Algo irresistible empujaba a Julia hacia aquella mano tan limpia y pura. Al tocarla con sus patitas delanteras sentía tanto bienestar que decidió subirse en ella.
Era de noche. Julia estaba en un túnel oscuro, donde no entraba la luz:
-¡Ya no aguanto más! -susurraba.
-¡Aquí nadie puede hablar! Es hora de descansar. Mañana tendremos un día lleno de trabajo. ¡A dormir! -gritó el capitán.
No es preciso decir que la pequeña se calló inmediatamente y se durmió. A la mañana siguiente los gritos se oyeron de nuevo:
-¡A levantarse, perezosas, es hora de trabajar! En formación de cuatro columnas a mi retaguardia: ¡Marchando! ¡Ar!
Atravesaron los interminables túneles, hasta que brilló el sol, casi cegándolas a todas. Proseguía la marcha y Julia avistó la elevada montaña que siempre le había encantado.
Pensaba: "¿Cuándo subiremos hasta allí? No es posible que nos pasemos la vida en esos túneles, en las tinieblas, en medio de la tierra"…
Al percibir que no estaba marchando al compás de las otras, el capitán le gritó:
-Julia, ¿cuántas veces he de decirte que seas igual a las demás? No tendrías que haber nacido hormiga, sino pájaro…
En efecto, Julia ¡era una hormiga!
Y después de un largo viaje se encontraron con un fabuloso jazmín. Su abundante ramaje y flores, bellas y perfumadas, les proporcionaría una excelente provisión. Mientras unas se encargaban de cortar y distribuir el material que se llevarían, otras esperaban ansiosas.
Las primeras de la fila eran las más fuertes del batallón: orgullosas, cargaban con facilidad los más pesados garranchos.
A Julia, no obstante, por ser demasiado frágil, le dieron un pedacito de pétalo de jazmín y allá que se fue llevando su minúsculo alimento, cayéndose varias veces porque sentía el viento muy fuerte.
Finalmente, entró exhausta en el hormiguero y allí dejó el fruto de su trabajo.
El capitán anunció que aquel era el primer trayecto, pues la meta ¡eran 1548 viajes!
Julia suspiró profundamente y pensó: "Ni las hormigas se merecen una vida como esta…".
Apenas concluyó el capitán de anunciar tan arrogante orden cuando llegan cinco hormigones transportando un enorme escarabajo y uno de ellos dice:
-Éramos quince hormigas y dimos de frente con este escarabajo. ¡La lucha fue ardua! Diez de los nuestros cayeron en el combate, ¡pero vencimos!
Los héroes fueron aplaudidos por el hormiguero entero, ¡pues tendrían un banquete por cena!
Sólo Julia pensaba: "¡Qué asco! No voy a comer ningún escarabajo. Prefiero mi pétalo de jazmín". Y así transcurrían las jornadas.
Cierto día, Julia divisó en lo alto de un árbol un insecto diferente. Tenía una postura erecta, las patas delanteras juntas y elevadas, y una mirada contemplativa. Impresionada, le preguntó a una compañera quién era aquel; a lo que ésta le respondió:
-Es la mantis religiosa.
La pequeña tuvo unas ganas enormes de ser como ella… Pero el capitán, al intuir el tema de la conversación, les gritó:
-Habéis sido hechas para vivir en la tierra, en los túneles y en la oscuridad. No pretendáis apreciar cosas bonitas. Eso no es para nosotras. ¿Entendéis? Ahora a trabajar, ¡so perezosas!
Los días iban pasando y Julia no lo soportaba más. Sentía que había sido creada para lo alto. No quería vivir en las tinieblas… Entonces tomó la decisión más importante de su corta vida:
-Voy a escaparme y escalaré aquella montaña para admirar el paisaje.
Aprovechando la oscuridad de la noche y el sueño profundo de todos, Julia burló la vigilancia de los guardias y salió corriendo. Cuando pensó que estaba a salvo, sus aterrorizados ojitos vieron al capitán acompañado por dos hormigones.
