COMENTARIO AL EVANGELIO – I DOMINGO DE ADVIENTO
En la apertura del año litúrgico, Jesús nos exhorta a estar siempre vigilantes, pues la hora del Juicio llegará de repente, cuando menos lo esperemos. Uno de los puntos adonde debemos volcar nuestra vigilancia, según la alerta de varios Papas, es la acción de los medios de comunicación social, que muchas veces invaden nuestras almas y nuestros hogares propagando mensajes e influencias contrarias a la fe y a la moral.
– EVANGELIO –
EXHORTACIÓN A LA VIGILANCIA
«33Estad alertas, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo. 34Es como un hombre que al marcharse lejos, dejó su casa y dio atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y encargó al portero que velase. 35Velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo volverá el señor de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. 36No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» (Mc 13, 33-37)
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I – LAS DOS VENIDAS DE JESÚS
El círculo y el rombo son las más perfectas figuras geométricas según el concepto de santo Tomás de Aquino, pues representan el movimiento del efecto que regresa a su causa. Cristo es la más alta realización de esa simbología, porque además de ser el principio de todo lo creado, también es su último fin. Por eso, tanto al comienzo como al final del año litúrgico encontramos los Evangelios que transcriben las revelaciones de Jesús sobre su última venida.
La penitencia, en espera de la Navidad
La Iglesia no elaboró sus ceremonias a través de una planificación previa. Siendo, como es, un organismo sobrenatural, nacido del sagrado costado del Redentor y vivificado por el soplo del Espíritu Santo, posee una vitalidad propia gracias a la cual se desarrolla, crece y se vuelve hermosa de manera orgánica. Así fue conformándose el año litúrgico a lo largo de los tiempos, en sus más diversas partes; en concreto, el Adviento surgió entre los siglos IV y V como una preparación a la Navidad, sintetizando la gran espera de los buenos judíos por la aparición del Mesías.
A la expectativa de un gran acontecimiento místico-religioso le corresponde una actitud penitencial. Por eso los siglos precedentes al nacimiento del Salvador estuvieron marcados por el dolor de los pecados personales y del de nuestros primeros padres. Más marcado aún fue el período anterior a la vida pública del Mesías: una voz clamando en el desierto invitaba a que todos pidieran perdón por sus pecados y se convirtieran, para enderezar así los caminos del Señor.
Esperanza embebida por el deseo de santidad
Deseando crear condiciones idóneas para participar en las festividades del Nacimiento del Salvador –su primera venida–, la Liturgia seleccionó textos sagrados relacionados con su segunda venida: la nota dominante de una es la misericordia, y de la otra, la justicia. Sin embargo, ambos encuentros con Jesús forman un todo armónico entre el principio y el fin de los efectos de una misma causa. Los Padres de la Iglesia comentan largamente el contraste entre una y la otra, pero según ellos, debemos ver en la Encarnación del Verbo el inicio de nuestra Redención y en la resurrección de los muertos su plenitud.
Para estar a la altura del grandioso acontecimiento navideño, es indispensable que nos pongamos frente al panorama de los últimos sucesos que antecederán al Juicio Final. De ahí que la Iglesia haya cantado durante mucho tiempo en la misa la secuencia “Dies Iræ”, la famosa melodía gregoriana.
Más que simplemente recordar el hecho histórico de la Navidad, la Iglesia quiere hacernos participar en las gracias propias de la festividad, tal como las gozaron la Santísima Virgen, san José, los Reyes Magos, los Pastores, etc. Ahora bien, una gran esperanza, embebida por el deseo de santidad y por una vida penitencial, sostenía al pueblo elegido en esas circunstancias. Y nosotros debemos imitar su ejemplo y seguir sus pasos, no sólo de cara a la Navidad sino también a la plenitud de nuestra redención: la gloriosa resurrección de los hijos de Dios.
Primera y segunda venidas de Jesús se unen frente a nuestros horizontes en este período del Adviento, haciéndonos analizarlas casi en una visión eterna; o tal vez, mejor dicho, desde el interior de los propios ojos de Dios, para Quien todo es presente. Son algunas de las razones que permiten comprender la elección del morado en los paramentos litúrgicos durante estas cuatro semanas. Es tiempo de penitencia. Y por eso el Evangelio de hoy nos habla de la vigilancia, ya que no sabemos cuándo volverá el “señor de la casa”. Es indispensable que no seamos sorprendidos durmiendo.
