A la conquista del milagro

Publicado el 10/29/2019

El camino se dividió en dos ramales. La ruta de la derecha era estrecha, oscura y llena de matorrales; la de la izquierda estaba bien iluminada, con hermosas y coloridas flores a ambos lados. ¿Cuál de ellas sería la mejor elección?

 


 

Los jóvenes escuderos rodeaban a Pedro mientras retesaba su arco y lo asestaba cuidadosamente hacia una lejana manzana. A continuación, se oyó un silbido, un golpe seco y vivas de alegría.

 

—¡Qué buena puntería, Pedro! ¡Ya estás listo para acompañar a Su Majestad en las batallas!

 

Atraído por el alboroto, un noble caballero de larga barba blanca se acercó a los muchachos. Su mirada era seria y profundad, signo de las duras luchas que había enfrentado durante su vida.

 

—Futuros combatientes de mi señor —dijo el anciano militar—, os traigo una triste noticia. A partir de hoy ya no podréis ver a vuestro rey y menos aún acompañarlo en las guerras, porque los médicos del reino certificaron que ha contraído la lepra.

 

—¿Y no hay ninguna forma de curarlo? —preguntó Pedro, muy consternado.

 

—Sólo un milagro podría salvarlo. Y hace más de treinta y cinco años que no ocurre ninguno en nuestro reino…

 

Los jóvenes se miraron entre sí confusos, hasta que Juan replicó:

 

—Mas, señor, para que haya un milagro basta recurrir con fe a los Cielos.

 

—¿Pensáis que es así de simple?

 

—siguió el veterano guerrero—. En parte, tenéis razón; sin embargo, el camino del milagro suele estar lleno de obstáculos casi infranqueables. Y esto, mis jóvenes caballeros, incluso físicamente. ¿O es que no sabéis que hace más de tres décadas los enemigos del reino robaron nuestro mayor tesoro? ¿No habéis oído nunca nada sobre la imagen de la Reina de los Ángeles, de la que emanaba un milagroso bálsamo? Ciertamente que éste curaría a Su Majestad, pero…

 

—Señor —interrumpía Guillermo, uno de los escuderos más osados—, ¡no es posible que nos quedemos con los brazos cruzados! Si la Santísima Virgen ha permitido esta separación, ¿no habrá sido para que le demostremos nuestro amor por Ella? ¿No debemos estar dispuestos a derramar nuestra propia sangre a fin de rescatarla?

 

Los jóvenes añadían argumento tras argumento proponiendo una arriesgada expedición, aunque el noble de barba larga no se dejaba convencer. Guerreros fuertes y experimentados han tratado de recuperar la imagen a lo largo de los años y… murieron en el intento. Sin duda, ¡no iban a ser aquellos pequeños escuderos los que lograrían tan complicada empresa!

 

—Mas… —dijo Pedro— esta vez es la vida de nuestro rey la que está en juego. Si la imagen estuviera aquí, podríamos utilizar el milagroso bálsamo para curarlo.

 

Al ver que sobre aquellos jóvenes corazones soplaban vientos de valentía, el noble caballero, asumido por la emoción, acabó bendiciendo la arriesgada hazaña.

 

A la mañana siguiente se pusieron en camino. Una vez llegaron al pie de la alta y peligrosa montaña donde se encontraba la imagen, empezaron a subir. Todo estaba tranquilo y no había ni sombra del enemigo; no obstante, el recorrido se volvía más arduo a cada paso y todos sentían la pesadumbre de la marcha, que parecía que no llevaba a ninguna parte.

 

Los enemigos huyeron y uno de esos caballeros,

bajó de la cima de la montaña ¡trayendo en sus manos

la imagen de la Santísima Virgen!

A cierta altura, el camino se dividía en dos ramales: la ruta de la derecha era estrecha, oscura y sombría, llena de matorrales altos y cerrados que impedían discernir el rumbo; la de la izquierda, por el contrario, estaba iluminada, con hermosas y coloridas flores a ambos lados y con un trazado muy bien definido.

 

Pedro y otros tres compañeros se decidieron por el lado derecho, pues temían que tantas facilidades ocultaran una emboscada enemiga. Los demás, sin embargo, optaron seguir por el de la izquierda, ya que pensaban que el otro trayecto era muy duro y difícil. A fin de cuentas, las dos vías llegarían a la cima y sería una locura perder tiempo enfrentando estorbos innecesarios.

 

Cada grupo prosiguió según su elección. Los que se adentraron en la hermosa carretera de las flores enseguida se encontraron con una tropa enemiga que los masacró sin piedad. Cayeron en la trampa preparada para atraer a los medrosos, a los que huyen del sufrimiento.

 

Pedro y sus amigos, a su vez, avanzaban con dificultad contorneando paredes y precipicios. En determinado momento, una gran roca se desprendió de lo alto de la montaña cayendo en dirección adonde estaban ellos. Los jóvenes gritaron por su Madre y Reina corriendo cuanto pudieron. La piedra rodó estruendosamente sin rozarlos…

 

Un poco más adelante el camino desembocaba en la entrada de una caverna muy oscura. No había más remedio que atravesarla, pero al ir adentrándose en ella percibieron que se hallaban en un auténtico laberinto, ¡del que quizá no saldrían!

 

La desesperación casi los asumió… Sin embargo, Pedro le rogó a Nuestra Señora que encendiera en el alma de todos la antorcha de la confianza y, animados por esta oración, continuaron andando a tientas.

 

"Nuestra Señora deseaba

que abrazarais el camino de la lucha,

del sufrimiento y de la confianza”

Cuando entraron en otro pasadizo… ¡oh alegría! Una luz dorada apareció a lo lejos. Sí, ¡era el final del túnel! Avanzaron tan rápido como pudieron y se hallaron ante un inmenso panorama. ¡El camino proseguía! Ya estaban muy cerca de la cumbre.

 

Antes de poder retomar el aliento, una flecha incendiada se clavó a su lado: ¡los enemigos acababan de descubrirlos! En ese instante mil pensamientos cruzaron la mente de los jóvenes. Estaban en desventaja en número, posición y experiencia. ¿Qué iban a hacer? ¿Cómo los enfrentarían? ¿No sería mejor desistir y volver por el mismo camino?

 

Haciendo un esfuerzo supremo contra sí mismos, los jóvenes optaron por continuar, aunque la derrota pareciera segura. Y entonces surgió en el horizonte un reluciente ejército de caballeros montados en blancos corceles, con armaduras doradas. Los enemigos huyeron aterrorizados y uno de esos caballeros, que sólo podían ser ángeles, bajó de la cima de la montaña trayendo en sus manos la imagen de la Santísima Virgen.

 

Rebosantes de gratitud y gozo, los escuderos regresaron al castillo. Llegando allí oyeron el alborozo de una fiesta. El rey, completamente curado de la lepra, los estaba esperando en el salón.

 

¿Y la imagen? ¿Y el bálsamo? ¿No era Ella la que obraría el milagro? ¿La arriesgada expedición que habían hecho fue en vano? Arrodillados ante Su Majestad, los jóvenes no lo entendían…

 

—Hijos míos, ¡toda mi gratitud para vosotros! Nuestra Señora deseaba que su imagen fuera recuperada, pero quería, sobre todo, que hijos suyos abrazaran el camino de la lucha, del sufrimiento y de la confianza. Ha sido vuestra generosidad en el servicio a Ella la que ha conquistado su Corazón y obtuvo el milagro, antes incluso de que llegarais. Pues a los ojos de nuestra Soberana, la virtud es indescriptiblemente más valiosa y poderosa que cualquier bálsamo de la tierra.

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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