Comentario al Evangelio – Domingo XXII del Tiempo Ordinario – ¿Antídoto para la vanagloria?

Publicado el 08/26/2016

 

– EVANGELIO –

 

Al entrar un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos, ellos le estaban acechando. Al observar cómo elegían los invitados los primeros puestos, les propuso una parábola. “Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido invitado por aquel otro más distinguido que tú, y el que os invitó a ti y a él, te diga: ‘Cede el sitio a éste', y entonces tengas que ir lleno de vergüenza a ocupar el último lugar. Al contrario, cuando seas invitado, ve a sentarte en el último lugar, para que cuando venga quien te invitó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba'. Esto será para ti un honor ante todos los comensales. Porque todo el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado”.

Dijo también al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos también te inviten y recibas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque ellos no pueden corresponderte: se te recompensará en la resurrección de los justos” (Lc 14, 1.7-14).

 

 


 

Comentario al Evangelio – Domingo XXII del Tiempo Ordinario – ¿Antídoto para la vanagloria?

 

En diversas ocasiones el Divino Maestro nos alerta contra el orgullo, cuyos efectos padecemos todos, infelizmente. ¿Cómo combatirlo con eficacia? ¿Y en qué consiste la verdadera humildad? Muchos, por error, la confunden con mediocridad.

 


 

I – Choque entre dos modos de ser

 

Uno de los mejores modos de comunicarnos con Dios en esta tierra de exilio y disfrutar anticipadamente de la visión beatífica, consiste en contemplar los símbolos del Creador puestos en el universo, pues “sus atributos invisibles – su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras” (Rm 1, 20). Es decir, nos ha sido dado, siempre que lo queramos, el poder ver al Invisible en lo visible, al Infinito en lo finito, al Creador en las criaturas.

 

“Éste es el Cordero de Dios”

 

Por eso, la Divina Providencia dispuso que hubiera en la naturaleza una abundancia de símbolos de gran expresividad, algunos de los cuales fueron aplicados al propio Hijo de Dios, para que le conociéramos mejor y le amáramos más.

 

Él mismo se presenta como la vid cuyos sarmientos dan mucho fruto (Jn 15, 1-5), y como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11-16).

 

Es el Mesías también llamado León de la tribu de Judá (Ap 5, 5), manifestándose como tal al reprender con severidad a los fariseos (Mt 23, 13-33) y cuando “comenzó a expulsar a los que allí vendían y compraban” (Mc 11, 15).

 

No obstante, Jesús, a lo largo de su vida y sobre todo en la hora suprema de su Pasión y Muerte, fue predominantemente el Divino Cordero. No sin razón, durante la Celebración Eucarística, memorial del Sacrificio del Calvario, el sacerdote presenta a los fieles la Hostia consagrada, antes de la comunión, diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.

 

La Santa Iglesia eligió este símbolo de Cristo, entre otros innumerables más, por ser el de mayor significación para tan sagrado momento.

 

 

2.jpg

 

Humildad y mansedumbre

 

La liturgia que comentaremos hoy realza estos aspectos del alma de Nuestro Señor, y la aclamación al Evangelio nos invita a imitarle: “Aprended de mí, que soy manso y humilde corazón” (Mt 11, 29).

 

Ahora bien, Él es mucho más que eso, ya que esas virtudes, las cuales el hombre lucha por practicar, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad las posee en esencia: Jesús es la humildad y la mansedumbre.

 

Quien sea verdaderamente humilde también será manso, tendrá espíritu flexible, estará dispuesto al servicio o a la obediencia hacia su hermano, se preocupará más de los demás que de sí mismo, aceptará con alegría cualquier humillación o maltrato, y cuando se percate de un defecto en la actitud del otro, rezará por éste e intentará no descubrir lo percibido.

 

Así practicará una forma noble y elevada de caridad para con el prójimo.

 

En sentido opuesto, al orgulloso le gusta asumir una postura de superioridad, tendiendo a despreciar a los demás y dejándose llevar por la envidia cuando se da cuenta de una cualidad en los otros. Con su temperamento difícil e intrigante se acaba volviendo una persona de trato problemático, a quien todos evitan.

