COMENTARIO AL EVANGELIO – IV DOMINGO DE CUARESMA – La peor ceguera…

Publicado el 03/24/2017

 

– EVANGELIO –

 

1 Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Sus discípulos le preguntaron: «Rabbí, ¿quién pecó: él o sus padres, para que naciera ciego?» 3 «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4 Conviene que nosotros hagamos las obras de Aquel que me envió mientras es de día; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». 6 Dicho esto, escupió en la tierra, hizo un poco de barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, 7 diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa Enviado. Fue entonces, se lavó y volvió con vista. 8 Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?» 9 Unos opinaban: «Es el mismo». Y otros: «No, es uno que se le parece». Él decía: «Soy yo». 10 Le dijeron: «¿Cómo se te abrieron los ojos?» 11 Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: “Ve a lavarte a Siloé”. Yo fui, me lavé y vi». 12 Le preguntaron: «¿Dónde está?» Él respondió: «No lo sé». 13 El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. 14 Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. 15 De nuevo los fariseos le preguntaron cómo había recuperado la vista. Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». 16 Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. 17 Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta». 18 Los judíos no creyeron que ese hombre había sido ciego y había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres 19 y les preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» 20 Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, 21 pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». 22 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. 23 Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». 24 Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». 25 Él les contestó: «No sé si es un pecador; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». 26 Entonces le preguntaron: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» 27 Les respondió: «Ya se lo he dicho a ustedes y no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También quieren hacerse discípulos suyos?» 28 Ellos le maldijeron, diciendo: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! 29 Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es éste ». 30 El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me abriera los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. 32 Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. 33 Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». 34 Le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron. 35 Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?» 36 Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?» 37 Jesús le dijo: «Le estás viendo: es el que habla contigo». 38 Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. 39 Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». 40 Oyeron esto algunos fariseos que estaban con él, y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?» 41 Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece» (Jn 9, 1-41).

 


 

COMENTARIO AL EVANGELIO – IV DOMINGO DE CUARESMA – La peor ceguera…

 

Cuando Nuestro Señor Jesucristo obró el milagro de la curación de un ciego de nacimiento quiso demostrar que existe una ceguera peor que la de los ojos corporales: la del alma, que impide el desarrollo de la luz sobrenatural infundida en nuestras almas.

 


 

I – El Domingo “Lætare” nos trae una jubilosa esperanza

 

La vista es el principal de los sentidos corpóreos, por ser el que mejor nos brinda el conocimiento del Creador, a través de la contemplación de lo verdadero, lo bueno y lo bello que existe en las criaturas.

 

Este don magnífico es símbolo de otro más precioso, referido a la vida de la gracia. No vemos físicamente a Dios, pero Él está en todas partes. Aunque podamos demostrar su existencia mediante la lógica, no lo podemos ver con los ojos carnales, pero sí percibirlo con auxilio de la luz de la gracia, que ilumina la inteligencia, inclina la voluntad al bien y ordena nuestra sensibilidad. Sin ese don de Dios que es la virtud de la fe, no conseguimos ver ni aceptar nada en el campo sobrenatural. Sin embargo, como afirma Royo Marín, “al revelarnos su vida íntima y los grandes misterios de la gracia y de la gloria, Dios nos hace ver las cosas, por decirlo así, desde su punto de vista divino , tal como las ve Él”.1

 

En sentido figurado, podríamos decir que nacimos con los ojos vendados y el Bautismo nos quita la venda. Aun así, en la Tierra vemos a Dios entre sombras, es decir, no podemos verlo tal como Él es. Lo explica claramente Mons. Cuttaz: “Está presente a nosotros con toda su infinita belleza, puesto que está en todas partes, y especialmente en el alma del justo. Le conocemos un poco por su acción; no le vemos: nos falta una luz, un instrumento de visión sobrenatural.

 

Es la gracia la que nos lo proporcionará en el cielo, dentro de esta ‘luz de gloria: lumen gloriæ' , de la que será el principio”.2

 

En esta vida terrena en nuestra alma sólo tenemos una semilla de visión beatífica. Pero cuando pasamos a la eternidad, ésta se desarrollará como un árbol, y desaparecerán por completo los velos que cubren la fe y la esperanza, y veremos a Dios cara a cara.

 

La Liturgia del 4º domingo de Cuaresma, domingo de alegría, nos trae la gozosa esperanza de poseer dicha visión en su plenitud.

