La importancia del apostolado laical en la ‘Consecratio mundi’ – I –

Publicado el 01/05/2023

Dios dispuso en la Creación una dependencia mutua entre los seres, la cual se evidencia, sobre todo, en las criaturas racionales: Ángeles y hombres. Eso hace que la vida en sociedad constituya un instrumento importante para la salvación o perdición de las almas.

Plinio Corrêa de Oliveira

El tema a ser tratado es relativo a la alocución de Pío XII al Segundo Congreso Mundial del Apostolado de los Laicos1. Me parece que muchas cosas de nuestra cotidianidad, de nuestra acción personal y de nuestra labor apostólica tomarán mayor claridad si analizamos este documento.

Una idea equivocada sobre la responsabilidad de los laicos en el apostolado

En efecto, nuestro Movimiento está constituido, en su gran mayoría, por personas pertenecientes a la categoría de laicos consagrados enteramente al apostolado. Eso indica una orientación y un empeño muy profundos en lo que se refiere al apostolado de los laicos, pero se mezcla también con algunos estados de espíritu inconscientes y puntos de vista equivocados, por el hecho de no conocer el fundamento teológico de nuestra dedicación.

Permanecemos, por eso, al menos inconscientemente, en la vieja idea de que el padre se obligó a trabajar la vida entera por la Iglesia y renunció a las ventajas de este mundo: y que para nosotros, laicos, porque no nos consagramos a la Iglesia de un modo especial, la vida es nuestra. Dios quiere que los padres hagan todo por Él y que los laicos, al contrario, gocen su vida cuanto quieran y puedan, con tanto que no lo ofendan. Entre la posición del padre y la del laico habría una diferencia fundamental: el padre da todo, el laico simplemente no ofende a Dios.

Si aceptamos ese presupuesto, somos llevados a concluir que tenemos un derecho muy estricto de cuidar por encima de todo nuestros intereses privados, nuestra carrera profesional, nuestro tiempo libre, en fin, de llevar una vida como bien entendamos, con tanto que no ofendamos a Dios.

Este punto de vista tiene otra consecuencia, que podría traducirse en el siguiente raciocinio: “Yo soy muy bueno, pues Dios me exige muy poco y yo doy mucho. Él es un mendigo a quien le doy limosnas de rey. Me gustaría saber si Él se da cuenta de eso… Además, no tengo la obligación de hacer eso. Es por haberlo visto en un aprieto y, al fin de cuentas, por ser Él una ‘buena persona’, que decidí salir de mis cómodos quehaceres para auxiliarlo un poco. Pero, en realidad, lo hago porque quiero y por eso mismo Dios debe estar muy agradecido conmigo. Yo doy cuanto quiera, sin remordimientos de conciencia.”

La “Consecratio mundi” y el apostolado laical

Todo lo que acaba de ser dicho, constituye un conjunto de medias verdades que se mezclan con algunos errores muy graves, los cuales encuentran su desmentido en el documento arriba mencionado. Tomemos en consideración la temática tratada por el Santo Padre.

Él habla específicamente sobre el apostolado de los laicos y desarrolla, entre otros argumentos, el de que la Consecratio mundi es una de las razones por las cuales los laicos deben hacer apostolado.

¿En qué consiste esa sacralización del mundo a la cual se refiere el Sumo Pontífice? Un gran número de teólogos medievales usó esa expresión. Con la decadencia de la Escolástica, ella se hizo menos frecuente y, al menos en el lenguaje común de la Teología contemporánea, el término es casi desconocido. Pío XII le dio una nueva vida empleándolo en esta alocución. Esencialmente, la Consecratio mundi se explica de la siguiente manera.

El orden humano se compone de dos sociedades: una sobrenatural, espiritual, que es la Iglesia Católica; otra temporal, constituida por las naciones, con toda su organización relativa a la vida social.

Respecto a la finalidad de esas dos sociedades, encontramos en muchos tratados de Derecho Natural una noción que, sin ser equivocada, es, sin embargo, peligrosamente parcial: la Iglesia trabaja para la salvación de las almas, mientras que a la sociedad temporal le compete la manutención de los medios materiales para la sustentación de la vida natural.

todas las cosas terrenas nos deben servir como medios para elevarnos hasta Dios. Si considero, por ejemplo, una mariposa u oigo una música, debo notar en ellas una semejanza creada con el Ser increado.

Según la doctrina de la Consecratio mundi, la vida en esta Tierra fue dada a los hombres para alcanzar el Cielo. Por consiguiente, todas las cosas terrenas nos deben servir como medios para elevarnos hasta Dios. Si considero, por ejemplo, una mariposa u oigo una música, debo notar en ellas una semejanza creada con el Ser increado.

