El gusto del correcorre

Publicado el 03/25/2019

Describiendo con mucha elocuencia los detalles de viajes hechos en automóvil, en tren y en tranvía, el Dr. Plinio analiza con profundidad las modificaciones de estados de espíritu provocadas por la Revolución Industrial. Mucho más que una obra de literatura, es una explicitación que debe figurar en los Tratados de vida espiritual.

 


 

Percibo que tengo una cierta gracia para el discernimiento de los espíritus, pero eso nació tan temprano en mí y tan conjugado con mi naturaleza, que fue sólo mucho tiempo después, cuando yo tenía más o menos cincuenta o sesenta años, que me vino al espíritu la idea de que ese fenómeno era discernimiento de los espíritus.

 

Cómo el Dr. Plinio se dio cuenta de que poseía discernimiento de los espíritus

 

El Dr. Plinio en la década de 1950.

Talvez haya concurrido para eso mi empeño en no compararme con nadie. Entonces, si se está dando conmigo, luego sucede con todo el mundo, todas las personas son así. Pero después, mirando retrospectivamente…

 

¿Cómo llegué a darme cuenta de que eso era discernimiento de los espíritus? Fue por una operación, donde la cosa saltaba a la vista con una evidencia solar y que era lo siguiente: si todo el mundo viese como yo veo, las personas actuarían en muchas ocasiones con mucha más habilidad de lo que de hecho acostumbran a hacerlo. Esto es una prueba de que no ven la situación como ella es. Y también entenderían mucho mejor lo que yo digo y se compenetrarían mucho más. Una prueba adicional de que no ven la situación como yo la veo.

 

Por otro lado, en nada de lo que leí en Psicología, etc., encontré algún rasgo o vestigio de que las personas tienen facilidad para ver la mente de los otros como yo las veo. Dada la relación de esto con mi vocación, cómo la sirve y siendo hasta indispensable para que ella se realice, en consecuencia es realmente imprescindible el discernimiento de los espíritus. Vamos a los libros de Teología para ver lo que dicen sobre este tema, y coinciden con lo que yo percibo en mí; luego, se trata de un discernimiento de los espíritus. Fue por este proceso que llegué a persuadirme de esto.

 

¿Cómo apareció en mi espíritu el discernimiento, todo impregnado de dudas, respecto de la opinión pública? La expresión “Revolución Industrial” la conocí en la década de 1930, porque nunca noté que la pronunciaran delante de mí antes de eso, o si la pronunciaron no presté atención. Leí un artículo escrito por una persona que había sido acusada de no gustar de la Revolución Industrial y que, para librarse de esta afrenta se decía fanática de esta Revolución y daba las razones de su fanatismo.

 

Fue en esa ocasión que pensé: “Revolución Industrial: qué expresión bien pensada, no voy a olvidarme más de ella”. Pero antes de eso, ya entendía lo que era. Yo no sabía llamar a la cosa por su nombre, pero ya sabía qué cosa significaba aquel nombre.

 

Deleites del alma

 

Tratábase de un conjunto de estados de espíritu que se definiría así: yo notaba que había personas en mi familia que no estaban impregnadas por la Revolución Industrial. No que poseyesen una oposición doctrinaria a esa Revolución, pero tenían un distanciamiento, porque casi toda sus vidas las pasaron en una pequeña São Paulo aún muy antigua, en la cual la Revolución Industrial no había comenzado a hacer sus estragos. Era toda la generación de mi abuela. Ella tenía hermanos, hermanas, que iban bastante a casa. Dos de sus hermanos eran solterones, ateos, republicanos, etc., y yo notaba que estaban ultra encharcados de ideas revolucionarias.

