La presentación de la Santísima Virgen María

Publicado el 11/20/2014

 

Pocas veces la Santísima Virgen es mencionada en las Sagradas Escrituras; en general, cuando esto ocurre, son narraciones breves y discretas, que no buscan realzar todo el importantísimo papel por ella desempeñado en el plan de la redención.

 


 

Ahora, siendo ella la hija predilecta del Padre Eterno, la madre admirable del Verbo

Encarnado, la esposa fidelísima del Espíritu Santo, reina de todo el universo creado – por lo tanto, de los ángeles y de los hombres –, medianera universal de todas las gracias, corredentora del género humano, abogada, omnipotencia suplicante en favor de los hombres y madre de la Santa Iglesia, entre tantos otros títulos de gloria que, por brevedad, aquí son omitidos.

 

Por qué ella habrá pasado tan  “desapercibida” a los ojos de los escritores sagrados?

 

Una primera razón, de fondo teológico­-pedagógico, por la cual la Santísima Virgen no se manifestó de forma extraordinaria en los comienzos da Iglesia, nos la explica San Luís María Grignion de Montfort: “En la primera venida de Jesucristo, María casi no aparece, para que los hombres, aún insuficientemente instruídos e informados sobre la persona de su Hijo, no se le apegasen demasiado y groseramente, apartándose así de la verdad. Y esto habría aparentemente sucedido debido a los encantos admirables con que el propio Dios le había adornado la apariencia exterior”[1].

 

Confirmando este principio, San Luís María Grignion cita el testimonio ocular de San Dionisio Areopagita, según el cual, “cuando la vio, la habría tomado por una divinidad, tal era el encanto que emanaba de su persona de belleza incomparable, si la fe […] no le enseñase lo contrario”[2].

 

Por otro lado, movida por su inconmensurable humildad, la Santísima Virgen eclipsaba sus excelsas perfecciones y grandezas no apenas a sus propios ojos, sino también a los de los demás, a fin de que fuesen conocidas apenas por Dios. Atendiendo a su ardentísimo deseo, “Dios providenció para que ella permaneciese oculta en su nacimiento, en su vida, en sus misterios, en su resurrección y asunción, pasando desapercibida a los ojos de casi toda criatura humana[3].

 

Aunque siendo la madre del Hijo Unigénito de Dios y reina de todo el universo, a quien todo poder fue dado por el Altísimo, con todo, la historia no registra milagro alguno visible y retumbante operado directamente por ella en su vida terrena. Sin embargo, “María es el santuario, el reposo de la Santísima Trinidad, donde Dios está mas magnífica y divinamente que en cualquier otro lugar del universo, sin exceptuar su trono sobre los querubines y serafines”[4].

 

Paraíso del nuevo Adán, en ella el Verbo se encarnó por obra del Espirito Santo y ahí operó maravillas incomprensibles a la reflexión de cualquier criatura. Ella es “el grande, el divino mundo de Dios, donde hay bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia de Dios, donde Él escondió, comio en su seno, su Hijo único y en Él todo lo que hay de más excelente y más precioso”[5].

Lugar de nacimiento

 

No se conoce, exactamente, dónde habrá nacido la Santísima Virgen. Cuatro son las ciudades que disputan este privilegio: Séforis –  la ciudad más importante de su área, distante apenas unos cinco kilómetros de Nazaret, y que llegó a ser la capital de la Galilea en tiempos de Herodes, entre los años 4 a.C. e 18 d.C. –; Belén, Jerusalén y Nazaret[6]. En esta última, la más probable de ellas, la encontramos por ocasión de la anunciación (Lc 1, 26­27) y sabemos también que allí tenía Nuestro Señor muchos familiares (Mc 6, 3). Según la tradición, la casa donde nació la Santísima Virgen está situada en el lugar que ocupa hoy la Basílica de la Anunciación[7].

 

De la estirpe de David

 

Nuestra Señora descendía de la casa de David, la nobleza más alta de su pueblo. Entre otros pasajes en los libros del Nuevo Testamento, esto es expresamente afirmado por el arcángel Gabriel, en la anunciación: “[…] y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre.” (Lc 1, 32).

 

San Pablo lo declara taxativamente: “[…] acerca de su Hijo, nacido de la descendencia de David según la carne” (Rom 1, 3); en los Hechos de los Apóstoles también se menciona claramente: “He hallado a David, hijo de Jesé, […]. Del linaje de éste, según su promesa, suscitó Dios para Israel un salvador, Jesús” (At 13, 22­ 23).

 

En el Antiguo Testamento Isaías, Jeremías y Sacarías habían profetizado, indudablemente, que el Mesías descendería de David. Ahora, esta afirmación no tendría procedencia si María no fuese hija de David, pues en la generación de Jesús no hubo coparticipación de San José.

 

Esto no impide que, por otro lado, San José también fuese miembro de la casa de David, conforme se dice claramente en otras partes del Evangelio (Lc 1, 27; 2, 4; Mt 1, 16). Añádase a esto la costumbre judaica, según la cual los esposos debían pertenecer a la misma categoría social. Además, el hecho de que ambos se dirigirán a Belén, ciudad de David, para registrarse allí, de acuerdo con el decreto del emperador César Augusto, es también otra evidencia a favor de pertenecer ambos a  la estirpe de David.

Los padres de Nuestra Señora

 

Las Sagradas Escrituras nada nos informan sobre los nombres de los padres de la Santísima Virgen. Lo poco que sabemos, o sea, que se llamaban Joaquín y Ana, nos es informado por el Protoevangelio de Santiago, escrito apócrifo (no autorizado)del siglo II, el cual contiene muchas exageraciones.