Vino como reo, volverá como Juez
Es preciso tomar en consideración que el Señor no vendrá como Salvador, sino como Juez; no sólo como Dios, sino también como Hombre. Lo explica santo Tomás: “Habiendo [Dios] puesto a Cristo-Hombre como cabeza de la Iglesia y de la humanidad, y habiéndole sometido todo, le concedió también –y con mayor derecho– el poder judicial”1. “Además, Cristo mereció ese oficio por haber luchado por la justicia y haber vencido, cuando fue sentenciado injustamente. Dice Agustín: ‘El que estuvo de pie ante un juez se sentará como juez, y el que calumniosamente fue llamado reo, condenará a los reos auténticos’”2.
Nuestro Señor Jesucristo será el Gran Juez, en su humanidad santísima unida hipostáticamente a la Sabiduría divina y eterna. Así, conoce los secretos de todos los corazones, como escribe san Pablo a los Romanos: “En el día en que Dios, por Jesucristo, juzgará las acciones secretas de los hombres”.
Jesucristo se revestirá de esplendor cuando venga como Juez (pintura de la Iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén, Roma)
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Él aparecerá en toda su gloria, pues en su primera venida, dispuesto a ser juzgado, se revistió de humildad. Por lo tanto, deberá revestirse con el esplendor al regresar como Juez3. Añade santo Tomás que el Hijo, al nacer en Belén, se encarnó para representar a nuestra humanidad junto al Padre, pero al final del mundo vendrá para aplicar sobre nosotros la justicia del Padre; por eso deberá demostrar la gloria de embajador del poder eterno de Dios.
Ese juicio será universal, como lo fue también la Redención. Atendamos a las explicaciones dadas por san Agustín respecto de las dos venidas de Nuestro Señor: “Cristo, Dios nuestro e Hijo de Dios, realizó la primera venida sin aparato; pero en la segunda vendrá presentándose tal como es. Cuando vino callado, no se dio a conocer más que a sus siervos; cuando venga manifiestamente, se mostrará a buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado; cuando venga con majestad, lo hará para juzgar. Cuando fue reo, guardó el silencio anunciado por el Profeta: ‘Como un cordero llevado al matadero, no abrió la boca; como oveja que ante los que la trasquilan está muda…’ (Is 53,7). Pero no habrá de callar así cuando tenga que juzgar. En verdad, ni siquiera ahora está callado para el que quiere oírlo; y si dice que no callará, lo dice porque entonces habrán de oírlo los que ahora lo menosprecian”4.
Pensamiento benéfico para buenos y malos
Nada será olvidado. Los mínimos pensamientos o deseos serán recordados con fuerza de realidad: acciones y omisiones con respecto a Dios, al prójimo y hasta nosotros mismos. El Divino Juez no dejará una sola coma sin analizar, sin ser debidamente sopesada. Y para cada cual proferirá públicamente una sentencia inapelable y definitiva. Algunos a su derecha, otros a su izquierda; entre estos últimos, ¿cuántos estarán ahí por haber buscado un placer fugaz, o por haberse negado a un esfuerzo insignificante? Es preciso tomar en cuenta que el trágico panorama del Juicio Final será una repetición pública del juicio particular de cada uno.
Pero por otro lado, ¡cuánta será la alegría de los buenos! “Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”(Rom 8, 18). Los cuerpos de los justos se verán libres de debilidades y enfermedades, serán inmortales y espiritualizados, asimilados a la luz de Cristo. En aquel día de triunfo, cuando se vean reunidos en María y en Jesús, se sentirán inundados de gozo.
De esto se concluye cuán benéfico resulta, para malos y buenos por igual, considerar de frente esa segunda venida del Señor. Puede que a unos los conmueva el temor de Dios; puede que a otros sirva de aliento, en los dolores y tragedias de esta vida, la esperanza de esa apoteósica ceremonia.
Señales precursoras de los últimos acontecimientos
A esta altura podemos apreciar mejor las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, transcritas por Marcos en el Evangelio de hoy. Todo el capítulo 13 es escatológico. Se inicia con un diálogo entre los discípulos y el Maestro sobre la solidez de los edificios que se alzaban en las cercanías del Templo, mereciendo la profecía de Jesús: “No quedará piedra sobre piedra que no sea destruida” (v. 2). Evidentemente, tal afirmación avivó la curiosidad de los apóstoles, y la gran interrogante se dirigía a la ocasión de los acontecimientos. Jesús no revela fechas, pero anuncia las señales predecesoras: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre. Esto es el comienzo de los dolores de parto. Estad alerta” (v. 8).