 

Pero yo observaba, por ejemplo, que el modo como ellos andaban por la calle era de tranquilidad, la cual ellos degustaban, que iba acompañada de un cierto gusto de sentir los bienestares, los placeres de su propia alma, y eso constituía un factor de contento. No es una cosa sentimental. Es el gusto de un cierto sosiego, de una cierta despreocupación, de cierto “laisser faire, laisser passer”1, de la satisfacción de la vida común, de permanecer dentro de la naturaleza. Sus almas estaban dentro de esa pequeña São Paulo, no como un individuo que viste una ropa de gala, sino como quien “usa pijama”. Cuando el cuerpo de un individuo está en una pijama, él siente los mil pequeños conforts que la ropa corriente no da, y que el traje de gala proporciona menos aún. Es natural.

 

Por ejemplo, llega uno, pregunta cómo la están pasando; todos paran de conversar, preguntan por él también, si hay alguna novedad. Cuando cuenta una noticia que interesa mucho a todos, comentan: “¡Ah, qué importante!”, etc. Después vuelven al mismo estilo anterior. En cierto momento, cuando llega la hora en la que todo el mundo va a dormir, la conversación se deshace con mucha tranquilidad: “¡Hasta mañana, hasta mañana, hasta mañana!”

 

Estos placeres, estas demoras, ese sentir las comodidades y los deleites de la existencia – éste es el punto importante – son principalmente del alma; inclusive personas que conocí, que negaban la existencia del alma, vivían de las delicias del alma.

 

Dos hermanos muy diferentes

 

Me acuerdo, por ejemplo, de dos hermanos que llevaban vidas muy diferentes. Uno de ellos era un hombre bien guapo. Y a veces – es una cosa rara en la vida, pero sucede –, cuando hay dos hermanos y uno es bien formado físicamente, guapo, saludable, etc., todas las felicidades van a su encuentro. Y el otro es un poco raro, físicamente medio deforme, también todas las desventuras caminan en su dirección. Considero que uno de los sentidos de la expresión “atrás de los apedreados corren las piedras” es éste. Ellos eran pobres, porque su ancestro murió cuando ellos eran muy pequeños, y los dejó sin recursos.

 

El primero, como estaba diciendo, guapo y muy agradable de trato. No era un hombre brillante, pero luminoso, con mucho garbo. Cierto día – él era modesto ingeniero de la Secretaría de Agricultura y Obras Públicas – llegó un recado de la Light: le preguntaban si tenía interés en vender las tierras que le pertenecían en lo alto de la Sierra de la Cantarera, pues aquella empresa iba a hacer obras allá. Y él, que era un poco protestón, dijo que no tenía tierras en ese lugar.

 

Después, examinando las escrituras, verificó que por sucesión había heredado esas tierras. El hombre saltó como una hiena, fue a la Light y constató que su bisabuelo había comprado una infinidad de tierras en aquel lugar, con fines especulativos. Entonces vendió las tierras por una fortuna y se hizo rico. Creo que días después presentó la renuncia a la Secretaría de Agricultura; en seguida se fue a Europa. Y murió en Brasil entre los ochenta y noventa años tras una vida sólo de placer.

 

Su hermano, por el contrario, llevó una vida dura. Montó un negocio de ferretería en el antiguo Centro de San Pablo. Era un positivista, alto, feo, con un narigón de pico de águila malograda, alcanzada por una infección, ojitos pequeños, mucho más inteligente que el primero, pero a causa de esto lleno de ideas originales que no tenían éxito, medio abstruso, extravagante. En cierto momento enloqueció, con manía de persecución.

 

Parque de la Luz, en 1902 – São Paulo, Brasil

Después cayó en la miseria, mas en fin, la cabeza quedó más o menos. Entonces los otros hermanos que eran ricos pusieron dinero y le dieron una mesada para llevar una buena vida, sosegada, agradable y pagacon aquella puntualidad de los antiguos tiempos.

 

El primero moraba en el Esplanada, uno de los grandes hoteles de San Pablo. El segundo residía en una casita, en una de esas villas que tiene una especie de peine, una calle sólo de entrada y con varias casas.

