Ami había actuado por instinto, sin razón y, a fortiori, sin mérito. Pero la gloria debe expresarse por símbolos y, precisamente por haber cumplido su misión de forma tan sencilla y directa, Cher Ami simbolizaba un modo de gloria que un monumento más vistoso podría no transmitir: la gloria nacida del dolor. Es la gloria de quien asume el riesgo, que avanza a favor del bien común, olvidado de sí mismo. Es la gloria del soldado anónimo, cuya identidad está enteramente embebida en la lucha en la cual está comprometido: “No quiere representar para sí o para los demás un gran papel. Quiere la victoria de una gran causa”.2

 

Ese soldado está convencido de que, por muy grande que sea la capacidad de un recipiente, una sola gota puede ser suficiente para hacerlo rebosar. Así, en el momento crítico, la actitud de un solo individuo puede cambiar el curso de la Historia. Y, de hecho, la tenacidad con la que aquellos hombres mantenían su posición en los bosques de Argonne provocó la suficiente distracción para permitir que las otras unidades aliadas rompieran la línea enemiga, forzando una retirada. El aparente fracaso había sido, en realidad, un factor en pro de la victoria definitiva.

 

La batalla de cada alma bautizada

 

A menudo, los hijos de la Iglesia militante enfrentan dificultades no muy diferentes a las de la 77.ª División, cuando en la batalla contra el mundo, la carne y el demonio resisten a ataques de fuera e incluso al bombardeo del “fuego amigo”. Generalmente, los sacrificios más grandes en esta lucha son los que se hacen en las mil y una circunstancias de la vida cotidiana, como acertadamente señala un sacerdote dominico: “Es fácil decirle a Dios que lo amamos con todo nuestro corazón, que deseamos ser santos, y luego fallamos en la observancia de algún precepto. La autenticidad de nuestro amor a Dios es mucho menos sospechosa cuando conduce al cumplimiento de los deberes de nuestro estado en la vida, a pesar de los obstáculos y las tentaciones”.3

 

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, enseña que ese es el combate en el cual la verdadera gloria —la gloria de Dios— está en juego: “Las desilusiones y dificultades humanas, imprevistas a lo largo de la vida, son permitidas por la Providencia Divina para plasmar en cada uno de nosotros el momento culminante en el cual vence Dios o el demonio en el campo de batalla interior del alma”.4

 

Y tras haber llegado al final de la carrera —quizá sin aliento, molido y herido— un luchador fiel a esos principios pasa incólume por el último y más grande de los peligros: el éxito. Porque, habiendo confiado el desenlace de la batalla en las manos de Dios, su alegría consiste en verlo reinar en su alma y en el alma del prójimo. Y, sin detenerse en reflexiones meramente humanas, de su corazón brota una única oración, oración que conmueve a los ángeles, que la transforman en cántico: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria” (Sal 115, 1)! 

 

1 LAPLANDER, Robert J. Finding the Lost Battalion. 2.ª ed. Waterford: Lulu, 2007, p. 357.

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A verdadeira glória só nasce da dor. In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año VII. N.º 78 (Junio, 1957); p. 7.

3 AUMANN, OP, Jordan. Spiritual Theology. London: Continuum, 2006, p. 109.

4 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¿Cómo enfrentar las desilusiones? In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano – São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2012, v. VI, p. 400.

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