 

Este era el caso de los fariseos del Evangelio que hoy comentamos. Presuntuosos cumplidores de innumerables preceptos formales, hacían uso de la Antigua Ley para sobresalir y ocupar los primeros puestos en la sociedad. Entre ellos y el resto del pueblo había un verdadero abismo, todo construido de discriminación y desdén.

 

II – “El que se humilla será exaltado”

 

Un sábado anterior al episodio relatado en este pasaje del Evangelio, o quizá el mismo día, Nuestro Señor curó a una mujer que “estaba encorvada y no podía enderezarse en modo alguno” (Lc 3, 11) hacía ya dieciocho años.

 

Tal curación provocó un verdadero griterío entre los fariseos, para quienes Jesús había despreciado la Ley violando el reposo sabático.

 

Pero el Divino Maestro les dio una respuesta que los llenó de confusión: “¡Hipócritas! ¿No desata cualquiera de vosotros su buey o su asno del pesebre en sábado y lo lleva a beber?” (Lc 13, 15). El pueblo, en cambio, se entusiasmaba ante los milagros de Cristo (cf. Lc 13, 17).

 

En consecuencia, el prestigio de Jesús de Nazaret crecía en toda Palestina y muchos lo consideraban un gran profeta, surgido por fin después de cuatrocientos años de silencio del Cielo.

 

Invitación malintencionada

 

Al entrar un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos, ellos le estaban acechando.

 

El Evangelio de hoy nos presenta a Nuestro Señor invitado a almorzar en casa de uno de los jefes de los fariseos, ciertamente a pedido de éste.

 

La invitación, honrosa en apariencia, había sido hecha con el objetivo de analizarlo más de cerca y así poder tenderle una trampa. “Ellos le estaban acechando, insidiosamente, por si notaban en Él algo reprensible, en la palabra o en la conducta: le invitan para rendirle honor, y le espían como a un enemigo”, apunta el Cardenal Gomá. 1

 

La actitud del Cordero de Dios fue muy distinta: aceptó la invitación movido por el deseo de hacerles bien. Conocía desde la eternidad la escena que allí iba a desarrollarse y ansiaba el momento de poder indicarles a esas almas enceguecidas por el orgullo el verdadero camino hacia el Reino de los Cielos. 2 Como señala el P. Duquesne, “Jesús tuvo la tierna complacencia de acudir, con intención de aprovechar esa coyuntura para edificar, instruir, persuadir y, de ser posible, conquistar en la verdad a quienes serían sus comensales”. 3

 

Delirio farisaico por los primeros puestos

 

Al observar cómo elegían los invitados los primeros puestos, […]

6.jpg

Presuntuosos cumplidores de

innumerables preceptos formales,

los fariseos hacían uso de la Antigua

Ley para sobresalir y ocupar los

primeros puestos.

En aquellos banquetes las mesas se ordenaban en forma de “U” para facilitar el servicio.

 

Los comensales se acomodaban a lo largo del borde exterior, mientras que el puesto principal, justo en el centro, quedaba reservado a la autoridad o a la persona a quien se quería homenajear.

 

A su derecha se encontraba el anfitrión, a su izquierda el primero de los invitados, y el resto de los invitados iban ocupando sus respectivos lugares sucesivamente, en orden decreciente de importancia, hasta los extremos de la mesa.

 

Naturalmente, ningún escriba o fariseo quería esos últimos puestos; al contrario, disputaban los lugares de honor con avidez y sin disimulo.

 

Los problemas de precedencia eran tan vivos entre ellos que Nuestro Señor llegó a recriminarles públicamente ese defecto: “¡Ay de vosotros, fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y los saludos en las plazas!” (Lc 11, 43).

