Cuando prestamos culto al Corazón de Jesús, adoramos la personalidad divina e insondablemente perfecta de Nuestro Señor Jesucristo, la cual abarca todas las personalidades y todas las cualidades de los Ángeles y hombres, desde el comienzo de la Creación hasta el fin de los tiempos.
La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es tan grande que no podemos dejar de hacer un comentario. Debemos considerar la relación de esa solemnidad con las de Cristo Rey, del Inmaculado Corazón de María y de la Realeza de Nuestra Señora.
Sagrado Corazón de Jesús – Capilla de la casa de la Beata Rafaela Ybarra, Bilbao, España
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Mentalidad de Nuestro Señor
La del Sagrado Corazón de Jesús tiene por objeto inmediato dar culto al Corazón físico de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, darle culto en Sí y en cuanto símbolo del Alma Santísima del Salvador, y que viene a ser aquello que se podría llamar la mentalidad o, si quisiesen, la sicología de Nuestro Señor, con aquella composición de la forma de la inteligencia y de la voluntad que las nociones de mentalidad y de psicología retienen en sí.
Es decir, es una solemnidad en la cual celebramos, por así decir, la personalidad divina e insondablemente perfecta, única de Nuestro Señor Jesucristo pero, al mismo tiempo abarcando todas las personalidades, es decir, conteniendo en grado supereminente, en cuanto Hombre y Segunda Persona de la Santísima Trinidad, todas las cualidades de todos los Ángeles y de todos los hombres, desde el comienzo de la Creación hasta el fin de los tiempos. Eso es propiamente lo que adoramos cuando prestamos culto al Corazón de carne de Jesús, Nuestro Señor.
Por una simbología de otra naturaleza, las personas acabaron habituándose a considerar en el corazón apenas el símbolo del amor, pero tomando la palabra “amor” con una corrupción del siglo XIX, en la acepción sentimental de la palabra, significando apenas ternura, en cuanto sentimiento de alma.
Claro está que Nuestro Señor Jesucristo tenía una ternura supereminente en cuanto Hombre, e infinita en cuanto Dios. Pero no es solo su ternura – y se podría decir que no es principalmente su ternura – la que adoramos en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, a pesar de que esa ternura sea digna de toda la adoración posible. La personalidad de Nuestro Señor Jesucristo no se agota en ternura; tiene muchos otros adornos, predicados, además de la ternura.
No es principalmente la ternura. A pesar de que esta – con equilibrio, con criterio, conforme era en Nuestro Señor Jesucristo – sea una gran perfección del alma, entretanto ella no es la mayor de las perfecciones que un alma posee. En Dios todas las perfecciones son infinitas, pero en la jerarquía de valores en un hombre la ternura no es, evidentemente, el valor principal.
Deseo de reconquistar por misericordia una humanidad rebelde
Entretanto, no deja de ser verdad que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús contiene una nota legítimamente acentuada en lo que se refiere a la misericordia de Él, esto es, la bondad, la capacidad de perdonar, de pasar por encima de los pecados, de amar, de dar siempre nuevas gracias. Y se puede decir que hay cualquier cosa de legítimo en el hecho de que la piedad en el siglo XIX, romántica por algunos lados, focalizó principalmente la ternura del Sagrado Corazón de Jesús. Lo malo fue que, a veces, solo haya focalizado la ternura.
A finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, vemos que comienza a darse la gran expansión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la cual fue casi clandestina antes de la Revolución Francesa. San Juan Eudes la predicó, Santa Margarita María Alacoque también, pero era una devoción considerada de tal manera audaz, y cuadrando poco con el ambiente de la época, que un hijo de Luis XV, deseando erigir un altar en la capilla de Versailles, no tuvo coraje de erigirla allá, y mandó colocar una imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el lado de atrás del altar, donde aún existe. Vean la mezcla de ortodoxia y clandestinidad que había en esta devoción.