Otras señales y consejos les concede a sus apóstoles en los versículos siguientes, culminando en una viva descripción de los últimos acontecimientos antes de la conflagración final del mundo: “Y si el Señor no abreviase aquellos días, nadie se salvaría; pero por amor a los elegidos que él se escogió, abreviará esos días” (v. 20). “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (v. 31).
En esta parte de su discurso escatológico, Jesús responde la pregunta inicial de los apóstoles: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (v. 32). Y comentan los Padres de la Iglesia que, sumándose a los que no saben, Cristo usó la diplomacia para no entristecer a los discípulos al no querer revelárselos; pero sería imposible que no supiera, pues nada distinto puede haber entre el Padre y el Hijo: “Siempre que [Cristo] dice ignorar algo, no se detiene por ignorancia, sino por no ser el tiempo para hablar o para actuar”5.
Son los antecedentes que explican el Evangelio de hoy.
II – COMENTARIO AL EVANGELIO
33Estad alertas, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo.
Como discípulo muy allegado a Pedro, Marcos transmite en su Evangelio –el primero en ser escrito y divulgado– la síntesis de las predicaciones de nuestro primer Papa. Su énfasis en el “Estad alerta, velad…” se origina en el especial empeño demostrado por su maestro en los últimos años de vida, en la ciudad de Roma. Ese cuidado, imbuido de celo por las almas, cumpliendo el mandato del Señor: “Apacienta mis ovejas”, se orientaba a los problemas que rodeaban entonces el nacimiento de la Iglesia.
Sin detenernos a analizar la historia de hace casi dos milenos, volvamos nuestros ojos a los días de la actualidad.
La vigilancia, virtud auxiliar de la prudencia, puesto que se identifica con la solicitud, juega un importante rol en nuestra vida espiritual y moral. Además, la prudencia guarda un estrecho lazo con la vida social del hombre. ¿Sobre cuáles objetivos habríamos de practicar esa virtud en este inicio del tercer milenio? Casi no hay momento en que podamos bajar la guardia.
Acción deletérea de los medios de comunicación social
Con la evolución de la técnica y de los descubrimientos científicos, los medios de comunicación social vienen prestándose, de hace mucho, a una peligrosa y atractiva presentación del mal y del pecado. Ya en la época de León XIII –fines del siglo XIX– encontramos una clara muestra de preocupación de ese Papa, de añorada memoria:
“También tengamos en cuenta los incentivos del vicio y las funestas seducciones del pecado: entendemos por tales a las licenciosas e impías representaciones teatrales; a los libros y a los periódicos escritos para dar al vicio un cariz de honestidad, y ridiculizar la virtud; las mismas artes que, habiéndose inventado para regalo de la vida y de los honestos esparcimientos del espíritu, son utilizadas a destajo para inflamar las pasiones humanas” 6.
Cuatro años más tarde, nueva declaración:
“En fin, el orden social se ha resquebrajado hasta sus mismos cimientos. Libros y periódicos, escuelas y cátedras de enseñanza, círculos y teatros, monumentos y discursos, fotografías y bellas artes, todo conspira para pervertir los espíritus y corromper los corazones” 7.
Ya entrado el siglo XX, y siempre en la misma línea de enseñanza, se hace oír la voz de Pío XI, también de feliz memoria:
“No existe medio más poderoso para ejercer influencia sobre las masas, sea a causa de las figuras proyectadas en las pantallas, sea por el precio del espectáculo cinematográfico, al alcance del pueblo común, y por las circunstancias que lo acompañan”8.
“El poder del cine viene por hablar mediante la imagen, que la inteligencia recibe con alegría y sin esfuerzo, aun tratándose de un alma ruda y primitiva, desprovista de la capacidad o al menos del deseo de hacer esfuerzos para la abstracción y la deducción que acompaña al razonamiento. La lectura y la audición requieren siempre de una atención y un esfuerzo mental que, en el espectáculo cinematográfico, son reemplazados por el placer continuo, resultado de la sucesión de figuras concretas”9.
“Es por todos conocido el mal enorme que las malas películas le producen al alma. Como glorifican el vicio y las pasiones, son ocasiones de pecado; desvían a la juventud del camino de la virtud; exponen la vida bajo un falso prisma; ofuscan y debilitan el ideal de perfección; destruyen el amor puro, el respeto debido al matrimonio, a las íntimas relaciones de la vida doméstica. Incluso pueden crear preconceptos entre individuos, malentendidos entre varias clases sociales, entre las diversas razas y naciones” 10.