 

Para ilustrar la exacerbada ansia de prestigio que les consumía, Fillion relata un curioso episodio extraído del propio Talmud: “Un día que el rey asmoneo Alejandro Janeo daba una comida a varios sátrapas persas, hallábase entre los convidados Simeón ben Chetach. Apenas el rabino entró en la sala del festín, fuese derecho a sentarse entre el rey y la reina, en el sitio de honor. Y como le reprendiesen aquella arrogante intrusión, respondió al punto: ‘¿No está escrito en el libro de Sirach: Honra la sabiduría y ella te honrará? ¡A tanto llegaba la infatuación de los doctores israelitas en aquel tiempo!”. 4

 

Ahora, siendo los invitados a ese banquete miembros de la secta de los fariseos, conforme iban llegando ya comenzaban a hacer maniobras para quedarse lo más próximo posible del anfitrión y así satisfacer su orgullo desenfrenado.

 

Arrebatados por el delirio de figurar, disputaban la prioridad entre sí sin el menor recato, alegando cada cual a su favor argumentos como la edad, la relevancia de su linaje o hasta la sabiduría, como vimos más arriba. Poco les interesaba escuchar una enseñanza o admirar a quien fuese; el único criterio que les importaba era ser objeto de los elogios y de la consideración de los presentes.

 

Tanto les ofuscaba el egoísmo, que no advirtieron la presencia en el salón del banquete de Alguien que, en cuanto hombre, era de estirpe real, descendiente de David; y en cuanto Dios, era el Creador del Cielo, de la Tierra, del alimento que iban a servir e incluso de los comensales mismos.

 

Cristo, sin embargo, se sienta a la mesa con modestia, sin exigir en ningún momento una muestra del respeto debido a su Persona.

 

Delicada manera de reprender

 

…les propuso una parábola. “Cuando seas invitado por alguien a una boda […]”

 

Tal vez haya ocurrido en ese banquete una escena semejante a la descrita poco después en la parábola, motivo por el cual Jesús prefirió hablar en abstracto, refiriéndose a una hipotética fiesta de una boda; de esta forma evitaba poner en un aprieto a los demás invitados. Es la opinión del Cardenal Gomá, quien califica el uso de este recurso literario como “manera delicada de reprender a los presentes”. 5

 

Según San Ambrosio, el Salvador los amonesta “con dulzura, para que la fuerza de la persuasión lograra suavizar la aspereza de la corrección y también con el fin de que la razón ayudase a la persuasión y la advertencia corrigiese el orgullo”. 6 Analizando el mismo hecho desde otro ángulo, Fillion observa: “Jesús localiza de industria la escena en un convite de bodas, porque entonces, en las clases acomodadas, se guarda más rigurosamente la etiqueta”. 7

 

El Padre Tuya agrega: “El banquete de bodas al que Él apunta es el reino mesiánico […]. Allí los primeros puestos estarán reservados a los que aquí fueron más humildes”. 8

 

“El que se exalta será humillado”

3.jpg

Quien es humilde también es manso,

tiene espíritu flexible, está dispuesto

al servicio o a la obediencia hacia su

hermano, se preocupará más de los

demás que de sí mismo.

“…no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido invitado por aquel otro más distinguido que tú, y el que os invitó a ti y a él, te diga: ‘Cede el sitio a éste', y entonces tengas que ir lleno de vergüenza a ocupar el último lugar”.

 

Para enfatizar los inconvenientes del orgullo, Nuestro Señor empieza mostrando a los fariseos que sus ansias por ocupar los primeros sitios eran muy contraproducentes, incluso bajo una mirada meramente natural. Porque según enseña San Cirilo de Alejandría, “el subir pronto a los honores que no merecemos, da a conocer que somos temerarios y hace a nuestras acciones dignas de vituperio”. 9

 

Entenderemos mejor esta parábola si pensamos que la convivencia social no se regía según los principios de cortesía introducidos por la benéfica influencia del Cristianismo. En aquella época, la ausencia de bondad se hacía sentir en las relaciones humanas, gobernadas por la Ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Por ende, el trato entre los hombres llevaba la marca del egoísmo y la dureza. Cada cual no buscaba más que sus propios intereses.

