No existen razones profanas ni mundanas en el largo viaje que emprendieron los Magos. Y la confianza que mostraron, impregnada de valentía, ante un tirano con mala fama como Herodes, resulta conmovedora. Sin duda los sustentaba una especial moción del Espíritu Santo.
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, unos Magos procedentes del Oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle’. Al oír esto el rey Herodes se sobresaltó, y con él toda Jerusalén. Y reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías. Ellos contestaron: ‘En Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti saldrá un jefe que regirá a mi pueblo Israel [Miq 5, 2]. Entonces Herodes, llamando en creto a los Magos, averiguó de ellos con exactitud el tiempo de la aparición de la estrella. Y enviándolos a Belén, les dijo: ‘Id e informaos con diligencia acerca del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo’. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño.
Mons. João Clá Dias, EP
La fiesta de la Epifanía —también llamada Teofanía por los griegos, es decir, manifestación de Dios— ya era celebrada en Oriente antes del siglo IV. Es una de las conmemoraciones cristianas más antiguas, tanto como la Resurrección de Nuestro Señor.
No debemos olvidar que la Encarnación del Verbo se hizo efectiva después de la Anunciación del Ángel;
La liturgia del tiempo de Adviento
En las cuatro semanas de Adviento, la liturgia nos recuerda las profecías sobre los principales hechos relacionados con las graduales y sucesivas manifestaciones del Salvador y de la Buena Nueva traída a la Tierra. Con mucho énfasis se subraya el texto de Isaías: “Una virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y le llamará Emmanuel, ‘Dios con nosotros’” (Is 7,14). Era evidente que el Mesías pertenecería al noble linaje de David: “Y brotará un rama del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago, sobre el que reposará el espíritu del Señor, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor del Señor” (Is 11, 1-2).
La liturgia va in crescendo, hasta dejar en claro que viene en camino el Salvador de las naciones; por eso ruega que la tierra lo haga germinar: “Rorate cæli desuper et nubes pluant iustum, aperiatur terra et germinet salvatorem et iustitia oriatur simul!” — “Que los cielos derramen el rocío de las alturas, que las nubes destilen la justicia. Ábrase la tierra y produzca el fruto de la salvación, y germine a la vez la justicia” (Is 45,8). Por fin, nace el Redentor como un simple bebé. Sin embargo, quien fuera iluminado por un don del Espíritu Santo, discerniría en el adorable pequeño los resplandores de su fulgurante divinidad. No se trataba de un ser puramente humano; aquella naturaleza se unía a la propia Divinidad en la hipóstasis de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ahí estaba el Hombre-Dios.
Epifanía: público reconocimiento de la divinidad del Niño Jesús
Si en la Navidad, por así decir, Dios se manifiesta como Hombre, en la Epifanía ese Hombre se revela como Dios. Así, en estas dos fiestas Dios quiso que el gran misterio de la Encarnación quedara al descubierto con todo su brillo, frente a judíos y gentiles, dado su carácter universal. Occidente celebraba desde un principio la Navidad el 25 de diciembre, y Oriente la Epifanía el 6 de enero. Fue la Iglesia de Antioquía, en tiempos de San Juan Crisóstomo, la que pasó a celebrar ambas fechas. La segunda festividad sólo comenzaría a ser celebrada en Occidente a partir del siglo V.
En nuestra actual fase histórica, la liturgia conmemora la Adoración de los Reyes Magos al Niño Jesús. Por otro lado, todavía quedan vestigios de la antigua tradición oriental que incluía en la Epifanía, además de la Adoración de los Reyes, el milagro de las Bodas de Caná y el Bautismo del Señor en el Jordán. Hoy nuestra liturgia ya no celebra las Bodas de Caná, y el Bautismo del Señor es festejado el día domingo entre el 9 y el 13 de enero. En síntesis, podemos afirmar que la Epifanía, es decir, la manifestación del Verbo Encarnado, no puede
La adoración, según enseña el Doctor Angélico, “tiene por objeto la reverencia de aquel a quien se adora”. Se trata de una virtud especial llamada religión, a la cual “le corresponde el testimoniar reverencia a Dios”.1
Para entenderlo mejor, basta decir que la religión se basa en quién es Dios y quién somos nosotros; en lo que Él nos ha dado y lo que debemos retribuirle. Dios es el Ser por esencia, la Perfección, el Bien, la Verdad y la Belleza, además, absoluto e infinito; nosotros, en cambio, somos criaturas contingentes, dependientes; lo hemos recibido todo de Dios, y nuestra existencia requiere su sustento a cada instante.
