Bajo la égida del “Buen Consejo” – Parte I
La Madre del Buen Consejo quiso mantener a su lado, en la vida y en la muerte, a aquel que fue ejemplo y estímulo para una verdadera devoción a Ella. Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, EP
Quien visite el norte de Italia conocerá el mayor centro educacional, científico, financiero y político del país. En esa misma región está Trento, la capital del Trentino- Alto Ádige, que aún conserva el aspecto de la época en que el importante Concilio del siglo XVI dio un vigoroso impulso a la Iglesia, confirmándola como Cuerpo Místico de Cristo.
La ciudad, dominada por el Castillo del Buen Consejo, también ha sido la cuna, en esta vida terrena, de un miembro de ese Cuerpo Místico: Luigi Giuseppe Gioacchino Bellesini —el Beato Esteban Bellesini—, cuya fiesta se celebra el 3 de febrero. En su persona la conocida ciudad tridentina tejerá lazos con un humilde y pintoresco pueblo del Lacio, Genazzano, dominado también y hecho famoso por otro “Buen Consejo”, el de María, cuyo icono se conserva en la Basílica Santuario de esa localidad.
Por ocasión de este Año Sacerdotal, conozcamos algunos aspectos de la vida de este virtuoso párroco, que figura bien próximo al Santo Cura de Ars, contemporáneo suyo y sólo doce años más joven.
Un mundo nuevo por ser descubierto
Nació el 25 de noviembre de 1774 y fue bautizado en la misma iglesia donde se había celebrado el Concilio dos siglos atrás.
Sus progenitores, el matrimonio Bellesini, pertenecían a la acomodada burguesía de Trento y gozaban de mucho prestigio. Su padre, Giuseppe, de carácter reservado, era un buen notario, honrado, justo y piadoso. Su madre, María Orsola Meichlpeck, belga de ilustre origen, se dedicaba enteramente a su esposo y a sus hijos, ocupándose personalmente de los quehaceres domésticos, a diferencia de las señoras de la alta sociedad de su tiempo.
Luigi y su hermano Angelo frecuentaban desde niños el convento de los agustinos de la Plaza del Duomo, pues el prior, el P. Fulgenzio Meichlpeck, era su tío. Para el benjamín de los Bellesini, en aquel convento de San Marcos había un mundo nuevo por ser descubierto: le gustaba entrar en el claustro, pasear por la secular columnata y respirar ese aire de Fe que allí existía, mientras escuchaba las melodías de los pájaros y la de los salmos. Aquel ambiente despertó en el corazón del muchacho un gran llamado a la vida religiosa.
Cuando su madre llevó a Angelo para que fuera interrogado por el párroco de Santa María la Mayor con el objetivo de verificar si estaba listo para hacer la Primera Comunión, Luigi que les acompañaba estaba ansioso porque le preguntaran también a él. El sacerdote que había observado al pequeño le examinó igualmente y le pareció que estaba mejor preparado que su hermano, admitiéndole entonces junto con los demás niños. La madre objetó que sólo tenía siete años y en aquella época comulgar a esa edad era impensable. Y el párroco le respondió: “El deseo de Dios
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