Comentario al Evangelio – Solemnidad de la Santísima Trinidad Pertenecemos a la Familia de Dios

Publicado el 05/20/2016

 

– EVANGELIO –

 

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero vosotros no las podéis comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y os anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso os digo que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16, 12-15).

 


 

Comentario al Evangelio – Solemnidad de la Santísima Trinidad – Pertenecemos a la Familia de Dios

 

Al constatar la insuficiencia del entendimiento humano frente a los misterios más grandes de nuestra Fe, debemos rendir tributo de amor y gratitud a Dios Uno y Trino, quien nos ofrece una dádiva infinitamente superior a nuestra naturaleza y méritos.

 


 

I – Uno de los misterios más grandes de nuestra Fe

 

Cuenta una piadosa tradición que el gran San Agustín, empeñado en tratar de comprender a la Santísima Trinidad, soñó con una playa donde un niño estaba llenando un hoyo hecho en la arena con cubos y cubos de agua marina. Intrigado, se acercó a preguntarle:

 

—¿Qué haces aquí, pequeño?

 

—Intento meter toda el agua del mar en este agujero.

 

El grandioso panorama presentado por

Jesús causaba extremo asombro y

perplejidad en los Apóstoles “La Última

Cena” – Iglesia de Nuestra Señora de

la Consolación, Coney Island, Nueva York

—Pero ¿no ves que eso es imposible? —exclamó el santo.

 

—Pues que sepas, Agustín, que es más fácil transferir todo el agua del mar aquí que tú comprendas el misterio de la Santísima Trinidad.

 

La sabia respuesta hizo que el Doctor de la Gracia se diera cuenta de la insuficiencia de cualquier inteligencia humana, incluso una tan brillante como la suya, al encarar uno de los misterios centrales de nuestra Fe.

 

Inalcanzable a la mera razón natural

 

En las clases de Catecismo aprendemos una fórmula extraordinariamente simple y concisa: “Un solo Dios en tres Personas”. Suena muy familiar y podemos memorizarla fácilmente, pero jamás conseguiremos descubrir su significado sin ayuda de la Fe. Por eso, San Agustín dejó este consejo: “Si anhelamos comprender tanto como sea posible la eternidad, la igualdad y unidad de un Dios trino, es necesario creer antes de entender”. 1

 

El Padre engendra desde la eternidad al Hijo, el Verbo, Palabra viva y sustancial, el cual es Segunda Persona. Contemplando la esencia divina de su Unigénito, el Padre lo ama sin límites, mientras aquel —en palabras del P. Royo Marín— “retribuye a su Padre un amor semejante, igualmente eterno e infinito. Y al encontrarse la corriente impetuosa de amor que brota del Padre con la que brota del Hijo, salta, por así decir, un torrente de llamas, que es el Espíritu Santo”. 2

 

Ese insondable misterio de la vida ad intra de Dios, basada en el amor, sólo se hizo cognoscible mediante la Revelación. Es imposible que la inteligencia humana lo pueda entender, ya que no existe nada en el orden de la Creación que nos dé una idea explícita sobre él. “Es imposible que por la razón natural se llegue al conocimiento de la Trinidad de las Personas divinas”, señala Santo Tomás. 3 En seguida aclara que la razón puede tener conocimiento “de lo que pertenece a la unidad de la esencia, no de lo que pertenece a la distinción de las Personas”. 4

 

Tan inexplicable es el misterio de la Santísima Trinidad que San Antonio María Claret, tras intentar describirlo, afirma: “Esto os parecerá incomprensible, sin duda. Y si pudiéramos entenderlo a la perfección, o bien seríamos nosotros ese Dios, o bien no lo sería Aquel cuya naturaleza declarásemos como es en sí. ¿Qué tendría de precioso la incomprensible Divinidad —pregunta Eusebio Emiseno— si la sabiduría humana pudiera comprender a ese Señor que habita en las alturas, a quien las nubes sirven de velo y es infinitamente superior a toda la ciencia humana?”.5

 

El Espíritu examina todas las cosas

 

La incapacidad de nuestro intelecto para desvelar los misterios de la Fe no debe causarnos extrañeza cuando, incluso en el terreno de lo material, seguimos sin conocer la explicación de muchos fenómenos naturales captados por nuestros sentidos, y cuyas causas podríamos deducir con la aplicación de nuestro entendimiento.