Bien decía el R.P. Antonio Royo Marín, OP., que si Dios, por absurdo, adormeciera un instante, todas las criaturas volverían a la nada; a lo que el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira añadió: “Y en su Omnipotencia, Él lo recrearía todo nuevamente, nada más despertase”.
Por tanto, el ser de toda y cualquier criatura es otorgado por Dios, al igual que todos los dones más variados que haya en el orden universal. Por ende, en la línea de los dones no existe nada que no recibamos de Dios. Somos los eternos deudores del Creador. Bajo este punto de vista, hasta la más excelsa de todas las criaturas, María Santí sima, lo es también, y Ella supo reconocerlo en su cántico frente a su prima Santa Isabel: “Mi alma glorifica al Señor […] porque ha mirado la humildad de su sierva” (Lc 1, 46.48).
La virtud de religión es la esencia de la adoración que se concentra en reconocer estas dos realidades: quién es Dios, cuáles son sus derechos y beneficios; quiénes somos nosotros, nuestra indigencia, nuestra nulidad. Por eso “la religión es la principal entre las virtudes morales” —explica Sto. Tomás de Aquino— porque “es la que más se acerca al fin, pues realiza todo lo que directa e inmediatamente atañe al honor de Dios. Por lo tanto, la religión sobresale entre las demás virtudes morales”.2
Invitación para ser agradecidos con Dios
Lo que movía profundamente el alma de los Reyes Magos era el deseo de rendir culto de adoración a Aquél que había nacido. El significado de la inspiración del Espíritu Santo, llevándolos a Belén, se cifra en el llamado universal dirigido a todas las naciones a su salvación y participación en los bienes de la Redención.
Aunque los Profetas habían predicho la universalidad de esa vocación, los judíos la consideraban un privilegio exclusivo del pueblo elegido. Es curioso notar cómo el propio Cristo en su vida pública, pese a elogiar la fe del centurión romano —“En verdad os digo que en ninguno de Israel he encontrado una fe tan grande” (Mt 8,10)—, afirma no haber sido enviado por el Padre sino a cuidar las“ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). Es decir, no quiso llamar directamente a la gentilidad; esa tarea estaba reservada a los Apóstoles, en especial a San Pablo. Pero, con décadas de antelación, los Santos Reyes simbolizaron junto a la cuna del Salvador su gran deseo de redimirnos también a nosotros, los gentiles, de acuerdo a las palabras de la Oración del Día: “Señor, tú que en este día revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles, por medio de una estrella”; y más claramente en el Prefacio: “Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación”.
Si Dios llamó a los Reyes Magos mediante la estrella, a nosotros nos llama a través de su Iglesia, con su predicación, doctrina, gobierno y liturgia. Por ende, la Epifanía es la fiesta que nos anima a agradecer al Señor, a implorar la gracia de su luz celestial para que nos guíe siempre y en todo lugar, a recibir con fe y vivir con amor todos los dones concedidos por la Santa Iglesia (cfr. Oración después de la Comunión).
II – Belén, los Magos y Herodes
“Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, unos Magos procedentes del Oriente llegaron a
Como dijo San Pablo: “De haberla conocido [la misteriosa sabiduría divina], no hubieran crucificado al Señor de la gloria” (1 Cor 2,8). No estaba en los designios de Dios manifestar el nacimiento del Niño Jesús ante toda la humanidad, porque eso probablemente impediría la Redención. Por otro lado, si su venida al mundo estuviera acompañada con signos fulgurantes y grandiosos, los méritos de la fe quedarían anulados.
