La Revolución Industrial va produciendo el despojo gradual de todo aquello en lo que la persona puso el placer de su vida, acarreando una resignación en la cual acaba cuidando de llevar una vida ordinaria cómoda. La alegría desapareció. El verdadero y legítimo goce de la vida comienza en el momento en que el individuo aprendió el deleite de la calma.
Cuál es la verdadera calma? La católica, verdaderamente. ¿En qué consiste? Hay dos calmas distintas para el hombre: la de la Tierra y la del Cielo. ¿En la Tierra, qué se entiende habitualmente por calma?
La calma no es mera distensión
Voy a tratar de la calma buena para poder hacer la comparación con la mala. Creo que no se puede formular bien la descripción de la calma mala sin haber tratado la buena. Hay tantas deformaciones del sentido de la palabra calma, aun cuando se quiera elogiarla, que todo el mundo perdió la noción de la verdadera calma. Sería preciso una verdadera explicación.
Valle del Reno, Alemania
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La noción corriente de calma se identifica con la distensión. Cuando el sujeto se encuentra distendido, está calmado. ¿Esta noción es verdadera? Ella trae consigo una cierta idea insuficiente, incompleta, porque aun cuando el individuo se encuentre en el auge de su vitalidad, puede estar perfectamente tranquilo, y ésta es la verdadera calma.
Supongamos que uno de nosotros fuese invitado, por ejemplo, a hacer un paseo en barco en el Rin, subiendo el río hasta sus orígenes en Suiza, rumbo al primer punto donde nace. La persona ve aquellas laderas de montañas exuberantes de verde donde hay plantados muchos viñedos, de vez en cuando una aldea bonita, un castillito, a veces un castillo grande, una ciudad, y aquello va pasando lentamente.
Durante todo el tiempo, la persona observa cosas que pueden despertar en ella muchas vitalidades: quedar alegre, satisfecha, reír, tomar una fotografía, hacer cualquier cosa. ¿Con eso pierde la calma? Tal vez algunos la pierdan, pero pasar por todas esas impresiones legítimamente no implica perder la calma.
La calma no es la mera distensión, el relajamiento. Es un estado de alma por el cual el temperamento reacciona de un modo totalmente proporcionado a aquello que tiene frente a sí. Ese es el sentido de la calma.
No perder el gobierno de sí mismo
La ira, así como el temor, son, de suyo, sentimientos opuestos a la calma, porque otro elemento entra aquí. La calma debe tener por objeto poner al hombre en presencia de cosas que sean agradables o, por lo menos, no desagradables, y no introduzcan en el hombre el temor, porque éste, de suyo, invita muy fácilmente a perder la calma, y hasta implícitamente es lo contrario de la calma. Cuando el individuo tiene un susto, mayor o menor, debido a algún mal que lo amenaza, próximo o remoto, probable o menos probable, pero de una cosa que para él constituye una amenaza, aquello le hace perder la calma.
Por lo tanto, la actitud perfectamente proporcionada del hombre, frente a una grave amenaza, le hace perder la calma. Pero noten que el lenguaje corriente conlleva una aplicación contraria a esto que estoy diciendo. Por ejemplo, afirmando: “Durante la mayor lucha, ‘X’ no perdió la calma.”
¿Entonces, en este caso, es calma o no?
La palabra calma tiene dos sentidos. Una es la calma que no es colocada, exactamente, ni frente al objeto de la ira, ni del pavor, miedo, aprensión. Otro es el modo de tener ira, aprensión, por el cual el individuo no pierda en nada el gobierno de sí mismo. Esto también se puede llamar calma, pero es otro sentido de la palabra. Como la calma es un completo gobierno de sí mismo, el hecho de encontrarse el individuo en una situación que está poniéndolo en tensión, si conserva el gobierno de sí, tiene calma.
Esta lucha ya no es la calma en el sentido pleno de la palabra, sino la conservación de la calma dentro del alma. Es incluso lo que la calma tiene de más noble, la entera proporción con la verdad. Pero ya no es propiamente la calma: es calma por una aproximación, una adecuación del lenguaje.
Un mártir que entra en la arena
Esto es, se trata de la calma de una persona puesta en una situación donde es casi inevitable que la sensibilidad entre en efervescencia. Pero es una efervescencia reducida, por el imperio de la voluntad, estrictamente a sus primeras burbujas. No pasa de eso. En otros términos, hay algo que, conforme a las circunstancias, el individuo no consigue vencer, porque no es natural que venza. Pero, sin embargo, él conserva la victoria sobre esto en todo el límite en que es humano mantenerla.
Voy a dar un ejemplo común, pero muy ilustrativo: un mártir que entra en la arena y ve, por ejemplo, un león allí que va a comerlo. Salvo una acción superior de la gracia, el instinto de conservación se presenta inmediatamente y produce un cierto efecto que el individuo puede noblemente impedir que tome cuenta de sí, pero un primer trauma de perturbación es inevitable que sienta. Lo que el individuo puede es mantener aquel comienzo de perturbación en los límites necesarios, imposibles de transponer. Entonces tiene la calma por excelencia que es ésta: hasta frente al león está calmado.
En el caso del mártir, existe la calma en el esplendor de su ser, mas no en su bienestar. Esa sería la idea. Aquí entra algo que es muy importante: la calma supone, por tanto, que el individuo tenga la atracción o el rechazo de la cosa exactamente en el límite que la razón indica, y que está en la naturaleza de las cosas. Inclusive que está en la naturaleza de su temperamento, porque ciertas peculiaridades individuales se introducen en eso, legítimamente.
Entra algo de personal, no es una cosa impersonal. Mas ese elemento personal, en el hombre normal, es siempre tal que no impone que el individuo salga de la normalidad. Esta es la cuestión. Es la templanza.