Siendo Dios la Perfección, el Orden y la Belleza, al contemplar todo cuanto sea rectamente ordenado, perfecto y bello, mi alma debe amar esa perfección, orden y belleza, de manera que yo comprenda que estoy llamado a adorar, en el Cielo y por toda la eternidad, a Aquel que, de un modo inexpresable, infinito y sobrenatural, es el modelo divino de todas esas perfecciones y bellezas. Por eso, no puedo mantenerme indiferente a los seres que me circundan.

Si pasa a mi lado, por ejemplo, un sacerdote encanecido en el trabajo apostólico, con su breviario debajo del brazo, dándome la impresión de un cúmulo de bendiciones sobre bendiciones durante décadas de una vida consagrada a Dios, debo recordar que allí no está solamente un anciano vestido de negro, sino que las virtudes irradiadas por él tienen como modelo al mismo Dios, de quien él es imagen y semejanza.

El mismo principio se aplica cuando considero a una religiosa que enseña Catecismo a los niños. A veces se trata de una señora con grandes dones e inteligencia, que abandonó una posición social elevada y emplea su tiempo en formar niños con los cuales ella no tiene nada que ver. Yo no tengo derecho a pasar a su lado sin pensar en la suma de cualidades morales que eso representa, pues eso fue instituido por Dios para mi bien, y puesto en mi camino por la Providencia para la edificación de mi alma. Y yo debo pensar que allí está una alta belleza de alma.

Las obras humanas completan la Creación

Palacete de marqués de Rafal, en Madrid donde se ubica actualmente la sede de la Embajada de Bélgica en España y fue construido entre 1914 y 1919.

Pero esto va más lejos. Si entro en un palacete y contemplo dimensiones, formas y juegos de colores bonitos, debo considerar que las proporciones de ese edificio fueron idealizadas por un arquitecto, pero que fue Dios quien le dio a los hombres la capacidad de hacer esos cálculos, y creó la materia susceptible de ser así modelada. El propio Creador le concedió al hombre la posibilidad de completar sus obras, de manera que hiciese perfecta la belleza del universo.

Amando las obras rectas elaboradas por el ser humano, amo algo hecho por Dios indirectamente. Dante Alighieri dice que las obras de los hombres son nietas de Dios, porque, siendo Él el Padre de los hombres, es “Abuelo” de aquello bueno que producimos.

Realmente, en algunos aspectos la Creación se asemeja a los dibujos que se dan a los niños para que los coloreen. Dios dejó muchas cosas incompletas en el universo, trazando solamente el esbozo y confiriéndonos la capacidad de completar su obra.

Imaginen un lindo panorama delante del cual pasa un arquitecto con talento y se da cuenta de que aquel paisaje podría ser completado con una bella torre, un castillo imponente o una bonita capilla. Él interpreta el panorama y coloca allí un tipo de edificio necesario para que aquella belleza sea perfecta. De esa forma, ese hombre completó la obra de la Creación, porque Dios así lo quiso.

La sociedad temporal existe para llevar las personas a la virtud

Procesión – Museo Nacional Soares dos Reis. Porto, Portugal

Vistas las cosas bajo ese prisma, se hace claro que, entre más una civilización tiene aspectos de una recta belleza y ordenación, tanto más lleva las personas a la práctica de la virtud. Comprendemos, así, cómo no se puede afirmar de ningún modo que la sociedad temporal simplemente prepara las condiciones materiales para que las personas no se mueran de hambre, ignorando el hecho de que ella está hecha para conducir a la virtud.

Y entendemos mejor la gran importancia de la convivencia dentro de la sociedad temporal para la salvación de las almas, si tomamos en consideración que Dios dispuso sus criaturas de tal manera que haya una mutua ayuda y dependencia entre seres mayores y menores.

Esto se ve en los espíritus angélicos. Ellos están escalonados en una jerarquía, y Dios quiere que los Ángeles de los coros superiores gobiernen y ayuden a los inferiores, y estos sirvan y auxilien a los superiores. Así, la Providencia Divina hace que su obra se complete.

Lo mismo se da con el hombre, a quien Dios creó sociable. Yo creo que es muy raro que un alma vaya al Cielo o al Infierno sin llevar consigo a muchas otras, sobre todo determinadas personas a quien Dios les da un poder particular de influencia. En la convivencia diaria notamos cómo ciertas almas están dotadas de una capacidad especial de arrastrar a otras. Alguien hace uso de la palabra, nadie le da atención, aun cuando diga cosas muy sensatas; otro dice una cosa que vale la décima parte de lo que dijo el anterior y repercute en la sala entera, todo el mundo comenta. O entonces, uno cuenta un caso y a todos les parece sin gracia; otro narra el mismo caso y les parece graciosísimo. Eso corresponde a ciertos dones imponderables, que hacen que toda palabra de la persona tenga un alcance verdaderamente extraordinario.

