Un seminario del Cielo

Publicado el 03/13/2019

El Dr. Plinio amaba de tal modo Europa que, si viajase hacia allá en barco, tendría voluntad de besar el suelo del muelle del primer puerto europeo donde la embarcación anclase, porque es la única parte del mundo donde la sangre de Cristo y las lágrimas de María generaron una civilización católica.

 


 

Jardín del Castillo de Chenonceau, Francia.

Al tratar respecto de las bellezas de Europa, es preciso evitar dar la idea de que es un lugar como Brasil, pero donde hay castillos y palacios como Chenonceau, Versalles, o algunos que existen a lo largo del Rin. Por lo menos en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, esas bellezas existían en cuanto siendo el punto alto de toda una vida común en que, en punto menor y de maneras diferentes, había también bellezas más simples

 

Un castillo elevado, noble, digno

 

De manera que no eran como aquellas montañas en el camino de Teresópolis, que, geográficamente hablando, son únicas, salen directamente del suelo. Europa constituía, por así decir, una “cordillera” altísima en la cual, para que hubiera los “picos” de que hablamos, debían existir muchas otras elevaciones en la vida cotidiana, más o menos en aquella altura, formando, por tanto, todo un ambiente, un estilo y un tenor de vida de un continente.

 

Por ejemplo, así como existe Chenonceau, existen centenas de castillos en grados menores muy bonitos, casas antiguas señoriales, residencias populares y aldeas que, en cuanto tales, son superiores a la pequeña ciudad brasileña, así como Chenonceau es superior a la más bonita casa que haya en Brasil. Ese aspecto es importantísimo, y sin él no se comprende verdaderamente Europa.

 

Aspectos del Castillo de Chenonceau.

Entonces, llegando a la casa de un pequeño burgués de Múnich, que tiene panecillos de leche, se encontrarán jarros para beber cerveza, cuchillos con mango de asta de venado y una porción de otros objetos otrora accesibles a todo el mundo, pero que para los padrones actuales son superiores al nivel común de las personas.

 

Por lo tanto, hubo un tiempo en que todo el tenor de vida era diferente, y Europa es un continente donde queda todavía mucho de eso y fue posible al hombre realizar en la tierra, no propiamente un mundo de cosas agradables, más de maravillas, de cosas arquitectónicas sapienciales capaces de hablarnos del cielo, y que, de rebote, también eran agradables.

 

Muchas veces se comentan bellezas de Europa, como el Castillo de Chenonceau, diciendo: “¡Mire que agradable es estar aquí!”

 

Ahora, este aspecto agradable no es un criterio profundo. Es preciso afirmar lo siguiente: “Mire como es elevado, noble, digno, y como eso engrandece al hombre. “¡¿No parece un mundo irreal?!” Ese mundo “irreal” es la imagen del Cielo.

 

Deseo de realizar la maravilla en la Tierra

 

Se debe acentuar que esos son valores religiosos, por causa del aspecto simbólico que tienen tales cosas. El paraíso celeste, considerado en su realidad material, es un lugar donde Dios hace cosas magníficas para que el hombre viva sumergido en un mundo de materia que le habla de Dios, en cuanto su alma goza de la visión beatífica. Es tan necesario que el hombre alimente su espíritu con Dios, no solamente en la consideración de las cosas directas de la Religión, sino también a propósito del mundo temporal y del mundo de la materia, que hasta en el cielo eso va a ser así.

 

Precisamos comprender, por lo tanto, que hubo una virtud, llevada por el europeo medieval a un grado inimaginable, que fue exactamente el deseo de realizar la maravilla en la tierra.

 

Además, aquellos monumentos griegos tenían de interesante lo siguiente: expresaban el deseo de hacer un Olimpo en la tierra. Las construcciones de los griegos son hechas más para ser habitadas por semidioses que por hombres. Había una cierta idea de hacer un mundo de maravilla. De suerte que Europa es una especie de mito realizado, y que la Religión Católica la elevó a un seminario del Cielo.

 

Aspectos del Castillo de Chambord, Francia.

La mayor maravilla de Europa, por donde era propiamente maravillosa, no consistía tanto en el fruto producido y dejado por ella, sino en el espíritu, el contacto con las almas sedientas de maravilloso, en las cuales se sentía mucho más eso que en aquello por ellas realizado, porque el efecto es siempre menor que la causa. Los hombres y la sociedad, que elaboraron esas maravillas, las tenían en grado enormemente mayor que las cosas por ellos dejadas.

 

Bellezas como factor de santidad

 

Por ejemplo, la corte de Luis XIV era mucho más fina que Versalles, San Luis IX era enormemente más la Sainte Chapelle que ella misma. Como también San Francisco de Asís, incomparablemente más que el Eremo delle Carceri, pues el efecto nunca manifiesta todo cuanto está dentro de la causa. En esa causa, el efecto existe de un modo embelesador. Entonces, al considerar Europa, se trata de imaginar las virtudes, las cualidades de alma, el ambiente moral otrora allí existentes.

