La importancia del examen de conciencia

Publicado el 05/11/2018

En una ocasión, el Dr. Plinio fue invitado a hacer una conferencia en el complejo penitenciario de Carandirú, a fin de preparar a los presos para la Comunión pascual. Mientras hablaba, trataba de descubrir qué distinguía a aquellas personas de las que vivían libres en la sociedad…

 


 

El autor no puede olvidar una de las primeras conferencias públicas del Dr. Plinio a la que asistió, el 29 de mayo de 1957, en la Facultad de Ingeniería Industrial fundada por el P. Saboia de Medeiros, SJ. Este sacerdote había fallecido hacía poco tiempo, y el Dr. Plinio había sido invitado por la directiva para pronunciar una conferencia de preparación para la Comunión pascual de los universitarios. Aceptó y se presentó, el día señalado, acompañado por los miembros del Grupo. 1 Era un auditorio enorme, repleto de alumnos, con todos los catedráticos en la primera fila.

 

El punto que distinguió a los presidiarios del resto de la sociedad

 

Después del saludo inicial, comentó que estaba encantado de estar allí para dar esa conferencia y, sin entrar directamente en el tema, contó que anteriormente ya había tenido la oportunidad de hablar sobre la Comunión pascual, pero en situaciones muy diferentes. En una ocasión, totalmente opuesta a aquella, fue invitado para hablarles a los presos de Carandirú, famosa cárcel de São Paulo. Era una época en que los presos hacían la Comunión pascual… Entonces, comenzó a contar en detalle su entrada a la cárcel. El tema despertó inmediatamente el interés de todos.

 

Llevado por la curiosidad de saber qué es lo que había llevado a estas personas a cometer tantos crímenes, intentó analizar a los presos para descubrir qué es lo que los distinguía de la gente que vivía en la sociedad. Sin embargo, sólo vio algunos rostros comunes, personas que, si no hubieran estado vestidas con el uniforme de presidiario, sino con chaqueta y corbata, podrían estar andando por las calles sin ningún problema. “Pero es curioso”, pensaba, “hay un punto de divergencia, aunque veo que no es el crimen en sí, porque ahí afuera también se vive, con frecuencia, fuera del estado de gracia”.

 

Continuó dando la conferencia y, en un momento determinado, mientras hablaba explicitó viendo las caras de los presos en qué consistía esta diferencia: “Ah, ya; lo que se refleja en el rostro de estos criminales es la ausencia total y absoluta de cualquier examen de conciencia… ¡Ellos han caído en esta situación en la que están porque nunca en su vida se examinaron! Si se hubieran analizado con seriedad, no habrían cometido los crímenes que los trajeron aquí. Y los que están afuera, libres, las circunstancias de la vida los llevaron, de una manera u otra, a hacer algún examen de conciencia y esto los frenó para no practicar ningún crimen”.

 

Personalidad repleta de fuerza y fulgor

 

El efecto de estas palabras en el auditorio de la facultad fue extraordinario. ¡Sólo un santo podría llegar a semejante conclusión! Al enunciar la tesis, añadía que el examen de conciencia es un arma extraordinaria para conservar la virtud. Y de forma completamente sui géneris, como no se encuentra en ningún libro, supo mostrar la importancia de este aspecto de la vida interior para hacer una buena Comunión pascual.

 

El modo de hacer la exposición arrebató a los asistentes, pues a medida que hablaba su brillo iba aumentando. El autor estaba sumamente encantado, porque el Dr. Plinio se expresaba en tono de discurso y gesticulando, con una desenvoltura, una rica oratoria y una grandeza fuera de lo común. El público constantemente se ponía de pie y aplaudía. En otros momentos, por la gravedad del tema, se quedaba aterrorizado, pero el Dr. Plinio sabía conducirlo de nuevo al entusiasmo. Con su elocuencia, sabía tocar las fibras más íntimas de aquellas almas, con la destreza con la que Mozart tocaba el piano. Esta conferencia marcó la vida del autor, pues, en los primeros pasos en la vocación, cualquier acontecimiento se guarda como un tesoro.

