A veces acontece que entre personas destinadas a mantener una relación más intensa, profunda y elevada se establece cierta confusión, que cuanto más se intenta esclarecer, se vuelve más confusa. Lo verdadero en esa situación es no hablar, y sí esperar. Es necesario confiar.
Incomprensiones dentro de una relación
Yo tuve la experiencia de eso en algunas ocasiones en las cuales procuré ayudar a determinadas personas en asuntos de vida espiritual. A veces sucedía que yo entraba en el tema por un lado, y la sensación de la persona era que yo debería haber entrado por otro. La salida era parar, rezar y esperar pasar el tiempo. No se podía hacer nada.
Encuentro del Niño Dios entre los doctores de la Ley Santuario del Caraça, Santa Bárbara, MG, Brasil
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Cómo eso es duro: queremos hacer el bien, pero el otro es como alguien que está con el cuerpo entero quemado. Donde se pone el dedo, él gime. ¡Realmente eso es duro!
Cuando la persona se coloca en una relación errada, se hace imposible el entendimiento. Puede suceder por culpa propia o por una prueba, pero es una dilaceración muy seria, pues la vida queda truncada en un punto fundamental.
¿Cuál es la razón por la cual Dios permite eso?
Nuestra Señora y San José, ejemplos de fidelidad a las certezas supereminentes
Las certezas no son autónomas unas de otras. Hay algunas certezas supereminentes que garantizan el todo, aunque las “bombardas” estén explotando en las convicciones inferiores.
Un ejemplo claro de eso es la perplejidad de San José (cfr Mat 1, 19- 24). Él no podía dudar de la integridad de Nuestra Señora. Él tenía respecto a Ella una certeza supereminente.
El demonio debe haber actuado, haciendo de todo para perturbarlo, pero él conservó la paz de alma. Hizo el raciocinio clásico: “No lo descifro, pero cuando lo descifre, voy a ver que eso ocultaba una maravilla.” Él no desconfió porque era fiel a las certezas supereminentes.
Generalmente, cuando una persona es tentada, tiene una especie de amnesia con relación a las certezas supereminentes.
Otro ejemplo: Nuestra Señora y San José cuando perdieron al Niño Jesús (cfr. Lc 2, 43-50). ¿Cómo podían dudar con relación al Niño Jesús? Ellos veían muy bien que Nuestro Señor los quiso probar. Ese episodio fue un poco como la crucifixión para Nuestra Señora.
Anna Catalina Emmerich1 cuenta que, antes de ese episodio, la Santísima Virgen comenzó a notar que su Divino Hijo la trataba con cierta frialdad. Por humildad, pensó que tenía la culpa. ¡Fue un tormento! Lo más curioso es el hecho de que María Santísima no preguntó nada al Niño Jesús. Hay horas en las cuales es mejor no preguntar…
Eso también acontece en la vida de familia. Hay un desentendimiento entre dos personas, y para que no aumente, los familiares fingen no notar. La vida es así.
Cuando falta esa fidelidad…
Toda especie de nerviosismo es inevitable cuando las verdades supereminentes no están bien colocadas.
Consideremos a los Apóstoles en el episodio de la tempestad en el Mar de Galilea (cfr. Mc 4, 37-40). Era una verdad supereminente que el barco donde estaba Nuestro Señor no podía hundirse. Ellos fueron hombres de poca fe.
Otro ejemplo elocuente en esa materia es el de San Pedro hundiéndose, después de haber andado sobre las olas (cfr. Mt 14, 28-31). La desconfianza es, en la mayor parte de las veces, una sensación. Cuando San Pedro sintió que las olas se movían bajo sus pies, las certezas supereminentes fracasaron.
En el sueño de los Apóstoles en el Huerto (cfr. Mt 26, 40-45), algo de las certezas supereminentes estaba toldado. Era un sueño lleno de malestar. Tres veces fueron despertados y tres veces dijeron “¡no!” Estaban en un estado de infamia moral. Si las certezas supereminentes hubiesen quedado, la cosa habría sido otra.