 

Embriaguez de la prisa

 

En toda esa generación existía el placer del alma primando sobre el del cuerpo, que consistía sobre todo en el holgar, en tener tiempo, en trabajar poco o no trabajar nada, en la despreocupación y en la conversación.

 

Esos dos eran capaces hasta de hablar, caminando al Jardín de la Luz, sobre el hecho de que los miosotis existentes en su casa estaban muriendo, y que sería mejor buscar otra modalidad de esa flor, que había en tal lugar; y combinarían para ir al día siguiente a aquel lugar para ver si conseguían adquirirla. Así era la vida.

 

En aquel tiempo, aunque la Revolución Industrial ya hubiese ido lejos, alcanzó poco la vida de la pequeña San Pablo, es decir, el vivir cotidiano del paulista, era de un estado de espíritu muy poco afectado. Mamá era así.

 

Guilherme Gaensly (CC3.0) Yo veía la forma en que las personas encendían la luz eléctrica dentro de la casa: una cierta fruición. Veían la luz, ¡contento! Y la vida entera con una ansiedad por hacer que las cosas sucedieran con rapidez, lo que indicaba una especie de embriaguez por la prisa y la eficacia, en el sentido de desencadenar dentro de poco tiempo muchas acciones y sensaciones simultáneamente, todas en sentido opuesto a aquella impresión de los dos que conté hace poco. No era sentir la propia alma, sino al mundo exterior encuanto influenciando, tocando al alma, tener las sensaciones rápidas, a paso veloz, etc, una sucesión de impresiones en las que el alma no se siente a sí misma, y dentro de sí misma observa el mundo exterior, sino que experimenta al mundo exterior invadiéndola antes que ella haya tenido tiempo de tomar consciencia de sí.

 

El principal objeto del bienestar de un hombre de la era preindustrial, o al menos de la era industrial tan incipiente que no había tocado su vida, consistía en sentirse degustando el vivir. Para los otros no: era sentir el vivir imponiendo de fuera hacia dentro sensaciones, las mismas en todo mundo. Por tanto, mucho menos individuales, menos marcadas por el temperamento de cada uno, saboreadas, una cosa que medio embriaga y da al individuo el gusto de esa embriaguez.

 

Movimiento en la Estación de la Luz

 

Por ejemplo, la estación de la Luz, como casi todas las estaciones ferroviarias, tiene dos planos: una plataforma con un centro donde las personas embarcan o desembarcan de los trenes; y otra en un nivel más alto, que es el de la calle, en la cual hay un hall grande, taquillas, restaurantes.

 

El Dr. Plinio en la década de 1950.

Se llegaba a la estación un poco antes de que el tren partiese. Y había cierto placer en llegar poco tiempo antes, haciendo que el automóvil corriese bastante. Entonces decían al chofer: “Adelante, adelante, adelante”. En las calles casi desiertas de San Pablo, aquellos automóviles tenían unas bocinas de goma ligadas a una especie de corneta, se apretaba la bocina de goma: fuooónnn. Daba la impresión de que el automóvil se sonaba la nariz en ese momento. Después la goma se iba llenando de nuevo, y el vehículo corriendo, los parabrisas muy grandes, mal fijados al cuerpo del automóvil, haciendo ruido. Las calles no eran asfaltadas, sino con una calzada que provocaba muchas sacudidas, y sacudidas de hierro. Cada vez que el automóvil cambiaba de velocidad, tengo la impresión de que precisaba abrir el escape y salir el barullo; y la familia dentro apurada porque podía perder el tren. Pero esto era un atractivo del viaje.

 

El jefe de la familia – si era un hombre digno de ser hombre –, al llegar a la estación, cuando el automóvil apenas se detenía en la calzada, de dentro hacia afuera ya estaba abriendo la puerta y los maleteros venian a buscar las valijas, pero precisaba no ser bobo y tomar nota del número del maletero, porque si no éste podía desaparecer con todas las valijas. A veces, dos, tres maleteros, porque para hacer un corto viaje era una mudanza, debido a la cantidad de objetos que llevaban.

