Comentario al Evangelio – Domingo 1º de Adviento

Publicado el 11/23/2015

 

EVANGELIO

 

“Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, lleno de poder y gran majestad. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. Tengan cuidado de no aturdir sus corazones por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque vendrá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán estar de pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 25-28.34-36).

 


 

Comentario al Evangelio – Domingo 1º de Adviento – Las tres venidas del Señor

 

 

En Navidad, el Mesías baja a la tierra cubierto con el velo de la humildad. Al final de los tiempos vendrá como Juez supremo, con todo su esplendor y gloria. Entre ambas venidas hay una “tercera”, según San Bernardo de Claraval, y que ocurre a cada instante de nuestra vida. ¿Cómo es, y cuál es su propósito?

 


 

I – Las dos venidas de Cristo

 

La despreocupación con que juegan los niños proviene en gran medida de su confianza en el apoyo —a sus ojos infalible— del padre o la madre. Esa saludable seguridad es, sin duda, una de las razones para la relajada y contagiosa alegría infantil.

 

Hay semejanza entre esa relación de orden natural entre hijos y padres con la existente entre el hombre y Dios en el orden espiritual. Algo que la Sagrada Escritura expresa poéticamente cuando dice: “No, yo aplaco y modero mis deseos: como un niño tranquilo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí” (Sal 130, 2).

 

Dios es mucho más que un padre terreno

 

Dios, Padre incomparable, nos ama verdadera e incondicionalmente, y siente agrado cada vez que pedimos su auxilio, sin importar la situación. No obstante, al revés de los niños, quienes no olvidan nunca a sus progenitores, somos proclives a vivir nuestra vida cotidiana sin considerar cuánto dependemos de la Divina Providencia, la cual nunca deja de velar por nosotros. Y esa propensión a la autosuficiencia sería mucho más grande de no existir nuestras debilidades, limitaciones e infortunios, que nos recuerdan a menudo cuánto requerimos la ayuda divina.

 

Dios es mucho más que un padre terreno para nosotros, porque dependemos de Él de forma absoluta, esencial y única. En primer lugar, Dios nos creó: le debemos nuestra existencia. Además Él nos mantiene, sostiene nuestro ser, algo que no puede hacer ningún padre humano por su hijo; por así decir, si Dios dejara de pensar en nosotros un solo instante, regresaríamos a la nada, dejaríamos de existir. Tenemos, pues, una dependencia total con respecto a Dios.

 

Además —¡misterio de amor!— el Señor se encarnó para redimirnos. Y el costo de esa Redención fue la muerte de Cruz, derramando en ella toda su Sangre por nosotros. En verdad, no podría hacer más por la humanidad.

 

Debemos tomar esa Bondad de Dios, Padre que nos ama y nos redime, como perspectiva para entrar al período de Adviento que comienza hoy, y también para conmemorar en la liturgia de este domingo las dos venidas de Nuestro Señor.

 

Una venida en la humildad, la otra en la gloria

 

En la primera, se presentó ante los hombres en

la debilidad de la infancia, en la pobreza y la

indigencia "Huida hacia Egipto", por Fra Angélico

Museo de San Marcos, Florencia

En la primera venida, que ya ocurrió, el Niño Dios apareció pobre, humilde, sin manifestación de grandeza: “Revestido de nuestra fragilidad, vino la primera vez a realizar su eterno designio de amor y abrirnos el camino de la salvación”. La segunda sucederá de manera muy diferente, al final de los tiempos, cuando Nuestro Señor venga a juzgar a los vivos y los muertos: “Revestido de su gloria, Cristo vendrá una segunda vez para traernos la plenitud de los bienes prometidos, los que hoy, vigilantes, esperamos”. 

 

El gran Bossuet muestra que Dios quiso asumir la naturaleza humana en las condiciones más modestas, humillándose hasta lo inconcebible: “Él parece caer del seno de su Padre al de una mujer mortal, de ahí a un establo, y desde ahí baja sucesivos peldaños de anonadamiento hasta la infamia de la Cruz, hasta la oscuridad de la tumba. Reconozco que no era posible caer más bajo”.

