COMENTARIO AL EVANGELIO XVII Domingo del Tiempo Ordinario

Publicado el 07/25/2015

 

– EVANGELIO –

 

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dijo a Felipe: “¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?” Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.” Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?” Dijo Jesús: “Haced que se recueste la gente.” Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.” Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente el milagro que había realizado, decía: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.” Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo (Jn 6, 1-15).

 


 

COMENTARIO AL EVANGELIO Domingo 17º del Tiempo Ordinario Los panes más excelentes de la Historia

 

La Providencia Divina actúa sin prisa, todo lo prepara con esmero, sobre todo cuando visa obras grandiosas. ¿Cuál habrá sido la didáctica empleada por la Sabiduría Eterna para preparar el anuncio de la institución de la Eucaristía? El Evangelio del 17° domingo del Tiempo Ordinario nos proporciona elementos para una reflexión a este respecto.

 


 

I — ANTECEDENTES

 

Después de grandes actividades y predicaciones coronadas de éxito, a pesar de algunas probables dificultades, regresaban los Apóstoles junto al Divino Maestro. A la alegría del reencuentro se sumaba el deseo de narrar a Jesús “todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc 6, 30), ciertamente en una atmósfera de mucho ánimo, debido a la insuperable y paternal acogida de quien los oía. Era la primera vez que se alejaban de Él para ejercer misiones apostólicas, a partir de las cuales ya no irían más a la búsqueda de peces, debatiéndose contra vientos y tempestades, sino a la conquista de almas para el Reino de Dios. Grande debió de ser su emoción al verse capaces de expulsar numerosos demonios, llamar a todos a la penitencia y curar a muchos enfermos. Las impresiones y los recuerdos volvieron a los Apóstoles aún más expansivos.

 

El Señor los oyó y felicitó por el éxito, alimentando en sus almas la esperanza de un futuro brillante y prometedor. El fervor de novicio alentaba con alegría y consolaciones aquellos corazones recién convertidos, sobre todo por la satisfacción de haber cumplido con celo la misión que les había sido encomendada. Jesús notó, sin embargo, que necesitaban un buen descanso (cf. Mc 6, 31).

 

II – El Evangelio: análisis y comentarios

 

En aquel tiempo, 1 Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades).

 

Jesús y los Apóstoles subieron a una barca y atravesaron el mar de Galilea buscando un lugar desértico en Betsaida.

 

Por Jesús, nunca medir esfuerzos

 

2 Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

 

El recorrido a pie era el doble del que se realizaba en barco. Aunque intuyesen hacia dónde iban Jesús y sus discípulos, muchos “de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron” (Mc 6, 33).

 

Esta gran demora en la llegada del Divino Maestro hace suponer que una atrayente conversación entre ellos había hecho menos intenso el esfuerzo de los remadores.

 

Dos lecciones podemos extraer de este versículo.

 

Al buscar a Jesús debemos imitar a esta multitud, o sea, jamás medir distancias o esfuerzos, y nuestro entusiasmo debe ser tal que lleguemos con anticipación. Si nuestra vida nos impone la acción, realicemos las tareas necesarias con la atención puesta en el reencuentro con Cristo. Al estar con Él “en la barca”, sepamos sacar provecho de su divina compañía, saboreando las palabras de sabiduría comunicadas por Él en nuestro interior.

 

El verdadero reposo

 

3 Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

 

En este versículo, aprendamos a descansar con Jesús. En nuestros días existe cierto concepto de reposo que lleva a las personas a juzgar equivocadamente que éste consiste en un completo relajamiento físico y espiritual. A pesar de que los Apóstoles estaban dominados por la fatiga, el Maestro los hace subir al monte, pues era necesario contemplar el panorama de las actividades ya realizadas y de las que todavía estaban por venir. Sentados en lo alto de este mirador, sus ojos descubrían un bello horizonte geográfico. Es indispensable trabajar en Dios, como también lo es descansar en Él.

 

Nuestra vida en sociedad —sobre todo cuando ésta es apostólica— debe ser conducida con una mezcla de acción y recogimiento. Es en la oración donde hombre de fe recupera sus energías y adquiere nuevas fuerzas para emprendimientos más osados.