 

Los criados allí prontos para atender una orden que el dueño o el ama de casa diesen a la hora de partir, y los chicos todos que bajaban del automóvil.

 

Algunos minutos antes de partir el tren, comenzaba a tocar una campana de metal blanco con una lengüeta del lado de fuera y una bola en la punta, que era accionada por el jefe de la estación para dar idea que de todos precisaban bajar enseguida porque el tren iba a partir.

 

Enntonces, era en aquella atmósfera que el dueño de casa compraba los billetes, y siempre había un problemita de cambio, que volvía más angustiante la historia. Al final, todos descendían la escalera corriendo, y entraban en el vagón. Y, antes de dar la señal de partida, la máquina se movía con un golpe hacia atrás en todos los vagones pero con una cierta brutalidad inopinada.

 

Gusto de la calma

 

Después, la chimenea con el silbido que rasgaba el silencio de la ciudad: fuuuu, fuuuu, fuuuu, el humo comenzaba a exhalar y el tren salía de la estación. Adioses… – se iban a ver de allí a tres o cuatro días; gente de la familia iba a a compañar a los viajeros a la estación, a veces –:”Mira, no dejes de escribirme, eh!” Esas cosas a última hora, las señoras lanzaban besitos, etc. Al final de cuentas, el tren estaba tan lejos que todos se sentaban: ¡Ahhh! Pero entonces ya se encontraba más o menos en el campo, y otras imágenes se sucedían.

 

¿Por qué tomé el trabajo de describir todas estas banalidades? Para mostrar las impresiones que se superponen y el gusto del correcorre. Y todo aquel mundo introspectivo del tiempo de mis abuelos iba desapareciendo. Y surgía un horror a la introspección, al aislamiento, a las sensaciones proporcionadas a la vibratilidad del hombre y que no la quebraban ni la cansaban; y un gusto por lo contrario.

 

El tren seguía su curso. En cierto momento, una voz de niño: “Mamá, estoy aburrido.”

 

Era yo hablando con Doña Lucilia, porque no sabía comportarme bien en el tren: en vez de mirar a lo que venía, vuelto hacia el futuro, miraba recto hacia el presente. Y ahí comenzaba a aburrirme.

 

Mamá decía: “Chupe un caramelo”. Era un consejo que siempre en contraba oídos gratos en mí: comer alguna cosa. Entonces chupaba un caramelo, ya comprado en casa para el caso de aburrirme. Al final, yo me acomodaba también y continuaba el viaje.

 

Y pensaba: “¿¡Cuándo acaba esta porquería de viaje!?” Y la gente contenta…

 

No hay nada contra la pureza ahí, mas es una cuestión diferente. Es el gusto de lo temperado, de la moderación, de la calma, de sentir más el alma que el cuerpo, de desperezarse, de enderezarse, de estar solo; nada de eso tenían los de la generación nueva.

 

El tranvía y el cine

 

Una cosa característica de esto es lo siguiente: el tranvía murió bajo la execración general. Fue un ídolo. Y en mi tiempo de pequeño, incluso personas ricas y hasta muy ricas, que podían ir de automóvil, tomaban tranvía. Este tenía su propia fascinación; era abierto, cuando una persona entraba veía a todo el mundo, saludos para éste, para aquél, se sentaba a veces al lado de un conocido, iba conversando. Había sacudidas cuando las vías se encontraban unas con las otras y después, en las grandes avenidas, el tranvía iba muy rápido. A veces había una cosa que no sé describir muy bien, pero en ciertos momentos el conductor del tranvía paraba, bajaba y con una especie de llave eléctrica abría una caja que estaba ligada a un poste, daba una señal cualquiera y prendía o apagaba una luz dentro de aquella caja. Era para dar a otro tranvía la señal de que él iba a entrar, pues en aquel trayecto había una línea sola. Entonces el otro tranvía tenía que quedar esperando, porque los dos vehículos no podían encontrarse juntos en las mismas vías. Y los pasajeros quedaban esperando que el otro tranvía llegase para dejar las vías libres.

