San Juan Eudes: Combate a la tibieza y a la herejía

Publicado el 08/18/2017

Para evitar las tragedias y las apostasías causadas por la Revolución Francesa, Dios suscitó grandes santos como San Juan Eudes, que difundió con ardor la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María y fustigó enérgicamente los vicios y los errores doctrinarios de su tiempo. No se intimidó inclusive delante de Luis XIV, al censurar las costumbres de la corte de Versalles.

 


 

Al tratar de San Juan Eudes, conviene tomar en consideración que la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María suscitó, en los siglos XVII y XVIII, toda clase de movimientos destinados a evitar la Revolución Francesa. En el siglo XIX y durante una parte del XX, fue también la devoción propia de todos los contrarrevolucionarios.

 

San Juan Eudes.

Es necesario hacer notar que esa devoción, tan combatida por los jansenistas, es de una sustancia teológica extraordinaria, muy recomendada por los documentos pontificios y por varios santos.

 

Grandes plazas públicas se llenaban para oír sus prédicas

 

Veamos lo que dice una ficha 1 sobre este santo:

 

San Juan Eudes nació en Ri, pequeña ciudad de Normandía, el 14 de noviembre de 1601. Fue el hijo mayor del matrimonio de Isaac Eudes y Marta Corbin. Después de él, sus padres tuvieron cuatro hijas y dos hijos más. Familia profundamente religiosa, crecieron todos en un ambiente serio, impregnado de vida sobrenatural. Recibieron una excelente educación, orientada por las enseñanzas de la Iglesia.

 

En 1615, mientras era educado por los jesuitas de Caen, hizo voto de virginidad, se entregó a María Santísima y le consagró, desde entonces, un culto fervoroso. De la Universidad de Caen entró en la Congregación del Oratorio, fundada por el futuro cardenal Pedro de Bérulle, donde permaneció durante veinte años.

 

Bérulle había querido restablecer entre el clero la doctrina y la santidad, pero no había pensado en seminarios, y fue para instituirlos que San Juan Eudes, en 1643, dejó el Oratorio y fundó la Congregación de Jesús y María; y con sus cinco compañeros padres abrió el primer seminario de Caen, seguido posteriormente por muchos otros.

 

Para reconducir a los pecadores a la vida cristiana, fundó la Orden de Nuestra Señora de la Caridad, y para evangelizar a las almas desamparadas, se hizo misionero durante largos años, predicando en los campos abandonados, en las ciudades y hasta en la corte, con una libertad y una elocuencia que tenían como soporte su santidad eminente.

 

Padre, apóstol y doctor de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, cuando murió ya había conseguido la introducción de esa fiesta en un gran número de diócesis, no sólo de Francia, si también de otros países. Fue también él quien compuso su primer oficio. Gran predicador, en sus misiones atraía a las multitudes. Y muchas veces era obligado a hablar en grandes plazas públicas completamente tomadas por el pueblo. Cual nuevo San Vicente Ferrer, conquistaba a los oyentes por el ardor y por la caridad con los que trataba a los arrepentidos y a los penitentes.

 

Existe un testimonio histórico de gran valor que comprueba su éxito. Es una carta de San Vicente de Paula, que comenta las misiones a las cuales había asistido. Dice la misma:

 

San Juan Eudes y los Sagrados Corazones

Iglesia San Pedro de Dourdain, Francia.

“Algunos sacerdotes de Normandía, conducidos por el Padre Eudes, predicaron en una misión en París con una bendición extraordinaria. El Patio de los Quince Vientos es muy grande, sin embargo se volvió pequeño, dado el gran número de personas que deseaban oírlo.”

 

El obispo pro-jansenista, Ana de Austria y Luis XIV

 

Los herejes no le perdonaban el combate enérgico que movía contra sus errores. Siendo la herejía el mayor de los males, él no comprendía tener ni la más leve apariencia de relaciones con sus adeptos, llegando incluso a no saludarlos.

 

Se cuenta un hecho que muestra, por un lado, el cuidado con que guardaba la pureza de su fe, y por otro lado, la frivolidad y la prepotencia de los eclesiásticos de entonces.

 

Un día, el obispo de Bayeux lo invitó a subir en un carruaje en el cual ya se encontraba otro sacerdote. Cuando el mismo se puso en movimiento, el obispo le preguntó si sabía con quién viajaba.