El nacimiento, señal previa de la segunda y plena manifestación
Por éstos y otros motivos, Santo Tomás de Aquino explica: “Pertenece al orden de la sabiduría que los dones de Dios y los secretos de ella no lleguen igualmente a todos, sino inmediatamente a algunos, y que por medio de éstos se deriven a los demás. Por lo cual, y respecto al misterio de la resurrección se dice (Hch 10, 40-41) que Dios quiso que Cristo resucitado ‘se manifestase no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había determinado de antemano’. Por esta razón, también debió observarse esto con relación al nacimiento del mismo, para que Cristo no se manifestase a todos, sino a algunos, por los cuales pudiera llegar al conocimiento de los demás”.3
Varias razones hicieron que la Providencia Divina eligiera primero a los judíos, y sólo después a los paganos, para manifestar el nacimiento de Jesús. Claro está que Dios, guardando un aprecio especial por el principio de jerarquía, iba a preferir iniciar su gran obra por el pueblo elegido. Ese pormenor lleva al mismo Doctor Angélico a discurrir a continuación:
“La manifestación del nacimiento de Cristo fue una señal previa de la plena manifestación, que debía tener lugar después; y así como en la segunda manifestación se anunció primeramente la gracia de Cristo por el mismo Cristo y por los apóstoles a los judíos y después a los gentiles, así llegaron a Cristo primeramente los pastores, que eran las primicias de los judíos, como los más cercanos; y después vinieron los Magos de lejanos países, ‘los cuales fueron las primicias de las naciones’, como dice San Agustín”.4
En cuanto a la referencia a la ciudad de Belén de Judá en este artículo, debemos considerar la afirmación hecha por el propio Salvador, décadas más tarde: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (Jn 6,41). Por eso, los comentaristas hacen una aproximación entre el significado del nombre Belén —“casa del pan”— y la institución del Sacramento de la Eucaristía, Pan de los Ángeles. Existía otra Belén más al norte, en la tierra de Zabulón, lo que hace especificar al evangelista la tribu de Judá.
El rey Herodes no pertenecía realmente a la raza de los judíos, pues era idumeo. Llegó al trono gracias al apoyo romano, puesto que los judíos se le oponían al tratarse de un extranjero. Fue muy hábil, restaurando con esmero el Templo de Jerusalén, intentando así que olvidaran sus orígenes; pero la perpetuación de su fama se debió a las grandes manchas de sus costumbres disolutas y su crueldad.
Sobre este particular, pondera Teodoro de Mopsuéstia:
“El patriarca Jacob ya había distinguido este momento con exactitud al decir: ‘No desaparecerá el jefe de Judá ni el guía de sus miembros hasta que llegue aquel a quien está reservado’ (Gn 49, 10). Mateo puso estos datos para evidenciar por medio de ellos que todo estaba ocurriendo de acuerdo a las palabras proféticas. Por un lado, el profeta había dicho que saldría de Belén (Mq 5,2), y por otro, el hecho de que esto ocurriera en los días de Herodes cumplía además la predicción de Jacob. Reinó sobre ellos primero la estirpe de David, de la tribu de Judá, hermano de Leví, pero la descendencia venía de la estirpe de Judá, que se había mezclado con la tribu levítica, especialmente con sumos sacerdotes, y tenían prerrogativas reales. Luego, después de que los hermanos Aristóbulo e Hircano entraran en pugna y lucharan por el poder, recayó finalmente la dignidad real en Herodes, que no era judío de raza al ser hijo de Antípatro Idumeo. Fue entonces, en el tiempo de este reinado, cuando apareció Cristo el Señor, acabados ya los reyes y gobernantes del pueblo judío”.5
Mateo calla otros detalles acerca de los Magos; por eso la multiplicidad de las conjeturas y la no poca divergencia entre los autores. No obstante, podemos afirmar que el nombre Magos no debe ser entendido con las connotaciones de nuestro tiempo. En aquella época significaba personas de cierto poderío y que se distinguían especialmente en los conocimientos científicos, sobre todo astronómicos. Además, la tradición los presenta como reyes. También es la tradición que deja constancia sobre su número, tres, que fueron bautizados más tarde por santo Tomás Apóstol y, tiempo después, martirizados. Las reliquias de los Reyes Magos fueron veneradas recientemente por un Papa. Nuestro Pontífice felizmente reinante, Benedicto XVI, visitó la catedral de Colonia para rezar frente a ellas el 18 de agosto de 2005, con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud.