 

Si el invitado de la parábola hubiera elegido el último asiento, por cautela, habría sido honrado por el anfitrión; en cambio, la búsqueda imprudente de la vanagloria le acarreó una humillación pública. Es interesante notar, en este sentido, con el Cardenal Gomá, “el contraste entre el que baja, lleno de confusión, y el que sube, lleno de honor, y entre las palabras duras dichas al primero y las suaves con que se invita al segundo a mejorar de puesto”. 10

 

Mucho más allá de las normas de cortesía terrenas

 

“Al contrario, cuando seas invitado, ve a sentarte en el último lugar, para que cuando venga quien te invitó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba'. Esto será para ti un honor ante todos los comensales. Porque todo el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado”.

 

Bien observa Fillion que, ciertamente, Jesús no quiso con esta parábola dar sencillamente “una regla de urbanidad mundana y de buenos modales, basada en motivos egoístas, es decir, en sustituir una grosera vanidad con un orgullo refinado”. 11

 

Para el Venerable Beda, detrás del envoltorio de la parábola se descubre una clara amonestación: “Todo aquel que invitado viniese a las bodas de Jesucristo y de la Iglesia, unido a los miembros de la Iglesia por la Fe, no se ensalce como si fuese superior a los demás, ni se gloríe por sus méritos; sino que cederá su lugar al que sea más digno, convidado después y que le aventaja en el fervor de los que siguen a Jesucristo y con modestia ocupará el último puesto conociendo que los demás son mejores que él en todo lo que se creía superior”. 12

 

Las enseñanzas del Divino Maestro, muchas veces envueltas en lenguaje figurado, sobrepasan de lejos las meras normas de cortesía terrenas, como pone en evidencia ese santo monje benedictino: “Porque ni todo el que se ensalza delante de los hombres es humillado, ni todos los que se humillan en su presencia son ensalzados por ellos. Pero el que se eleva por su mérito será humillado por el Señor; y el que se humilla por sus beneficios será ensalzado por Él”. 13

 

El que se humilla será exaltado. El mejor ejemplo de eso estaba allí, frente a los fariseos, tratándolos con la suavidad de un cordero, Quien “se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2, 7-9).

 

El que se exalta será humillado. Sin embargo, los que disputaban los primeros lugares, ensoberbecidos, y buscaban tender trampas a Nuestro Señor, corrían el riesgo de ser humillados en esta misma vida, o peor aún, en la eternidad por el justo Juicio de Dios.

 

III – Buscar la recompensa en el propio Dios

 

Dijo también al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos también te inviten y recibas tu recompensa”.

 

Después de corregir el orgullo de los fariseos, Nuestro Señor se dirige al anfitrión a fin de darle un consejo. Sin duda que éste había invitado solamente a los que pudieran serle de algún provecho más tarde. Para Eutimio, incluso la invitación al Señor fue realizada “por cierta ambición de mostrarse como distinto de aquellos que parecían quererlo mal”. 14 Además, como explica el padre Truyols, la presencia de Jesús de Nazaret en esa casa daba buen nombre al anfitrión frente al pueblo, que por entonces tenía un alto concepto del Divino Maestro. 15

 

Sin embargo, Nuestro Señor le enseña al dueño de la casa a no proceder con los demás movido por cálculos pragmáticos e interesados. Porque cualquier acción que el hombre realice sólo para satisfacer su egoísmo es recompensada en este mundo cuando logra el aplauso o la aprobación de los demás y pierde todo mérito para la vida eterna. 16

 

 

4.jpg

Cuando hagamos el bien al otro sin esperar

que nos lo pague, el propio Dios nos dará el

premio.

 

 

Por eso aconseja San Juan Crisóstomo: “No nos turbemos, por tanto, cuando no recibamos el pago de nuestros beneficios, sino cuando lo recibamos; porque si lo recibimos aquí, nada recibiremos allí; pero si los hombres no nos pagan, Dios nos lo pagará”. 17

 

“Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque ellos no pueden corresponderte: se te recompensará en la resurrección de los justos”.