 

– Tengo el honor – le respondió – de encontrarme en compañía de Vuestra Excelencia.

 

– No es lo que le estoy preguntando – dijo el obispo. ¿Sabe Ud. que este eclesiástico que está con nosotros es uno de los más férreos jansenistas?

 

San Juan Eudes abrió la puerta inmediatamente, y pidió al cochero que detuviese el carruaje porque necesitaba bajar. El obispo le impidió en nombre de la obediencia, y durante el resto del viaje se divirtió con el mal estar creado.

 

No eran sólo los herejes que lo atacaban: algunas congregaciones religiosas los ayudaban, diciendo que él era exagerado, y criticaban la violencia de su lenguaje. Llamaban exageración y violencia a la santa libertad con la que llamaba al orden a los pecadores, incluso los de condiciones elevadas.

 

Cierta vez, mientras predicaba en Versalles, censuró con tanta energía los escándalos de la corte, que sus amigos temían que fuese enviado a la Bastilla.

 

Ana de Austria, al conocer esos comentarios, le mandó a decir que había hecho bien, y desde entonces se volvió su protectora.

 

En otra ocasión, mientras celebraba Misa en la corte, cuando vio que Luis XIV estaba arrodillado, pero la nobleza no se comportaba convenientemente, después del Evangelio se volteó hacia el Rey y lo elogió por la piedad con la cual asistía a la Misa, añadiendo: “Me admira, entretanto, que estando Vuestra Majestad postrado delante del Creador del Cielo y de la Tierra, vuestros cortesanos están lejos de imitar tan bello ejemplo.” Luis XIV miró hacia atrás e inmediatamente todos los hombres se arrodillaron.

 

Fue canonizado en 1925, el día de Pentecostés.

 

San Juan Eudes con los miembros de las

Congregaciones por él fundadas.

Santos de fuego

 

En la vida de San Juan Eudes es muy bonito señalar una coincidencia entre su obra jurídica y su obra espiritual. Él vivió en un país católico, como era Francia, y su tarea no fue la de combatir a los enemigos declarados y extrínsecos a la Iglesia. Él estaba en un país corroído por una profunda crisis religiosa, de la cual habría de nacer finalmente la Revolución Francesa.

 

Esa crisis religiosa provenía del hecho de que el fervor había decaído completamente, el sentido católico estaba muy bajo. Para evitar las tragedias y, sobre todo, las apostasías provocadas por la Revolución, la Providencia suscitaba grandes almas que, de varias formas, procuraban reencender el fervor en Francia.

 

Todos los santos de los siglos XVII y XVIII fueron santos de fuego. No fueron tanto teólogos cuanto santos, que tenían como intención contagiar con el amor de Dios esa mecha que todavía humeaba, y en la cual había apenas un fuego en estado de brasa y no más en estado de llama.

 

Vemos, entonces, entre otros, a San Vicente de Paula, un hombre de un amor a Dios irradiador; a San Francisco de Sales, que ejercía una penetración profunda de amor de Dios en las camadas de la alta sociedad. Para esa obra de combustión de amor de Dios, de encender la caridad, encontramos, sobre todo, dos obras fundamentales: la de San Luis Grignion de Montfort, en el siglo XVIII en la Vandée, y en Bretaña, de la cual nació después la Chouannerie; y la de San Juan Eudes, que debemos analizar más especialmente hoy.

 

Quien lee las revelaciones de Nuestro Señor a Santa Margarita María Alacoque, nota que ellas tuvieron como intención expresa enunciar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, diciendo que esa devoción, específicamente considerada, tenía el don de sacar a los tibios de su tibieza, de encender el amor a Dios en las almas frías. Es la finalidad específica de esa devoción.

 

Cuando se toma a un tibio, un hombre que está amando más sus cosas personales que las de Dios, la devoción indicada para encender en él el amor a Dios desfalleciente es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y naturalmente también al Inmaculado Corazón de María.

 

Luis XIV se negó a atender el pedido de Nuestro Señor

 

Santa Margarita María, recibió por lo tanto esa devoción, pero era una monja visitandina de clausura y no podía salir del convento. Ella no tenía como misión difundir esa devoción, sino registrarla, practicarla, y con eso ser canonizada, lo cual significaría una especie de aprobación de esa nueva devoción. Ella tenía la misión de hacer conocer esa devoción a los hombres que podrían difundirla. Entre otros, a Luis XIV.