 

Sin embargo, es cierto que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, el pueblo cristiano los venera con estos nombres. Habiendo sido los elegidos por Dios para generar y educar a aquella que sería la madre del Verbo Encarnado, ellos tienen que haber sido elevados a un grado de santidad muy particular y a ellos tanbienn se les podría aplicar el elogio del evangelista a los padres de Juan Bautista: “Eran ambos justos en la presencia de Dios, irrepresibles caminaban en los preceptos y observancias del Señor” (Lc 1, 6).

Nacimiento y nombre de María

 

Tampoco sabemos con exactitud el día, mes o el año en que nació la Santísima Virgen. Con relación al día y mes de su nacimiento, la Iglesia estableció el día 8 de septiembre desde tiempos inmemoriales. En cuanto el año, podremos tener una idea aproximada si tomamos en cuenta los siguientes factores:

 

Dionisia el Exiguo[8] – Abad de un monasterio en Roma y gran amigo de Ocasionador ­­,

quien introdujo el uso del término “Era Cristiana” al rededor del año 525, realizó el cómputo de los años tomando como referencia la fecha de la Encarnación, la del 25 de marzo; se equivocó en este cómputo, atrasándol­o varios años (de 5 a 7 años, según los especialistas)[9];

 

 Si la Santísima Virgen contrajo el matrimonio con San José a los 13 o 14 años de edad, como era la costumbre general en esa época y si a esto añadimos los 5 ó 7 años del error

de Dionisio el Exiguo al fijar el año del nacimiento de Cristo, podemos concluir que la Santísima Virgen habrá nacido entre los años 21­ y 18 antes de nuestra era[10].

 

En cuanto al nombre, sus padres le pusieron Miryan, el cual acabó prevaleciendo entre los cristianos en su versión griega, María. Varios son los significados de este nombre, todos ellos muy adecuados a la Santísima Virgen tanto en su sentido propio cuanto alegórico, entre otros: Señora, exaltada, muy amada, mar amargo, estrella del mar (ó stilla maris, esto es, gota del mar), iluminada, mirra[11].

 

Su infancia y educación

 

Los autores discuten si ella, después su presentación en el Templo, habría vivido los años de su infancia y primera adolescencia en el Templo, versión que nos es presentada por el apócrifo Protoevangelio de Santiago. Contraria a esta versión, arguménta­se que la mayoría de los rabinos de entonces se oponían a la educación de las niñas, sin embargo hubiesen también algunos defensores de ello. El hecho concreto es que existían, en la Palestina de aquel tiempo, muchas escuelas elementales y avanzadas para niños, pero no se tiene conocimiento de su equivalente para el sexo femenino[12].

 

Este hecho histórico, sin embargo, nada interfiere con la fiesta litúrgica de la Presentación, pues ésta habla respecto más particularmente al voto de virginidad hecho por la Santísima Virgen, el cual se fundamenta en las propias palabras dichas por ella al arcángel Gabriel: “Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?” (Lc 1, 34). Ahora, como veremos por lo siguiente, en el momento de la Anunciación ella ya había sido dada como esposa a San José.

 

Por lo tanto, en lo que dice respecto a su educación, la opinión mas probable es que María recibió de sus padres la educación normal que se daba a las niñas de su época. Sin embargo, independiente del hecho de haber frecuentado ó no alguna escuela en particular, no resta la menor duda que ella conoció profundamente la historia del pueblo elegido y las profecías relativas al Mesías; participaba de las fiestas judaicas y del culto en las sinagogas los sábados, en los cuales eran leídos y comentados trechos de la Ley y

de los Profetas y se cantaban salmos; en unión con sus padres, ella también cumplía los preceptos de la ley que ordenaba ciertas peregrinaciones anuales al Templo, en Jerusalén, en cuyos trayectos se cantaban los salmos graduales, etc…[13]

 

Sobre todo, concebida sin pecado original y con toda la plenitud de la gracia que su naturaleza comportaba a cada momento, desde el primer instante de su existencia, y tomada por el Espíritu Santo, que la favorecía con los dones más extraordinarios en el orden de la naturaleza y de la gracia, en orden a su predestinación para la maternidad divina – ciencia infusa, sabiduría y altísimo discernimiento de los espíritus que la llevaba al conocimiento de toda la Historia de la humanidad y de los planos más recónditos de Dios para con esta, etc… –, ella ascendía continuamente a las más altas alturas de la contemplación mística, de la oración y de la comprensión de la Ley y de las profecías mesiánicas, conocimiento logrado por las comunicaciones divinamente inefables, incapaces de ser vislumbradas por cualquier otra criatura.

 

Estos años de su infancia y adolescencia, pasados en la completa soledad interior, tuvieron una influencia decisiva para hacer de ella la contemplativa silenciosa que “guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón”.

 

[14] (Lc 2, 19 e 51).

***

[1]MONTFORT, San Luis María Grignion de. Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. Petrópolis: Vozes, 1984. 13a. ed., No. 49. p.50.”

[2]Ibid., No. 49. p.51.

[3]Ibid., No. 2­3. p.17.

[4]Ibid., No. 5. p.19.

[5]MONTFORT, Op. Cit., No. 6. p.19.

[6]Cf. ROYO MARIN, Antonio. La Virgen María. Madrid: B.A.C., MCMLXVIII. p.4.

[7]Cf. GRUENTHANER, Michael J. María en el Nuevo Testamento. Mariología. Madrid: B.A.C.,MCMLXIV. p.84.

[8]Cf. THE CATHOLIC ENCYCLOPEDIA. Verbete: Dionysius Exiguus.

[9]Cf. ROYO MARIN. Op. Cit., p.6.

[10]Ibid., p.6.

[11]Ibid., p.6.

[12]Cf. GRUENTHANER. Op. Cit., p.84.

[13]Ibid., p.84.

[14]ROYO MARIN. Op. Cit., p.8.

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