 

Por eso, a propósito de este versículo, San Juan Crisóstomo dice que Jesús subió al monte “también para enseñarnos a descansar en todo momento del alboroto y del barullo, pues, efectivamente, la soledad es conveniente para la meditación. A menudo sube solo al monte y pasa allí la noche y reza, enseñándonos que quien se acerca a Dios necesita alejarse del ruido y buscar tiempo y lugar apartado del tumulto”.1

 

En el camino de la Pascua verdadera

 

4 Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.

 

Dos motivos llevan a San Juan a destacar la cercanía de la Pascua:

 

1. Numerosos grupos de judíos, oriundos del norte de Palestina, se concentraban en Cafarnaún, y de esta ciudad continuaban hacia Jerusalén. El elevado número de peregrinos proporcionaba una excelente oportunidad para dar aún un mayor realce al milagro que sería realizado.

 

2. Señalando que el milagro fue realizado en la época de la Pascua, indica que, por fin, esta fiesta estaba llegando a la plenitud de su simbolismo: la Pascua cristiana.

 

Según comenta San Beda, el Venerable,2 tal vez haya todavía una tercera razón, pues San Juan Bautista habría sido degollado en la misma festividad en la que el Señor sufrió la Pasión.

 

Por amor, Jesús abandona su descanso

 

5 Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”

 

En su narración, San Juan omite ciertos detalles que son relatados por los otros evangelistas, pues él tiene una especial predilección por los diálogos, como se puede comprobar a lo largo de sus escritos —Nicodemo (cf. Jn 3, 1-21), la Samaritana (cf. Jn 4, 7-42), la vocación de los primeros discípulos (cf. Jn 1, 35-51), las conversaciones en el Cenáculo (cf. Jn 13, 6-38)—, y no se preocupa de ciertos pormenores circunstanciales por juzgarlos innecesarios. En este caso en concreto, puso su mayor empeño en atraer la atención del lector sobre la esencia del milagro preparatorio de la institución de la Eucaristía.

 

Ante la apetencia de aquella multitud, el Divino Maestro abandonó inmediatamente su propósito de descanso y se dispuso a recibirlos a todos, predicándoles con pulcritud sobre el Reino de Dios, no sólo con la palabra sino también con los milagros. Son las incansables manifestaciones de su Sagrado Corazón, revelándonos su divina bondad, preciosísima parcela de la herencia que legó a la Santa Iglesia. La Iglesia tiene compasión, palabras de vida eterna y ampara a los necesitados, tal como lo hacía su Fundador.

 

Jesús prueba la fe de sus más próximos

 

6 Lo decía para probarlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer.

 

Los discípulos ya habían presenciado innumerables maravillas obradas por el Maestro, comprobando su total dominio sobre la naturaleza. Con todo, en su divina didáctica, Jesús deseaba fortalecer la fe aún tímida de sus seguidores. Por esta razón, hace que Felipe concluya que era totalmente imposible alimentar a toda aquella gente, a fin de hacerlos creer con más facilidad en la magnitud del milagro.

 

7 Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”.

 

Jesús prueba la fe de los Apóstoles en la persona de Felipe, por el hecho de que éste era originario de la región en donde se encontraban en aquel momento. Su respuesta fue la más precisa posible. Ningún testimonio podría ser más incontestable para confirmar el absoluto poder taumatúrgico del Mesías.

 

Nada hace suponer que los Apóstoles tuviesen la suma de dinero necesaria para alimentar a cinco mil personas.

 

8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: 9 “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?”

 

Antes de esta intervención de Andrés, los sinópticos narran la aflicción de los discípulos al observar la dramática situación de aquellos millares de personas: se hacía tarde, el sol ya se estaba poniendo, el lugar era desierto, y por eso, llevados por el buen sentido, aconsejaron al Maestro que despidiese a la multitud.

 

Andrés manifiesta su fe en Jesús al introducir en escena a un pequeño vendedor ambulante que tenía cinco panes y dos peces. Sin embargo, había juzgado erróneamente que era necesario que hubiera una cierta proporción entre los panes existentes y los que serían multiplicados por el milagro. Porque, según afirma San Juan Crisóstomo3 Andrés conocía el episodio habido con Eliseo, quien alimentó a cien personas con veinte panes, como narra la primera lectura de este domingo (II Re 4, 42-44).

 

Con esta intervención de Andrés, estaban asentados los precedentes para valorar el divino poder de Jesús sobre el universo.