 

Los últimos momentos de Luis XVI, por Charles Benazech.

Ella mandó a pedir a Luis XIV que hiciese una alteración en la bandera de Francia, incluyendo la figura del Sagrado Corazón de Jesús, y que realizase la consagración de ese país al Sagrado Corazón de Jesús. Luis XIV se negó a eso. Como resultado de esa negación, en lo que dice respecto al poder real, la monarquía francesa se vino abajo.

 

Luis XVI, en la prisión del Temple, hizo esa consagración y prometió que, si fuese salvado de los peligros de la muerte que ya lo circundaban, él la realizaría de modo solemne. ¡Pero ya era tarde! Él todavía tenía el poder de derecho, pero no más de hecho. Y Francia estaba en tales condiciones que esa consagración no podía ser considerada un acto nacional – como lo sería si fuese hecha por Luis XIV –, sino un acto de un rey desacompañado de la población, que estaba en aquellas convulsiones de la Revolución y no podía acompañar ese acto.

 

Además del Rey, Santa Margarita María también quiso hacer llegar esa devoción a los misioneros. Y así, difundiéndose en los círculos piadosos, tal devoción tocó a San Juan Eudes, que tomó sobre sí la tarea de difundirla.

 

Un profeta no atendido que combatió tenazmente la tibieza

 

Siendo un gran orador y un santo muy fogoso, él fundó una Congregación para ver si con el prestigio de una Orden religiosa nueva esa devoción se difundía en Francia. Y ahí vemos otro rechazo, ya no del Rey, sino del pueblo francés, pecador solidariamente con el monarca. La devoción impresionó poco.

 

Los escritos de San Juan Eudes fueron muy aprovechados para la generalización que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tuvo en el siglo XIX. Pero en el siglo XVIII no se difundió.

 

Tenemos, entonces, a un gran santo, que fue una especie de profeta no atendido, y que empleó todas sus fuerzas en el campo espiritual para combatir la tibieza francesa, por medio de esa devoción.

 

Con ese objetivo, San Juan Eudes utilizó dos métodos: uno de carácter espiritual, al fundar una congregación destinada a difundir dicha devoción; otro de cuño jurídico, al erigir un tipo de organización de enseñanza: los seminarios, ya existentes en tesis pero todavía no de hecho en Francia, y que él constituyó, dándoles las características actuales.

 

Los seminarios eran dedicados a sacar a los seminaristas de las respectivas familias y a educarlos en un ambiente fervoroso, de tal manera que, cuando ellos fuesen padres, tuviesen un entusiasmo verdadero, una consagración verdadera a su vocación y no quedasen prendidos a las cosas del mundo. Los seminarios constituyeron un elemento realmente admirable para la formación del clero, y una de las grandes palancas para la restauración religiosa de Europa en el siglo XIX.

 

Repulsa al hereje y respeto a la autoridad eclesiástica

 

Me gustaría recordar tres aspectos mencionados en esta ficha biográfica de San Juan Eudes: la presencia del hereje en el carruaje, el malestar del santo con esa presencia, y la actitud del obispo.

 

Se ve que el obispo, al hacer caer al santo en aquella celada, no era enemigo de los jansenistas. Para que hubiese un jansenista viajando con él, evidentemente es porque no sentía ese malestar.

 

El obispo trataba a San Juan Eudes con la actitud con la cual la impiedad trata a quien es verdaderamente piadoso, o sea, divirtiéndose durante el viaje con el malestar de San Juan Eudes por la cercanía de aquel hereje. Mientras el prelado, evidentemente, daba a entender que sentía mucho bienestar con el hereje, San Juan Eudes manifestaba una especie de repulsa, de horror, de aversión, como si hubiese una posibilidad de contagio. El obispo, entonces, burlándose del santo, se divertía con el hecho.

 

Es la vieja actitud del impío en relación con el piadoso que se resguarda y, por eso, se defiende contra cosas de esas, y es tenido como imaginativo, fantasioso, medroso, como un hombre sin coraje y sin decisión.