 

Cuando el Señor incentiva a este jefe de los fariseos para convidar “a los pobres, a los tullidos, a los cojos, a los ciegos”, le recrimina su egoísmo con toda suavidad. Más que eso, sienta el principio de que para recibir recompensa en el Reino de los Cielos es preciso ser generoso con el prójimo en esta tierra, sin esperar de él la restitución del beneficio otorgado. 18

 

Practicar el bien pensando en la retribución transforma las relaciones humanas en mero comercio regulado por los principios de los antiguos contratos romanos paganos: “do ut des” (doy para que me des), o “do ut facias” (doy para que hagas). En efecto, pregunta el padre Duquesne: “¿Cuál es la liberalidad ejercida por los mundanos? Una liberalidad interesada: no se da más que para recibir, sólo se da a quien sepa pagar con igual moneda. Una liberalidad protocolar, que causa frecuente murmuración en quien se ve obligado a ella, y en la cual no cabe motivo alguno de caridad ni de religión; en fin, una liberalidad de placer y ostentación”. 19

 

En cambio, cuando hagamos el bien al otro sin esperar que nos lo pague, el propio Dios nos dará el premio. Y Él nunca se deja vencer en generosidad. Esta doctrina resultaba durísima para esos hombres materialistas, orgullosos y oportunistas; pero frente a sí tenían a Alguien que, como ejemplo vivo, la pondría en práctica hasta el último extremo, aceptando cual cordero los sufrimientos de la Pasión y dejándose crucificar sin un solo lamento por el pueblo a quien hiciera tanto bien y a favor del cual obrara tantos milagros.

 

IV – Humildad y admiración

 

Cuando Dios puso en los hombres el instinto de sociabilidad, quiso que ellos se ayudasen mutuamente a practicar el bien, convirtiendo las relaciones sociales en manantial continuo de fervor espiritual. Por lo tanto, en una sociedad orientada a la práctica de la virtud, los inferiores admirarían y venerarían a sus superiores y éstos se lo retribuirían con afecto y ternura.

 

Entre todos reinaría la unión, la armonía y la paz.

 

Pero el pecado original introdujo en el hombre una virulenta tendencia a la soberbia, la cual está en la raíz de todos los pecados. Cuando no se combate esta inclinación, la relación entre los hombres se degrada al nivel de un mercado de vanidades y egoísmos, verdadera cascada de desprecios, como la que vemos retratada en el banquete descrito en el Evangelio de hoy.

 

Sutil forma de orgullo

 

Para entender bien en qué consiste la práctica de la virtud de la humildad que nos recomienda Nuestro Señor hacen falta algunas aclaraciones, porque no es raro encontrar personas que, en nombre de una modestia malentendida, se vuelven mediocres y no hacen rendir los talentos recibidos de Dios.

5.jpg

“Andamos en verdad” cuando, como

María en el Magníficat, reconocemos

nuestra completa dependencia del Creador.

La humildad consiste en “andar en verdad”, escribió Santa Teresa de Jesús. 20 “Andamos en verdad” cuando nos sometemos a Dios con espíritu de religión, somos agradecidos con Él, reconocemos nuestra completa dependencia del Creador y comprendemos que todo lo bueno que poseemos nos fue concedido por Él. Porque si de una parte existen en nosotros, infelizmente, defectos culpables o meras limitaciones naturales, de otra parte la Divina Providencia no dejó a nadie desprovisto de cualidades y dones, sean éstos mayores o menores.

 

Santo Tomás enseña que no existe oposición entre la humildad y la magnanimidad: “La humildad reprime el apetito para que no aspire a las cosas grandes sin contar con la recta razón, mientras que la magnanimidad lo empuja, también según el dictamen de la recta razón. Queda claro, pues, que la magnanimidad no se opone a la humildad, sino que ambas coinciden en conformarse a la recta razón”. 21 Son virtudes complementarias.

 

No caigamos, por tanto, en esa sutil forma de orgullo que se expresa al presentarse uno como el último de los hombres, incapaz de realizar cualquier acción de valor… Esto constituye falsa humildad, calificada por San Agustín como “gran soberbia”, porque con tal clase de fingimiento la persona aspira a obtener una gloria superior. 22 Y por lo demás, es muestra de ingratitud hacia los dones recibidos de Dios. Aceptemos, pues, con mansedumbre y ánimo lo que somos en verdad, analicémonos con total objetividad y no nos sublevemos frente a eventuales adversidades o hasta injusticias, antes sepamos usarlas como medio para reparar nuestras propias faltas.

