Antes de concluir el paseo, una gran lección les había quedado grabada en el corazón de aquellas pequeñas campesinas: los ángeles están siempre a nuestro lado queriendo ayudarnos.
En los países del centro de Europa, donde el invierno es riguroso, los últimos días del verano tienen un imponderable bastante especial. Una agradable brisa silba por entre los campos, aún floridos, los pájaros trinan con más energía, como anunciando su próximo viaje rumbo a tierras más cálidas. Las hayas y los robles filtran suavemente la luz del sol, cuyos rayos hacen refulgir sus hojas, ya entre verdes y doradas.
En ese contexto se encuentra la pintoresca aldea de nuestra historia, situada en el corazón de los bosques de Bohemia. Allí, en la pequeña Escuela de los Santos Ángeles, pasará algo extraordinario…
—Directora Helga, me gustaría proponer una cosa diferente para las actividades con nuestras alumnas, pues creo que será de gran provecho espiritual para ellas.
—Como no, profesora Matilde. También deseaba algo en esa línea, pero no se me ocurría como exponerlo… Me parece que ha sido su ángel de la guarda el que la ha inspirado. ¿Qué es lo que pretende que hagamos?
También deseaba algo en esa línea, pero no se me ocurría como exponerlo… Ha sido su ángel de la guarda el que la ha inspirado
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Hna. Giovana Wolf Gonçalves Fazzio, EP —He notado un gran progreso en las niñas tras el regreso de las vacaciones de verano: obedientes, respetuosas, con buenas conversaciones, piden ayuda sobre lo que no entienden… Creo que podemos premiarlas con algo distinto.
—Bien, ¿entonces qué se le ocurre?
—Durante las clases hemos estudiado la vida de los santos que vivieron en nuestra región, como Santa Ludmila, San Wenceslao y Santa Inés de Praga. Por aquí hay algunas iglesias y lugares por donde ellos pasaron y estoy segura de que muchas de nuestras alumnas nunca han tenido la oportunidad de visitar esos verdaderos monumentos- relicarios. Además de ayudarlas en la devoción a esos santos, también sería una excelente clase práctica de Historia y de Religión. ¿Qué opina usted? ¿Podemos ir tomando providencias?
—Muy buena idea, profesora Matilde. Desde luego que es inspiración de su ángel, porque tan oportuna sugerencia sólo puede venir del Cielo. ¿Podría encargarse usted del itinerario del paseo, la merienda, etcétera? Yo invitaría a las niñas y les pediría la autorización de sus padres.
—¡Por supuesto, directora Helga! ¡Será un placer! ¿Y cuándo haríamos la excursión?
—Vamos a ver…, ¿estaría bien el próximo lunes?
—¡Claro! Cuanto antes mejor… Los días de preparación para la jornada extraescolar fueron muy animados, puesto que para aquellas jóvenes campesinas salir de su aldea era siempre una aventura.
Llegado el día, todas se reunieron en el lugar de partida: la iglesia parroquial. Constancia, una de las mejores estudiantes, tuvo la idea de rezar a sus ángeles custodios, a fin de pedirles protección contra los peligros del camino y auxilio para crecer en la devoción a los santos que visitarían, así como, y sobre todo, a María Santísima y a su divino Hijo Jesús.
Sin embargo, como suele suceder, a algunas niñas de la clase les pareció exagerado el querer marcar el bonito y agradable paseo con un tono tan religioso, y empezaron a reírse de Constancia. Pero ella, al contrario de lo que hacen ciertas almas tímidas y medrosas, renovó con firmeza su decisión de consagrar el grupo a los santos ángeles. Les explicó a sus amigas que los espíritus celestiales no tienen únicamente, como muchos piensan, la tarea de cuidar de los niños para evitar que tropiecen en alguna piedra, sino que son poderosos mensajeros que nos guían en cualquier circunstancia y nos ayudan a vencer las trampas del mal.
Al oír sus palabras llenas de entusiasmo, todas las que se habían reído antes se unieron a Constancia en fervorosa oración, pusieron la excursión en las manos de sus santos ángeles y comenzaron con mucha expectativa la larga caminata.
Cuando ya se habían internado por los senderos del bosque, una repentina lluvia se precipitó sin clemencia sobre las valientes peregrinas. Corriendo se cobijaron debajo de un enorme árbol hasta que amainara la tormenta.
Tras unos minutos de silencio, decidieron charlar un poco para ver si así el tiempo pasaba más deprisa y sentían menos mojadas sus ropas… No obstante, había una que no estaba incluida en el corrillo: Constancia. ¿Qué hacía? En vez de distraerse con juegos y conversaciones, había resuelto aprovechar esos momentos para hablar con Dios y con su ángel de la guarda, es decir, se puso a orar. A pesar de que poseía un carácter bastante vivaz, todas conocían muy bien su índole contemplativa y recogida, y no insistieron para que las acompañara.
Mientras las jóvenes estaban entretenidas con un alegre juego, sin que nadie lo esperara, Constancia dio un fuerte grito:
Mientras las jóvenes estaban entretenidas en un animado juego Constancia dio un fuerte grito: “¡Salgamos de aquí!”
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—¡Salgamos de aquí!
Y cogiendo de la mano a la primera que estaba a su lado salieron corriendo inmediatamente. Las demás se quedaron asustadas, pero no se lo pensaron dos veces y huyeron tan rápido como pudieron. Apenas tuvieron tiempo de darse cuenta de lo que pasó después de haber salido de allí: un rayo violentísimo caía cargado de furia sobre ese mismo árbol que unos segundos antes estaba abrigando a más de veinticinco personas.
Una vez que se repusieron del susto, admiradas, todas se volvieron hacia Constancia para observar su reacción: estaba serena, tranquila, como si no hubiera ocurrido nada extraordinario…
En ese momento las niñas comprendieron que el alma de su joven compañera, tan acostumbrada a la convivencia con lo sobrenatural, estaba siempre abierta a las inspiraciones de su ángel de la guarda. ¡Sí! Había sido su fiel custodio y el de cada una de ellas los que las salvaron de la muerte.
Antes de concluir el paseo e, incluso, de visitar los lugares de las reliquias que tanto deseaban venerar, una gran lección les había quedado grabada en el corazón de aquellas pequeñas campesinas: los ángeles están siempre a nuestro lado queriendo ayudarnos. Basta invocarlos y tenerlos como verdaderos amigos. Ahora entendían mejor la oración que rezaban desde su tierna infancia, pues tuvieron una vivencia de cómo los santos ángeles son los vigilantes protectores que nos iluminan, nos rigen y nos guardan.
La lluvia había pasado, pero en nada disminuyó la protección angélica para el piadoso grupo. A lo largo de su peregrinación se sintieron inspiradas, defendidas y acompañadas por los espíritus celestiales que Dios, solícito y providente Padre, había puesto para acompañarlas.