 

Pues bien, así como el nacimiento de Jesús fue humilde, así será gloriosa su segunda venida, con respecto a la cual dice San Gregorio Magno: “Al mismo a Quien no quisieron prestar oídos cuando se les presentó humildemente, lo verán descender entonces en gran poder y majestad, y experimentarán su poder con tanto más rigor cuanto menos doblen ahora la cerviz del corazón ante su paciencia”

 

El acentuado contraste entre ambos momentos hace exclamar al P. Dehaut: “¡Qué diferencia entre esta segunda venida de Cristo y la primera! En la primera, se presentó ante los hombres en la debilidad de la infancia, en la pobreza y la indigencia, escapando de los emisarios de un tirano sanguinario. En la segunda, descenderá rodeado de gloria y majestad, como Rey del Universo”.

 

Las cuatro semanas de adviento

 

El Tiempo de Adviento se compone de cuatro semanas, representación de los siglos y milenios que la Humanidad esperó la llegada del Redentor. Durante esta época toda la Liturgia estará imbuida de austeridad —se omitirá el Gloria, los paramentos tendrán color morado y no habrá flores adornando el interior de los templos— para recordar “nuestra condición de peregrinos, anclados todavía en la esperanza”, como afirma el famoso liturgista Manuel Garrido. 

 

Mons. Maurice Landrieux, obispo de Dijon, explica por qué en este primer domingo el Evangelio se refiere a la segunda venida del Señor: “La Iglesia nos habla del fin del mundo, vale decir, de los Novísimos, para recordarnos el sentido de la vida, desapegarnos del pecado y alentarnos a la práctica del bien. Dios nos ha creado para la vida eterna. En esta tierra no tenemos morada permanente: estamos aquí de paso, camino al Cielo”.

 

Por eso, al comienzo mismo de la Celebración Eucarística la Iglesia hace esta oración: “Concede a tus fieles el ardiente deseo de poseer el Reino del Cielo. Para que acudiendo con nuestras buenas obras al encuentro de Cristo que viene, seamos reu-nidos a su derecha en la comunidad de los justos”.

 

Así pues, en esta inauguración del año litúrgico tenemos dos preparaciones: una para conmemorar dignamente el nacimiento de Jesús en Belén, y otra para el grandioso acto de clausura de la Historia humana, como es el Juicio Final. “El recuerdo de la última venida de Nuestro Señor, inspirándonos un saludable horror que nos aleja del pecado y nos conduce al bien, nos prepara además para celebrar santamente la primera venida”. 

 

La segunda y tercera semanas toman en cuenta aspectos del Precursor, y en la semana final la liturgia aborda una preparación más directa del nacimiento del Redentor, considerando la espera y las oraciones de la Virgen, de los patriarcas y de los profetas como factores que aceleraron la llegada del Mesías a la tierra.

 

 

II – Jesús anuncia su segunda venida

 

“Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque las potestades de los cielos se conmoverán.”

 

San Juan Crisóstomo ofrece una interesante conjetura sobre estos versículos, al decir que Nuestro Señor indica en ellos una serie de señales que presagian el fin del mundo, mientras que en otros pasajes afirma que vendrá en un momento inesperado (cf. Mt 24, 42).

 

Para explicar esta aparente contradicción, el Crisóstomo plantea que en los últimos tiempos se desatarán guerras y persecuciones pero, en un momento dado, todo volverá a una aparente tranquilidad en medio del desorden del pecado. Los buenos quedarán reducidos a contemplar, impotentes, toda clase de abominaciones. No obstante, cuando parezca cosa evidente el triunfo general y definitivo del mal, dando a entender que Dios no existe, el Juez Supremo se presentará de manera repentina para juzgar a vivos y muertos. 

 

Él vendrá con gloria resplandeciente para

recompensar y coronar a sus elegidos.

“ La Redención de los justos”, por Fra

Angélico – Museo de San Marcos, Florencia

San Agustín comenta por su parte que los fenómenos de la naturaleza, descritos en estos versículos, “deben entenderse como referidos a la Iglesia, que es sol, la luna y las estrellas; ella ha sido llamada hermosa como la luna, elegida como el sol, pero no brillará en aquella época debido a la furiosa persecución”. 

