MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO marzo 2018

Publicado el 03/02/2018

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

3º Misterio Doloroso

CORONACIÓN DE ESPINAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO LA PACIENCIA QUE NOS LLEVA A LA VIDA ETERNA

 


 

Introducción:

Realizaremos nuestra devoción de la comunión reparadora del Primer Sábado, contemplando el 3 er . Misterio Doloroso: La Coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo. El Redentor quiso tomar nuestra carne y con ella, nuestros pecados para dar a Dios con los sufrimientos de su pasión y muerte una digna satisfacción al Creador. Dice el Apóstol que Jesucristo se hizo nuestro fiador, obligándose a pagar nuestras deudas (Hb 7,22). Como mediador entre el Padre y los hombres, estableció un pacto con Dios por medio del cual se obligó a satisfacer por nosotros la divina justicia y en compensación nos prometió de la parte de Dios la vida eterna.

 

Composición de lugar:

Imaginemos el patio interno del pretorio de Pilatos donde Jesús fue flagelado por los soldados romanos y después escarnecido con una corona de espinas. Vemos al Redentor con todo el cuerpo herido y ensangrentado, cubierto de un manto púrpura, la cabeza escondida bajo un enmarañado de espinas que le molestaban mucho. En sus manos santísimas, asegura una pequeña vara que le fue dada en imitación de un cetro para burlarse de su realeza.

 

Oración preparatoria:

Oh Virgen Santísima de Fátima, Madre Dolorosa y Corredentora de nuestra humanidad: alcanzadnos de vuestro adorable Hijo las gracias para realizar bien esta meditación y, por ella, unirnos digna y devotamente a los sufrimientos que Él soportó para satisfacer la justicia divina en nuestro nombre y así alcanzarnos la eterna salvación. Amén.

 

Evangelio de San Mateo (27, 27-29)

“27 Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: 28 lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura 29 y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante Él la rodilla, se burlaban de Él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!».”

 

I- EN LA CORONACIÓN DE ESPINAS, CRUELES ESCARNIOS

A pesar de todas las evidencias de que el Hijo de Dios era inocente, Pilatos ordenó a sus soldados que lo flagelasen sin piedad. Los verdugos, no satisfechos con la brutal e injusta punición infligida al Redentor, acrecentaron bárbaros tormentos que hicieron que nuestro amabilísimo Señor sufriera todavía más.

 

1- La coronación de espinas

Reunidos en gran número delante de Jesús, le colocaron sobre los hombros una capa roja y vieja, que los soldados usaban por encima de las armas, como si fuese un manto real. En las manos de Cristo pusieron una caña figurando el cetro y en la adorable cabeza del Hijo de Dios trenzaron una corona de espinas que la cubría por entero, parodiando una corona. Y como costaba que las espinas entrasen en la cabeza de Jesús, ya tan atormentado por los golpes de los látigos, los soldados la clavaron con toda fuerza, mientras se burlaban y escupían en su rostro.

 

La Santísima Virgen reveló a Santa Brígida que la corona de espinas circundaba la sagrada cabeza de su Hijo hasta la mitad de la frente y que las espinas fueron enterradas con tanta violencia que la sangre escurría en torrentes por el rostro, de modo que el rostro de Jesús aparecía todo ensangrentado.

 

2- Tormento ofrecido para reparar la culpa que heredamos de Adán

En el Génesis, está escrito: “Maldito el suelo por tu culpa…brotarán para ti cardos y espinas” (Gn 3, 17-18). Esta maldición fue fulminada por Dios contra Adán y contra toda su descendencia.

 

San Alfonso de Ligorio comenta sobre la expresión ‘tierra’ que se entiende no sólo la tierra material, sino también la carne humana que, infeccionada por el pecado de Adán, no genera sino espinas de culpas.

 

Justamente, para remediar esta infección era necesario que Jesucristo ofreciese en sacrificio a Dios este gran tormento de la coronación de espinas. Como escriben San Mateo y San Juan, el tormento de las espinas, aparte de ser extremamente doloroso, fue acompañado de puñetazos, de escarnios y de los sarcasmos de los soldados: “y doblando ante Él la rodilla se burlaban de Él diciendo: “Salve, rey de los judíos y lo escupían”.

 

II –LLOREMOS POR LOS ESPINOS QUE CLAVAMOS EN LA CABEZA DE JESUCRISTO

¿Oh espinas, que hacéis” ¿Así atormentáis al Creador? Mas, San Alfonso pregunta ¿Por qué atacar a las espinas? y nos propone graves reflexiones que nos deben tocar el corazón y hacernos reparar el dolor que causamos a Jesús en la Pasión.

 

1- Nuestras perversidades tejieron la corona de espinas

¡Oh pensamientos inicuos de los hombres! exclama San Alfonso. Fuisteis vos que atravesasteis la cabeza de mi Redentor. Si mi Jesús, con nuestros consentimientos perversos tejimos vuestra corona de espinas. Ahora yo los detesto y los odio más que a la propia muerte o cualquier otra mal. Humillado, a vos me dirijo nuevamente, oh espinas consagradas por la sangre del Hijo de Dios: ¡traspasad mi cabeza y hacedme sentir siempre el dolor de haber ofendido un Creador tan bueno!

 

Y vos, Señor Jesús, que tanto padecisteis para desprenderme de las criaturas y de mi mismo, haced que yo pueda decir en verdad que no soy más mío, sino solo de Vos y todo vuestro.

