Fiesta de la Presentación del Señor – 2 de Febrero – La Presentación del Niño Jesús y la Purificación de la Virgen María

Publicado el 02/01/2016

 

EVANGELIO

 

22 Cuando se cumplieron los días de su Purificación, según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 de acuerdo con lo escrito en la Ley del Señor: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”, 24 y para entregar la oblación, como dice la Ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. 25 Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27 Impulsado por el Espíritu, fue al Templo. Y cuando entraban con el Niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la Ley, 28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. 30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos: 32 luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. 33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción 35 —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones”. 36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, 37 y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 38 Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. 39 Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El Niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él (Lc 2, 22-40).

 


 

Fiesta de la Presentación del Señor – 2 de Febrero – La Presentación del Niño Jesús y la Purificación de la Virgen María

 

En el Templo, Jesús se ofrece al Padre para rescatar a los hombres, por medio de María, y también por Ella es entregado a la Iglesia, en las manos del anciano Simeón.

 


 

Hermoso como todos los pasajes del Evangelio, la Liturgia del día 2 de febrero se centra en el rescate del Niño Jesús y la Purificación de la Virgen. Estos dos episodios tienen lugar en la casa del Señor, el Templo de Jerusalén

 

A la espera del Mesías, glorias y vicisitudes del Templo de Jerusalén

 

Casi seis siglos antes ese edificio había sido arrasado. Se hacía indispensable aprovechar la primera ocasión para reconstruirlo. Esta noble tarea le cupo a Zorobabel, jefe de la casa de David y antepasado de Cristo (515 a.C.). Sin embargo, cuánto más grandiosa había sido la gloria de ese Templo “en su primitivo esplendor”, afirmaba el profeta Ageo (2, 3a) al verlo erguido de nuevo.

 

La inauguración del Templo en tiempos de Salomón se dio con pompa y majestad. Poco después, “cuando salieron los sacerdotes del santuario —pues ya la nube había llenado el Templo del Señor—, no pudieron permanecer ante la nube para completar el servicio, ya que la gloria del Señor llenaba el Templo del Señor. Dijo entonces Salomón: El Señor puso el sol en los cielos, mas ha decidido habitar en densa nube. He querido erigirte una casa para morada tuya, un lugar donde habites para siempre” (I Re 8, 10-13).

 

Pero “el que veis ahora —le preguntaba Ageo al pueblo—, ¿no os parece que no vale nada?” (Ag 2, 3b).

 

La consternación se abatió sobre todos los que oían la recriminación de Dios por la boca de su profeta. Pero enseguida sus rostros se volvieron más relucientes que nunca: “Pues esto dice el Señor de los ejércitos: Dentro de poco haré temblar cielos y tierra, mares y tierra firme. Haré temblar a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este Templo de gloria […] Míos son la plata y el oro. […] Mayor será la gloria de este segundo Templo que la del primero. […] Y derramaré paz y prosperidad en este lugar” (Ag 2, 7-10).

 

El cumplimiento de la profecía

 

¿Quién podía imaginar la escena en la que se cumplía la profecía de Ageo? El Templo nunca había acogido, ni en la gloria de su inauguración ni en el momento de su reconstrucción, a nadie tan importante: el mismo Creador hecho Niño, en los brazos de su madre, que sería ofrecido al Padre.

 

¿Cuáles habrían sido sus pensamientos —pues aunque era tan pequeño, ya tenía pleno uso de razón— cuando cruzó el pórtico de ese sagrado edificio? Gran emoción humana en un Corazón Infante y Sagrado que ardía en deseos de ofrecerse como víctima expiatoria. Ese ofrecimiento ya se realiza cuando es concebido por obra del Espíritu Santo en el claustro de su madre. Durante los treinta años en Nazaret, la vida del Cordero de Dios fue una constante renovación de ese acto supremo de entrega de sí mismo en holocausto, que alcanzó su ápice en el Calvario. Es lo que San Pablo afirma: “al entrar Cristo en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un Cuerpo; […] Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. […] Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” (Heb 10, 5.9-10).

 

Pero en el momento en que Simeón, representante del pueblo judío, cogió a Cristo en los brazos para entregarlo al Padre, fue entonces cuando la ofrenda adquirió un carácter oficial. El sacerdote se unió a Cristo en ese momento, ¿o viceversa? Es una bonita cuestión teológica.