También el ambiente creado por un conjunto de personas, ejerce sobre cada individuo una influencia muy grande, contra la cual él podrá reaccionar con un mayor o menor éxito, pero siempre la recibirá. Por esa razón, el ambiente que nos rodea pesa mucho sobre nuestra salvación, y ese ambiente es la sociedad temporal.

A veces, la influencia de la sociedad temporal sobre la acción de la Iglesia es despreciada

Nuestra familia, el lugar de trabajo, el colegio donde estudiamos, constituyen ese ambiente que nos rodea y en el cual a todo momento nuestra batalla está siendo trabada, con el concurso de factores que nos llevan hacia el bien y otros hacia el mal.

El peso de eso resulta tan grande que, a veces, me da pena de ciertos sacerdotes que no comprenden la realidad como es. Me quedo pasmado al oír a un sacerdote decir:

Tal ciudad es inmoral, porque el cine está haciendo mucho mal allá. Pero eso se explica: ellos no tienen padre, la iglesia principal está cerrada. Pero tan pronto el Sr. Obispo mande un padre para allá, la vida sobrenatural se volverá más intensa y todo se resolverá.

Yo le podría decir a ese padre: “Si basta la iglesia principal para cerrar un cine, ¿cómo se explica que exista un cine en frente a la iglesia principal? ¿El padre celebra la Misa, administra los Sacramentos y ya todo está bien? Ahora bien, los padres viven haciendo eso y las cosas están como están.”

Otras veces oigo comentarios así, de padres o de católicos laicos:

Tal parroquia está muy floreciente: veinte asociaciones religiosas; dos mil personas inscritas; tienen obras sociales muy desarrolladas…

En la puerta de la iglesia hay un aviso: “Se pide a las señoras que vayan a recibir la Sagrada Comunión, que no lo hagan con trajes inmodestos.”

Es decir, cuando no es por reverencia a la Sagrada Comunión, no tiene importancia.

Pregunto por qué no se cambia la frase por: “Las señoras que usan trajes inmodestos no comparezcan a la Sagrada Comunión.” Responden que no puede ser así, porque hoy en día nadie aceptaría eso. Por lo tanto, es necesario condescender.

Ahora bien, la parroquia es floreciente, ¡pero no se puede exigir a las parroquianas que cumplan los Mandamientos! ¿Entonces en qué consiste una parroquia floreciente?

A dos pasos hay un templo protestante: casi en frente, un lugar de culto espiritista; más adelante, una iglesia cismática y una mezquita mahometana. Se conversa con el párroco:

¿Cómo va la parroquia?

Muy bien. Una de nuestras asociaciones compró tal aparato, tenemos mimeógrafo, un consultorio dental modernísimo…

Sin embargo, sabemos el mal que el cine va a hacer y, además, el baile. También es conocido el mal causado por los bailes. No creo en la sinceridad de una persona que me diga que ir a un baile no hace mal. Todo joven busca para bailar a una joven por la cual tenga atracción, pues de lo contrario no la buscaría. Ahora bien, ¿cuál es el hombre, normalmente constituido, que puede bailar durante quince minutos con una persona por la cual sienta atracción, sin que no pase nada? Eso es mentira, es una hipocresía.

Entonces, la persona oye por la mañana, en la iglesia, un sermón con una serie de consejos, pero entre los cuales se omite: “No vaya a bailar”. Esa persona va al baile y allí hace exactamente lo contrario de lo que oyó en el sermón. Sin embargo, al padre y a los miembros de las asociaciones parroquiales les parece que no hay nada de exceso. Porque, como fue hecho aquello que es propio de la vida de la Iglesia, el resto no importa. Ellos no se acuerdan justamente de que la sociedad temporal tiene un peso inmenso para la salvación de las almas.

Si queremos que las almas se salven, se debe actuar dentro de la sociedad temporal, haciendo que ella sea recta, conforme a la Ley de Dios y que le dé gloria. Una sociedad temporal así se vuelve un medio poderoso de santificación. Sin duda alguna, un medio instrumental, pues el medio propio es la Iglesia, pero un medio sin el cual el hombre no se salva, porque se trata del orden que Dios puso en el mundo.

Extraído de conferencia del 21/1/1958

Notas

1) Realizado el 5 de octubre de 1957.

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