Desde el primer momento de su concepción, Jesús comenzó a adorar al Padre Eterno, al Divino Espíritu Santo y a alimentarse de los elementos que el santísimo y virginalísimo cuerpo de su Madre le proporcionaba. Nuestra Señora tenía plena conciencia de lo que pasaba en su interior, y sentía la sublimación de su sangre que estaba siendo transformada en Él.
Antes que la Santísima Virgen María supiese que sería Madre del Redentor y Esposa del Espíritu Santo, todo en Ella se orientaba en ese sentido. No que Ella aspirase a ser la Madre del Mesías, pero sí que Él viniese cuanto antes.
“Mandad el Mesías, mandad el Mesías…”
Las oraciones de Nuestra Señora por la venida del Mesías deben haber acelerado mucho esa llegada, pues Ella es omnipotente en sus súplicas. A partir del momento en que Dios la creó, María Santísima tuvo conocimiento de la situación de la humanidad y comenzó a rezar para que viniese enseguida el Salvador.
Virgen María niña – Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
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Con el nacimiento de Ella se levantó, por tanto, como que una columna de humo odorífero de color maravilloso, de movimiento encantador y al mismo tiempo majestuoso en la presencia de Dios. Era la oración de Nuestra Señora que subía de su Corazón Inmaculado hasta el trono del Creador, pidiendo: “Mandad el Mesías, mandad el Mesías…”
La Virgen María poseía tanta admiración y adoración por el Mesías que debería venir, que se cree – a mi ver con mucho fundamento – que Ella pidió ser esclava de su Madre y poder así servirla de todos los modos posibles, como una forma indirecta de servir al propio Salvador. Esa oración también fue escuchada, como sucederá con tantas preces de Nuestra Señora, más allá de lo que Ella esperaba.
Según la narración del Evangelio, la Anunciación se dio sin preparación extraordinaria. La Santísima Virgen estaba rezando muy normalmente en aquel pequeño claustro de su casa, cuando apareció un Ángel y la saludó: “Ave llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1, 28). Ciertamente, en la medida en que eso se puede entender de puros espíritus, el Ángel se inclinó profundamente delante de Ella.
La Santísima Virgen se juzgaba indigna
¡Eso dicho por un Ángel! Los Ángeles son seres de una belleza, de un esplendor incomparable. Podemos calcular la impresión que eso debe causar, aún más para una persona humildísima como Nuestra Señora.
Fueron sorpresas sobre sorpresas: ¿Por qué un Ángel se le aparece a Ella? ¿Por qué le saluda reverentemente? ¿Por qué le hace ese elogio? Después, sorpresa aún mayor: María Santísima había pactado con San José de quedar siempre virgen. Y Ella ve que el Ángel le habla de un Hijo al cual deberá dar el nombre de Jesús.
Ahora, Nuestra Señora estaba lejos de imaginar que el Mesías sería Hijo de Ella y, para mantenerse lejos de esa suposición, tenía una razón que en su psicología era invencible: su indignidad. Siendo Ella tan indigna – pensaba –, estaba claro que eso no vendría para Ella. Y llega la revelación de que dará a luz a un Hijo llamado Jesús y, con certeza, cuando el Ángel pronunció ese santísimo nombre relució en un esplendor mucho mayor.
Tal vez las miríadas de Ángeles que deberían llenar, en ese momento, el pequeño claustro de la casa de Nuestra Señora también hayan indicado, de algún modo, su festiva presencia, anunciando el nombre de Jesús.
Anunciación – Iglesia Trinitá dei Monti, Roma, Italia.
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Entonces preguntó cómo eso sería posible, pues había hecho un voto de permanecer siempre virgen. El Ángel dio a entender que eso no sería impedimento, porque para Dios no hay obstáculos y, por lo tanto, que Ella no se preocupase, pues sería así, desde que Ella consintiese. Lo bonito está en esto: que Ella consintiese. Y María Santísima dio aquella respuesta perfecta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra” (Lc 1,38). Se dio, entonces, la Encarnación del Verbo de Dios, y en aquel momento Ella se sintió Esposa del Espíritu Santo.
Es una situación tan colosal, tan fabulosa que nadie imagina bien como sea. Hubo muchos santos que tuvieron revelaciones del Espíritu Santo, a quienes Él se manifestó de algún modo. Eso no es nada en comparación con el hecho de volverse ¡Esposa del Espíritu Santo!
Inicio del proceso de la Encarnación
Es decir, hubo un determinado momento en que el Espíritu Santo se manifestó a Nuestra Señora tan profundamente que generó en Ella un Hijo. Si todo lo que los Santos sintieron en la hora de la manifestación del Espíritu Santo se sumase, no daría en nada con relación al momento en que Ella, siendo una criatura humana, pasó a ser la Esposa del Espíritu Santo, para toda la eternidad.
Esa situación generó necesariamente, tanta felicidad, tanta intimidad, tanto fuego dentro de su alma, que nosotros no podemos concebir; y tuvo como resultado el inicio del proceso de la Encarnación.
Virgen del Parto – Catedral de León, España.