 

II – Un hombre que vivía en las tinieblas físicas y espirituales

 

Al escribir su Evangelio, en el momento en que la Iglesia se encuentra en abierta controversia con los gnósticos, San Juan se empeña desde el inicio en probar que Jesús al mismo tiempo es Hombre, aunque sin personalidad humana, y Dios, reuniendo hipostáticamente la naturaleza divina y la humana en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

 

El P. Tuya, analizando la finalidad del Evangelio de San Juan, comenta: “Se ha querido notar en él una cierta tendencia polémica contra el querer separar el hombre de Dios”.3 Y agrega más adelante: “La imagen de Cristo aparece delineada, en un aspecto, con rasgos sublimes: es Dios. […] Pero también, en Juan la figura del que es Dios la acusa como el que también es hombre . […] En la imagen del Dios-hombre, Juan no especula solamente; relata la historia y acusa los hechos divinos y humanos”.4

 

El pasaje del Evangelio de este domingo nos presenta al Señor poco después de salir del Templo, tras terminar una de las polémicas más ardorosas con los fariseos, concluida por Él con una solemne declaración de su divinidad al afirmar, con fórmula de juramento: “En verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham naciese, yo soy” (Jn 8, 58). Los fariseos entonces “cogieron piedras para arrojárselas” (Jn 8, 59). Tenían la intención de matarle, pero no pudieron, pues se escabulló y salió del Templo, “porque aún no había llegado su hora” (Jn 8, 20).

 

Tras esta dramática escena, Jesús hizo ante todo el pueblo el estruendoso milagro que servirá para confirmar la veracidad de sus palabras a respecto de su sobrenatural origen.

 

Cristo lo dispuso todo para su gloria

 

1 Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Sus discípulos le preguntaron: «Rabbí, ¿quién pecó: él o sus padres, para que naciera ciego?» 3 «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4 Conviene que nosotros hagamos las obras de Aquel que me envió mientras es de día; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo»

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En sentido figurado, podríamos

decir que nacimos con los ojos

vendados y el Bautismo nos

quita la venda.

Pila Bautismal – Iglesia de

Santa María, Kitchener

(Canadá)

La creencia de que los males físicos eran siempre consecuencia de algún pecado estaba arraigadísima no sólo en los judíos, sino también en los pueblos paganos contemporáneos de Cristo. “El mismo Jesús —escribe Fillion—, en diversas ocasiones, parecía haber considerado como castigo del pecado algunas de las enfermedades que curó”.5 Y San Juan Crisóstomo observa que cierta vez, después de haber curado a un paralítico, el Señor lo amonestó: “No vuelvas a pecar, no te suceda algo peor” (Jn 5, 14), dando a entender con ello que el pecado había sido causa de la dolencia.6

 

No obstante, en el caso presente el Maestro declara tajantemente que la ceguera fue permitida desde la eternidad para dar cauce a la manifestación de su poder divino sobre la naturaleza. Y, como veremos poco después, este milagro fue también la misericordiosa oportunidad para que el ciego recibiera la gracia de la conversión; junto a la luz natural, recibió la fe en aquel que es Luz del mundo.

 

La pedagogía de un grandioso milagro

 

6 Dicho esto, escupió en la tierra, hizo un poco de barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, 7 diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa Enviado. Fue entonces, se lavó y volvió con vista.

 

Causa sorpresa que Cristo haya escupido en el suelo, formado barro, lo haya untado en los ojos del enfermo para ordenarle después que fuera a lavarse la cara. Podría haber realizado este milagro con una simple mirada o un acto de voluntad, como procederá más tarde con otro ciego —el de Jericó— a quien dijo: “Ve” (Lc 18, 42). Sin embargo, quiso sanar al ciego de nacimiento aplicándole barro sobre los ojos y mandándole a lavarse en la piscina de Siloé. San Juan Crisóstomo comenta a propósito: “Escupió en la tierra para que no atribuyeran un poder milagroso al agua de aquella piscina y para que tú entiendas que fue de su boca de donde salió la misteriosa energía que regeneró los ojos del ciego y los abrió. Por eso es por lo que el evangelista dice: ‘Hizo un poco de barro con la saliva'. A continuación, para evitar que se pensara en un poder secreto de la tierra, le ordenó que fuera a lavarse”.7

 

El divino Maestro quiso que primero todos los circundantes viesen al ciego con el barro en los ojos, lo que causaría ciertamente viva impresión. Después, cuando el hombre regresase curado, quedaría patente ante ellos Quién era el autor de la curación. Para un pueblo duro de corazón como ése, hacía falta despejar cualquier duda al respecto; por eso el Señor empleó su propia saliva, mezclándola con la tierra, dos materias incapaces de operar la curación por sí mismas, resaltando así que el poder sobrenatural venía de Él. Se puede observar que los detalles del episodio fueron divinamente dispuestos para producir en los presentes el gran efecto descrito por el evangelista.