Sobre su país de origen —Caldea, Arabia o Persia— sólo hay hipótesis, como también sobre el momento de su llegada a Jerusalén y Belén, lo que parece haber ocurrido después de la Presentación del Niño Jesús.
Lo que todos admiten como cierto es que, siendo universal el ámbito de la Redención, debía ser anunciada a todos.6
III – Los Reyes frente a Herodes
““…diciendo: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle'”.
Queda claro en este versículo el motivo real y profundo del largo viaje que habían emprendido; nada de simple curiosidad, razones profanas ni mundanas. Además demuestran una gran fe y no poca intrepidez, al formular una pregunta tan incisiva, máxime cuando Herodes podría interpretarla comouna negación de su título y su poder, conquistados tras tantos esfuerzos.
La estrella que guiaba a los Magos
Sobre la estrella, comenta el R.P. Manuel de Tuya, OP: “Los Magos alegan para venir a adorar al recién nacido Rey de los judíos que han visto ‘su estrella en Oriente’. En forma muy acentuada se habla de la estrella precisamente del Rey de los judíos. “En el mundo de la astrología, los hombres se consideran regidos por los astros. Pero también en la antigüedad estaba difundida la creencia de que el nacimiento de los hombres principales iba precedido por un signo celeste. Hasta aparece reflejado en los escritos cuneiformes. “Varias fueron las teorías propuestas sobre la naturaleza de esta ‘estrella’ que vieron los Magos'”.7
Tampoco el Doctor Angélico dejó de expresar su pensamiento respecto de este trecho. Después de discurrir sobre las razones por las que Dios reveló su nacimiento a los judíos mediante ángeles, y a los gentiles por señales, cita a San Agustín: “los ángeles habitan los cielos y las estrellas los adornan”. 8 Y a partir de ahí analiza la estrella en sí misma, mostrando que “no fue una de las estrellas celestes” sino un astro completamente sui generis.9
* * * * * * *
* * * * * * *
“Al oír esto el rey Herodes se sobresaltó, y con él toda Jerusalén”
ÉSe comprende fácilmente el temor de Herodes, dada su irrefrenable ambición, envidia y crueldad. Su esposa y sus tres hijos pudieron probar la violencia de su pérfido e impetuoso temperamento, ya que fueron ejecutados por tiránica determinación suya, nacida del miedo a ser destronado.
A un hombre con esa moral desordenada y carácter tan malo, el anuncio del surgimiento milagroso de un nuevo rey sólo podía causar perturbación; tanto más que “se había difundido entonces por todas las partes del imperio romano, y en Oriente más que en otra alguna, cierto presentimiento, vago unas veces, más preciso otras, de una nueva era que iba a inaugurarse para la humanidad”.10
¿Y qué causaba el sobresalto de los habitantes de Jerusalén? Se les anunciaba el nacimiento de un Rey judío: ¿no era ésta una noticia alentadora? ¿No debían acompañar a los Magos para comprobar con alegría los hechos? No sería de extrañar que a esas alturas, el pueblo se hubiera acomodado y tratara con relajada complacencia al tirano criminal. Quizás concurriera a esa perturbación el temor a las represalias y venganzas, o incluso el amor propio herido, el orgullo pisoteado, el desprecio de una gracia, porque esperaban un Mesías más esplendoroso y, además, anunciado directamente a ellos, no a los extranjeros.
