
Introducción
Atendiendo el pedido del Inmaculado Corazón de María de Fátima, comencemos la devoción reparadora del Primer Sábado.
Teniendo en vista la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, meditaremos hoy el 5to Misterio Luminoso: La Institución de la Sagrada Eucaristía. “Yo soy el pan vivo bajado del Cielo”, afirmó Nuestro Señor Jesucristo, prometiéndose a Sí mismo como alimento para nuestra alma.
En la Última Cena, antes de partir para consumar su misión redentora, Jesús opera el milagro de la transubstanciación, transformando el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre preciosísimos, los dio en alimento a los Apóstoles.
Estaba instituido el Sacramento de la Eucaristía, del cual todos nosotros podemos y debemos beneficiarnos diariamente.
Composición de lugar:
Imaginemos el salón del Cenáculo donde Jesús y los Apóstoles realizaron la Última Cena. El Maestro se encuentra al centro de una amplia mesa, teniendo a su frente el cáliz con vino y el pan. Con un gesto solemne, y a su vez acogedor, Jesús bendice las especies que luego se transforman en su carne y en su sangre. A seguir, los ofrece a los otros.
Es la Primera Eucaristía de la Historia. Nuestra Señora y las santas mujeres acompañan esta escena memorable.
Oración preparatoria
Oh, Santísima Virgen de Fátima, intercede ante el Sagrado Corazón de Jesús para que podamos alcanzar las gracias necesarias para meditar bien este misterio de la Institución de la Sagrada Eucaristía. Vos, oh Madre, que fuisteis la primera adoradora del Santísimo Sacramento y modelo de alma eucarística, concedednos un poco de vuestro amor a este augusto Sacramento y hacednos, al finalizar esta meditación, todavía más devotos de este divino alimento para nuestra almas. Así sea.
Evangelio de San Mateo, (26,26-29)
“Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».”
2 – Constantemente accesible a nosotros
De hecho, Jesús en la Eucaristía, siempre está disponible para saciar nuestro apetito espiritual, iluminar las almas y acoger las súplicas y oraciones de todos los que buscan su auxilio, ayudando e inspirando a cada uno de nosotros a lo largo de su existencia, protegiendo y defendiendo a las personas contra los ataques del demonio y consolándolas en los reveses de la vida.
Bajo la simplicidad de la especia del pan, Cristo revela todo su poder y su divinidad. Es la mayor de las ayudas que nos dejó, para garantizar que permanezcamos firmes en la fe.
Por la Eucaristía, Cristo viene a hacer su morada en nosotros, y, con su santidad infinita, nos fortalece y nos conduce a nuestra propia santificación.
3 – Debemos beneficiarnos con este Misterio
En esta meditación somo invitados a progresar en el amor y en la adoración al Santísimo Sacramento, en nuestra piedad, en nuestra devoción al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y a sacar de este progreso un gran provecho para nuestra vida, pues nada tiene mejor condición de consolarnos que la Eucaristía.
Pensemos, entonces, acerca de cómo anda nuestra piedad eucarística y pidamos a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento la gracia de crecer ardorosamente en la devoción a Jesús Hostia, y de jamás perder la oportunidad de comulgar con toda fe, con toda esperanza y con toda caridad.
¡Corazón Eucarístico de Jesús, fuente de toda consolación!, ¡Ten piedad de nosotros!
II – GARANTÍA DEL PARAÍSO QUE JESÚS NOS QUIERE DAR
Esta meditación debe llevarnos a considerar y a agradecer el inmenso presente que el Señor nos dejó y nos da a cada día: su Cuerpo y su Sangre preciosísimos, hecho alimentos, para nuestra salvación eterna.
1 – Comulgar es ser alimentado por la vida de Cristo
Así como existe una ley biológica que rige nuestra condición humana, según la cual es preciso comer para vivir, así también nuestra vida espiritual exige ser alimentada y cuidada, para crecer y ser fecunda.
En la Eucaristía, Jesús revela todo su amor por los hombres y su deseo de saciarlos con el verdadero alimento, esto es, su propia vida. Su cuerpo entregado como Pan de Vida, su sangre derramada como la sangre de la Alianza.
Por eso, comulgar es ser alimentado por la vida de Jesús y enriquecido por sus propias fuerzas. Del mismo modo que comemos para vivir, recibimos la Eucaristía para vivir como discípulos de Jesús.
2 – El último grado de amor a los hombres
Todos los santos han sido grandes devotos del Santísimo Sacramento y no ahorraron exaltaciones al considerar esta dádiva divina que Cristo nos dejó. San Alfonso de Ligorio así declara: “Vos, Jesús, partiendo de este mundo, ¿Qué nos dejaste en memoria de vuestro amor? No un vestido, ni un anillo, sino vuestro cuerpo, vuestra sangre, vuestra alma, vuestra divinidad. Vos mismo, todo, sin reservas. La Eucaristía no es sólo la garantía del amor a Jesucristo, sino también la garantía del paraíso que Él nos quiere dar”.