Esa acción destructiva se inicia con la aparición del uso de razón:
“Y por eso su fascinación se ejerce con particular atractivo sobre los niños, los adolescentes y los jóvenes. Justamente en la edad en que el sentido moral está en formación, cuando se desarrollan las nociones y los sentimientos de justicia y probidad, de los deberes y de las obligaciones, del ideal de vida, es cuando el cine adquiere una influencia preponderante” 11.
No se queda atrás la advertencia de Pío XII a mediados del siglo XX:
“Este enemigo está corrompiendo al mundo con una prensa y con unos espectáculos que matan el pudor en los jóvenes, destruyen el amor entre los esposos e inculcan un nacionalismo que conduce a la guerra”12.
Otro Papa de recordada memoria, Pablo VI, se refiere así a estos males:
“Al mismo tiempo que estos instrumentos, destinados por su naturaleza a difundir el pensamiento, la palabra, la imagen, la información y la publicidad, influyen sobre la opinión pública y, por consiguiente, sobre el modo de pensar y actuar de los individuos y los grupos sociales, ejercen también una presión sobre los espíritus que incide profundamente sobre la mentalidad y la conciencia del hombre, incitado como está por múltiples y opuestas solicitaciones y casi sumergido en ellas.
“¿Quién puede ignorar los peligros y los daños que estos instrumentos, aunque nobles, pueden acarrear a cada uno de los individuos y a la sociedad, si no son utilizados por el hombre con sentido de responsabilidad, con recta intención y de acuerdo con el orden moral objetivo? […]
“Pensamos sobre todo en las jóvenes generaciones que buscan, no sin dificultades y a veces con aparentes o reales extravíos, una orientación para sus vidas de hoy y de mañana, y que deben poder decidir, con libertad de espíritu y con sentido de responsabilidad. Impedir o desviar la difícil búsqueda con falsas perspectivas, con ilusiones engañadoras, con seducciones degradantes, significaría decepcionarlos en sus justas esperanzas, desorientarlos en sus nobles aspiraciones y mortificar sus impulsos generosos”13.
Visiones perjudiciales para el bien común de la sociedad
Y todavía más recientemente, nuestro tan querido Juan Pablo II se expresaba en forma clara y lúcida acerca del mismo asunto:
“Estos mismos medios de comunicación tienen la capacidad de producir gran daño a las familias, presentándoles una visión inadecuada o incluso deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad. El concilio Vaticano II captó muy bien esta capacidad de fortalecer o minar valores tradicionales como la religión, la cultura y la familia; por eso, enseñó que «para el recto uso de estos medios es absolutamente necesario que todos los que los utilizan conozcan las normas del orden moral en este campo y las lleven fielmente a la práctica» (Inter mirifica, 4).” Y más adelante:
“Con demasiada frecuencia los medios de comunicación presentan a la familia y la vida familiar de modo inadecuado.
“La infidelidad, la actividad sexual fuera del matrimonio y la ausencia de una visión moral y espiritual del pacto matrimonial se presentan de modo acrítico, y a veces, al mismo tiempo, apoyan el divorcio, la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad. Esas presentaciones, al promover causas contrarias al matrimonio y a la familia, perjudican al bien común de la sociedad”14.
Benedicto XVI, cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya advertía del efecto nefasto que pueden tener sobre la fe y la moral los medios de comunicación social.
En 1992 publicó normas canónicas en una “Instrucción sobre algunos aspectos del uso de los instrumentos de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe”:
“Cada vez se difunden más ideas erróneas a través de los medios de comunicación social en general, y de los libros en particular. […] Las normas canónicas constituyen una garantía para la libertad de todos: ya de los fieles individualmente, que tienen derecho a recibir el mensaje del Evangelio en su pureza e integridad; ya de las personas empeñadas en la pastoral, de los teólogos y de todos los católicos involucrados en el periodismo, que tienen derecho a comunicar su pensamiento, siempre dentro de la integridad de la fe y de la enseñanza de la Iglesia sobre la moral, y en el respeto a los Pastores” 15.
Campo de batalla para maestros y confesores
Es preciso que cuando Jesús venga como Juez, no nos encuentre dormidos, o sea, entibiados en los vicios (cúpula de la Iglesia de san Agustín, Roma)
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Es, pues, una invitación a que todos seamos vigilantes en lo que concierne a la prensa, a los libros y revistas provocativas, a la televisión, a la radio, a internet, etc.