 

Algunos misterios, como el de la Encarnación, parecen más cercanos por encontrar en ellos a un Dios que se hace hombre, quedando al alcance de nuestra percepción. Pero tanto la Encarnación como la Santísima Trinidad y los otros misterios de nuestra Fe fueron ocultados a los sabios y revelados a los pequeños (cf. Mt 11, 25) por acción del Espíritu Santo, que “lo escudriña todo, hasta las profundidades de Dios” (1 Cor 2, 10). Gracias a la fogosa pluma del Apóstol hemos sabido que “el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5).

 

La gran y virtuosa Santa María Magdalena de Pazzi dijo en cierta ocasión: “Vi un huésped divino sentado sobre un trono”. 6

 

El célebre P. Raúl Plus nos describe más explícitamente quien es este divino Huésped: “Ese Huésped, el más noble y digno de todos, es el Espíritu Santo, que con la agilidad de su bondad y de su amor por nosotros se infunde rápidamente en todas las almas dispuestas a recibirlo. ¡Quién podría enunciar los maravillosos efectos que produce en cualquier lugar que lo recibe! Habla sin articular palabras y todos escuchan su divino silencio. Está siempre inmóvil y siempre en movimiento, y su móvil inmovilidad se comunica a todos. Permanece siempre en reposo y aun así actúa siempre; y en su reposo realiza las obras más dignas y admirables. Siempre en movimiento, sin cambiar nunca de sitio, reafirma y a la vez destruye cuanto penetra. Su inmensa y aguda ciencia lo conoce todo, lo escucha todo y lo descubre todo. Sin necesidad de prestar atención, oye la mínima palabra dicha en lo más recóndito del corazón”. 7

 

Además, dice el P. Faber: “El Espíritu Santo habla más que Jesús […], toma una mayor iniciativa; parece decir más, parece que la pasión de su interés por los pecadores es todavía mucho más grande con relación al santo”. 8

 

El Espíritu es quien nos permite comprender —a veces a tientas (cf. Hch 17, 27) como si camináramos a oscuras— las enseñanzas reveladas por la Palabra de la verdad. Gracias a un don del Paráclito vamos conociéndolos y elaborando una noción cada vez menos imprecisa de la Santísima Trinidad. Por eso rogamos en la Oración del Día: “Dios Padre, que revelaste a los hombres tu misterio admirable al enviar al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu santificador, te pedimos que, en la profesión de la Fe verdadera, podamos conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar al único Dios todopoderoso”.

 

Misterio con el cual convivimos día a día

 

Los escritos apostólicos contienen formulaciones en que se afirma la creencia en la Trinidad. Destaca entre ellas la conclusión de la Epístola a los Corintios, que inspiró el saludo inicial de la Santa Misa: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Cor 13, 13). La Iglesia fue explicitando su Fe trinitaria a lo largo de los siglos, definiendo verdades por obra de los Concilios, con la contribución de los Padres de la Iglesia y del sensus fidei del pueblo cristiano.

 

Hoy podemos constatar la naturalidad con que, por una maravillosa acción de la gracia en las almas, los fieles se deparan con uno de los principales misterios de nuestra Fe. En diferentes momentos del día nos santiguamos “en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y la mayoría de nuestras oraciones acaban glorificando a la Santísima Trinidad. Los asistentes a cualquier acto litúrgico o piadoso le rinden reverencia sin que, en la mayoría de los casos, se paren a pensar a cerca de la grandeza de este misterio.

 

La Liturgia de esta Solemnidad —cuya conmemoración fue extendida en 1334 a toda la Iglesia Latina, por Juan XXII— busca precisamente incrementar nuestra devoción al Dios Uno y Trino, Trinidad consustancial e indivisible.

 

II – Jesús anuncia al Paráclito

 

El pasaje del Evangelio de San Juan que contemplamos hoy pertenece al relato de la Última Cena. Precede a la Oración Sacerdotal, y se sucede al lavatorio y a las diversas afirmaciones misteriosas del divino Maestro que habían parecido incomprensibles a los Apóstoles, como el anuncio de la traición de Judas, la negación de Pedro antes que cantase el gallo, o su breve partida: “Adonde Yo voy, vosotros no podéis venir” (Jn 13, 13).

 

El grandioso panorama presentado por Jesús les causaba extremo asombro y perplejidad, máxime cuando sus vidas estaban en entredicho, dado que poco antes el Maestro había afirmado: “Llegará la hora en que los mismos que os den muerte piensen que así sirven a Dios” (Jn 16, 2).

 

“No las podéis comprender ahora”

 

Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero vosotros no las podéis comprender ahora.

