Luz para ver las cosas del Cielo

Publicado el 11/27/2017

Antes de dormir, Aditya invocó al Dios de Tomás, pidiéndole que le indicara el camino para hacerse cristiana. Esa misma noche el ángel de la guarda de la cieguecita depositó sus fervorosas oraciones a los pies del Creador.

 


 

En los primeros tiempos de la era cristiana vivía en tierras de Oriente una numerosa tribu que cultivaba fértiles campos y pastoreaba abundantes rebaños. A pesar de poco instruidos, sus miembros se distinguían por su temperamento plácido y magnánimo, fruto tal vez de la naturaleza que los rodeaba: altos y elegantes montes circundaban las planicies en donde habitaban, invitando a la gente a elevar las vistas hacia lo infinito.

 

Allí vivía una familia de tejedores cuyo jefe, Odara, era muy considerado y amado por todos los de la región, por la integridad de su vida. Soportaba en su alma, no obstante, una dolorosa tristeza: su única hija, Aditya, había nacido ciega.

 

Odara y su esposa, Mahara, eran muy observantes de los ritos practicados en su tribu. Todos los años ofrecían en tiempo ciertos sacrificios pacíficos para pedir la curación de la niña, pero nunca recibieron de las divinidades el menor indicio de respuesta.

 

Aditya cumpliría pronto 12 años, edad en la que se solía consagrar los niños a los dioses, para que crecieran con salud y se volvieran personas de bien. Su padre alimentaba la esperanza de que saliera curada de aquella ceremonia y redobló la producción de sus telares, a fin de reunir el dinero necesario para las celebraciones.

 

Una mañana, se acercó hasta su taller una mujer de la tribu vecina, recién convertida al cristianismo. Andaba buscado cierta clase de tejido de lana que Odara y Mahara elaboraban con gran habilidad y esmero, e iba acompañada por su hija, Myriam, de tan sólo 11 años, muy viva y locuaz.

 

Mientras su madre examinaba cuidadosamente el género que le ofrecían, Myriam se acercó a Aditya con el objetivo de invitarla a jugar. Sin embargo, enseguida se llevó una sorpresa: era ciega. Le dio mucha pena y empezó a charlar con ella para consolarla:

 

—Sabes, Aditya, soy cristiana. Mi familia se convirtió a la religión de Jesús después de que se hospedara en nuestra casa un hebreo llamado Tomás. Nos habló de Cristo, su Maestro, y de todos los milagros que hacía. ¿Te puedes creer que curó a numerosos ciegos de nacimiento?

 

La cieguecita escuchaba con mucha atención e interés las palabras de su nueva amiga. Myriam también le contó cosas sobre los ángeles y la Madre de Jesús, una mujer buenísima llamada María. Encantada con todo lo que oía, Aditya le dijo:

 

—Creo en ese Cristo del que me hablas. Siento que es el Dios verdadero que tanto he anhelado desde mi primera infancia. ¿Cómo puedo hacerme discípula suya?

 

En ese momento se oyó:

 

—¡Myriam!

 

Era su madre que había terminado la compra y la estaba llamando.

 

—Por favor, deprisa, ¿Qué tengo que hacer para ser cristiana? —insistía ansiosa la pequeña ciega.

 

—Escucha, Aditya, he de irme. Pero te voy a dar un consejo: Tomás nos enseñó que cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda. Invócale y te mostrará el camino —respondió Myriam enfáticamente mientras se marchaba…

 

Aditya permaneció largo tiempo en silencio pensando cómo reaccionarían sus padres cuando se enteraran de la maravillosa conversación que había tenido. ¿Creerían también ellos en el Cristo de Tomás? ¿O la castigarían por desviarse de la fe de sus antepasados? Ante la duda, decidió seguir el consejo de su amiga: confiar en el ángel de la guarda.

 

Se acercaba la ceremonia en la que sería consagrada a las divinidades y, por tanto, estaba afligida. ¿De qué le iba a servir entregarse en las manos de ídolos que jamás había amado y que no tenían poder para ayudar a nadie? Deseaba más la luz de Dios que la luz de sus propios ojos.

 

Inmersa estaba en esos pensamientos cuando, en la víspera de la fiesta, se oye un fuerte golpe en la puerta.

 

—¡Pum-pum-pum!

Por lo avanzado de la hora, Odara duda en abrir, pero los golpes no paran.

 

—¡Pum-pum-pum!

—Si no voy a ver qué está pasando, no tendremos paz esta noche —exclamaba el tejedor.

 

Receloso, no obstante, solamente abrió la puerta un poco y vio a dos forasteros. Uno de ellos le dijo:

—¡Paz a vosotros!

Odara percibió que se trataba de algo inusual y preguntó:

 

—Amigo, ¿qué quieres?

El desconocido le contestó:

—Estamos de paso por este poblado y necesitamos cobijo por unos días. Nos informaron que aquí vivía un hombre de bien y resolvimos llamar.

 

Sin saber explicar el motivo, Odara sintió que debía acogerlos y les hizo pasar. Los visitantes dijeron que habían sido enviados para predicar la Buena Nueva a todos los pueblos, dejando a la familia ávida por conocerla… Pero como era tarde, la explicación quedaría para el día siguiente y se fueron a acostar.

 

Intuyendo que algo muy importante estaba por suceder en su vida, antes de dormir Aditya invocó al Dios de Tomás, pidiéndole que le indicara el camino para hacerse cristiana. Y aquella misma noche el ángel de la guarda de la cieguecita depositó sus fervorosas oraciones a los pies del Creador.

 

Al rayar la aurora, los preparativos para la gran ceremonia estaban a todo vapor. Vecinos y amigos trataban de ayudar en lo que hiciera falta y todo quedó rápidamente listo para la realización del rito. Pero ninguno de los sacerdotes de la tribu apareció en el templo para consagrar a Aditya…

 

Al ver al pueblo entero reunido, los huéspedes de su padre se dieron cuenta de que era una señal de Dios y comenzaron a enseñar:

 

—Amigos míos, nuestro Maestro, Jesús, nos ha enviado para anunciar a todos los pueblos la Buena Nueva de la Redención…

 

Les contaron, pues, con gran fogosidad de alma, la historia de la salvación. Les hablaron de Jesucristo, de sus curaciones y milagros, y de cómo Él murió para redimirnos. Asumidos por el fuego del Espíritu Santo, enseguida contagiaron con su entusiasmo a los oyentes, llevándolos a pedir el Bautismo.

 

Allí mismo trajeron agua y fueron bautizando uno a uno. Aditya, feliz, esperaba su turno. Cuando finalmente el agua regeneradora fue derramada sobre su cabeza, ¡oh maravilla!

 

—Mamá, papá. Estoy viendo. Os estoy viendo a todos —gritaba la niña.

 

Tal portento los confirmó en la fe que acababan de abrazar y la alegría inundó el ambiente. La tribu entera había vuelto su corazón hacia el Dios verdadero. Y así como los ojos de Aditya se abrieron a la luz, los ojos del alma de cada uno acababan de abrirse a lo sobrenatural.

 

Sin duda, con Aditya sucedió un gran milagro: pero un prodigio invisible mucho mayor ocurrió con los miembros de aquella tribu: por el efecto del Bautismo obtuvieron la luz para ver las cosas del Cielo. 

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->