 

Durante este tiempo, pequeñas impaciencias indiscretas que indicaban la prisa y el gusto del correcorre del hombre, y que él estaba ‘aggiornato’. A veces una señora también decía medio en alta voz: “¡Eh, fulano” ¡Cómo está aburrido esto, ¿no es cierto?” Para que todo el mundo viera que era una señora moderna y estaba actualizada.

 

Ahora bien, todo esto era lo contrario de mi modo de ser.

 

El cine presentaba aspectos así de la vida norteamericana, pero mucho más agudos y de un modo delirante.

 

Años más tarde aparece en el cine el Empire State, aquellos puentes norteamericanos. Entonces siempre había alguien que decía: “¡Imaginese, eh. ¡Esto se sube en tres minutos!” Subir ochenta pisos… ¡colosal!

 

Yo pensaba: “¿Sí? ¿Sube en tres minutos? Si encontrase un ascensor que tardase diez minutos, era capaz de preferirlo, desde que hubiese un banquito adentro”, como había en muchos ascensores. Y aún en Europa alcancé a ver esto: banquitos para que los pasajeros subiesen sentados.

 

Un fantasma o un demonio tragando las almas

 

Entonces, laicismo completo, optimismo constante, todo el ambiente de la civilización industrial es continuamente optimista, porque la Ciencia va a resolver todo, curar todas las enfermedades. Por tanto es preciso estar siempre alegre, riendo, sonriendo. E igualitarismo total que ni da tiempo para quedar prestando atención a las distinciones sociales ni en tener miramientos.

 

En total, un despojamiento de todo lo que hacía la vida de la Edad Media. La idea, por lo tanto, de un heroísmo individual, ¡nunca! Sólo heroísmo colectivo. Sentir cosas individuales, no. Apenas cosas colectivas. El progreso es eminentemente colectivista, porque fue hecho para las masas, a fin de sentirse felices, gustar y adorar, etc.

 

Y el individuo siente un gusto extraño en ser masa, estar en la masa y vivir en consonancia con la masa.

 

Y así como describí al comienzo de la exposición aquel estado de espíritu, que exhalaba de las personas a manera de un fantasma extrínseco y las influenciaba, el espíritu laico, colectivista, optimista, además de otras características de la Revolución Industrial, se destacaba como un fantasma, o un demonio, tragando las almas de todos los que entraban en aquello, y dirigiendo el curso de los acontecimientos. Y no había resistencia.

 

Por ejemplo, usar instrumentos mecánicos era considerado, para las personas de la generación de mis abuelos, algo como muy complicado. Un reflejo que mi abuela, no obstante ser una señora inteligente, nunca consiguió romper era éste: ella hablaba poco por teléfono, y cuando lo hacía se ponía el pince-nez2. Todas las personas se burlaban de ella. “¿Pero qué es esto?”, se burlaban con respeto. Ella decía: “No me molesten”. Y en el momento en que la llamaban de nuevo al teléfono, tomaba el pince-nez y se lo colocaba. Vemos que es como quien se valió de un recurso a fin de hacer algo para lo cual ella no se adaptaba.

 

Las generaciones que vinieron posteriormente ya nacieron, en un cierto sentido de la palabra, con lentes de contacto. Entonces también no es nada difícil de comprender el crecimiento de las neurosis, de las psicosis; después, de las manías colectivas.

 

(Extraído de conferencia de 27/8/1986)

 

1) Del francés: dejar hacer, dejar pasar.

2) Anteojos livianos que se mantenían sobre la nariz por la presión de un soporte.

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->