Nunca está de más acentuar lo dicho por Pío XI, antes citado, al respecto de los maleficios que el mal uso de aquellos vehículos de comunicación causa al ejercicio mismo de las facultades del alma (produciendo, por ejemplo, la decadencia intelectual).
Se trata de un gran campo de batalla para los confesores, directores de conciencia, los padres, los maestros, los formadores, los apóstoles, etc.: “Es tad alertas, velad”. Tanto más si no se sabe “cuándo será el tiempo”.
34Es como un hombre que al marcharse lejos, dejó su casa y dio atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y encargó al portero que velase.
Según los Padres de la Iglesia, fue Jesús el que “dejó su casa” al subir a los cielos. Y nos dejó el encargo de velar. Nuestra primera obligación recae sobre nosotros mismos. Rezar no sirve de nada si no nos alejamos de las ocasiones que nos pueden llevar al mal. Además, cada cual en su función tiene responsabilidad sobre otros: patrones sobre empleados, padres sobre hijos, maestros sobre alumnos, etc.
Los Pastores están representados en la figura del portero, el que simboliza también nuestro deber de velar por nuestros propios corazones.
35Velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo volverá el señor de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. 36No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos.
No sólo en este trecho repite Jesús su consejo de vigilancia en forma imperativa. Los cuatros Evangelios contienen varios pasajes relativos a ese empeño del Divino Maestro. Aquí, en concreto, se describen las circunstancias con cierta variedad y de manera metafórica. Lo importante es que no nos encuentren dormidos con motivo de una visita imprevista.
Esta advertencia se funda en la realidad. Cuando la criatura humana peca, no recibe un castigo inmediato. Por eso el pecado va transformándose poco a poco en algo habitual, y por fin se torna en un vicio inveterado. En la necesidad de racionalizar, y aquietar así su propia conciencia, la persona acaba por atribuir a Dios el juicio relativista que elaboró para justificarse.
Jesús, pese a conocer bien e incluso odiar el pecado de cada uno de sus hermanos, se calla por amor a la salvación de éstos, para brindarles más oportunidades de enmienda. Pero sin vigilancia, ese proceso de regeneración es imposible. Es preciso que Jesús no nos “encuentre dormidos”, es decir, entibiados en los vicios…
37Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!
Así concluye el capítulo 13 de Marcos. El capítulo siguiente será la descripción de toda la Pasión.
En este versículo se encuentra el carácter universal de los consejos proferidos por Jesús a propósito de la suma importancia de la vigilancia, no sólo en vista del fin del mundo, sino también del fin de cada uno de nosotros. Todos moriremos. No sabemos en qué momento. ¡Estemos alertas! Ese día nos encontraremos con Jesús; será nuestro juicio particular. No será el único, pues Él quiere darle carácter público y social al enjuiciamiento, por lo cual habrá un segundo juicio.
III – CONCLUSIÓN
Nuestro egoísmo nos inclina a tomarnos como centro de nuestras atenciones y preocupaciones, pero la esencia de nuestra vida cristiana es social: “Amaos los unos a los otros” (Jn 13, 34; 15, 12 y 17); o bien: “El que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Rom 13, 8). Jesús pesa nuestros actos de acuerdo a nuestra misericordia con el prójimo, vale decir, usa para juzgarnos un criterio social. Dios distribuyó sus bienes de forma desigual a los hombres para que unos puedan dispensar y otros recibir; lo que no sólo sucede en el ámbito material, sino también, y sobre todo, en el ámbito cultural y espiritual. La misericordia y la justicia, reunidas, nos juzgarán frente a todos los ángeles y hombres.
Así, pues, preparémonos en este Adviento para recibir a Jesús en la plenitud de su misericordia, y roguemos a Aquella que lo trajo a este mundo su poderosa intercesión para nuestro segundo encuentro con Él, cuando venga de improviso, en la plenitud de su justicia.
1) Suma Teológica, III q 59, a 2
2) Suma Teológica, III q 59, a 3
3) Cf. Suma Teológica, Supl. q 90, a 2.
4) Serm. 18,1: PL 38, 128-129.
5) S. Hilario, 9, de Trinit.
6) Exeunte iam anno, 25/12/1888.
7) Carta al pueblo italiano, 8/12/1892.
8) Vigilante cura, n. 18. 9) ibid., n. 19.
10) ibid., n. 21. 11) ibid., n. 25.
12) La Acción Católica Italiana, 12/10/1952.
13) Mensaje para el Día Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1/05/1967.
14) Mensaje para el 38º Día Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24/01/2004.
15) Instrucción del 30/03/1992, Introducción.