 

El ciego, por su parte, creyó en la palabra de Jesús. Por ejemplo, no se detuvo a pensar cuántas veces se habría lavado ya en la piscina de Siloé sin curarse, o si el barro podría perjudicar todavía más su salud. Comenta San Juan Crisóstomo: “Advierte cómo el ciego tenía su ánimo dispuesto para obedecer en todo. […] Su único objetivo fue el de obedecer a quien le mandaba. Nada pudo disuadirle, nada constituyó un obstáculo”. 8 Cumplió exactamente lo mandado por Nuestro Señor, y fue recompensado.

 

Mala voluntad ante el milagro patente

 

8 Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna? » 9 Unos opinaban: «Es el mismo». Y otros: «No, es uno que se le parece». Él decía: «Soy yo». 10 Le dijeron: «¿Cómo se te abrieron los ojos?» 11 Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: “Ve a lavarte a Siloé”. Yo fui, me lavé y vi». 12 Le preguntaron: «¿Dónde está?» Él respondió: «No lo sé».

 

Un acontecimiento tan extraordinario fue motivo de gran sensación, comentarios y discusiones entre “los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar”. El sintético relato evangélico no especifica si hubo muestras de entusiasmo, de incredulidad o de odio. Con todo, parece seguro que la primera reacción de algunos fue de, a lo menos, “ignorar” la evidencia de la cura milagrosa.

 

Indicio de ello es el tono reservado de las respuestas del feliz beneficiado con el milagro.

 

Mala fe y dureza de corazón de los fariseos

 

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El ciego creyó en la palabra de

Jesús. No se detuvo a pensar

cuántas veces se habría lavado

ya en la piscina de Siloé sin curarse.

Ruinas de la piscina de

Siloé – Jerusalén

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. 14 Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. 15 De nuevo los fariseos le preguntaron cómo había recuperado la vista. Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». 16 Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. 17 Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta». 18 Los judíos no creyeron que ese hombre había sido ciego y había llegado a ver…

 

A la par del desentendimiento instalado entre los fariseos a propósito del hecho, estos versículos dejan al descubierto dos aspectos de su estado de espíritu. La mala fe: poco les importa el favor dispensado por Nuestro Señor al desdichado ciego, profiriendo el gastado reproche de violar el sábado. Y la dureza de corazón: se niegan a creer en Jesús incluso frente a la evidencia; interrogan al mendigo pero no para conocer la verdad, sino con la esperanza de obtener un testimonio hostil al divino Maestro: “Lo interrogan acerca del tema de la visión obtenida no para saber, sino para inferir una calumnia e imponer falsedad”,9 comenta Santo Tomás de Aquino. Pero el ex-ciego hace frente a ellos un acto de fe en Jesús: “Es un profeta”.

 

Los padres del ciego se esquivan

 

…hasta que llamaron a sus padres 19 y les preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» 20 Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, 21 pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos.

 

Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». 22 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. 23 Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él».

 

Los padres del ciego se percataron en seguida de la malicia y el odio que dominaban ese interrogatorio de los fariseos. Tenían motivos de sobra para temerles, puesto que la expulsión de la sinagoga podría acarrear graves consecuencias en el campo civil, como el destierro y la confiscación de los bienes. Por eso prefirieron cortar cualquier posibilidad de pronunciarse sobre Jesús: No sabemos, pregúntenle a nuestro hijo, que es mayor de edad.

 

Contraste entre el odio de los fariseos y la sabiduría del mendigo

 

24 Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». 25 Él les contestó: «No sé si es un pecador; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». 26 Entonces le preguntaron: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» 27 Les respondió: «Ya se lo he dicho a ustedes y no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También quieren hacerse discípulos suyos?» 28 Ellos le maldijeron, diciendo: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! 29 Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es éste». 30 El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me abriera los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. 32 Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. 33 Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada ». 34 Le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.