 

“Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, lleno de poder y gran majestad.”

 

Veamos la hermosa relación que establece el P. Julián Thiriet entre este versículo y la primera venida del Señor: “Ellos verán venir al Hijo del hombre con gran poder y majestad. Es decir, con fuerza invencible, para confundir y castigar a sus enemigos, pero también con gloria resplandeciente, con majestad divina, para recompensar y coronar a sus elegidos. Así, después de haber aparecido bajo una forma humilde y despreciable en su primera venida —‘se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo’ (Fl 2, 7)—, aparecerá en la última venida como poderoso Rey y soberano Señor del cielo y de la tierra. Todos los hombres verán en su Cuerpo las gloriosas cicatrices de sus llagas, y los pecadores, como dijo el profeta Zacarías, reconocerán al que traspasaron”.

 

Que Cristo venga sobre una nube lo relaciona el mismo autor con el día de la Ascensión: “Las nubes que le sirvieron de carro triunfal para subir al Cielo, dice Orígenes, le servirán como trono cuando descienda a juzgar la tierra”. 

 

San Agustín hace un comentario más circunstancial, considerando dos interpretaciones posibles acerca de este pormenor:

 

“Se puede entender esto en dos sentidos. Cristo podrá venir a la Iglesia como sobre una nube, de la misma manera en que no cesa de venir ahora, según lo dicho en la Escritura: ‘A partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo’ (Mt 26, 64). Pero vendrá entonces con gran poder y majestad divina porque manifestará más en los santos ese poder y majestad divina, aumentándoles así la fortaleza para no sucumbir en la persecución. Puede entenderse también que venga en su Cuerpo, que está sentado a la derecha del Padre, en el cual murió, resucitó y subió al Cielo, como está escrito en los Hechos de los Apóstoles: ‘Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos’. Y ahí mismo dijeron los ángeles: ‘Vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo’ (Hch 1, 9.11). Así pues, tenemos motivos para creer que vendrá, no tan sólo en Cuerpo, sino también encima de una nube; vendrá tal como se fue, y al irse una nube lo ocultó. Es difícil precisar cuál es el mejor de ambos sentidos”. 

 

Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.

 

Las palabras de Jesús en este versículo invitan a levantar el ánimo y a tener confianza, puesto que junto al castigo llegará también la hora de la liberación para quienes hayan seguido fieles. Por eso afirma San Gregorio Magno: “Cuando las plagas aflijan al mundo, levantad vosotros la cabeza, es decir, que se alegren vuestros corazones, porque mientras se acaba ese mundo del cual no sois verdaderamente amigos, se acerca vuestra redención, esa que tanto habéis procurado”.

 

Mons. Maurice Landrieux, glosando las palabras del Señor, nos convida también a acrecentar nuestra esperanza y alzar nuestros corazones al Cielo en tal hora: “Si el día del Juicio Final ha de ser terrible para los réprobos, en cambio será consolador para los elegidos, quienes entrarán de cuerpo y alma en la gloria completa, tan anhelada. Por ello, cuando estas cosas empiecen a suceder, mientras los pecadores se marchitarán de terror y serán presa de la desesperación, vosotros, amigos y servidores míos, levantad la cabeza y mirad; fortaleced vuestra fe y vuestra esperanza, desviad de la tierra vuestro espíritu y vuestro corazón y elevadlos al Cielo; alegraos, porque se acerca vuestra liberación. Esta liberación o redención será para los elegidos el término absoluto de todos los males, la perfecta satisfacción del alma y del cuerpo, el gozo incomparable de la eterna bienaventuranza”.

 

Y concluye con esta exclamación: “Día de pavor y desesperación para los impíos, los pecadores: dies iræ, dies illa! Pero de indecible esperanza para los justos de Dios, para los pequeños y los humildes desconocidos, despreciados, repudiados, execrados, explotados, maltratados, oprimidos de todas las formas en esta tierra”. 