Por lo tanto, el gran desarrollo de esta devoción ocurrió en el siglo XIX. Y podemos decir que, a pesar de todo el camino tortuoso, fue también en el siglo XIX que comenzó la reconquista del mundo por parte de Nuestro Señor. Y en ese siglo hubo un enorme progreso de la Iglesia Católica, gran surgimiento de dogmas marianos, la expansión de la devoción al Papa, la definición del dogma de la infalibilidad pontificia, la devoción al Santísimo Sacramento, el movimiento ultramontano, pari passu con el desenvolvimiento de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
¿Cuál es la relación entre todo esto?
El Sagrado Corazón de Jesús, visto desde un ángulo de misericordia, de bondad y de perdón, no castiga a los hombres en la medida en que merecen, sino que busca hacerles un bien al cual no tenían derecho. De ahí viene, entonces, el deseo de reconquistar por misericordia una humanidad rebelde y de derramar gracias, una atrás de la otra, para, a pesar de que sean mal acogidas, llevar a cabo la reconquista de los hombres.
Después de los castigos previstos en Fátima, vendrá el Reino de María
Después del reinado de San Pío X, el curso de la Historia de la Iglesia cambia. Aún tenemos una expansión grande de la piedad con el florecimiento de la devoción a Santa Teresita del Niño Jesús, que se dio en el reinado de Pío XI, cuando las primeras nieves del progresismo y del modernismo comenzaban a caer sobre el mundo, después de la gran condenación de San Pío X.
IV Congreso Eucarístico Nacional realizado en 1942, en la ciudad de San Pablo, Brasil
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Pero esa fue una flor que floreció en pleno invierno. Desde entonces no observamos en la Iglesia ningún movimiento de piedad grande, ninguno de esos surgimientos enormes que llevan a millones de millones de almas a entusiasmarse, a enfervorizarse, como fue con el movimiento ultramontano del siglo XIX.
Vimos en Brasil, de un modo efímero, el esplendor de las Congregaciones Marianas, que se dio aún en tiempos de Pío XI, en que nuestro país, por atraso, vivía todavía en el pontificado de San Pío X. Tuvimos, más o menos, una década de desenvolvimiento del movimiento mariano, de 1928 a 1938. Después de eso, también sucumbió.
A pesar de que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús haya perdido tanto, la devoción al Inmaculado Corazón de María se difundió mucho menos. Esas carencias de expansión en la Iglesia no siempre son frutos de infidelidades; muchas veces son tesoros que la Iglesia como que guarda para días peores.
Entonces se comprende que, rechazado el Sagrado Corazón de Jesús, venga el Reino del Inmaculado Corazón de María. Es la Madre del Perdón que vino donde Él fue rechazado, para perdonar aún más, ir a donde sólo la madre puede llegar y el padre no va.
No estoy afirmando que Nuestra Señora es más misericordiosa que su Divino Hijo; quiero decir que Ella es la fina punta de su misericordia. Nuestro Señor manda a su Madre adonde Él como que no podría ir. Él encuentra este “artificio” de mandar a su Santísima Madre hasta allá.
Entonces, María Santísima recomienza la reconquista del mundo. Fátima, un movimiento mucho más difundido que el del Sagrado Corazón de Jesús, es algo en el cual se preconizó el Inmaculado Corazón de María. Y vemos una especie de lucha de la Providencia desafiando a los hombres, diciendo: “Ustedes son malos, pero seré de una tal bondad que voy a vencer toda la maldad de ustedes. Yo acabaré triunfando.”
Eso indica un deseo deliberado de reinar, de acabar venciendo que, además, está bastante expresado en el mensaje de Fátima: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará.”
Entonces, nuestra atención se concentra en esa imagen final: el Sagrado Corazón de Jesús, fuente infinita de gracias que pasan a través del Inmaculado Corazón de María, canal de todas las gracias e inunda a la humanidad para reconquistarla. Una reconquista en la cual es necesario estar perdonando siempre, concediendo más gracias siempre, pero que, en un determinado momento, caerán también los castigos previstos en Fátima, después de los cuales vendrá el Reino de María.
(Extraído de conferencia de 05/06/1970)