 

Con toda propiedad Fray Luis de Granada exclama:

 

“No sólo se ofrece aquí esta ofrenda [Cristo] al Padre Eterno, sino también se entrega hoy por manos de la Virgen en los brazos de la Iglesia y de todas las almas fieles, cuyo agente era el santo Simeón, que representa la persona de la Iglesia. […] ¿Qué había de hacer la que tales ejemplos tenía de largueza, sino darnos todo cuanto bien tenía, que era este celestial tesoro? Esta donación fue ratificada por autoridad de toda la Santísima Trinidad. Porque por autoridad del Padre, dada en la Ley, y por voluntad del Hijo, que se ofreció para nuestro remedio, u por inspiración del Espíritu Santo, que trajo a Simeón al Templo, y por manos de la sacratísima Virgen, que como verdadera madre poseía este tesoro, se nos hace hoy esta firme y verdadera donación. […] Corred, pues […] y aprended en la escuela de este Niño cómo siendo Dios tan alto le agradan los corazones humildes en el Cielo y en la tierra”.

 

La enseñanza de María Virgen para nosotros

 

Por otra parte, la Purificación de la Virgen María se encontraba adscrita a la Ley mosaica (cf. Lev 12). María no necesitaba haber cumplido ninguno de los requisitos de la Ley. Sin embargo, así procedió la Mater Ecclesiæ para, entre otras razones, enseñarnos con qué amor y cariño debemos seguir las leyes de la Iglesia.

 

Ella entregará la ofrenda de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”.

 

“La tórtola —dice Santo Tomás—, por ser un ave locuaz, significa la predicación y la confesión de la Fe; por ser un animal casto, representa la castidad; y por ser un animal solitario, simboliza la contemplación. La paloma, por ser un animal manso y sencillo, representa la mansedumbre y la sencillez. Y es animal gregal, por lo que significa la vida activa. Y por eso, una ofrenda de esta clase simboliza la perfección de Cristo y la de sus miembros.

 

“Uno y otro animal, por su hábito de gemir, representan las penas presentes de los santos; pero la tórtola, que vive solitaria, significa las lágrimas de las oraciones; la paloma, en cambio, por ser gregal, simboliza las oraciones públicas de la Iglesia. Con todo, se ofrece una pareja de cada uno de esos animales, a fin de que la santidad no se dé sólo en el alma, sino también en el cuerpo”.

 

El famoso Beda, anterior a Santo Tomás, había afirmado que la paloma representaba el candor por amar la sencillez y la tórtola la castidad, porque si pierde a su pareja no busca otra.

 

Simeón, varón de fe y de discernimiento

 

25a Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso…

 

Es exactamente el elogio y la esencia que le corresponden a un varón santo. Son las características de una ancianidad perfecta.

 

25b … que aguardaba el consuelo de Israel;…

 

A ese respecto es muy adecuado el comentario de San Ambrosio. El anciano Simeón no buscaba la gracia únicamente para sí mismo, sino que la deseaba para todo el pueblo. Por lo tanto, entendía así cómo la gracia era más importante para la colectividad que para una sola persona. Era un hombre conocedor del papel relevante de la opinión pública.

 

Era un varón de una fe muy grande. Creía en las promesas de Dios. De gran discernimiento, porque sabía que la liberación del pecado era el consuelo del pueblo y no la terminación de las opresiones extranjeras.

 

25c … y el Espíritu Santo estaba con él.

 

Es lo que pasa con todas las almas en estado de gracia. Aunque aquí San Lucas parece que quiere indicarnos algo más profundo, es decir, destacar que se trata de un verdadero profeta, según se verá mejor más adelante, en la promesa recibida y en el hecho de haber sido guiado al encuentro con Jesús y María.

 

26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.

 

No existe la más mínima duda de que se trataba de una revelación mística y clara.

 

La promesa de ver a Cristo Jesús también nos ha sido hecha a nosotros. Para que eso suceda es necesario que imitemos a Simeón, seamos justos, temamos a Dios y esperemos contra toda esperanza

 

27a Impulsado por el Espíritu, fue al Templo.

 

Se trataba de un alma que había alcanzado el auge de la unión transformante. Se dejaba guiar por el Espíritu.

 

27b Y cuando entraban con el Niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la Ley,…

 

No olvidemos que el esposo era señor y dueño de todo fruto de su mujer. Jesús pertenecía a José y, así, éste era más que un padre adoptivo.

 

Una gracia más grande que tener al Niño Jesús en los brazos

 

28a … Simeón lo tomó en brazos…

 

¡Qué gracia tan extraordinaria! Quizá fuese Simeón, después de San José, el primer varón en gozar de esa indescriptible felicidad. Dios le había dado más de lo que le había prometido.

 

San Beda así se expresa sobre este pasaje: “Aquel hombre justo recibió al Niño Jesús en sus brazos, según la Ley, para demostrar que la justicia de las obras, que, según la Ley, estaban figuradas por las manos y los brazos, debía cambiarse por la gracia humilde, ciertamente, pero saludable de la fe evangélica. Tomó el anciano al Niño Jesús, para demostrar que este mundo, ya decrépito, iba a volver a la infancia y a la inocencia de la vida cristiana”.