 

Llama la atención que el Maestro por excelencia, el pedagogo incomparable, divinamente didáctico, diga que se guardará determinadas enseñanzas porque sus interlocutores no son capaces de comprenderlas.

 

Incluso se podría tener una falsa impresión de que, debido a ciertas deficiencias de los Apóstoles, el Señor hubiera decidido guardarse para sí algunas de las doctrinas que debían formar parte de la Revelación. Y que, por tanto, si los Doce hubieran sido completamente fieles el Maestro les habría descubierto otras muchas maravillas. Sin embargo, afirmar esto sería un error muy grave, equivalente a aseverar que la misión del Señor se quedó incompleta, sin que hubiera sido alcanzada, con Él, la plenitud de la Revelación.

 

“Pentecostés” – Pro-catedral de Santa María, Hamilton, Canadá

Para una buena comprensión de este versículo hace falta considerar la rudeza de los Apóstoles, su condición de personas sencillas y la sublimidad de las enseñanzas que se les confiaría. Todo esto reclamaba, según el P. Tuya, “una transformación radical que en los planes del Padre estaba reservada para Pentecostés, como punto de partida a la acción del Espíritu sobre ellos”. 9

 

Necesitaban los dones del Paráclito para comprender ciertas verdades reveladas que sobrepasaban la capacidad del entendimiento humano. En aquel momento no serviría de nada la pedagogía divina de Cristo sin la acción sobrenatural que se les concedería más adelante. Aunque el Espíritu Santo “no era mejor maestro que Jesús, sin embargo les hablaría en una ocasión mejor”, explica Maldonado. 10

 

Por otra parte, las palabras de Nuestro Señor no autorizan a deducir alguna falta o infidelidad de los Apóstoles. El divino Maestro sólo dice que ellos son incapaces de comprender en aquel momento “muchas cosas” que Él tenía que transmitirles. No hay nada deshonroso en esto puesto que incluso hoy, cuando ya se cumplen dos milenios en los cuales la doctrina católica ha sido crecientemente explicitada por el Magisterio pontificio, por los escritos de los doctores o por la voz de los predicadores, muchas verdades reveladas siguen siendo incomprensibles a la razón humana, a la espera de una acción del Paráclito que permita dilucidarlas.

 

Una última reflexión especialmente útil para nosotros, los sacerdotes. Además de reconocer con humildad esa limitación de nuestro intelecto, debemos saber aplicar al ejercicio de nuestro ministerio la lección moral que el Cardenal Gomá saca de este versículo: “La inteligencia humana es un vaso demasiado pequeño para recibir toda la verdad divina. Por eso Dios es misericordioso al punto de descender hasta nosotros y darnos la verdad de acuerdo con la medida de nuestra capacidad. Tengan esto bien presente aquellos que enseñan al pueblo las verdades de nuestra Religión”. 11

 

“Él os guiará hacia la verdad completa”

 

Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hacia la verdad completa.

 

El Redentor se marcharía en breve, llegando en seguida el Paráclito para abrir las almas de los discípulos a la “verdad completa”, es decir, guiarlos al completo conocimiento de lo revelado. Cabe al Consolador finalizar la obra de Jesús, como afirma Fillion, instruyendo a sus discípulos con “la verdad cristiana plena, completa, en toda su extensión y sin riesgo de equivocaciones, al menos en aquello que resulte necesario a su futuro ministerio”. 12

 

El P. Manuel de Tuya se pronuncia en igual sentido cuando afirma: “El contexto del Evangelio de Juan sugiere que, más que una revelación absolutamente nueva de verdades, hecha por el Espíritu Santo, se refiere a una penetración mayor en las verdades reveladas por Cristo a los Apóstoles”. 13

 

Durante la era de la Nueva Alianza, en efecto, el Espíritu Santo no cesa de inspirar progresivamente a las almas, haciéndoles entender mejor la riquísima doctrina dejada por Nuestro Señor. Todo cuanto Él enseñó será capaz de nuevos desarrollos y profundizaciones hasta el fin del mundo. Siempre habrá perlas nuevas en ese tesoro inagotable, pues “aunque la Revelación haya terminado, no ha sido explicitada por completo; corresponde a la Fe cristiana captar gradualmente todo su alcance a lo largo de los siglos”. 14

 