 

Ahora bien, si al final de los tiempos los castigos de Dios contra los malos equivalen a la liberación de los buenos, al punto de afirmar San Agustín que “la venida del Hijo del hombre sólo infunde temor a los incrédulos”, podemos sacar una conclusión para nuestra época: aunque las angustias y las penurias opriman a los buenos en la actualidad, aun así éstos no deben temer, puesto que Dios no abandona nunca a quien se le ha confiado.

 

Es lo que afirma San Cipriano: “Quien espera la recompensa divina debe reconocer que no podrá haber miedo alguno en nosotros ante las borrascas del mundo, ni tampoco vacilación, porque el Señor predijo y enseñó que esto ocurriría, exhortando, instruyendo, preparando y fortaleciendo a los fieles de su Iglesia con miras a soportar los acontecimientos futuros”. 

 

III – Preparación de los corazones

 

“Tengan cuidado de no aturdir sus corazones por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque vendrá sobre todos los que habitan la faz de la tierra.”

 

“Tengan cuidado de no aturdir sus corazones”. En esta segunda parte del Evangelio seleccionado por la Iglesia para este domingo, el Divino Maestro alude a esas almas que sin negar formalmente la fe, tampoco se maravillan, ni vibran, ni se conmueven ante las más hermosas enseñanzas, ceremonias o acontecimientos, incapaces ya de reconocer la voz o la presencia del Salvador.

 

“Como una trampa” caerá el terrible día del Juicio Final sobre los habitantes de la tierra; así pues, para no ser tomados por sorpresa, debemos estar alertas e impedir que nuestros corazones se aturdan con los vicios y las preocupaciones por los bienes efímeros de este mundo.

 

Excesos, embriaguez y preocupaciones de la vida

 

Jesús menciona en primer lugar los excesos, que otras versiones traducen más definidamente como gula, pecado que en nuestros días puede ser considerado incluso en sentido inverso, vale decir, la preocupación excesiva por controlar el peso en detrimento de la propia salud. El equilibrio consiste en comer lo necesario para mantenerse y enfrentar las dificultades de la vida.

 

Pero hay también una gula de los ojos: la excesiva curiosidad. O de los oídos: el deseo inmoderado de conversar, de estar al tanto de todas las novedades. Para no alargar demasiado la lista de vicios relacionados a la gula, mencionaremos sólo uno más (y de los más nefastos): el ansia de atraer la atención hacia uno mismo.

 

En cuanto a la embriaguez, Orígenes destaca la profunda degradación a la que conduce, al afectar cuerpo y alma simultáneamente: “En otros casos puede ocurrir que el espíritu se fortalezca cuando el espíritu se debilite, como dice el Apóstol (cf. 2 Cor 12, 10); y ‘aunque nuestro hombre exterior se corrompa, nuestro hombre interior se renueva’ (cf. 2 Cor 4, 16). Pero en la enfermedad de la embriaguez se deterioran al mismo tiempo el cuerpo y el alma; el espíritu se corrompe junto a la carne. Se debilitan los pies y las manos, se embota la lengua, se oscurece la mirada y el olvido cubre la mente, de modo que el hombre ya no entiende ni siente”. 

 

En nuestros días este vicio sirve como claro símbolo de la ebriedad ante cosas materiales como el automóvil, el ordenador, el teléfono móvil, Internet y otros aparatos útiles y hasta necesarios pero que, cuando se los emplea sin el control de la virtud de la templanza, contribuyen a aturdir el corazón y volverlo insensible a las realidades sobrenaturales.

 

Viene al caso una elocuente metáfora del mismo Orígenes para enfatizar cuánta necesidad tenemos de atender a la advertencia del Divino Maestro, en el Evangelio de este domingo:“Imaginemos a un médico sabio y experimentado que entrega prescripciones parecidas a ésta, recomendando por ejemplo: ‘Cuídese de beber en exceso el jugo de tal hierba, porque puede ocasionar una muerte repentina’. No me cabe duda que todos, para preservar su salud, obedecerían dicha advertencia. Ahora bien, es el Médico de las almas y los cuerpos, Nuestro Señor, quien ordena cuidarnos de la hierba de la embriaguez y de la crápula, así como de los negocios mundanos y de las bebidas mortales que hace falta evitar”.

