Lumen Coeli

Publicado el 05/21/2018

Antes de la esplendorosa “resurrección” del Astro Rey, una estrella más brillante que las demás ilumina el firmamento: María Santísima. Ella es la inefable luz que brilla en el Cielo anunciando la victoria de Dios en la Historia.

 


 

Nuestra Señora de la Resurrección, Casa Thabor, Caieiras

(Brasil) – Al fondo, amanecer en una playa de Ubatuba (Brasil)

Imaginemos una noche de verano. Una brisa discreta, aunque suficiente como para mitigar el calor, sopla ora con más fuerza, ora con menos, volviendo el ambiente muy ameno. Las horas pasan y, conforme la noche se adensa, un hermoso espectáculo nos viene siendo ofrecido: en el límpido y oscuro cielo aparecen las estrellas. ¿Quién no se encanta al admirarlas? ¿Quién no queda extasiado con su delicado brillo y su ordenación en las alturas siderales?

 

“Cæli enarrant gloriam Dei, et opera manuum eius annuntiat firmamentum” (Sal 18, 2). El cielo material siempre ha sido uno de los elementos que más atrajo la atención de las almas contemplativas a lo largo de los siglos. Remite al Creador y eleva el espíritu hacia las realidades sobrenaturales. Sirve también de signo para la humanidad, al marcarle su Historia.

 

Incontables ejemplos podríamos citar, empezando por Abrán, a quien el mismo Dios le prometió que su descendencia sería más numerosa que los astros (cf. Gén 22, 17). Igualmente cabe mencionar la estrella de Belén, inerrante guía de los Magos hasta la gruta del Salvador. ¿Qué habría sido de ellos sin ese astro?

 

Más aún, ¿qué sería del propio cielo si no hubiera estrellas? Son para el firmamento sombrío lo que la esperanza es para nuestras almas: un resplandor que indica el camino a seguir, una promesa de algo que se realizará plenamente y un antegozo de la “resurrección” del Astro Rey.

 

De hecho, antes de resurgir en todo su esplendor, es precedido por una estrella más grande y más brillante que las demás. La Stella Matutina es símbolo de la Virgen Santísima, que trajo a Dios al mundo y cuya esperanza en la Resurrección sustentó a toda la Iglesia en los días que el Señor permaneció en el sepulcro.

 

María es la inefable luz que brilla en el Cielo anunciando la victoria de Dios en la Historia. Y todo hombre, a semejanza de un navegante, debe estar siempre atento a ese radiante faro celestial y poner en Ella toda su confianza.

 

“¡Oh tú, quienquiera que seas, que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella! […] Siguiéndola, no te extraviarás; rezándole no desesperarás; pensando en Ella evitarás todo error. Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin”. 1

 

1 SAN BERNARDO DE CLARAVAL. De laudibus Virginis Matris. Homilía II, n.º 17: PL 183, 70-71.

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