A tal propósito comenta San Juan Crisóstomo: “Porque seguían en la misma disposición que sus antepasados, quienes, no obstante todos sus beneficios, se habían apartado de Dios, y, gozando de soberana libertad, se acordaban de las carnes de Egipto”.11
Iniquidad fraudulenta de Herodes
“Y reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías”.
Pérfido pero hábil, Herodes disimula su satánico proyecto de matar al Mesías y procura informarse sobre los designios de Dios, para impedirlos con eficacia. Con aires de hipócrita piedad reúne al Sanedrín. Su pregunta demuestra que todos estaban enterados de la posibilidad de que ese recién nacido pudiera muy bien ser el Mesías. De ahí también la maldad del Sanedrín y del pueblo mismo.
“Ellos contestaron: ‘En Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti saldrá un jefe que regirá a mi pueblo Israel (Miq 5, 2).
Los doctores de la Ley no temen decirle a Herodes que, según Miqueas, el Mesías debía nacer en la ciudad de Belén de Judá; pero suprimen de la profecía oficial la frase subsiguiente, que insinuaba clarísimamente el origen divino de Cristo: “Et egresus eius a temporibus antiquis, a diebus aeternitatis” — “Sus orígenes son de antaño, de días de muy remota antigüedad” (Mq 5,1). Tal vez por malicia, o por orgullo, o por un carácter reblandecido, no tenían fe suficiente para creer esa revelación. Esta pésima actitud llevó a que San Juan Crisóstomo los asociara a la culpa por la muerte de los Santos Inocentes, pues Herodes no se enfurecería al saber que se trataba de un Rey eterno, por tanto, no de un rival terrenal.
“Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, averiguó de ellos con exactitud el tiempo de la aparición de la estrella”.
Llama la atención el adverbio secretamente. Según Flavio Josefo, famoso historiador de aquel tiempo, era muy común que Herodes se vistiera como un cualquiera y se inmiscuyera entre la gente para sondear directamente lo que se pensaba sobre su reinado. 12 Era su astuta forma de proceder. Estando ya seguro en cuanto a la ciudad donde habría nacido su enemigo Mesías, ahora quería conjeturar su edad aproximando la fecha de nacimiento del Niño con el día de la aparición de la estrella.
“Y enviándolos a Belén, les dijo: ‘Id e informaos con diligencia acerca del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo'”.
Hipócrita, se hace pasar por piadoso y suave para engañar la sencillez, candor e inocencia de los Magos. No sin fundamento, algunos autores denominan esa actitud como “iniquidad fraudulenta”.
* * * * * * *
* * * * * * *
“Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa alegría”.
Dios siempre actuó así, recompensando a quienes son fieles a su gracia. Es conmovedora la confianza impregnada de valentía de esos Reyes Magos frente a un tirano con tan mala fama. No cabe duda que los sostenía una especial moción del Espíritu Santo.
¿Habrán partido de noche o durante el día? Ir de Jerusalén a Belén tomaba dos horas de camino por un conocidísimo trayecto. Sin embargo, unos cuantos autores defienden la tesis de que este desplazamiento se efectuó de día. Pero, ¿cómo se explicaría entonces la reaparición de la estrella? Unos dicen que no hicieron falta las sombras de la noche por tratarse de un cuerpo luminoso en regiones atmosféricas más cercanas a los Magos; otros interpretan este pasaje como si la estrella sólo hubiera reaparecido a la entrada de Belén, ya que no había cómo equivocarse de camino.
Leyendo estos versículos con devoción, se llega por momentos a participar en la alegría de los primeros peregrinos a los lugares santos. La desaparición de la estrella había impuesto una prueba a su confianza; ahora reciben el premio de la consolación. También surge una pregunta en esto. ¿Por qué la estrella se ocultó al llegar a Jerusalén y sólo reapareció en Belén? ¿Será que ya para entonces Jerusalén no era digna de una señal tan pública y evidente? ¿O al contrario, al esconderse, la estrella propició una mayor permanencia de los Magos en la ciudad, y con eso la autenticidad del suceso se hizo más patente para todos sus habitantes?
