MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Diciembre 2016

Publicado el 12/01/2016

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

3 er Misterio Gozoso

El Nacimiento de Nuestro Señor

Glorifiquemos a Dios, que vino al mundo para salvarnos

 


 

Introducción:

 

Atendiendo el pedido de Nuestra Señora en Fátima de desagraviar su Inmaculado Corazón, comencemos la práctica de la devoción de los Primeros Sábados de mes.

 

Con nuestra confesión, comunión, recitación del rosario y meditación de los misterios del Rosario, ofrezcamos a la Madre Celestial la reparación por las ofensas que se cometen contra su Inmaculado Corazón. A quien practique esta devoción, Nuestra Señora promete gracias especiales de salvación eterna.

 

Hoy consideraremos el tercer misterio de Gozo: El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. El Rey del Cielo y de la Tierra viene al mundo envuelto en un misterio de grandeza y de humildad, invitándonos desde el primer instante a seguirlo como el Camino, la Verdad y la Vida.

 

Composición de lugar:

 

Imaginemos la Gruta de Belén, en la noche de Navidad. En medio de una gran paz, en un ambiente iluminado por la gracia divina, Nuestra Señora y San José están alojados junto al Niño Jesús, reclinado en un pesebre. Alrededor de ellos, pastoresadmirados veneran al recién nacido, rodeados por sus ovejas, por la vaca y el burro. Afuera se oye el cántico celestial de los ángeles que entonan su himno de gloria y alabanza al Dios nacido.

 

Oración preparatoria:

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Evangelio de San Mateo (5,1 y ss)

“Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito[*], lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. 8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 13 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: 14 «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». 15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado». 16 Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.”

 

I – Divinas enseñanzas en el Pesebre.

 

¡Oh gruta dichosa, que tuviste la ventura de ver al Verbo nacer dentro de ti! ¡Oh Pesebre dichoso, que tuviste la honra de recibir en tu interior al Señor del Cielo! ¡Oh paja dichosa que serviste de lecho a Aquél cuyo trono es sustentado por los Serafines!, exclama San Alfonso de Ligorio.

 

1- Humildad que confunde nuestro orgullo.

 

Un Dios que quiere comenzar su infancia en un establo confunde nuestro orgullo y, según las reflexiones de San Bernardo, ya predica con el ejemplo lo que más tarde predicaría a viva voz: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Por ello, al meditar el Nacimiento de Jesús y al oír las palabras: pesebre, paja, gruta, deberíamos dejarnos conmover y sentir en el alma una viva inclinación para la práctica de la virtud y, sobre todo, de la humildad, que tanto nos aproxima a ese Recién-nacido.

 

Consideremos los sentimientos que surgieron en el Corazón de María cuando vio al Verbo Divino reducido a tan extrema pobreza por amor a los hombres. Consideremos la devoción y la ternura indecible que la Virgen experimentó cuando apretaba al Hijo de Dios junto a su pecho. Unamos desde ya nuestros afectos a los de Nuestra Madre Santísima y roguemos a Dios que, por medio de Ella, derrame sobre nosotros las gracias incomparables del Nacimiento de Jesús, y nos de fuerzas para vencer cualquier inclinación de soberbia que de Ellos nos separen.

 

2- En el Pesebre, el Camino, la Verdad y la Vida

 

En aquel Pesebre se encuentra “El Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,16). En aquel Niño vemos al Redentor, iniciando sus enseñanzas, no por medio de palabras, sino a través del ejemplo, indicando el único y excelente medio para el restablecimiento de la antigua atmósfera de nuestro Edén perdido.

 

Naciendo en el establo de Belén, el Infante-Maestro se coloca a disposición de los hombres, sean ellos ricos o pobres, grandes o pequeños, sin distinción de personas. No podría haber escogido mejor medio. Nació en un lugar de libre acceso, sin que nadie pudiese ser impedido de aproximarse. Quiso ser todo para todos.

 

II – Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres por Él amados.

 

¡Jesús nació! El Divino Infante, viniendo al mundo, ofrece al Padre Eterno un culto perfecto, aparte de reconciliar con Dios a la humanidad, volviéndola apta para glorificarlo. Esa es la causa de la gran gloria que le prestan los Ángeles, exaltando la gran obra del Altísimo, en la cual Él manifiesta a todo el Universo su sabiduría.

 

1- Júbilo de los Ángeles delante del Dios Niño.

 

Como dice San Alfonso, junto a la Gruta de Belén los Ángeles entonaron jubilosos cantos de alabanza: Gloria a la divina Misericordia que en vez de castigar a los hombres rebeldes, el propio Dios hace tomar sobre sí el castigo para salvarlos. Gloria a la divina Sabiduría, que encontró un medio de satisfacer la justicia y librar al hombre de la muerte merecida. Gloria al divino Poder, que de modo tan admirable venció las fuerzas del infierno. Gloria finalmente al divino Amor que, para salvarnos, indujo a Dios a hacerse hombre.

 

2- La paz cantada por los Ángeles se encuentra en la santidad de los llamados.

 

Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres por Él amados, cantaron los Ángeles en Belén. Esa paz ofrecida por los espíritus celestes se encuentra en la santidad para la cual todos somos llamados.