 

Sin embargo, nosotros hemos recibido todavía más que Simeón, porque en el momento de la Comunión nuestra unión con Cristo es mucho más íntima. Que Simeón nos alcance la gracia de comulgar diariamente como a él mismo le hubiera gustado hacerlo.

 

28b … y bendijo a Dios diciendo: 29 “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. 30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos:…”

 

Una vez más la fidelidad de este hombre se trasluce en sus propias palabras. Es probable que sus fuerzas estuvieran a punto de abandonarlo en varias ocasiones. ¿Qué súplicas no haría a Dios para que no faltase a su divina promesa? ¡Cuántas veces no fue puesto a prueba: “¿Moriré ahora sin haber visto al Mesías?”!

 

No lo hemos visto, ni lo vemos, pero en la Eucaristía podemos unirnos a Él más íntimamente que Simeón. ¡Cuánta felicidad la nuestra!

 

Un Salvador para todos los pueblos

 

32 “… luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

 

Así es, las demás naciones no habían recibido la Revelación. La gloria le correspondía al pueblo judío; a los otros debía serles concedido el conocimiento de la llegada del Salvador. En ese momento se encontraban de camino los tres Reyes Magos, lo que dio ocasión a la manifestación de la misión universal del Niño Jesús, la Epifanía.

 

33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño.

 

Se habían quedado así al constatar las manifestaciones angélicas y la presencia de los pastores en la Gruta de Belén. La misma admiración se repetirá con la llegada de los Reyes de Oriente. Ambos discernieron la gloria futura de la Civilización Cristiana, promovida por el ofrecimiento de Jesús.

 

34a Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:…

 

Le correspondía bendecirlo porque era de la tribu de Leví, por lo tanto, sacerdote. A la Corredentora es a quien se dirige.

 

Un signo de contradicción, para que se revelen los secretos de los corazones

 

34b “Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción…”

 

Así se expresa San Beda el Venerable en el primer libro de sus homilías: “Con gozo se oyen estas palabras, que muestran que el Señor ha sido destinado a conseguir la resurrección universal, como Él mismo dijo: ‘Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá’ (Jn 11, 25). Pero no menos terrible suenan estas otras palabras: ‘Éste ha sido puesto para que muchos caigan y se levanten’.

 

“Verdaderamente infeliz es el que, después de haber visto su luz, no obstante, queda ciego por la niebla de los vicios… porque, como dice el Apóstol Pedro ‘habría sido mejor para ellos no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, desviarse del mandamiento santo que les había sido transmitido’ (II Pe 2, 21).

 

“Lo contradicen los judíos y los gentiles; y, lo que es más grave, los cristianos que, profesando interiormente al Salvador, lo desmienten con sus acciones”.

 

35 “—y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones”.

 

Continúa San Beda: “Antes de la Encarnación muchos pensamientos estaban ocultos, pero cuando nació el Rey del Cielo en la tierra, el mundo se alegró, mientras que Herodes se turbaba y toda Jerusalén con él. Cuando Jesús predicaba y hacía milagros todo el pueblo temía y glorificaba al Dios de Israel; pero los fariseos y escribas acogían con rabiosas palabras cuantos dichos procedían de la boca del Señor y cuantas obras realizaba.

 

“Cuando Dios padecía en la Cruz, los impíos reían con necia alegría y los piadosos lloraban con amargura; pero cuando resucitó de entre los muertos y subió al Cielo, la alegría de los malos cambió a tristeza, y la pena de los amigos se convirtió en gozo”.

 

También hoy y hasta el día del Juicio Final, los cristianos, otros Cristos, son “signos de contradicción” y, por ellos, se pondrán de manifiesto los pensamientos escondidos en los corazones de muchos.

 

María, Corredentora, y el amor a nuestras cruces

 

María es la Corredentora del género humano. Ella ya conocía la profecía de Simeón. Más aún, quedará grabada en su espíritu hasta la Resurrección de Jesús. Ella es la Reina de los Mártires y, desde la Anunciación, sufrió con Cristo, por Cristo y en Cristo.

 

Este fragmento del Evangelio nos invita a dar el carácter de holocausto a los sufrimientos que la Providencia permite. Amemos las cruces que nos correspondan, uniéndonos a Jesús y a María en esa grandiosa escena de la Presentación. ²

 


 

1) FRAY LUIS DE GRANADA. Jesucristo Redentor. L.III. In: Obra Selecta. Madrid: BAC, 1952, p.765-766. 2) SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.37, a.3, ad 4. 3) Cf. SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Aurea. In Lucam, c.II, v.22-24. 4) Cf. SAN AMBROSIO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, op. cit., v.25-28. 5) SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, op. cit., v.25-28. 6) SAN BEDA. Homiliæ Genuinæ. L.I, Hom.XV: ML 94, 81. 7) Idem, 82.

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