 

Por consiguiente, no sólo quien se entrega a vicios degradantes como la gula y la embriaguez termina con el corazón pesado, insensible, incapacitado para elevarse hasta Dios; también le ocurre a quien se llena de preocupaciones excesivas por los bienes terrenos. Otra vez Orígenes ofrece comentarios esclarecedores: “La última advertencia de Jesús apunta en ese momento a tener cuidado con aquellas cosas de la vida que, sin poder considerarlas pecados graves, sino actividades aparentemente indiferentes, obnubilan sin embargo nuestra conciencia en lo referido al inminente regreso del Señor y a la llegada repentina del fin del mundo”. 

 

Al respecto, San Basilio recomienda: “La curiosidad y las preocupaciones de esta vida, aunque no parezcan perjudiciales, deben evitarse cuando no fomentan el servicio de Dios”. Y el docto Tito nos alerta: “Tengan cuidado para que no se oscurezca la luz de vuestra inteligencia, porque las preo-cupaciones de esta vida, la crápula y la embriaguez ahuyentan la paciencia, hacen vacilar la fe y provocan el naufragio”.

 

A esto añade Mons. Landrieux: “Poned mucho cuidado en evitar que vuestro corazón se apegue a la tierra a través de los placeres groseros de los sentidos o el goce desenfrenado de los bienes de este mundo, o por cuidar en exceso vuestra situación, todo lo cual os expondría a ser sorprendidos por la muerte súbita: et superveniat in vos repentina dies illa. En cambio, sed vigilantes y orad, sed prudentes, recurrid a los medios sobrenaturales para lograr que la mano de Dios os sostenga en tales pruebas, de manera que podáis permanecer de pie en el día del Juicio: stare ante filium hominis”.

 

Vigilancia y oración

 

“Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán estar de pie ante el Hijo del hombre.”

 

Los profesores de Salamanca observan que San Lucas no ilustra su relato con parábolas, como los demás sinópticos, sino que trae una simple exhortación general. “En compensación, expresa bien el sentido de esa vigilancia constante en pureza de vida y oración”. 

 

Estar prevenidos significa estar siempre preparados para el encuentro con Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen, conservando muy abiertos los ojos no sólo del cuerpo, sino sobre todo los del alma, porque son éstos los que pueden indicar la cercanía del Señor. Debemos, pues, vivir en estado de oración continua incluso en el cumplimiento de nuestras tareas habituales; es la única manera de estar preparados para los grandes acontecimientos que predijo Jesús y comparecer“de pie ante el Hijo del hombre”, es decir, íntegros, honestos y virtuosos. En suma, en estado de gracia.

 

Mantener la gracia de Dios en la vida terrena importa mucho más que conservar la salud, el dinero o cualquier otro bien. Debemos esforzarnos para no ofender a Dios, jamás; pero si tenemos la desgracia de caer en pecado, debemos buscar de inmediato el sacramento de la Confesión para reconciliarnos con Él. A esto nos exhorta san Gregorio Magno: “Enmendaos, cambiad vuestras costumbres, venced las tentaciones y castigad con lágrimas los pecados cometidos, porque algún día veréis la llegada del eterno Juez sintiendo tanta más seguridad cuanto más hayáis prevenido su severidad por medio del temor”. >

 

IV – La "Tercera Venida"

 

Jesús está siempre golpeando en la puerta de

nuestra alma para ser nuestro reposo y consuelo

Grupo escultórico del cementerio de la

Consolación, São Paulo, Brasil

La liturgia del primer domingo de Adviento se orienta por completo a la conmemoración de la primera venida de Nuestro Señor, cumplida con su nacimiento en la gruta de Belén, y a la preparación de la segunda, que tendrá lugar en el fin del mundo para juzgar a la humanidad entera.