 

¿Oh mi Salvador afligido, oh Rey del mundo, a qué os veo reducido? ¡A representar el papel de rey de teatro y de dolor, a ser la burla de toda Jerusalén! De tu cabeza traspasada, la sangre corre sobre tu rostro y tu pecho. ¡Oh mi Jesús, yo considero la crueldad de esa gente que no se satisface con haberos desollado de los pies hasta la cabeza, y ahora os atormentan con nuevos ultrajes y desprecios! Pero admiro mucho más vuestra mansedumbre y vuestro amor que todo lo que sufres y aceptas por nosotros con tanta paciencia.

 

2- Arrepentimiento y retribución de amor

Ah, mi Jesús, con mis malas inclinaciones a las cuales di consentimiento, ¡cuántas espinas junté a esa corona! Desearía morir de dolor; perdonadme por los méritos de aquellos dolores que soportasteis injustamente para perdonarme. Ah, mi Señor, tan dilacerado y vilipendiado, Vos os sobrecargáis con tantos dolores y desprecios para moverme y compadecerme de Vos y para que os ame al menos por compasión y no os cause más disgustos.

 

Basta, mi Jesús, no insistáis en padecer más, ya estoy persuadido del amor que me tenéis y yo os amo con toda mi alma. Veo, sin embargo, que para Vos no es bastante, no estáis saciado de penas, lo estarás solamente después de veros muerto de dolor en la cruz. ¡Oh bondad, o caridad infinita, infeliz el corazón que no os ama!

 

III –SUFRIR CON CRISTO ES LA GARATNÍA DE NUESTRA SALVACIÓN

Hablar de paciencia y de sufrir es tratar de algo que los amantes del mundo no practican y ni siquiera entienden. Solamente las almas que verdaderamente aman a Dios lo comprenden y lo ponen en práctica. San Juan de la Cruz decía a Jesucristo: “Señor, yo nada más os pido sino padecer y ser despreciado por Vos”. Así hablan los santos extasiados por Dios, y así hablan porque saben muy bien que un alma no puede dar prueba más segura de su amor para con Dios que padeciendo voluntariamente para agradarle.

 

1- La mayor prueba de amor a Cristo por nosotros.

Porque esta fue la mayor prueba que Jesucristo nos dio del amor que nos tiene. Él, como Dios, nos amó al crearnos, enriqueciéndonos con tantos bienes, llamándonos a gozar de la misma gloria que Él goza, mas, en ningún otro punto, nos muestra mejor de cuanto nos ama que haciéndose hombre y abrazando una vida penosa y una muerte llena de dolores e ignominias por amor a nosotros.

 

Y nosotros, ¿Cómo demostramos nuestro amor a Jesucristo? No pensemos que Dios se complace en nuestro sufrimiento, Él no es un Señor de índole cruel que se satisface viendo gemir y sufrir sus creaturas, por el contrario, es un Dios de bondad infinita, inclinado a vernos plenamente contentos y felices, es repleto de dulzura, de afabilidad y compasión para con los que recurren a Él.

 

Pero nuestra infeliz condición de actuales pecadores y la gratitud que debemos al amor de Jesús, exigen de nosotros, por su amor, que renunciemos a los deleites de este mundo y abracemos con ternura la cruz que nos destina a llevar detrás de Sí en esta vida, yendo Él al frente con una cruz más pesada que la nuestra.

 

Dios quiere llevarnos a gozar un día la felicidad eterna, que por la paciencia, expiemos nuestras culpas y merezcamos la gloria del Cielo a la cual estamos destinados.

 

2- Sufrir con paciencia para alcanzar la salvación

Debemos, por consiguiente, colocar toda nuestra esperanza en los merecimientos de Jesucristo y esperar de Él todos los auxilios para vivir santamente y salvarnos; no podemos dudar de su deseo de vernos santos: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts 4,3).

 

Tengamos presente que la pasión de Cristo fue plenísima en cuanto a su valor y suficientísima para salvar a todos los hombres. Sin embargo, para que los merecimientos de la pasión sean aplicados a nosotros, Santo Tomás dice que debemos cooperar con nuestra parte y sufrir con paciencia las cruces que Dios nos envía para asemejarnos a Jesucristo, nuestra cabeza, según lo que escribe el mismo Apóstol a los romanos: “Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. ” (Rm 8,29).

 

Así, conscientes que la virtud de nuestras buenas obras, satisfacciones y penitencias nos vienen de la satisfacción de Jesucristo, consultemos nuestro corazón y veamos cómo estamos aceptando los sufrimientos y penas permitidos por la Providencia Divina en nuestra vida. ¿Estamos, en consecuencia, caminando rumbo a nuestra santificación o alejándonos de ella?.

 

Pidamos a la Santísima Virgen, Madre Dolorosa, que nos ayude a tener clara noción de esta importante postura que Dios desea de cada uno de nosotros.

 

CONCLUSIÓN

Terminemos nuestra meditación volviéndonos para la Señora de Fátima, Madre Santísima del Redentor y pidamos a Ella que presente a su Divino Hijo nuestro firma propósito de enmendarnos de nuestras faltas e infidelidades, que contribuyeron para tejer la cruel corona de espinas que tanto lo hicieron sufrir. Tomad, oh Madre de Misericordia, nuestros corazones arrepentidos y ofrecedlos a Jesús, como señal de reparación por los dolores que tanto Le causamos. Por vuestras manos inmaculadas, sabemos que él no los rechazará y los ha de santificar plenamente, inundándolos con los infinitos méritos de la Redención.

 

Dios te Salve, Reina y Madre…

 

Referencia bibliográfica:

Basado en:

Santo Afonso Maria de Ligório, A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo Piedosas e edificantes meditações sobre os sofrimentos de Jesus, traduzidas pelo Pe. José Lopes Ferreira, C.Ss.R.

 

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