Acercándosele, le dijo: -Julia… ¡tú por aquí! ¡Tan tempranito! Hasta me da la impresión de que estabas huyendo… Sabes, te he estado observando últimamente. No te adaptas a la vida del hormiguero, no quieres ser igual a todo el mundo… ¡Quieres ser diferente de las demás hormigas! Todas viven perfectamente en los túneles oscuros y tú prefieres lo alto de la montaña…
Ella miraba asustada al capitán, que proseguía:
-Julia, nosotros no soportamos las montañas, ni la belleza de la Creación. Amamos las tinieblas, ¿lo estás entendiendo? Y por eso te odiamos. No puedes vivir entre nosotros.
Julia veía que se acercaba su muerte, ¡pero de repente empezó un intenso terremoto! Las hormigas no se podían mantener sobre sus propias patas.
El capitán y los dos hormigones empezaron a gritar: -¡¡¡Ya están llegando…!!!
Aterrorizada, Julia preguntó: -¿Quiénes están llegando? Y los tres contestaron al unísono:
-¡Los niños!
Tan pronto como pronunciaron estas palabras vislumbraron un niño que se aproximaba corriendo. Todo fue muy rápido… No dio tiempo de esconderse y una pisada fatal cayó sobre el hormiguero.
Julia creyó que sus días habían terminado… Una gran nube de polvo se levantó por todas partes y un profundo silencio se adueñó del lugar. Cuando la polvareda desapareció, Julia vio que se había salvado por los pelos. Pero esa no fue la suerte de los tres hormigones: uno perdió completamente los movimientos, excepto el de la antena izquierda, que aún se movía; otro sólo conseguía mover las dos patas delanteras; y el capitán estaba con la mirada vidriosa, pues el golpe le había separado la cabeza del cuerpo, poniendo fin a su vida y malas intenciones.
Entonces ella vio a otro niño que se acercaba con paso tranquilo y sereno. Al ver a la hormiguita, se detuvo y se agachó extendiéndole la mano para que se subiera en ella.
Las hormigas supervivientes empezaron a gritar:
-¡Corre Julia que los niños siempre aplastan a las hormigas! Sin embargo, ella no quería volver al mundo de las tinieblas. Prefería morir en las manos de tan atrayente niño que regresar a las galerías subterráneas. Algo irresistible le empujaba hacia aquella mano tan limpia y pura.
Al tocarla con sus patitas delanteras sentía tanto bienestar que subió sin dudarlo. El niño se levantó y Julia, por primera vez en su vida, alcanzó una altura desde la cual podía divisar un bonito panorama. Lo que más le impresionaba, no obstante, eran los ojos que la miraban: ¡cuán bondadosos y sublimes!
Y ese muchacho era el Niño Jesús, que había tenido compasión de ella y le sonreía para tranquilizarla… Una Señora, más bella que el sol y las montañas, se aproximó por detrás de Él y le puso la mano en el hombro.
Para agradarla, Jesús le mostró la hormiguita que había recogido del jardín, llevándola a sonreír también. Su sonrisa era como una petición: Jesús sopló sobre la hormiguita, que se escurrió de su divina mano y quedó unos instantes sobrevolando en el aire. Cuando pensaba que iba a estrellarse contra el suelo, Julia percibió ¡que estaba volando! ¡Le habían crecido alas, pues había sido transformada en un colibrí! Hizo varios giros alrededor de Jesús y de María, se inclinó con profunda reverencia y voló hacia lo alto del monte con el que siempre había soñado.
* * *
Así somos nosotros… Nos sentimos débiles y pequeños como "hormigas". Estamos en lucha perpetua contra nuestra propia fragilidad y contra los que creen que es normal vivir en los túneles oscuros del mal y del pecado.
Con todo, Dios nos creó para que contemplemos grandes panoramas.
Hemos de buscar la mirada misericordiosa de María Santísima, abandonarnos en las manos de Jesús y recibir la sonrisa de su perdón. Entonces Él soplará en nosotros la gracia y no sólo nos dará alas de pequeños colibrís, sino de ángeles, con las cuales podremos volar hasta el Cielo.