LAS APARICIONES DE FÁTIMA – Mensaje de advertencia y anuncio de la victoria – Parte 2

Publicado el 03/27/2017

Anuncio del Reino de María

 

Una parte esencial del mensaje lo transmitió la Virgen Santísima ya durante la primera aparición, al presentarse con las manos juntas y llevando un rosario. Era un gesto que reforzaba, con mudo y elocuente incentivo, la exhortación repetida en todas las apariciones: “Rezad el Rosario todos los días”.4 También insistía en que se le tuviera devoción a Ella, por voluntad de Dios: “Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”.5

 

Santuario de Nuestra Señora de Fátima (Portugal)

Además de esta invitación, cabe destacar en el mensaje de Fátima dos ideas primordiales, la primera de ellas es: Dios está muy ofendido por los pecados que van acumulándose día a día. Si no dejan de ser cometidos, el mundo sufrirá un terrible castigo, en el que varias naciones serán aniquiladas.

 

Con respecto a esto, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira comentó: “Los pecados de la humanidad se han vuelto una carga insoportable en la balanza de la justicia divina. Esa es la causa recóndita de todas las miserias y desórdenes contemporáneos. Los pecados atraen la justa cólera de Dios. Los castigos más terribles amenazan, por tanto, a la humanidad. Para que no sobrevengan es necesario que los hombres se conviertan”.6

 

La segunda idea dominante del mensaje es: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.7 Es la más alentadora de las profecías, hecha personalmente por la Reina de los profetas. El uso del verbo triunfar indica una absoluta certeza de la victoria final de la Santa Iglesia, alcanzada de una manera esplendorosa y aplastante. En otras palabras, Fátima anuncia la instauración del Reino de María previsto por San Luis Grignion de Montfort8 y varios santos más.

 

El maternal mensaje fue rechazado

 

Un enorme error sería el juzgar que, en Fátima, la Santísima Virgen hablara únicamente para los hombres de aquellos inicios de siglo. Más que a ellos, sus proféticas palabras iban dirigidas a nosotros, en este tercer milenio. “Parecen que han sido dichas para nuestros días, para nuestra patria, para cada uno de nosotros, para ti, lector…”.9

 

Cien años han transcurrido y, mientras las décadas se sucedían unas a otras, el género humano se ha ido hundiendo irremediablemente en los pecados más abominables, de tal modo que hoy día sólo una cosa puede causarnos sorpresa: la tardanza del desencadenamiento del castigo purificador anunciado por la Madre de Misericordia.

 

La maternal advertencia que nos hizo la Virgen de las vírgenes en 1917, en Cova da Iria, ha sido, pues, brutalmente rechazada por la humanidad.

 

Ella misma nos prepara para los acontecimientos

 

Comentamos al principio de este artículo que la Santísima Virgen envió a la tierra al Ángel Custodio de Portugal con la incumbencia de preparar a los pastorcitos de Fátima para sus apariciones, las cuales, a su vez, preparan a los hombres para la venida del premio y del castigo.

 

Si, como bien observa Mons. João Scognamiglio Clá Dias, “cuanto más importante es el acontecimiento previsto, mayor es la grandeza de los signos que lo preceden, la autoridad de los profetas que lo anuncian y el tiempo de espera”,10 entonces se comprende que, después de enviar al ángel con el objetivo de preparar a tres inocentes niños para sus apariciones en Fátima, haya querido venir personalmente a fin de prepararnos para los grandiosos acontecimientos profetizados por Ella misma.

 

Asimismo, entusiasta del mensaje de Fátima y profundo conocedor de la Historia, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira comenta: “El Imperio romano de Occidente terminó con una catástrofe iluminada y analizada por el genio de un gran doctor, que fue San Agustín. El ocaso de la Edad Media fue previsto por un gran profeta, San Vicente Ferrer. La Revolución francesa, que marca el final de la Edad Moderna, fue prevista por otro gran profeta que al mismo tiempo fue un gran doctor, San Luis María Grignion de Montfort. La Edad Contemporánea, que parece estar en la inminencia de acabar con una nueva crisis, tiene un privilegio mayor. Vino la propia Virgen María a hablarles a los hombres”.11

 

Existe, no obstante, una gran diferencia entre esos profetas del Nuevo Testamento y la Celestial Mensajera de Cova da Iria. “San Agustín no pudo más que explicarle a la posteridad las causas de la tragedia que presenciaba. San Vicente Ferrer y San Luis Grignion de Montfort intentaron en vano desviar la tormenta: los hombres no quisieron escucharles. La Virgen explica a la vez los motivos de la crisis e indica su remedio, profetizando la catástrofe si los hombres no la escuchan. Desde cualquier punto de vista, tanto por la naturaleza del contenido como por la dignidad de quien las hace, las revelaciones de Fátima superan, pues, todo cuanto la Providencia ha dicho a los hombres en la inminencia de las grandes borrascas de la Historia”.12

 

Por consiguiente, se trata de dos preparaciones. La primera, hecha por un alto príncipe de la corte celestial; la segunda, por la propia Madre de Dios. La primera recibió de los videntes de Fátima una excelente acogida; a la segunda, la humanidad ha respondido hasta ahora con un terrible rechazo a los maternales llamamientos y advertencias de la Santísima Virgen…

 

Y nosotros, ¿cómo celebraremos el próximo centenario de las apariciones? ¿No estaremos recibiendo todavía una oportunidad para acogerlas bien? Dirijamos nuestros corazones a María y atendamos efectivamente a su llamada a la conversión y al cambio de vida, para que podamos, pasada la tormenta, contemplar el triunfo de su Inmaculado Corazón.

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