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O sea, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnó en su claustro y, desde el primer momento de la concepción, comenzó a adorar al Padre Eterno, al Espíritu Santo y alimentarse de los elementos que el santísimo y virginalísimo cuerpo de su Madre le proporcionaba. En esos actos simultáneos, en la medida en que se nutría, su Cuerpo iba tomando consistencia y también la unión de alma de Él con Ella iba aumentando.
En ese período de gestación, la intimidad entre ellos, sus coloquios, cómo se amaron, son cosas inefables, ¡es algo superior a toda cogitación! Pensar que todo cuanto rezamos en el Veni Creator Spiritus, ¡se dio con la Santísima Virgen en grado superlativo!
“Veni, Creator Spiritus, mentes tuorum visita”. Consideren lo que significa pedir que el Espíritu Santo visite nuestras mentes. ¡Que su acción penetre en nuestras mentes!
“Imple superna gratia quae Tu creasti pectora”: los corazones que Tú creaste, llena con tu gracia superior. “Qui diceris Paraclitus, donum Dei altissimi…”: Tú que eres llamado Paráclito, don de Dios altísimo…
“Fons vivus, ignis, caritas, et spiritalis unctio”: Fuente viva de la gracia y de todos los bienes espirituales que la persona pueda tener, y unción espiritual. Esa presencia del Espíritu Santo nos llena de gracia y de unción espiritual.
La gruta de Belén se vuelve más augusta que cualquier otro palacio
Pero ¡cómo esa presencia es tenue, leve, pequeñita, en comparación con la de Nuestro Señor en Nuestra Señora! Imaginen ese acto de comunión perpetua – en el sentido de que será durante todo el periodo de la gestación –, en que Él está dentro de Ella y se va nutriendo de la sangre purísima de Ella, y la carne del Hombre- Dios se va constituyendo cada vez más. Ella sabe eso, tiene conciencia plena de lo que pasa en su interior y siente la sublimación de su sangre que está siendo transformada en Él.
Se dice caro Christi, caro Mariae; sanguis Christi, sanguis Mariae: la carne de Cristo es la carne de María; la sangre de Cristo es la sangre de María.
Así, en el cuerpo de la Virgen se va modelando el de Él. Ahí se dan ciertos fenómenos, como el de la herencia, por donde Él hereda elementos de su Madre, volviéndose parecido con Ella, y la interrelación entre los dos va aumentando de intimidad, en la medida en que se va definiendo esa semejanza.
Imaginen, cuando el proceso está terminado y Nuestro Señor a punto de manifestarse a los hombres en la noche de Navidad, ¡hasta qué punto la intimidad, la relación mutua entre Ellos es grande!
Naturalmente, en el Pesebre de Belén en la medida en que la complementación de la gestación de Él se va volviendo perfecta, todo alrededor de Nuestro Señor anuncia que está por nacer, y la gruta va a quedar augusta como nunca quedó ningún palacio. Los Ángeles llenan aquel ambiente, hay una respetabilidad, pero al mismo tiempo, una dulzura, un amor, una confianza indecible. Solo en el Cielo se tendrá una idea exacta de lo que fue la gruta de Belén en aquella noche.
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo – Catedral de Prato, Italia.
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Llega, por fin, la hora bendita entre todas las horas como María es bendita entre todas las mujeres. Por un modo de hacer que solo Dios sabe, Aquella que era la Puerta del Cielo y siempre Virgen se vuelve Madre de Dios. Porque la maternidad se completa cuando María Santísima da al mundo el Hijo que Ella gestó. Al final, aparece en el pesebre el Hijo de Dios vivo.
Las miradas se entrecruzaron
Un artista común representa al Niño Jesús como un niño que aún no tiene conciencia muy completa de sí, moviendo un poco las piernitas, los bracitos en una posición bonita, pero que no es directamente racional; son más o menos movimientos reflejos. Y Nuestra Señora, con una mirada profundamente sabia, santa, etc., observándolo y analizándolo. Pero esa no es la realidad de las cosas. Cómo Él desde el primer instante de su ser, reflexionó y reflexionó… A su lado, poco favorecido e ignorante aquel que fue el más inteligente de los hombres: ¡Santo Tomás de Aquino! ¡Pobre, rústico y bárbaro quien fue el más civilizado de los hombres – digamos que haya sido San Luis! Y de ahí en adelante, en frente del Niño, el más lúcido, más fino, más noble, más casto y más piadoso de todos.
Él la miró en el momento en que Ella lo vio, y las miradas se entrecruzaron, pero Él la miró con más lucidez de lo que Ella lo miró. Porque Él era Él. Nosotros debemos hacer la pregunta: ¿Qué fisonomía Jesús hizo al ver a la Madre que Dios le había dado?
Él ya la conocía, pero con los ojos humanos la observaba con análisis amoroso, completamente embebecido, etc…
Entonces podemos imaginarla sintiéndose así analizada, querida, sin la mínima timidez porque Nuestra Señora era purísima, perfecta, nunca había tenido la menor falla, en ningún punto, jamás dejó de crecer y progresar en toda la medida de lo necesario. En fin, Ellos se miran y Ellos se reconocen y cada uno ve al otro por primera vez. ¡Qué momento de afecto debe haber sido ese! Yo creo que no es posible imaginar.
(Extraído de conferencia de 02/07/1995)