El poder del perdón

Publicado el 08/30/2019

A partir de aquel día, Matilde ya no fue la misma. El hermoso gesto de misericordia de la reina había hecho mucho más para conducirla a la santidad que las terribles regañinas de doña Berenguela.

 


 

En una hermosa mañana de primavera vino al mundo la hija de un humilde matrimonio de campesinos. Le pusieron el nombre de Matilde. Mientras los habitantes de la aldea se regocijaban en la tierra por ese nacimiento, desde el Cielo su ángel de la guarda le dirigía a la Virgen esta bonita oración:

 

—Os ruego, oh mi Reina, que me concedáis proteger de forma eximia la inocencia de esta criatura. Que os conozca enseguida y os sirva. Y llegue cuanto antes a la cumbre de la santidad a la cual ha sido llamada.

 

—Te concedo con agrado lo que me pides, mi celoso siervo —le respondió la Soberana de los Cielos—. Esta niña pasará por dificultades, pero no tardará en encontrarse con quien debe ser su modelo en la tierra. A lo largo de todo su recorrido, es necesario que la protejas y guíes.

 

Los primeros meses de la existencia de Matilde transcurrieron dentro de una felicidad completa. Sin embargo, se quedó muy pronto huérfana y su madrina, Berenguela, una piadosa y rígida mujer, se encargó de su educación.

 

Tenía siete años cuando, mientras barría la salita, rompió el único jarrón de flores que había en la casa. ¿Cómo se tomaría su madrina tamaño desastre? Sin duda que se enfurecería… Lo mejor era ocultar lo ocurrido y decirle, aparentando mucha seguridad, que el culpable había sido un gato. Lo vio entrar en la casa como un rayo y salir enseguida por la ventana.

 

Pero doña Berenguela no tardó mucho en darse cuenta del embuste y la reprendió severamente. Además de torpe, ¡había mentido! ¡Y esto era un vicio muy grave!

 

La pequeña se puso a llorar arrepentida y se comprometió a no faltar nunca más a la verdad. No obstante, pasaban los años y no conseguía mejorar; cada vez que la pillaban mintiendo era corregida con terrible firmeza. La pobre niña pensaba entonces:

 

—Mi madrina tiene razón. Soy una farsante, en quien no se puede confiar.

 

A menudo quedaba triste y pensativa, luchando para no desanimarse…

 

Al atardecer del día anterior a la Solemnidad de la Asunción, escuchó el alegre repique de campanas de la parroquia convocando a los fieles a las Vísperas solemnes. Encantada, acudió al templo y se extasió con las hermosas melodías, la belleza del ceremonial y el aroma del incienso. Le llamó la atención, sobre todo, la presencia de una distinguida dama, vestida con ricos brocados de oro.

 

Nunca la había visto en la aldea, sin embargo, la mujer la miraba con ternura como si la conociera de toda la vida. En cierto momento, la llamó para charlar:

 

—Buenas tardes, pequeña. ¿Cómo te llamas?

 

Matilde, tomada de admiración y respeto, le contestó:

 

—Buenas tardes, señora. Me llamo Matilde.

 

—¿De dónde vienes?

 

—Vivo en aquella casita que está en lo alto de la montaña. Mis padres eran muy buenos, pero ya murieron hace tiempo y ahora me cuida mi madrina, doña Berenguela.

 

—Bueno, yo soy tu reina y quiero que seas mi dama de honor. Hablaré con tu madrina para que te deje vivir conmigo en el palacio. Matilde no se lo podía creer… ¡Daba saltos de alegría! Aunque interiormente se le planteaba un problema:

 

—¿Y cuando la reina se dé cuenta de que soy una mentirosa? ¿Empezará a gritarme como hace doña Berenguela? Parece tan bondadosa…

 

Los años fueron pasando y la ruda campesina se convirtió en una princesa, llena de amor y gratitud por quien con tanta generosidad la había acogido.

 

Cierto día, fue llamada por la soberana. Quería darle una incumbencia de suma importancia: llevarle un recado al comandante de su ejército, en el campo de batalla. Matilde salió prontamente del palacio, con el sobre en la mano. Pero asumida por el miedo no osó dirigirse hasta el sitio indicado y se pasó todo el día dando vueltas por los alrededores, en lugar de cumplir su misión.

 

Al hacerse de noche, se volvió y, al verla, la reina le preguntó si había hecho lo que le ordenó. Matilde le dijo que sí, dando detalles del supuesto encuentro… Por miedo a ser corregida, había caído en su antiguo vicio, ¡la mentira!

 

Doña Berenguela no tardó mucho en darse cuenta del embuste y la

reprendió severamente. Además de torpe, ¡había sido mentirosa!

Esta vez, sin embargo, las consecuencias eran graves: al no haber recibido instrucciones de palacio, el general había mandado que el ejército retrocediera al rayar la aurora. Se corría el riesgo de que los atacantes, al ver el camino despejado, devastaran el país. ¿Quién sabe si conseguirían llegar hasta el mismo palacio?

 

Cuando la reina fue informada de que su comandante, oponiéndose a las instrucciones enviadas, estaba retirando las tropas, le ordenó que se presentara urgentemente y le exigió explicaciones. Muy confuso, tan sólo balbuceó:

 

—Perdón, majestad. Pero estábamos esperando ansiosamente vuestras órdenes para atacar. Como no llegaron, tuvimos que batirnos en retirada…

 

La reina percibió lo ocurrido y mandó que llamaran a Matilde. La recibió con una mirada muy seria, que demostraba su profundo disgusto, y le dijo:

 

—Hija mía, ¿es verdad que me has mentido? ¿Así es como le retribuyes a la Providencia todo lo que ha hecho por ti?

 

Al verse reprendida de esta forma por aquella a quien tanto amaba, Matilde cayó de rodillas y, llorando, rogaba:

 

—Perdóneme, madre mía; si es que aún puedo llamaros de madre…

 

La reina no esperaba una reacción tan contrita. Conmovida, le respondió:

 

—¿Y por qué no podrías llamarme madre? Aunque tu falta fuera muy grave, nunca te rechazaría. Tu humilde pedido de perdón no sólo restaura mi amor por ti, sino que lo hace crecer. ¿Confías en la bondad de tu madre? ¿Estás dispuesta a, en adelante, quererla aún más, como ella también te quiere más a ti?

 

Matilde, arrebatada con la misericordiosa actitud de la reina, le contestó:

 

—¡Claro que sí!

 

—Entonces, hija mía, vamos ante la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y recemos pidiéndole la gracia de que nunca más caigas en ese defecto. Supliquémosle a tu ángel de la guarda que te ayude y haga de ti una gran santa.

 

A partir de aquel día, Matilde ya no fue la misma. Cuando sentía que en su interior soplaban los vientos de cualquier tentación, se acordaba del amor de la reina y pedía ayuda a su ángel de la guarda para vencerla. La misericordia de la soberana había hecho mucho más para conducirla a la santidad que las terribles regañinas de doña Berenguela.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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