 

Cuando terminó la exposición, los alumnos acompañaron al Dr. Plinio, entusiasmados. Según las costumbres de la época, el cuerpo docente debía tener una atención especial con el conferencista. Entonces, unos veinte catedráticos formaron un corredor para saludarlo y felicitarlo mientras pasaba. Todos estaban tomados de respeto y estupefactos ante su grandeza. ¡El Dr. Plinio los trataba con una categoría única!

 

A los cincuenta años, riguroso examen de conciencia

 

La enseñanza que el Dr. Plinio había transmitido en aquella facultad era algo que él mismo practicaba, pues era un hombre intransigente con su propia vida espiritual y, por lo tanto, estaba muy habituado al examen de conciencia.

 

Esto se daba de manera especial con motivo de su cumpleaños, día en el que se fijaba en todo lo que había sucedido durante ese año. El 13 de diciembre de 1958, el calendario le indicaba que había llegado aquel momento que es un hito para todos los hombres: medio siglo de existencia. “¡Cuánto aquella fecha fue un trauma para mí!”,2 confesaría muchos años después. En medio de una celebración doméstica desbordante de afecto promovida por Dña. Lucilia, y las manifestaciones de estima de sus compañeros de lucha, el Dr. Plinio pasó “uno de los días más difíciles y más tristes de la vida”.3 “Golpeándome, gracias a Dios, inclemente mi propio pecho”, contaría él, “pasé toda la tarde […] haciendo un examen de conciencia, incriminándome”. 4

 

¿Por qué el Dr. Plinio, según su expresión, se “incriminaba”? En ese día, quiso la Providencia probarlo, contrastando aquello para lo que sentía un clarísimo llamado, con la realización concreta que tenía delante de sus ojos. A pesar de toda la sangre que había derramado desde que en 1928 comenzara su militancia católica, el Grupo, hablando claro, ¡no era nada!

 

El Dr. Plinio procuraba responderse a sí mismo la siguiente pregunta: “¿En qué he sido infiel para que no haya una cantidad mayor de miembros?”. Y a esto se le sumaba una decepción todavía mayor: entre muchos de sus hijos reinaba la frialdad, la envidia e incluso la hostilidad contra él.

 

Inflexible consigo mismo

 

Comparándose con los hombres de la generación anterior a la suya, el Dr. Plinio constataba que, a esa edad, todos ellos, por así decirlo, ya tenían la vida hecha. Y verificaba que, a los cincuenta años, él estaba apenas comenzando y… ¿quién le garantizaba que tendría éxito en el futuro? Esta evidencia, en la que le habían sido velados los efectos sobrenaturales más profundos de su inmolación, le torturaba el alma haciéndole creer que él podría ser la causa de tal situación:

 

“Entendía que los últimos relojes estaban sonando y pensaba: ‘¡Mi esperanza no puede ser en balde, debe haber alguna infidelidad responsable de esta demora! Cuántos años han pasado y esta esperanza no se ha realizado. Ahora bien, ¡no puede ser que no se realice! Por lo tanto, ¡la culpa es tuya! ¡Examínate! ¡Ráspate! ¡Veamos ahora tu lealtad, tu coraje para ver tus defectos, tu firme propósito! Hay que poner todo a prueba. ¡Vamos!’ ”.

 

El Dr. Plinio fue inflexible consigo mismo: “¡Me quedé solo y me raspé con el trozo de teja hasta que por ello me salió sangre por todos los poros del alma!”.5 Sin embargo, no encontró defecto alguno que le pudiera acusar de irresponsabilidad. Como la conciencia estaba tranquila, el Dr. Plinio asistió a una Misa vespertina y comulgó en acción de gracias.

 

Sólo muchos años más tarde, al ver el progreso que había alcanzado su obra, comprendió que, en ese hito, había iniciado una segunda fase de su vida, en la cual se harían sentir visiblemente los frutos de todo el sacrificio anterior.

 

Fragmentos de “O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira”. Città del Vaticano- São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, v. III, pp. 427-434

 

1 “Grupo” era el término que el Dr. Plinio usaba para designar al movimiento fundado por él. Los títulos de las notas que siguen a continuación se refieren a conferencias o charlas que daba a sus discípulos (Nota del editor).

2 Reunión de recortes, 8/3/1980.

3 Santo del día del sábado, 31/1/1981.

4 Ídem. 5 Conversa del sábado por la noche, 27/9/1986.

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