¿Por qué rendimos culto a las reliquias?

Publicado el 02/26/2017

Reproducimos a continuación una valiosa exposición del Dr. Plinio sobre la tradición de prestar culto a las reliquias de los santos, práctica que él apreciaba sobremanera y cumplía diariamente.

 


 

La palabra “reliquia” viene del latín “reliquus” (restante) o “relinquere” (dejar). Reliquias son, pues, cosas que restaron o fueron dejadas. En ese sentido, la reliquia de un santo es aquello que restó de él o que él dejó.

 

Como se sabe, la Iglesia distingue dos clases de reliquias: las directas y las indirectas.

 

La reliquia directa proviene del cuerpo, de los huesos o de las cenizas de un santo. La reliquia indirecta es algo tocado en él. De la reliquia indirecta existen dos clases: los objetos con los cuales el santo tuvo contacto en vida, o las cosas que se tocan en los cuerpos de los santos después de muertos.

 

Sucede que a veces oímos hablar de una cantidad grande de reliquias indirectas, y algunos objetan ese hecho, diciendo que los santos no pudieron haber tocado tantas cosas. En realidad no lo hicieron, pero ciertas cosas fueron tocadas a sus huesos o a sus reliquias directas, para ser distribuidas.

 

El fundamento del culto a las reliquias

 

El fundamento del culto a las reliquias indirectas es algo un tanto difícil de expresar, pero cuyo valor es intuitivo y proviene de lo siguiente: cuando una persona toca alguna cosa, algo de esa persona pasa a lo que fue tocado. Por ejemplo, una silla en la cual Napoleón se sentó cuando estuvo en un lugar determinado. Algo de la dignidad, de la importancia e incluso de los defectos de Napoleón pasó a la silla.

 

Tendríamos una idea aún mejor a ese respecto, si nos ofreciesen como regalo la cuerda con la cual Judas se ahorcó. En sí, es una cuerda como cualquier otra. Apenas se diría que está muy vieja, con cerca de dos mil años. Si estuviese en un estado de conservación razonable, daría hasta para amarrar a un perro. No obstante, ni siquiera querríamos tocarla. Porque, por así decir, algo de la infamia de Judas pasó a la cuerda.

 

Existe, entonces, el hecho de que algo “impregna” aquello que fue tocado.

 

A propósito, en las Sagradas Escrituras encontramos un episodio curioso en esa línea. Cuando el Evangelio narra la cura de una mujer que tocó la túnica de Nuestro Señor, añade que el Divino Maestro preguntó quién la había tocado, porque sintió que una virtud curativa había salido de Él.

 

La túnica sirvió de elemento de transmisión de una fuerza terapéutica proveniente de un cuerpo Sagrado, el cual, como que ennobleció y dignificó la vestimenta.

 

Por esa razón, en el tesoro de la Iglesia encontramos algunas reliquias indirectas de una importancia tan grande que, por así decir, valen más que las reliquias directas.

 

Por ejemplo, la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo es una reliquia indirecta; el Santo Sepulcro es una reliquia indirecta, así como lo son también los fragmentos que restan del pesebre donde Jesús nació.

 

¡Cuán sagrados son esos objetos que, al fin de cuentas, son reliquias indirectas, pero que veneramos casi como si fuesen reliquias directas!

 

El valor inestimable de las reliquias indirectas

 

Debemos tomar en cuenta igualmente las reliquias que la persona no sólo tocó, sino que se sirvió de ellas como instrumento para la realización de una acción insigne. El hecho de haberse prestado para un gesto eminente, aumenta mucho el valor de la reliquia.

 

Considérese, por ejemplo, un pedazo del paño con el cual la Verónica enjugó el rostro de Nuestro Señor. Aun cuando no hubiese sido allí estampada la verdadera faz de Él, por la simple razón de haber servido para consolar a Nuestro Señor en una situación muy difícil, por haber sido instrumento de una acción noble, de un acto de generosidad y de coraje, esa reliquia vale mucho, pues adquirió algo de la dignidad de la acción de la cual participó.

 

Ahora bien, si las reliquias indirectas tienen tanto valor y son tan sagradas, como observamos anteriormente, ¿qué decir de las reliquias directas?

 

Un pedazo de carne o un fragmento de hueso de un santo es una parte, un elemento constitutivo de la propia persona del santo. Y está en unión – no viva, mas sin embargo profunda, de carácter metafísico –, con el alma del santo en el Cielo. Esa reliquia es, pues, parte de una persona que se encuentra en el Cielo.

 

De tal manera que, cuando el santo resucite, ese fragmento se incorporará a su cuerpo y pasará al estado glorioso. ¡Ese pedazo de carne y esos huesos que se encuentran en nuestros relicarios se unirán nuevamente al cuerpo resucitado del santo, y darán gloria a Dios durante toda la eternidad en el Paraíso!