 

Era grande la contumacia de los dirigentes de la sinagoga. Una vez más los versículos permiten notar su malévola insistencia en la tentativa de sacarle al antiguo ciego una declaración contra el Señor. “Los fariseos sólo buscaban en su respuesta un motivo de poder desvirtuar los hechos y negar que Cristo lo hubiese curado”, comenta el Padre Tuya.10 Pero el mendigo, asistido por el Espíritu Santo, les respondió con acierto, tal como habría hecho el mismo Jesús en circunstancias idénticas. “¡Qué contraste —escribe Fillion— entre el odio, la astucia y la violencia, reprimida al principio y declarada luego, de los fariseos, y la calma, la habilidad y la fina ironía del mendigo, que, aunque vencido en apariencia, conseguirá, sin embargo, la victoria”. 11 Prevaleció la sabiduría del hombre simple, fiel a la gracia, sobre la pretenciosa ciencia de los fariseos; quedaba patente que el milagro había beneficiado más profundamente la visión del alma que la visión del cuerpo. En cuanto a los fariseos, reaccionaron de acuerdo a su obstinación: tras insultar groseramente al hombre que una autoridad justa debería tratar con total benevolencia, decretaron contra él la sentencia de excomunión.

 

Una razón más para que Jesús lo atrayese con su bondad divina. San Agustín comenta al respecto: “Después de muchas cosas fue lanzado de la sinagoga de los judíos aquel que había sido ciego y ya no lo era; enfureciéronse contra él y le expulsaron. Y eso es lo que temían sus padres; nos lo declaró el evangelista […]. Temieron, pues, ellos ser arrojados de la sinagoga; él no lo temió, y fue arrojado; los padres quedaron en ella. Pero tiene por acogedor a Cristo y puede decir: ‘Porque mi padre y mi madre me abandonaron'. ¿Qué añadió? ‘Pero el Señor me tomó bajo su amparo'. Ven, ¡oh Cristo!, y tómale; ellos le arrojaron, acógele tú; tú, el enviado, acoge al expulsado”.12

 

El centro de este episodio

 

35 Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?» 36 Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?» 37 Jesús le dijo: «Le estás viendo: es el que habla contigo». 38 Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.

 

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“¿Quién es, Señor, el Hijo del hombre

para que crea en él?” Jesús le dijo:

“Le estás viendo”.

“Sagrado Corazón de Jesús” –

Catedral de Asunción, Paraguay.

El objetivo de San Juan cuando relata este episodio era, sin duda, poner en claro el siguiente punto: al ser curado de la ceguera, este hombre recibió también la creencia en la divinidad de Cristo.

 

La pregunta del Maestro está formulada con suma sagacidad. En diversas ocasiones a lo largo de los Evangelios se denomina Hijo del hombre.

 

Esta expresión lo protegía de la malicia de los fariseos, que andaban en busca de pretextos para condenarlo, pues podía ser interpretada tanto como “el hombre que soy yo”, como una denominación del Mesías.13 En el fondo, daba testimonio de su divinidad mediante un título que los fariseos no podrían aprovechar para sus ataques insidiosos.

 

Y cuando respondió al mendigo con las palabras: “Le estás viendo”, aludía al doble beneficio concedido, esto es, la visión natural y el don de creer en su divinidad. Por eso el bendecido con el milagro proclama su fe postrándose ante Él, en actitud de adoración, y probablemente se integró a la compañía de los discípulos.

 

Es razonable pensar que este milagro contribuyó mucho a confirmar la fe de los propios apóstoles, dándoles también la ocasión de meditar cuánto vale más la conversión espiritual que la cura de la ceguera material.

 

La lectura del próximo versículo nos hará entender mejor este aspecto.

 

La verdadera visión

 

39 Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven».

 

El divino Maestro usa aquí el verbo “ver” en dos sentidos: el físico y el espiritual. San Agustín comenta el trecho de la siguiente manera: “Si bien todos, cuando nacimos, contrajimos el pecado original, no por eso nacimos ciegos; aunque, bien mirado, también nosotros nacimos ciegos. ¿Quién, en efecto, no ha nacido ciego? Ciego de corazón. Mas el Señor, que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, las curó también a las dos”.14

 

40 Oyeron esto algunos fariseos que estaban con él, y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?» 41 Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece».