 

Sólo por curiosidad, conviene notar que el pan de cebada era el alimento de los pobres, y que los peces deberían ser secos y salados, conforme a las costumbres del sur del lago de Tiberíades. San Agustín4 atribuye un pequeño simbolismo a los números cinco y dos. En cuanto al primero, dice que se relaciona con el Pentateuco de Moisés, o sea con la Antigua Ley. Los peces, según él, eran dos para representar los poderes gubernativos de los hebreos —el real y el sacerdotal—, dos prerrogativas de Cristo.

 

El Señor ama el orden

 

10 Jesús dijo: “Decid a la gente que se siente en el suelo”. Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.

 

La delicadeza de Jesús es bellísima. Como buen anfitrión, hace que todos se sienten sobre la hierba creada por Él. Por otra parte, así lo exigía un principio de buena disciplina. Imaginemos cómo habría sido el desorden producido por una multitud hambrienta que intentaba conquistar su alimento, sin haber quien la organizase. Sentados ordenadamente en grupos de cincuenta o cien, la distribución de los panes y de los peces se hacía más fácil.

 

Un milagro que anunciaba la Eucaristía

 

11 Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

 

La narración de este hecho, al ser completada con más detalles por los otros evangelistas, adquiere un elevado simbolismo que prenuncia la institución de la Eucaristía. Tomando en sus manos los cinco panes y los dos peces, Jesús levantó los ojos al Cielo, los partió y los entregó a sus discípulos, quienes, a su vez, los distribuyeron a las personas agrupadas y sentadas sobre la hierba. El milagro de la multiplicación salido de las manos divinas continuaba realizándose en las de los discípulos, evitando un continuo ir y venir de éstos hacia Él.

 

Grande debió de ser el trabajo de los Apóstoles, teniendo que acercarse a cada uno para ofrecer pan y pescado. Jamás aquella gente había comido un manjar tan delicioso. Debía ser incluso muy superior al maná del desierto, pues éste no había pasado por las sacrosantas manos de Jesús.

 

No hubo quien no comiese hasta saciarse.

 

12 Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda”.

 

Además de ser una costumbre propia de los hebreos, el hecho de que Jesús ordenase a los discípulos que recogiesen todos los restos demuestra una didáctica especial para prepararlos sobre el modo de proceder, en el futuro, con las Especies Eucarísticas. Él quería también dejar aún más patente su absoluto poder taumatúrgico, para evitar que fuesen tentados a pensar que todo había sido una simple ilusión.

 

13 Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.

 

Otro elemento esencial de la divina enseñanza: haber hecho que sobrara un cesto para cada Apóstol. Al transportarlos, sintiendo el peso de aquellos restos, debieron de pensar: “¡Qué portentoso milagro realizó hoy nuestro Maestro!”.

 

El pueblo no entiende…

 

14 La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: “Éste es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo”.

 

Este versículo podría dar la impresión de que, finalmente, el pueblo había creído que se trataba del Mesías; un poco más adelante, sin embargo, San Juan mostrará lo frágil que era la fe de toda aquella gente (cf. Jn 6, 26-66).

 

15 Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.

 

En los otros Evangelios nos encontramos con una vigorosa actitud del Señor, cuando fuerza a los Apóstoles a separarse inmediatamente de la multitud exaltada, mientras Él se despedía de todos.

 

Oigamos al famoso Fillion que, con su fino discernimiento exegético, comenta a la multitud en estos dos últimos versículos:

 

“Su admiración, desgraciadamente harto carnal, crecía por instantes. Ya no pensaban sino en apoderarse de la Persona de Nuestro Señor y proclamarle rey de Israel aun contra su voluntad: ¡tan ardorosa era su exaltación! Pero este concepto del mesianismo —ya hemos tenido ocasión de verlo muchas veces— era de todo punto incompatible con el de Jesús, y esa incompatibilidad no podía menos de abrir entre las turbas y Él un abismo profundísimo. Aquí precisamente comenzará una crisis gravísima que alejaría del Cristo a muchos de sus discípulos. El milagro de la multiplicación de los panes les había contentado por lo que tenía de brillante. Prodigios de esa índole precisamente eran los que aquellos exaltados esperaban de su Mesías glorioso. No caían en la cuenta de que, poniendo en Él sus esperanzas terrenas, lo rebajaban a su propio nivel moral y lo reducían a simple instrumento de su orgullo nacional, que a todas horas soñaba con la liberación del yugo romano, con la conquista del mundo entero y con una felicidad temporal sin sombra alguna. Nunca habíamos visto manifestación tan ardiente de fe mesiánica en el pueblo judío. Pero la oposición de Jesús a este favor popular, tan indiscreto y superficial, hará que pronto decrezca y aun en gran parte se apague esa admiración.