Lo adoraron inspirados por el Espíritu Santo
“Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra”.
Emociona esta descripción de Mateo: “vieron al niño con María, su madre”. Palabras proféticas, inspiradas por el Espíritu Santo, para dejar constancia a todos los siglos que no se puede hallar a Jesús sin María, y menos aún a María sin Jesús. La Historia ha comprobado —y lo hará aún más— que la devoción a la Madre conduce a la oración al Hijo, y viceversa.
Llama la atención la referencia de Mateo al lugar donde estaba el Niño: una casa, no una gruta. “Autores antiguos como San Justino pensaron que, en efecto, ‘casa’ era un eufemismo por ‘gruta’. San Jerónimo, en cambio, habla varias veces de la gruta y no habla nunca del recuerdo ni de la presencia en ella de los Magos. No sería nada improbable que la expresión ‘casa’ de Mateo tenga su sentido real. Situada esta escena sobre año y medio de distancia del nacimiento de Cristo, no es creíble que la Sagrada Família hubiese permanecido albergada en aquella gruta circunstancial; parece lo natural que hubiesen ocupado una modesta casa. El v. 22 sugiere además que se habían establecido en Belén”.13
La adoración prestada por los Magos comprueba una vez más la realidad de la acción del Espíritu Santo en sus almas, tal como lo afirma Santo Tomás de Aquino:
“Los Magos son ‘las primicias de las naciones’ de los que creen en Cristo, en los cuales apareció, como un cierto presagio, la fe y la devoción de las gentes, que venían a Cristo desde países lejanos. Y por esto, así como la devoción y la fe de las gentes están sin error por la inspiración del Espíritu Santo, de la misma manera también debe creerse que los Magos inspirados por el Espíritu Santo tributaron sabiamente adoración a Cristo”.14
En cuanto a los obsequios de los Magos, es un gesto que cumple la profecía de Isaías: “Todos vienen de Saba, trayendo oro e incienso, pregonando las glorias del Señor. En ti se reunirán los ganados de Cedar; los carneros de Nabayot estarán a tu servicio. Subirán como víctimas gratas so-bre mi altar, y yo glorificaré la casa de mi gloria” (Is 60, 6-7).
“Al reconocerlo como rey, ofrecieron la primicia exquisita y preciosa del templo: el oro que guardaban. Por entender que era de naturaleza divina y celestial, ofrecieron incienso perfumado, forma de oración verdadera, ofrecida como suave olor del Espíritu Santo. Y en reconocimiento de que su naturaleza humana recibiría sepultura temporal, ofrecieron mirra”.15
* * * * * * *
* * * * * * *
“Avisados en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.
Dios jamás deja de proteger a quienes lo sirven con amor y fidelidad. Si los Magos hubieran regresado con Herodes, ellos mismos podrían haber precedido a los Inocentes en la muerte.
A todos nosotros, Dios nos hace regresar a la Patria “por otro camino”, según lo enseña San Gregorio Magno. Infelizmente, dejamos el Paraíso Terrenal tras el pecado de orgullo de nuestros primeros padres; más aún, nos hemos apartado de él por apego a las cosas de este mundo y debido a nuestros propios pecados. Dios, como Padre bueno, nos ofrece el Paraíso Eterno; para entrar a él, sin embargo, se sigue el camino opuesto al del orgullo y la sensualidad. Es la vía del desprendimiento, la obediencia, la renuncia a nuestras pasiones. Dios nos ofrece un camino fácil y seguro: “Ad Jesum per Mariam!” (¡A Jesús por María!).
Notas: 1 AQUINO, Sto. Tomás de – Suma Teológica II-II, q. 84 a.1.
(Revista Heraldos del Evangelio, Enero/2009, n. 85, pag. 10 a 19)
|
|||||||||
|