 

A la interpelación de algunos fariseos responde el Señor con una increpación impresionante. En efecto, si, pese a todas las obras realizadas por Él, alguno lo considera de modo meramente natural y humano, sin reconocer su divinidad, se tratará, sin duda, de un ciego del alma, un ciego de corazón. En cambio, quien padece ceguera corporal pero, por acción de la gracia, cree en la divinidad del Mesías, ése fue curado de la ceguera espiritual, curación incomparablemente más importante que la de la ceguera física.

 

Como afirma el Apóstol, “las cosas visibles son temporales; las invisibles, eternas” (2 Cor 2, 18). Esa es la belleza de la liturgia de hoy, al resaltar la maravilla de la visión sobrenatural.

 

III – Dejemos las tinieblas de este mundo

 

El cerne de este Evangelio lo sintetiza San Pablo en su Epístola a los Efesios, propuesta a nuestra consideración también en este domingo de alegría: “Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor” (Ef 5, 8).

 

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La gracia del Bautismo supera

incomparablemente a la luz solar.

Puesta del Sol vista desde la Casa

Madre de los Heraldos del

Evangelio – São Paulo.

Habiendo nacido con el pecado original, de hecho estaremos en tinieblas para comprender lo sobrenatural mientras no recibamos la luz de la gracia por el Bautismo. Esta es una luz que supera incomparablemente al propio astro rey.

 

“Lo que el sol es para el mundo sensible, lo es Dios para el mundo espiritual: la luz de la justicia y de la verdad eterna, de la más elevada hermosura y del amor infinito, de la más pura santidad y de la más perfecta felicidad”,15 afirma el Padre Scheeben.

 

En nuestro apostolado, esforcémonos entonces ayudando a los demás a recuperar la vista espiritual, porque así podrán contemplar los reflejos de la luz divina en la creación y ordenar su vida en función de ese Lucero que es Cristo y la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

 

Con este magnífico Evangelio sobre la luz en el 4º domingo de Cuaresma, la Iglesia nos proporciona un particular aliento para avanzar con ánimo decidido en la vida espiritual. A veces flaqueamos, nos dejamos arrastrar por nuestras malas inclinaciones y sentimos peligrar nuestra perseverancia en la senda de la santificación. En tales momentos recordemos la curación del ciego de nacimiento y pensemos que, si Dios permitió que cayéramos en una debilidad, igualmente está atento para intervenir en cualquier momento y restaurar en nosotros la vida divina. Con las oraciones y mediación materna de María, nos encontraremos purificados para contemplar la luz del Cirio Pascual, símbolo también de esa Luz que nos fue dada con la Resurrección de Cristo y que nos viene a través de los Sacramentos.

 

 

1 ROYO MARÍN, OP, Antonio – Teología Moral para Seglares . 5ª ed. Madrid: BAC, 1979, vol. 1, p. 232.

2 CUTTAZ, François Joseph – Nuestra vida de gracia (El Justo) . Madrid: Studium, 1962, pp. 28-29.

3 TUYA, OP, Manuel de – Biblia comentada. Evangelios . Madrid: BAC, 1964, vol. 2, p. 941.

4 Ídem, p. 946.

5 FILLION, Louis-Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: RIALP, 2000, vol. 2, pp. 358-359.

6 SAN JUAN CRISÓSTOMO – Homilías sobre el Evangelio de San Juan (30-60). Madrid: Ciudad Nueva, vol. 2, p. 273.

7 Ídem, pp. 282-283.

8 Ídem, pp. 283-284.

9 SANTO TOMÁS DE AQUINO – Comentario al Evangelio de San Juan. Buenos Aires: Ágape, 2008, vol. 5, p. 22.

10 TUYA, op. cit. p. 1163.

11 FILLION, op. cit. p. 43.

12 SAN AGUSTÍN. Enarrationes in Ps. 130, 4, in: Obras de San Agustín . 2ª ed. Madrid: BAC, 1965, vol. 10, pp. 630-631.

13 Cf. Vocabulario de Teología Bíblica. Petrópolis: Vozes, 1972, pp. 365-366.

14 SAN AGUSTÍN. Enarrationes in Ps. 136, 2, in: op. cit. p. 642.

15 SCHEEBEN, M.-J. – Las maravillas de la gracia divina. Petrópolis: Vozes, 1952, p. 147.

 

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