En cuanto al método utilizado por el Paráclito para introducir mejor a los Apóstoles en las verdades reveladas, Maldonado interpreta la expresión “os guiará” de la siguiente manera: “Guiar a la verdad completa no significa enseñar toda la verdad de cualquier manera, sino actuar de forma que el maestro lleve casi de la mano al discípulo, y vaya enseñándole el camino de la verdad más adecuado a su inteligencia; o sea, no exponerle todas las cosas al mismo tiempo o en de-sorden, mostrando primero lo difícil y después lo fácil, sino al revés, proponiendo primero lo fácil y luego lo difícil, cada cosa a su tiempo, según el provecho y la capacidad de quien aprende”. 15

 

Por fin, es preciso señalar que quien no ha recibido el Sacramento del Bautismo no podrá alcanzar jamás ciertas verdades de nuestra Fe, por muy grandes que sean la inteligencia y el denuedo aplicados. Esto, porque su alma no posee la luz del Espíritu Santo, que hace comprensible la Palabra divina.

 

Pidamos por medio de María que la Santísima

Trinidad nos colme de dones místicos en la

relación con el Padre, con el Hijo y con el

Espíritu Santo “La intercesión de Cristo y

de la Virgen”, por Lorenzo Monaco – Museo

Metropolitano de Arte, Nueva York

Eso fue lo que ocurrió cuando Cristo reveló la Eucaristía: muchos de sus discípulos lo abandonaron al interpretar sus palabras en sentido literal (cf. Jn 6, 48-69); hoy, sin embargo, con ayuda de la gracia del Paráclito, millones de fieles del mundo entero participan en la Celebración Eucarística, arrodillándose en acto de adoración cuando son pronunciadas en la Consagración, palabras de igual tenor a las que chocaron tanto a los propios Apóstoles.

 

Tres Personas distintas y coeternas

 

Porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído…

 

Con Nuestro Señor Jesucristo se alcanzó la plenitud de la Revelación. “Cristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre, que en Él lo ha dicho todo y no habrá otra palabra salvo esta”. 16 Por consiguiente, más allá del Verbo Encarnado no existe nada para comunicar a los hombres. Este es el sentido con que debemos interpretar el presente versículo, como observa Lagrange: “El Espíritu no hablará por sí mismo, es decir, no expondrá una doctrina propia: la doctrina no será nueva, al menos en el sentido de no ser ajena a la Revelación que hizo el Hijo”. 17

 

Por otra parte, conviene evitar la conclusión errónea según la cual el Espíritu Santo necesitaría escuchar las enseñanzas de Cristo para después transmitirlas a los Apóstoles, como si tuviera alguna inferioridad respecto del Hijo. Las tres Personas, siendo idénticas y coeternas, son un solo Dios.

 

Así pues, hablando en términos humanos, lo que “sabe” una Persona divina, también “lo saben” las otras. O dicho en palabras del Cardenal Gomá: “La ciencia de las tres Personas divinas es la misma, infinita; empero, recibiendo el Espíritu Santo la naturaleza del Padre y del Hijo, de quienes procede, recibe también la ciencia, según nuestra manera de hablar”. 18

 

Por eso, cuando el Paráclito diga a los Apóstoles “lo que ha oído”, estará revelando lo que conoce desde toda la eternidad, al igual que el Padre y el Hijo.

 

El don de profecía

 

…y os anunciará lo que irá sucediendo.

 

Esta afirmación puede ser interpretada como recurso didáctico empleado por el divino Maestro a fin de que sus oyentes comprendieran mejor la extensión del poder del Espíritu Santo para guiar las almas hacia la verdad completa. Pero otros autores, Maldonado entre ellos, ven en este trecho la intención de Jesús de realzar la presencia del don de profecía entre los otros dones que infundiría el Espíritu Santo en los Apóstoles.

 

Si este don había sido concedido a la Sinagoga, con mucha más razón debía poseerlo la Iglesia. Es lo que señala el Cardenal Gomá: “Las funciones del Espíritu Santo no terminaron con la muerte de los Apóstoles; con ellos terminó la Revelación; pero la Iglesia tiene la asistencia positiva del Espíritu Santo para no equivocar el camino de la verdad especulativa y práctica; por otra parte, el espíritu de profecía nunca se agotó en la Iglesia”. 20

 

Recordemos también que profetizar no significa única ni principalmente prever el futuro; consiste, al contrario, en interpretar el presente para saber guiar a los fieles por los caminos de la Providencia. Ese carisma para discernir los designios de Dios y guiar a sus hijos fue concedido a la Iglesia en grado incomparablemente superior a la Antigua Ley.