 

Los historiadores, en general, resaltan los defectos y omiten todo cuanto hacía posible la realización, por ejemplo, de Versalles y tantas otras bellezas, que duraron siglos y aún se encuentran en los días de hoy.

 

Ahora, es claro que había una estructura moral, virtudes, capacidades sin las cuales aquello no sería posible.

 

No se concibe, por ejemplo, un nababo que actualmente construya un palacio como el gran Trianon de Louis XIV. Aunque costase incomparablemente más barato que un rascacielos moderno, no se construiría, porque había cualidades de alma que en el hombre contemporáneo ya no existen.

 

Debemos, pues, procurar conocer esa alma y considerar tales bellezas como factor de santidad, como atmósfera orientada al Reino de María, y sumergirse en el lado religioso de la cuestión, porque ese es el aspecto más profundo. Por lo tanto, ver como de la Sangre infinitamente preciosa de Nuestro Señor Jesucristo, de las lágrimas de Nuestra Señora se generó, por la correspondencia a la gracia, un mundo entero apetente de eso. Tendríamos voluntad de que al llegar a la Europa sacrosanta que creó esas maravillas, besar el suelo del muelle del primer puerto europeo donde nuestro navío parase, porque es la única parte del mundo donde la Sangre de Cristo y las lágrimas de María generaron una civilización.

 

Interior de la Sainte Chapelle, París, Francia.

Sin duda, el Escorial es muy bonito. ¡Mas que encanto pensar en Felipe II leyendo, en uno de los salones de aquel palacio, una carta de Santa Teresa! Y deshaciendo, por ejemplo, las maniobras de un nuncio gordinflón, bonachón, renacentista y contrario a la reforma del Carmelo. Aquí está el meollo, porque Felipe II era más Escorial de que todo el Escorial. Y Santa Teresa aún más, pues ella era el “Escorial” del Cielo, en cuanto Felipe II era el de la Tierra mirando para el Cielo.

 

Así nosotros tenemos la visualización completa y más profunda, pues toca en lo religioso, en lo sacral, reconociendo y afirmando que nada es válido, nada es auténtico si no brota de una verdadera visión de la Religión Católica, que los santos tuvieron en sus conventos, en sus Órdenes religiosas, en fin, en las instituciones de la Santa Iglesia Católica.

 

Es preciso aprender a amar el Paraíso celeste en esta Tierra

 

En esa perspectiva, comprenderemos que Versalles, por ejemplo, en sus buenos aspectos, pues allí no todo era bueno…, estaba presente en el alma de San Luis IX, de San Vicente de Paul, que vivió en el tiempo de Luis XIII, de los santos que vivieron en la época de Luis XIV. Porque en sus aspectos virtuosos, Versalles nació de la Iglesia –receptáculo y fuente de todas las virtudes – y, en cuanto tal, tenía que estar contenido en el espíritu, en la mentalidad y en el modo de ser de las instituciones y de los hombres sagrados, que infundieron en aquella gente el espíritu católico.

 

El Gran Trianon de Luis XIV.

Esta unión entre Europa y la Religión Católica me habla hasta el fondo del alma y es indispensable para comprender la Historia de la Iglesia. De este modo, tenemos una visión católica de Europa y una perspectiva de la Iglesia, meditada en función de la obra realizada por ella, lo que proporciona una ampliación de la propia visión de la Esposa de Cristo.

 

El error de los que no aceptan esa visión es querer para esta Tierra una especie de “visión beatífica”, la cual es el contacto con la Iglesia, sin esa especie de “paraíso celeste”, la Civilización Cristiana. Es fundamentalmente errado concebir una religión desligada de esa modelización celeste de la Tierra, cuando en el propio cielo vamos a tener un cuadro material que sustenta la naturaleza humana, por causa de la psicología y de la estructura del hombre.

 

Alguien podría objetarme: “¿Pero lo puramente celestial no es más alto que lo terreno?”

 

Yo respondo: es evidente que es. Basta hablar de celeste para que lo terrestre quede como que pulverizado, no es necesario decir más.

 

“¿Entonces por qué Ud. se embelesa con esa unión?”

 

Porque es por medio de ella que yo tengo la perspectiva entera de lo celeste, que es lo embelesador; ahí está la cuestión.

 

Inclusive en el Cielo, sin la unión entre los datos del Paraíso celeste y la visión beatífica, no tendríamos todo cuanto nuestra naturaleza pide para contemplar la perfección de Dios. En último análisis, el Paraíso celeste es necesario, y es preciso aprender a amarlo en la Tierra.

 

Palacio del Escorial, España.

(Extraído de conferencia probablemente de 1969)

 

 

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