 

Sin embargo, de acuerdo a San Bernardo de Claraval, hay tres venidas de Nuestro Señor: “La primera, cuando vino por su Encarnación; la segunda es cotidiana, cuando viene a cada uno de nosotros por su gracia; y la tercera, cuando venga a juzgar al mundo”.El Doctor Melifluo especifica en otro pasaje que este segundo adviento de Cristo es oculto y “solamente los elegidos lo ven en sí mismos, y con ello salvan sus almas”. El Señor viene continuamente a nosotros para“nuestro reposo y consuelo”.

 

Así pues, a cada momento somos convidados a un encuentro con Jesús. Ocurre sobre todo en la Eucaristía, pero también, por ejemplo, al meditar este primer Evangelio de Adviento, o al escuchar una palabra inspirada de algún ministro de Dios. En realidad, nuestra vida debería girar en torno a una Navidad permanente, iniciada al despertar en la mañana y sin terminar siquiera al dormir en la noche, porque para todo dependemos de la gracia de Dios y debemos estar a la espera continua de su auxilio.

 

Permanezcamos atentos y aprovechemos estas valiosas invitaciones de la gracia para estar en condiciones de recibir, no con pavor y desesperación, sino con regocijo, al justo Juez que descenderá del Cielo con toda pompa y majestad, y dirá a quienes confiaron en su misericordia y cumplieron sus mandamientos en esta tierra: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 34). Quien tenga siempre ante sus ojos esta finalidad, sentirá ánimo redoblado para ejercitar la virtud y presentarse sin miedo al encuentro definitivo con el Señor.

 

¡Preparémonos, porque Él vendrá cuando menos lo esperemos! 

 

 

“Heraldos del Evangelio – Salvadme Reina” Nº 76


 

1 Prefacio de Adviento, 1.

2 Ídem.

3 BOSSUET – Œuvres choisies. Versailles: Lebel, 1822, p.156.

4 GREGORIO MAGNO, San – Obras de San Gregorio Magno. Madrid: BAC, 1968, p.538.

5 DEHAUT, P. Pierre Auguste Teóphile – L’Évangile expliqué, défendu, médité. París: P. Lethielleux, 1868, vol. 4, p. 405.

6 GARRIDO, Manuel – Iniciación a la Liturgia de la Iglesia. Pelícano, p. 275.

7 LANDRIEUX, Mgr. Maurice – Courtes gloses sur les Evangiles du dimanche. París: G. Beauchesne, 1918, p. 2-3.

8 THIRIET, P. Julien – Explication des Evangiles du dimanche. Hong-Kong : Societé des Missions Étrangères, 1920, p.2.

9 Véase también 1 Tes 5,2; 2 Ped 3,10; Ap 16, 15.

10 CRISÓSTOMO, San Juan – Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 76 y 77.

11 AQUINO, Santo Tomás de – Catena Aurea.

12 THIRIET, op.cit., p.5.

13 Ídem.

14 AGUSTÍN, San – Carta 199, 41-45. In Comentarios de San Agustín. Valladolid: Estudio Agustiniano, 1986, p.52-53.

15 AQUINO, Santo Tomás de – Catena Aurea.

16 THIRIET, op.cit., p.6.

17 LANDRIEUX, op.cit., p.7.

18 Apud ODEN, Thomas C.; JUST, Arthur A. – La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Madrid: Ciudad Nueva, 2000, p.431.

19 CIPRIANO, San – Sobre la mortalidad, 2. Apud ODEN-JUST, op.cit., p. 434.

20 Homilías sobre el Levítico, 7, 1-237. Apud ODEN-JUST, op.cit., p. 434-435.

21 Ídem.

22 Apud ODEN-JUST, op.cit., p. 432.

23 AQUINO, Santo Tomás de – Catena Aurea.

24 Ídem.

25 LANDRIEUX, op.cit., p.8-9.

26 TUYA, o.p., Padre Manuel de – Biblia Comentada. Madrid: BAC, 1964, p. 904.

27 GREGORIO MAGNO, San – op. cit., p.541.

28 THIRIET, op.cit., p.2.

29 BERNARDO DE CLARAVAL, San – Obras Completas de San Bernardo. Madrid: BAC, 1953, p.177.

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