 

El Espíritu no es mayor que el Hijo

 

Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer.

 

Todo cuanto se refiere a la Santísima Trinidad queda envuelto en velos de misterio. ¿Qué significa la afirmación del divino Maestro: “Tomará de lo mío”?

 

Crisóstomo lo interpreta desde un prisma eminentemente pastoral: “Para que, al escuchar esas palabras, los discípulos no creyesen que el Espíritu Santo es mayor que el Señor y así cayeran en mayor impiedad, dijo: ‘Tomará de lo mío’. Esto es: ‘Lo que dije Yo, lo dirá también Él’”. 21

 

Dídimo, por su parte, busca el sentido de la misma expresión desde un prisma metafísico: “‘Recibir’ debe entenderse aquí de la siguiente forma, según la naturaleza divina: así como el Hijo, al dar, no se priva de lo que da, ni se perjudica beneficiando a otro, así tampoco el Espíritu Santo no recibe lo que antes no poseía; puesto que si recibiera un don que no tenía anteriormente, se quedaría sin él cuando lo transfiriera a otro. Conviene entender que el Espíritu Santo recibe del Hijo aquello que constituye su naturaleza, y que no son dos sustancias —una que da y otra que recibe— sino una sola sustancia. De igual manera, el Hijo recibe del Padre la misma sustancia que subsiste en ambos. Ni el Hijo es otra cosa sino lo que recibe de su Padre, ni el Espíritu Santo es otra sustancia sino la que recibe del Hijo”. 22

 

Maldonado, en consonancia con diversos comentaristas antiguos, procura destacar la glorificación que Cristo recibirá a través del testimonio que el Espíritu de Verdad dará a su respecto, y concluye: “Por tanto, la verdadera interpretación es: ‘El Espíritu vendrá en mi nombre y enseñará mi doctrina como mi delegado. Por eso, la gloria de sus obras y magisterio redundará en mi gloria’”. 23

 

El Paráclito transformará nuestras almas

 

Todo lo que es del Padre es mío. Por eso os digo que tomará de lo mío y os lo dará a conocer”.

 

Después de afirmar en el versículo anterior que el Espíritu Santo “tomará de lo mío”, Jesús declara ahora: “todo lo que es del Padre es mío”, evidenciando la unión sustancial de las tres divinas Personas. Como indica Lagrange, “tan grande es la unidad del Padre y del Hijo que es preciso reconocer: todo cuanto el Espíritu recibió del Padre, lo recibió también del Hijo, porque el Hijo posee todo cuanto el Padre tiene. Estas palabras es lo más expresivo que contiene el Nuevo Testamento acerca de la unidad de la naturaleza y la distinción de Personas en la Santísima Trinidad, y especialmente sobre la procesión del Espíritu Santo”. 24

 

En el mismo sentido se pronuncia el Cardenal Gomá cuando afirma que este versículo es “una forma de manifestar según la razón y las palabras humanas lo que se produce de manera indecible en el seno de la Trinidad beatísima. Bástenos saber —para sentir una profunda gratitud al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo— que las tres Personas divinas realizaron el misterio de nuestra salvación y santificación, y que las inspiraciones de la gracia, las sugerencias de índole intelectual a las cuales se refiere aquí Jesús, son atribuidas al Espíritu Santo porque es obra de amor que se atribuye al Espíritu Santificador”. 25

 

Así, en todas nuestras oraciones, sobre todo al recibir la Sagrada Comunión, pidamos la gracia de ser totalmente dóciles a las inspiraciones del Paráclito. Abrámosle nuestras almas sin ninguna limitación, reserva ni desconfianza, a fin de que Él nos llene de luces, fuego y entusiasmo, como hizo con los Apóstoles el día de Pentecostés.

 

III – Formamos parte de la Familia Divina

 

En el Paraíso Terrenal Adán paseaba con Dios al llegar la brisa de la tarde (cf. Gen 3, 8). San Ireneo afirma al respecto: “El Jardín del Edén era tan hermoso y agradable que con frecuencia Dios se presentaba allí personalmente, paseaba y conversaba con el hombre, prefigurando lo que habría de suceder en el futuro, es decir, que el Verbo de Dios habitaría junto al hombre y conversaría con él, enseñándole su justicia”. 26

 

Pero si este pasaje bíblico presagia la inefable relación que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad mantendría con los hombres durante 33 años en esta Tierra, a través de su sagrada humanidad, ella evoca aún más la vida celestial en la felicidad eterna, cuando contemplaremos cara a cara a ese mismo Dios que el hombre sólo vislumbraba en el Paraíso.