 

Uno de los mejores medios para practicar la humildad

 

Un método muy eficaz y poco enseñado para combatir el amor propio consiste en admirar las cualidades que hacen a los demás superiores a nosotros, buscando en ellas los reflejos de las perfecciones divinas. Siendo todo hombre superior a los otros bajo cierto ángulo único y personalísimo, la admiración de dichos aspectos es uno de los medios más eficaces y mejores para combatir el amor desordenado a sí mismo y a la vanagloria.

 

Quien actúe así, practicará de manera excelente la virtud de la humildad y también el Primer Mandamiento, dado que el amor a todas las superioridades está en la médula de la práctica de la virtud de la humildad.

 

Por eso, quien quiera ser manso de corazón, que admire las cualidades de los otros; quien quiera ser desprendido, que admire la generosidad de los otros; quien quiera ser santo, que admire la virtud de los otros. En fin, admiremos todo cuanto sea admirable y obtendremos la recompensa de la paz de alma en esta tierra, y la eterna bienaventuranza en el Cielo.

 

La admiración, he aquí la gran lección del Evangelio de hoy.

 


 

1 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro – El Evangelio explicado. Barcelona: Casulleras, 1930, Vol. 3, p. 272. 

2 No comentaremos los versículos 2 al 6, donde se cuenta la curación del hidrópico, ya que no están incluidos en la liturgia de hoy; pero conviene tomar en cuenta que Jesús, aun dando esa prueba magnífica de su poder divino, mantiene la misma suavidad de Cordero en su trato con los fariseos. En vez de increparlos, como hizo en ocasiones previas, les habla con lenguaje interrogativo, casi como si pidiera consejo. 

3 DUQUESNE – L'Évangile médité. Lyon-Paris: Perisse Frères, 1849, vol. 3, p. 92. 

4 FILLION, Louis-Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Vida pública. Madrid: RIALP, s/f, vol. 2, p. 394. 

5 GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p. 273. 

6 SAN AMBROSIO – Exposit. In Lucas 7, 195, apud ODEN, Thomas C. y JUST Jr., Arthur A. – La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia – Evangelio según San Lucas . Madrid: Ciudad Nueva, 2000, vol. 3, p. 325. 

7 FILLION, op. cit., p. 395. 

8 TUYA, OP, Manuel de – Biblia Comentada – II. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, p. 864. 

9 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, apud STO. TOMÁS DE AQUINO – Catena Aurea 

10 GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p. 274. 

11 FILLION, op. cit., p. 395. 

12 SAN BEDA, apud STO. TOMÁS DE AQUINO – Catena Aurea 

13 Ídem. 

14 EUTIMIO, apud MALDONADO, SJ, Juan de – Comentarios a los Cuatro Evangelios – Evangelios de San Marcos y de San Lucas . Madrid: BAC, 1951, vol. 2, p. 637. 

15 FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, Andrés – Vida de Nuestro Señor Jesucristo, 2ª ed. Madrid: BAC, 1954, pp. 447-448. 

16 Sobre este asunto, ver comentarios del mismo autor en Heraldos del Evangelio nº 79, feb. 2010, pp. 11-18. 

17 SAN JUAN CRISÓSTOMO, apud STO. TOMÁS DE AQUINO – Catena Aurea 

18 Nótese, sin embargo, que “en esa parábola no se prohíbe cumplir los deberes de familia o de amistad” (GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p. 274). Por otro lado, “caería en singular yerro quien interpretase a la letra todas sus circunstancias. No le pasó a Jesús por la mente alterar las relaciones sociales en lo que tienen de legítimo” (FILLION, op. cit., p. 395). 

19 DUQUESNE, op. cit., p. 96. 

20 SANTA TERESA DE JESÚS – Moradas sextas, Cap. 10, 5. In: Obras completas , 3ª ed. Burgos: El Monte Carmelo, 1939, pp. 617-618. 

21 STO. TOMÁS DE AQUINO – Suma Teológica , II-II, q. 161, a. 1 ad 3. 

22 Ídem, II-II, q. 161, a. 1, ad 2.

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->