¿Sabía usted…

Publicado el 06/13/2016

…POR QUÉ EL PELÍCANO ES SÍMBOLO DE LA EUCARISTÍA?

 

La iconografía cristiana abarca un rico conjunto de símbolos que reflejan realidades espirituales, cuyo elevado significado es explicitado en cierta manera por figuras terrenas. Especialmente presente en ese conjunto se encuentra la Eucaristía, fuente de vida de la Iglesia. Y entre las diferentes representaciones que la ilustran, hay una que llama la atención de un modo particular: la del pelícano extrayendo de su pecho el alimento para darles de comer a sus crías.

 

Pelícano alimentando a sus crías con su propia sangre

Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción da Praia,

Salvador de Bahía (Brasil)

Este símbolo tiene su origen en una antigua leyenda muy difundida en los bestiarios medievales, según la cual el pelícano, en tiempos de escasez, nutría a sus pequeños con la sangre que sacaba de su pecho con su propio pico. Tan admirable comportamiento condujo a relacionar a esa ave con Jesucristo, el cual ofrece su propio cuerpo en la Eucaristía para alimentarnos. En los albores del siglo V, San Jerónimo ya se sirvió de ese simbólico significado cuando comentó el versículo 7 del salmo 101: “Me asemejo al pelícano del desierto; soy como búho entre las ruinas”. Siglos más tarde, inspiró una de las más bellas estrofas del himno Adoro te devote, en el cual Santo Tomás de Aquino exclama: “Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo sanguine. Cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere”, —Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame, a mí, inmundo, con tu sangre: de la que una sola gota puede liberar de todos

los crímenes al mundo entero.

 

El simbolismo eucarístico de esa ave también lo encontramos en numerosas obras de arte: esculturas, pinturas e incluso textos literarios, como el de la Divina Comedia, de Dante.

 

…CUÁL ES EL ORIGEN DE LA PALABRA “CAPILLA”?

 

En el rito de la comunión, en la Santa Misa, evocamos las palabras que el centurión romano le dijo a Jesús en Cafarnaún: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano” (Mt 8, 8). Pero éste no es el único soldado romano recordado con frecuencia en las iglesias.

San Martín comparte su capa con el

mendigo, por Jan van Hermessen

Museo Diocesano de Palencia (España)

A mediados del siglo IV, encontramos a San Martín de Tours (316-397), joven militar romano, alistado en la caballería imperial. Hijo de un oficial de alto rango del ejército, era catecúmeno de la Iglesia Católica y se preparaba para recibir el Bautismo. Al llegar a las puertas de Amiens, en la Galia, un día de riguroso invierno, halló a un mendigo desarropado y en situación de grave riesgo. Siguiendo literalmente las palabras del divino Maestro, Martín partió en dos su capa y le dio una mitad al necesitado. Aquella noche se le apareció el Señor en sueños cubierto con el trozo de capa que le había dado al menesteroso. Así le agradecía el divino Redentor su acto de generosidad.

 

Martín fue bautizado y más tarde se convertiría en obispo de Tours. Tanta era su fama de santidad que el otro pedazo de aquella capa —denominado en latín capella, es decir, trozo de capa— fue colocado en un relicario y custodiado en un oratorio donde los fieles lo podían ver y venerar mejor. En poco tiempo dicho oratorio empezó a ser conocido como la “capella”, y con el transcurso de los años este término acabó por designar a cualquier lugar de culto de reducidas dimensiones

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