 

“Los mismos Apóstoles compartían en este punto las ideas e impresiones de sus compatriotas, y era de temer que, si permanecían algún tiempo en contacto con la turba, se adhiriesen a sus extraños proyectos y fuesen para su Maestro un estorbo más en aquel momento decisivo. Para librarlos de esa peligrosa tentación, resolvió Jesús alejarlos de la muchedumbre. Les ordenó, pues, embarcarse de nuevo y partir sin demora hacia la playa occidental del lago, donde Él iría a reunirse con ellos apenas despidiese al pueblo. Obedecieron, pero de mala gana, y hasta opusieron alguna resistencia, pues San Mateo y San Marcos dicen expresamente que Jesús tuvo que ‘obligarlos’ a volver a la barca”.5

 

III – Aplicación

 

Nada grandioso se hace repentinamente”, dice un proverbio latino. El más excelso de todos los Sacramentos, la Eucaristía, debía ser precedido por bellas prefiguras en una larga preparación de la humanidad a través de los siglos. En el Antiguo Testamento, una de las más expresivas fue el maná caído del cielo para los hebreos, durante los cuarenta años de travesía por el desierto en busca de la Tierra de Promisión.

 

En el Evangelio de hoy, vemos que el Señor multiplica los panes a fin de dejar patente su imperio sobre este alimento. Enseguida, andará sobre las aguas en un mar revuelto (cf. Jn 6, 17-21), y lo hará con la intención de hacer evidente cuánto dominaba su propio Cuerpo. Así, las premisas para la institución de la Eucaristía se iban fijando en los que lo seguían, sobre todo en las almas de los Apóstoles.

 

Por otro lado, el rico sabor y la alta calidad de los panes y los peces distribuidos por Jesús dejaron a la multitud ansiosa por comerlos otra vez (cf. Jn 6, 26). Y cuando Él les dijo a los que habían sido favorecidos por el milagro, “no fue Moisés quien os dio pan del Cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del Cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del Cielo y da vida al mundo” (Jn 6, 32-33), ellos enseguida le pidieron: “Señor, danos siempre de este pan” (Jn 6, 34).

 

La didáctica del Divino Maestro es insuperable al iluminar la inteligencia de sus discípulos, tocar sus corazones y mover sus voluntades rumbo a un ardiente deseo de la Eucaristía. Método perfecto, tal como recomienda Santo Tomás de Aquino.6

 

Después de eso, con soberana autoridad y divina unción, Él declara: “Yo soy el Pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; éste es el pan que baja del Cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que Yo daré es mi Carne por la vida del mundo” (Jn 6, 48-51).

 

¿Quién más podría unir la autoridad grandiosa a la total simplicidad? Con mucha propiedad se expresa Bossuet sobre este aspecto de Jesús: “¿Quién no admiraría la condescendencia con la cual tempera la elevación de su doctrina? Es leche para los niños, y al mismo tiempo pan para los fuertes. Lo vemos lleno de los misterios de Dios, pero vemos que Él no se sorprende, como los otros mortales a quienes Dios se comunica: Él habla naturalmente, como siendo nacido en este secreto y en esta gloria; y lo que Él tiene ‘sin medida’ (Jn 3, 34), Él lo prodiga con medida, a fin de que nuestra debilidad pueda soportarlo”.7

 

Por eso, lo que importa es que estemos convencidos de que debemos dejarnos conducir por las enseñanzas de Jesús, pues sólo quiere nuestra felicidad eterna y con generosidad: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10, 10). ²

 

 

 


 

1) Mc 6, 30.
2) Mc 6, 31.
3) Mc 6, 33.
4) Jn 3, 1-21.
5) Jn 4, 7-42.
6) Jn 1, 35-51.
7) Jn, 13.
8) Ver 1ª Lectura de este domingo (2 Rs 4, 42-44).
9) Jn 6, 26 y siguientes.
10) Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Editorial Voluntad, Madrid, 1926, t. III, pp. 238-239.
11) Jn 6, 17 a 21.
12) Jn 6, 26.
13) Jn 6, 32-34.
14) Summa Theologica, II-II, q. 177, a.1.
15) Jn 6, 48-51.
16) Discours sur l´Histoire Universelle, P. II, c XIX
17) Jn 10, 10 . .

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