Vitrales de la Catedral de Chartres, Francia
|
Equilibrio feérico de los vitrales medievales
Si observáramos gran número de obras de arte antiguas notaremos que ellas se distribuyen en tres gamas. Unas procuran retratar la realidad como ella es, pero inclusive aumentando un poco sus características a causa de la dificultad natural de la vista humana de percibir los matices de la realidad. Entonces, desde el punto de vista didáctico, se acentúan un tanto sus características.
Podríamos decir que aun las cosas más sacrales y sublimes pueden retratar así esta realidad de forma tal que, en sus minucias, acabe sin desdoro. Tuve ocasión de hablar aquí, en una de estas reuniones pasadas, de las escenas que los vitrales de la Edad Media presentaban. Al verlas, se piensa en el color “transesférico”1 con que son compuestas. Pero cuando se van a analizar los diseños, son hombrecitos, mujercitas, caballeritos, trabajadorcitos, reyecitos, que se diría que se trata casi de una composición infantil, tal su ingenuidad.
De tal manera esos diseños reflejan la vida menuda de la realidad, que me acuerdo de haber visto dos o tres escenas de un taller de carpintería puestas en un vitral. Una era de dos carpinteros, cada uno trayendo un tablón, y debían juntarlos de cierto modo, por ejemplo, poner en X o de cualquier otra forma, para un determinado efecto, conforme se lo encomendaron. Era la realización de un encargo. Y los dos cargan con tanta inocencia el tablón y se van consultando uno al otro si aquella posición estaba bien, o convenía hacerlo mejor, que se tiene la impresión de que están a nuestro lado comentando. Era una escena de la vida de todos los días, la más común, puesta, por ejemplo, en un azul profundo y, vamos a decir, su sayal un poco color limón, a la luz del sol de un amarillo casi dorado, brillando sobre la tierra.
Vitrales de la Catedral de Chartres, Francia
|
Pero esta sublimidad que los cercaba parecía no entrar en ellos, a no ser en cuanto candor. Y que, en lo demás, ellos eran los hombrecitos de la vida de todos los días con sus hábitos exactamente iguales, trabajando en la carpintería.
Lo mismo los guerreros. Tres de ellos están yendo a la Cruzada, montados en unos caballitos, con espaditas puestas en la cintura, como un niño podría imaginar. Sin embargo, son tres reyes con aquellas coronas abiertas típicas de la Edad Media y con espadas; uno tiene una capa roja, otro una verde y el tercero una azul; ellas son de tales colores que se tiene la impresión de que aquellos colores fueron tomados del Cielo para vestir a aquellos hombrecitos. Es como yo siento el vitral medieval.
Visto de lejos, no se perciben tanto estos pormenores, pero es una feería de colores que dice todo cuanto ellos quieren. Observado de cerca, hay escenas que sirven de pretexto para vestir a unos hombrecitos; y el vestido de cristal y de luz de cada hombrecito es una fábula que da para hacer las alas de un Ángel. Es así como ellos realizan su juego. Pero, de cualquier manera, la intención es representar la realidad.
Existe, entonces, esta realidad objetiva vista en una perspectiva transesférica, pero no deformada ni fuera de la realidad de todos los días. Por ejemplo, podría haber, con aquellos caballeros pasando, un perrito excitado, o una columna prodigiosa y una ardilla subiéndola, que es una broma, una risita, está perfectamente bien, es lo real propiamente dicho.
Meditación budista, esculturas de la India y de Egipto
Hay otra gama que es lo real un tanto exagerado para ser bien visto, porque esos diseños de la Edad Media no exageran. Este real un poco exagerado para que sea bien visualizado, digamos, ya prepara una calma que es una característica de muchos monumentos antiguos; es una tras-calma, no una calma de un hombre, sino la calma que un hombre imagina que su espíritu puede tener, que trata de reproducir. Es la búsqueda de otro mundo inmerso en un clima interior que el hombre habitualmente no tiene.
Por ejemplo, la meditación budista pide una calma, una tranquilidad, una estabilidad, un aire y una uniformidad absolutas. La persona no busca el movimiento de este mundo, sino una trans-calma, viviendo como fuera de sí y en un tipo de delicia calmada también, casi vacía. Es una especie de identificación con el lugar de las delicias y un vacío, un no ser.
En los ídolos de la India, de cabeza extraña, con una especie de punta u otras cosas: impasibles, colocados en una posición extática, frente a alguna cosa superior que contemplan, y con las manos extendidas.
Imaginen dos brazos así para tener idea de su posición. Y en su interior una especie de degustación de algo de sabor fuerte, pero que no saca al hombre de su posición extática y contemplativa. Le da, por el contrario – ése es el sabor fuerte que el individuo probó – lo fijo, lo quieto y lo degustado.
Es más singular aun lo que se refiere a Egipto.
Por ejemplo, dibujos representando el transporte de un monolito, con aquellos animalitos, hombrecitos, etc. Encima se encuentra el obelisco, y los hombrecitos están andando con el látigo para hacer caminar a los esclavos y a los animales, pam, pam.
Los esclavos y los hombres libres caminan del mismo modo, al mismo ritmo, con una expresión activa dentro de los ojos. Pero es una actividad que tiene algo de inexplicablemente medio parada, igual a sí mismo, es decir, no hay ningún momento de esa composición, de esa ejecución, de ese opus, en que el alma mude de actitud con lo que la otra hace; cuando llega al final echan el obelisco y otros van a cuidar de levantarlo. Ellos, si observamos bien, están siempre mirando hacia adelante, con la mirada quieta, fija y misteriosa. Pero que encuentra así una estabilidad, una continuidad que equivale al estado gustoso que la persona procura.
Griegos y romanos
Tribuna de las Cariátides, Atenas, Grecia
|
Se diría que griegos y romanos no tienen eso. No es verdad. El estado de espíritu figurado en tantas estatuas de ellos no representa en concreto la pasión humana, sino un estado que está por encima de todas las pasiones; y que el hombre en esa su impasibilidad sobrevuela todo, ya vio todo, cuenta con todo, conoce el futuro y no tiene deseos, no se agita.
Por ejemplo, la tribuna de las Cariátides que, para mí, es uno de los más bonitos monumentos del arte griego. Aquellas mujeres, con aquel techo sobre la cabeza y una fisonomía impávida. Es una fórmula propuesta al hombre para el siguiente problema: después del pecado original, el ser humano siente dentro de sí un profundísimo malestar que tiene la ilusión de eliminar creando para sí ciertas circunstancias como, por ejemplo, cayendo en la inmoralidad o saliendo disparado en un automóvil. Estos, como tantos otros, son sistemas de evasión de ese malestar interior que la Revolución Industrial agravó aún mucho más.
Viene de allí la necesidad de procurar la calma que ya no es la descrita por Lenotre2 en su libro Gens de la vieille France3.
En el descontento que tiene consigo, el individuo percibe cuánto es él insuficiente, y se siente solo y procura solucionar esa soledad por medio de esa calma, por la cual queda constituida en él una pista de aterrizaje adonde bajan los aviones imaginarios que traerán a aquellos con quienes él quiere conversar.
(Extraído de conferencia del 24/09/1986)
1) Relativo a la “transesfera”. Término creado por el Dr. Plinio para significar que, más allá de las realidades visibles, existen las invisibles. Las primeras constituyen la esfera, o sea, el universo material. Y las invisibles, la transesfera.
2) George Lenotre, pseudónimo de Louis Leon Théodore Gosselin (*1855 – + 1935). Historiador y escritor dramático francés.
3) Del francés: Gente de la antigua Francia.