 

Por lo tanto, se comprende cómo tales fragmentos valen más que cualquier otra reliquia indirecta, pues son, en cierto sentido, la presencia física del propio santo entre nosotros.

 

Claro que, si de una túnica de Nuestro Señor salieron gracias, estas también saldrán de los santos de Dios. A estos los declaró el Divino Maestro más unidos a Él que su Madre y sus hermanos. ¡De donde, podemos imaginar cómo los bienaventurados están mucho más unidos a Él que una túnica!

 

La garantía de “arrancar” las gracias de un Santo

 

Comprendamos, entonces, cómo la presencia de las reliquias constituye una gracia para quienes las llevan consigo.

 

Para recalcarlo mejor, me reporto una vez más a las palabras que Santa Marta le dijo a Nuestro Señor. Ella había mandado a llamar a Jesús para atender a Lázaro, que estaba muy mal. Nuestro Señor no llegó y Lázaro murió. Ella dijo entonces esta frase curiosa: “Maestro, si hubieseis estado aquí, mi hermano no habría muerto”.

 

O sea, ella tenía la certeza de que la presencia física de Nuestro Señor ocasionaría una actitud de Él, de curar al hermano. Por lo tanto, cuando se tiene la presencia física de Jesús, la gracia se hace casi que inevitable.

 

Ahora bien, se puede decir más o menos lo mismo de la reliquia de un santo: guardadas las debidas proporciones, esta tiene un valor semejante al de la presencia física de Nuestro Señor.

 

Es decir, es una garantía de que el santo está – de algún modo – físicamente presente donde se encuentra la reliquia, y que podemos casi que arrancar las gracias de él, en atención a las reliquias que hacen parte suya.

 

Se comprende entonces que, en ese sentido, las reliquias tienen un gran significado y son fuentes colosales de gracias, por lo cual deben ser tratadas con mucho respeto.

 

Evidentemente, debemos tener una suma veneración para con tales fragmentos, los cuales son, en último análisis, fragmentos de santos, no habiendo nada más respetable debajo de Dios, en el Cielo y en la tierra, que esos héroes de la Fe. Una reliquia directa es algo mucho más respetable que cualquier dignidad regia, razón por la cual los antiguos construían catedrales para abrigarlas.

 

Por ejemplo, la Sainte Chapelle, con toda su magnificencia, fue edificada para custodiar una de las más preciosas reliquias indirectas de Nuestro Señor: una de las espinas de la sagrada corona.

 

Cuidados que debemos tener al rendir culto a las reliquias

 

Es necesario tener siempre en mente todo lo que acaba de ser dicho, para entender cómo una reliquia es un tesoro.

 

Cabe aquí hacer una aplicación concreta acerca del modo de guardarlas y de venerarlas.

 

No es correcto conservar las reliquias abandonadas en gavetas, en medio de otros objetos: repelentes contra mosquitos, remedios, curas, etc., y chocándose con ellos, reliquias de tres o cuatro santos. Esa es una forma muy incorrecta de tratarlas.

 

Si no se dispone de recursos, es necesario tener una caja pequeña, aunque sea de cartón, pero enteramente separada, colocada preferiblemente en un lugar donde no haya otros elementos, para guardar en ella todas las reliquias juntas, en vez de mantenerlas separadas en los locales más dispares.

 

Por lo tanto, todas deben estar reunidas y ser objeto de nuestro culto.

 

¿Cómo prestarles veneración?

 

Por lo menos de la siguiente forma: todos los días, en la mañana y en la noche, besar las reliquias que tenemos, para pedir la intercesión de esos santos a nuestro favor. Debemos procurar conocer sus biografías, a fin de darnos bien cuenta de quién está allí presente, y rendirles de esa forma el culto merecido a través de sus reliquias.

 

Por lo tanto, resumiendo:

1) Guardarlas dignamente – no quiero decir lujosamente;

2) rendirles culto. Y para hacerlo bien, sugiero que éste se transforme en una rutina que consista, por ejemplo, en besar todos los días las reliquias, en la mañana y en la noche. Es triste tener una reliquia abandonada en la casa, desprovista de culto o devoción. Ahí sería el caso de dársela a otra persona que la honre, ¡pues no se comprende que el santo esté allí presente, con un elemento constitutivo de su propia persona, y no sea objeto de nuestra veneración!

 

Aún hay un último punto para considerar: ¿se pueden cargar las reliquias consigo?

 

Sí, desde que se tenga el cuidado necesario para no perderlas. Por ejemplo, llevándolas siempre en el mismo bolsillo. Algunos militares llevaban una reliquia incrustada en su propia espada. Yo comprendo que, con la prudencia necesaria, haya una reliquia en un buen bolígrafo, o en un instrumento de trabajo digno. Pero, siempre con el cuidado necesario.

 

(Revista Dr. Plinio, No. 67, octubre de 2003, p. 14-17, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)

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