 

Fuimos creados por Dios y para Dios; mientras la suma Verdad no ilumine nuestra inteligencia, mientras el Bien supremo no ocupe un lugar primordial en nuestro corazón, nuestros esfuerzos en la búsqueda de la paz serán frustrados. En un mismo corazón no pueden vivir juntos la paz y el pecado. Por eso, cuanto más me aparte de las vías de la virtud, más me acusará mi consciencia por el hecho de colocarme fuera del orden deseado por Dios para mi alma y para todo el Universo. Pero si, además, busco ahogar la voz de mi consciencia y endurecerme en el pecado, pues en este caso, la perturbación ocupará el lugar dejado en mi alma por la antigua paz.

 

En medio de los múltiples dramas actuales, hoy hace eco, – como otrora a los pastores de Belén – el cántico de los Ángeles. Ellos nos ofrecen la verdadera paz a cada uno de nosotros, invitándonos a subordinar nuestras pasiones a la razón y la razón a la Fe. En síntesis, para recibir esa ofrenda de los Ángeles, tan ansiada por nosotros, es indispensable estar en orden con Dios, reconociendo en Él a nuestro Legislador y Señor, y amándolo con todo el entusiasmo.

 

Que mi Ángel de la Guarda, mientras hago esta meditación, me diga en el fondo del alma una palabra decisiva para que cambie en mi vida lo que necesita ser cambiado y así pueda cumplir el fin para el cual fui creado.

 

III – El ejemplo de los pastores.

 

Jesús nació, y nació para todos. Él nos manda a avisar, dice San Alfonso de Ligorio, que es la ”flor de los campos y la azucena de los valles” (Can. 2,1), para darnos a entender que, así como nació humilde, así los humildes lo encontrarán. Por eso, el Ángel no fue a anunciar el nacimiento de Cristo al César ni a Herodes, ni a los emperadores y reyes, sino a los pobres y simples pastores, porque en la simplicidad de sus corazones no se dejaron fascinar por el pecado, por el mundo y por la carne.

 

Ellos fueron los invitados a ir a la gruta a encontrar al Niño envuelto en pañales y puesto en un pesebre. Ellos fueron los primeros en encontrar a Jesús en el establo y en prestarle su tributo de adoración y de amor.

 

1- Como los pastores, también somos convidados a la Gruta de Belén

 

La gruta está abierta para que todos puedan entrar a venerar al Recién nacido. Allí está Él, como niño sobre pajas para atraer a quien viene a buscarlo.

 

Como los pastores, yo también estoy invitado a ir a Belén. ¿Qué sentimientos pasarán en mi interior? ¿Tendré los mismos deseos que ellos sintieron en esa ocasión?

 

No es necesario que yo emprenda un viaje a la Gruta de Belén, pero sí que yo tenga la misma reacción de los pastores, o sea, la total disposición para, por ejemplo, adorar a Jesús guardado en el tabernáculo del altar o en la Santa Eucaristía.

 

Cuantos pretextos aparentemente legítimos podrían haber alegado los pastores para no moverse con prisa en busca del Niño: la larga distancia a recorrer, el riesgo de abandonar el rebaño, el frío del invierno, etc. ¡Cuántos católicos, hoy en día, por su frivolidad, dejaron de cumplir sus obligaciones de culto, amparándose en justificaciones banales o hasta en fantasiosas irrealidades!

 

Nada pudo retardar el paso de aquellos piadosos campesinos y por eso, con todo merecimiento, encontraron no sólo a Jesús, sino también a María y José. Consideremos con admiración la heroica fe de aquellos hombres tan simples. Delante de aquel Niño frágil, acostado en un pesebre, ¡no dudaron un solo instante que se trataba de su Salvador, esperado hacía milenios por la Humanidad!

 

¿Será esta mi fe en la Iglesia de Dios? ¿Será también este mi amor al Verbo Encarnado?

 

2- Glorificar y manifestar al Dios que se hace Hombre para nuestra salvación

 

Después de venerar al Niño en la gruta de Belén, los pastores “Volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme les había sido dicho” por el Ángel. Es el primer efecto que la fe produce cuando es sincera, o sea, el deseo de hacer participar de ella a todos los que se encuentran por el camino. Esa fe es un tesoro que no comporta egoísmos, ella exige ser compartida con otros, es difusiva. Por eso, en ese período, encontramos a los pastores como heraldos de la Buena Nueva, predicadores simples y sin mayores recursos de oratoria pero elocuentes.

 

Esa es también la obligación de todos los bautizados. Si nuestra fe es viva, debemos comunicarla a todos los que podamos. Sigamos en este apostolado, a ejemplo de los ángeles y de los fervorosos pastores de Belén.

 

Súplica final

 

Roguemos a Nuestra Señora de Fátima que en esta Navidad interceda por nosotros y por nuestras familias junto a su Divino Hijo, y que nos alcance de Él la gracia de tener una fe cada vez más intensa y un amor a Dios siempre creciente. Y que, a ejemplo de los pastores y del Ángel de Belén, sepamos con humildad y alegría glorificar al Verbo que se encarnó para abrirnos las puertas del Cielo y ser verdaderamente santos como Dios Nuestro Señor nos ordenó: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).

Con entera confianza digamos: Dios te Salve, Reina y Madre…

 

Notas bibliográficas

Basado en:

SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações, volume I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922.

 

MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho de Natal, in Revista Arautos do Evangelho nº 65, dezembro 2008.

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