 

La Liturgia de hoy ilumina nuestro entendimiento y mueve nuestra voluntad con la maternal preocupación de prepararnos para esa relación sobrenatural. Si por el Bautismo la gracia nos hace participar en lo que el Espíritu recibió de Cristo, y Cristo recibió del Padre, la misma gracia nos eleva muy por encima de nuestra naturaleza humana para hacernos verdaderos hijos y herederos de la Santísima Trinidad. Como precisamente nos enseña San Pablo: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom 8, 14).

 

Aunque sólo seamos meras criaturas, en el Cielo hay un trono preparado para cada uno de nosotros. La consideración de obsequio tan grande nos insta a olvidar las coyunturas de la vida terrena y alzar el espíritu a la bienaventuranza eterna. Todos estamos llamados a compartir la propia vida de Dios. Pertenecemos como miembros adoptivos a esta familia llamada Santísima Trinidad. Este es nuestro mayor tesoro.

 

Sepamos dar el debido valor a esta dádiva gratuita y entendamos que somos poseedores de un modelo inigualable para nuestras relaciones diarias: el amor eterno entre las tres Personas divinas. La Santa Iglesia nos enseña que la familia cristiana “es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo”. 27

 

Mostrémonos agradecidos con la Divina Providencia rogándole la gracia de estar a la altura de todo lo recibido de sus manos. Pidamos por medio de María, Hija predilecta del Padre, Madre admirable de Nuestro Señor Jesucristo y Esposa y Templo del Paráclito, que la Santísima Trinidad nos colme de dones místicos en la relación con el Padre que nos creó, con el Hijo que nos redimió y con el Espíritu que nos santifica.

 


 

1 SAN AGUSTÍN – De Trinitate, 1.8, c. 5: PL 42, 952-953.

2 ROYO MARÍN, OP, Antonio – Teología de la Perfección Cristiana. 9ª Ed. Madrid: BAC, 2001, p.53.

3 STO. TOMÁS DE AQUINO – Suma Teológica . I, q. 32, a. 1, resp.

4 Ídem, ibídem.]

5 SAN ANTONIO MARÍA CLARET – Colección de Pláticas Dominicales . Barcelona: Librería Religiosa, 1886, Vol. 2, p. 256.

6 SANTA MARIA MADALENA DE PAZZI Apud PLUS, SJ, Raúl – Cristo entre nosotros. Barcelona: Librería Religiosa, 1943, p. 153.

7 Ídem, ibídem.

8 FABER, William Frederick – OEuvres posthumes. P. Lethielleux, 1906, Vol. 1, p. 125; Vol. 2, p. 242.

9 TUYA, OP, Manuel de – Biblia Comentada – II Evangelios. Madrid: BAC, 1964, p. 1253. En el mismo sentido ver MALDONADO, SJ, Juan de – Comentarios a los Cuatro Evangelios – III Evangelio de San Juan . Madrid, BAC, 1954, p. 867.

10 MALDONADO, SJ – op. cit., ibídem.

11 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro – El Evangelio explicado. Barcelona: Acervo, 1967, vol. 2, p. 535.

12 FILLION, Louis-Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: Voluntad, 1927, p. 223.

13 TUYA, OP – op. cit., p. 1253.

14 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 66.

15 MALDONADO, SJ – op. cit., p. 869.

16 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 65.

17 LAGRANGE, OP, Marie-Joseph – Évangile selon Saint Jean. París: Lecoffre, 1936, p. 422.

18 GOMÁ Y TOMÁS – op. cit., p. 535.

19 MALDONADO, SJ – op. cit., p. 871.

20 GOMÁ Y TOMÁS – op. cit., p. 534.

21 SAN JUAN CRISÓSTOMO – Homilías selectas – Homilías exegéticas . Madrid: Razón y Fe, 1911, Vol. 3, p. 509.

22 DÍDIMO apud SANTO TOMÁS DE AQUINO – Catena Aurea.

23 MALDONADO, SJ – op. cit., p. 872.

24 LAGRANGE, OP – op. cit., p. 423.

25 GOMÁ Y TOMÁS – op. cit., p. 535.

26 SAN IRENEO DE LYON – The Demonstration of the Apostolic Preaching – Translated from Armenian by Armitage Robinson. London: Society of Promoting Christian Knowledge, 1920, p. 82.

27 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2205.

 

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