La Solemnidad de la Anunciación

Publicado el 04/04/2016

Durante nueve meses Nuestro Señor Jesucristo quiso vivir en el claustro materno de María. Él, el Hombre Dios, a quien todas las cosas le obedecen, al que ni el Cielo ni la Tierra pueden contener, deliberó ponerse, como criatura, en la más completa dependencia de su Madre terrena.

 

Esta sujeción milagrosa e insondable es motivo de reflexión para todos los fieles, pero especialmente para los que se han entregado a María como esclavos, según la devoción enseñada por San Luis Grignion de Montfort. Ya que esta forma de entrega a Jesús por las manos de la Santísima Virgen fue establecida por el célebre misionero francés “para honrar e imitar la dependencia a la que el Verbo Encarnado quiso someterse por amor a nosotros” (El secreto de María, nº 63).

 

En contraste con estas reflexiones, se entiende mejor cuán insensata es la desobediencia de las criaturas al Creador, y qué terribles consecuencias no puede dejar de haber. Hoy, bajo el pretexto de una supuesta libertad, que no pasa de ser una funesta esclavitud al pecado y a las pasiones desordenadas, una multitud de hombres se jacta de escoger el camino de la desobediencia a los Mandamientos y a los consejos del Señor. Y uno se pregunta, ¿no será ésta una de las causas más profundas del rápido deterioro del mundo de hoy?

 

Consagrados a María según el método de San Luis María Grignion de Montfort, los Heraldos del Evangelio también ven en la Solemnidad de la Anunciación la fiesta de los que se entregan dócilmente a su Creador por intercesión de Nuestra Señora. Y se preparan para ella renovando su sujeción a María, a imitación del acto de obediencia del propio Dios.

 

El espíritu de humildad de la Santísima Virgen ante este misterio alcanza, en esta perspectiva, una dimensión insondable. Cuando le fue anunciado que el Verbo se encarnaría en Ella, su reacción no se manifestó con un himno de vanagloria, sino en términos humildísimos: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

 

En esta expresión con la que inició la Redención del género humano estaba incluida, no obstante, una perplejidad: “Él desea mi consentimiento para que haga realidad esta situación incomprensible: que yo tenga poder sobre Él y Él dependa de mí en todo. Por obediencia a su voluntad, aceptaré”. Desde este punto de vista, resplandece de modo especial la actitud de María declarándose esclava de Dios en el momento en que el propio Creador quería, por así decirlo, hacer un acto de servidumbre, de dependencia, digámoslo osadamente, de esclavitud en relación con Ella.

 

La Solemnidad de la Anunciación es, por lo tanto, una ocasión para celebrar también el espíritu de obediencia, el amor a la jerarquía, al orden y la sujeción a Dios y a su Santa Iglesia.

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