 

Y por tratarse de un obispo, San Juan Eudes, que era un hombre tan enérgico, no quería tomar la actitud enérgica que había adoptado con Luis XIV. Se nota el gran respeto de San Juan Eudes por la autoridad del obispo. Porque, quien fue capaz de decirle al Rey más grande de la Tierra lo que él afirmó, evidentemente tendría facilidad de decirle también al obispo. No le faltaba personalidad ni coraje.

 

Pero, una es la autoridad eclesiástica, otra es la autoridad civil. Y siempre que se puede tomar una actitud sumisa en relación con la autoridad eclesiástica, la mejor vía es la de la sumisión.

 

Grabado que representa la condenación

de los jansenistas.

De tal manera que, delante de la mala actitud del obispo y del jansenista, la posición de San Juan Eudes nos muestra muy bien cuál es el amor que el católico debe tener a la obediencia, siempre que, en conciencia, le sea posible mantener esa obediencia. Y por otro lado, en qué tan alta consideración se debe tener la autoridad eclesiástica.

 

Pecados que preparaban las monstruosidades de hoy

 

El episodio de Ana de Austria merecería ser narrado después del hecho ocurrido con Luis XIV.

 

No piensen que la actitud de él elogiando a Luis XIV, como viene narrada en la ficha, no era hecha sin una censura al Rey, porque era obvio que Luis XIV sabía qué estaba sucediendo allí, pues esas eran las costumbres de la corte precedida por el monarca.

 

Ana de Austria adorando el Santísimo Sacramento.

Había, por lo tanto, a la par del modo cortés de comenzar elogiando al Rey, una verdadera censura. Y de hecho, el mal que podía ser removido allí dependía de tal forma del soberano, que bastó que el Rey mirase a los hidalgos, que todos se arrodillaron.

 

Pero este no es el único hecho de la vida de Luis XIV en el cual él oyó – humildemente, como hijo de la Iglesia – una porción de verdades desde lo alto del púlpito. Él era, sin duda, un pecador público, y prestó a la Iglesia, a la par de algunos servicios, algunos deservicios insignes. Pero la profundidad y el modo de ser del pecado – e incluso del pecado grave – en las almas de aquel tiempo, no era la profundidad ni el modo de ser del pecado en las almas de hoy en día.

 

Si considerásemos a pecadores de aquella época, a veces de mala vida, encontraremos en ellos restos de moralidad, de piedad, de fe, de humildad, que no se encuentran en absoluto en el pecador de hoy.

 

Eso indica muy bien que en aquellos tiempos, en los que se preparaban las monstruosidades de hoy, había todavía mucha savia, mucha posibilidad de resistencia, la cual sólo no fue llevada a cabo enteramente, debido a un conjunto de circunstancias históricas que no viene al caso narrar en el momento. Pero era, en todo caso, una época mucho más católica que la nuestra.

 

También es característico el caso de Ana de Austria, madre de Luis XIV. Ella era una soberana que, aunque tuviese un oratorio en su palacio, no se distinguía en absoluto por una piedad sobresaliente, ni les dio una educación muy piadosa a sus hijos. Sin embargo, cuando toma conocimiento de que San Juan Eudes había hablado fuertemente en la corte contra la inmoralidad, ella lo apoya y le manda a decir que le había gustado. Ella misma tenía como consejero suyo a San Vicente de Paula.

 

Reliquias de San Juan Eudes – Convento

de Nuestra Señora de la Caridad,

Caen (Francia).

Es una actitud completamente diferente del apartamiento sistemático que se le hace a todo contrarrevolucionario, a todo aquél que reacciona, y procura ser seria y sinceramente católico en los días de hoy. Es decir, no había un boicot completo al católico verdadero, como existe actualmente.

 

Lo cual indica, justamente, que el vicio, el error, el mal, todavía estaban en un estado de debilidad y no se les permitían las insolencias, los despotismos que se les permiten hoy.

 

Eso nos hace ver con toda claridad el tamaño de nuestra decadencia, y enciende en nosotros la esperanza de un castigo, así como de un auxilio de Nuestra Señora para sacarnos de esta triste era histórica en la cual estamos.

 

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1) No disponemos de los datos bibliográficos de la ficha leída en esta conferencia.

 

(Revista Dr. Plinio, No. 197, agosto de 2014, pp. 26-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 19.8.1965, 18.8.1966 y 19.8.1970).

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