Y San Juan Crisóstomo afirma: “Jesucristo, por el amor ardiente con que nos ama, quiere de tal modo unirse a nosotros, que permite hacernos una sola cosa con Él en la Eucaristía”.
A su vez, san Bernardino de Siena comenta: “Jesucristo, al darse como alimento alcanzó el último grado de amor a los hombres. Se da a nosotros para unirse totalmente a nosotros, como el alimento diario, se une a quien lo toma”.
3 – Para nosotros, ¿La Eucaristía es realmente vital?
Otra vez cabe un breve examen de conciencia: ¿qué hacemos de nuestras comuniones? Si no tuviésemos la Eucaristía, ¿Qué nos faltaría? ¿Es vital para nosotros el Santísimo Sacramento? ¿Somos capaces de percibir la grandeza de este Sacramento y de evaluar todo cuanto produce en nuestra alma?
¿Cómo está nuestra adoración al Sagrado Corazón de Jesús Sacramentado?
¿Nos acercamos con frecuencia al Santísimo expuesto, para ofrecerle la certeza de nuestro amor y de nuestra devoción?
III – MARÍA, MODELO DE ALMA EUCARÍSTICA
Dirijámonos ahora a María Santísima, nuestro modelo perfecto de alma eucarística.
Por su maternidad divina, consentida en el momento de la Anunciación del Ángel, Ella nos trajo a Jesús a la Tierra. Hoy, cuando comulgamos, debemos pedir también, que, por medio de Ella, Jesús venga hasta nosotros y haga su morada en nuestros corazones.
1. Primera y perfecta adoradora del Verbo Encarnado
San Pedro Julián Eymard, fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento y de la Adoración perpetua, exalta con mucho ardor, el papel de la Santísima Virgen con relación a la Sagrada Eucaristía. Refiriéndose a Nuestra Señora, dice: “He ahí a mi modelo, mi Madre: ¡María, la primera adoradora del Verbo Encarnado en su seno! ¡Considerad, si pudieres, las adoraciones, los homenajes, los cariños de María para con su divino Hijo al nacer!
¡Qué excelso ostensorio es María, fabricado con esmero por el propio Espíritu Santo! ¡He ahí el ostensorio del Verbo recién nacido! ¡He ahí el canal por donde nos viene Jesús!
Oh, sí, ¡la Eucaristía comenzó en Belén, entre los brazos de María! ¡Fue Ella quien trajo a la humanidad hambrienta el único Pan que podría saciarla! ¡Fue María la que conservó para nosotros ese pan! ¡Oveja divina, nutrió con su leche virginal al Cordero cuya carne vivificante sería más tarde nuestro alimento!”
2. La mejor de las gracias: recibir a Jesús por medio de María
Afirma todavía San Pedro Julián Eymard: El verbo se hizo carne, ¡He ahí la gloria de María!
El verbo se hizo pan de hombres, ¡He ahí nuestra gloria! Cuando Jesús, bajo la especie de pan, en la comunión, habita en cada uno de los que Lo reciben, se opera de cierta forma en nosotros el mismo misterio de la Encarnación que se operó en Nuestra Señora. En ese instante, nos transformamos en ostensorios de Dios Encarnado.
Así como en María el Verbo se unió a la naturaleza humana, así por la Eucaristía se une a todos los hombres. Pensemos en esta estrecha unión entre Madre e Hijo, entre Pan de la Vida y cada uno de nosotros, y hagamos el propósito de siempre comulgar pidiendo a Nuestra Señora que sea Ella quien reciba a Jesús Hostia en nuestro corazón. Adorar a Jesús presente en nosotros, en unión con María, es el medio más seguro de hacerle una digna recepción, que será al mismo tiempo, fuente de abundantes gracias para nosotros.
CONCLUSIÓN
Al concluir esta meditación, elevamos nuestros ojos a María, nuestro modelo de devoción al Santísimo Sacramento. Ella, cuyo Inmaculado Corazón arde continuamente en amor y adoración al Verbo Encarnado presente en la Eucaristía, nos alcance la gracia de imitarla en esa adoración y en ese amor.
Pidamos a Nuestra Señora que nos haga, a cada uno, devotísimos del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y nos haga comprender bien el tesoro inagotable de gracias y dádivas celestiales que poseemos a nuestro alcance en la Hostia Sagrada.
Quiera nuestra Madre divina estrecharnos cada día más en la unión con Jesús presente en la Eucaristía, hasta el día en que estemos definitivamente unidos a ellos, en la eterna bienaventuranza. Así sea.