El ángel de la guarda nos acompaña siempre a cada uno de nosotros. Pocas personas, sin embargo, reciben la gracia de poder sentir físicamente la presencia de este protector.
Nuestros ángeles custodios están al lado de cada uno de nosotros, incansables, solícitos, bondadosos, listos para ayudarnos en todo lo que necesitemos, ya sean necesidades materiales o espirituales.
Veamos algunos ejemplos de personas favorecidas con la gracia de ver a su ángel de la guarda y que conversaron con él varias veces a lo largo de su vida.
Ciertamente, en nuestros conturbados días, esto contribuirá a aumentar en nosotros la devoción a nuestro mejor amigo, y nos animará a recurrir con más empeño a su auxilio.
SANTA GEMA GALGANI
“¿NO TE DA VERGÜENZA PECAR EN MI PRESENCIA?”
Santa Gema Galgani con su ángel. Iglesia de Santa Gema, Madrid |
Santa Gema Galgani (1878-1903) tuvo la constante compañía de su ángel protector, con quien mantenía un trato familiar. Lo veía, rezaban juntos, y hasta le dejaba a ella que lo tocase. En fin, Santa Gema tenía a su ángel de la guarda en la condición de un amigo siempre presente. Le prestaba toda clase de ayuda, incluso llevando mensajes a su confesor, en Roma.
Este sacerdote, el padre Germano di San Stanislao, de la Orden de los Pasionistas, fundada por San Pablo de la Cruz, dejó escrito la convivencia de Santa Gema con su celestial protector: “En frecuentes ocasiones al preguntarle si su ángel de la guarda permanecía siempre en su puesto, al lado de ella, Gema se volvía hacia él con una buena gana encantadora y enseguida se quedaba en un éxtasis de admiración todo el tiempo que lo miraba”.1 Lo veía durante todo el día. Al acostarse le pedía que velara a la cabecera de la cama y que le hiciera una señal de la cruz en la frente. Cuando se despertaba, por la mañana, tenía la inmensa alegría de verlo a su lado, como ella misma le contó a su confesor: “Esta mañana, cuando me desperté, ahí lo tenía junto a mí”.2
Cuando iba a confesarse y necesitaba de auxilio, sin tardanza su ángel le ayudaba, según cuenta: “[Él] me trae al espíritu las ideas, incluso me dicta algunas palabras, de forma que no siento dificultad en escribir”. 3 Además, su ángel de la guarda era un sublime maestro de vida espiritual, y le enseñaba cómo proceder rectamente: “Recuerda, hija mía, que el alma que ama a Jesús habla poco y se abniega mucho. Te ordeno, de parte de Jesús, que nunca des tu parecer si no te lo piden, y que no defiendas tu opinión, sino que cedas enseguida”. Y aún añadía: “Cuando cometas alguna falta, acúsate enseguida de ella sin esperar a que te interroguen. En fin, no te olvides de preservar la mirada, porque los ojos mortificados verán las bellezas del Cielo”.4
A pesar de no ser religiosa, llevando una vida corriente, Santa Gema Galgani deseaba, no obstante, consagrarse de manera más perfecta al servicio de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, como suele suceder a veces, el simple anhelo de santidad no basta; es necesaria la sabia instrucción de quien nos guía, aplicada con firmeza. Y era lo que le pasaba a Santa Gema. Su suavísimo y celestial compañero, que estaba en todo momento bajo su mirada, no ponía de lado la severidad cuando, por algún desliz, su protegida dejaba de seguir el camino de la perfección. Cuando, por ejemplo, decidió usar unas joyas de oro, con cierta complacencia, para visitar a un pariente de quien las había recibido de regalo, oyó una edificante amonestación de su ángel, al regresar a su casa: “Recuerda que los collares preciosos, para adorno de la esposa de un rey crucificado, sólo pueden ser sus espinas y su cruz”.5 Fuera cual fuera la ocasión en la que Santa Gema se desviaba de la santidad, enseguida una angélica censura se oía: “¿No te da vergüenza pecar en mi presencia?”.6 Además de custodio, vemos que el ángel de la guarda desempeña el excelente oficio de maestro de perfección y modelo de santidad.