“María no ha sido aún alabada, ensalzada, honrada y servida como debe serlo. Merece mejores alabanzas, respeto, amor y servicio”.
Imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María
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De Maria nunquam satis… Esta categórica alabanza a la Madre de Dios, repetida por San Bernardo de Claraval y otros santos, se traduce habitualmente por: “De María nunca se dirá lo suficiente”.
Pero esta afirmación nos recuerda también que a ningún fiel le es lícito no tener devoción a la Virgen, porque “la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo”.1
Qué pocas veces paramos, infelizmente, para pensar en la extraordinaria grandeza que se oculta detrás de un dulce y humilde rostro de madre. Conscientes de nuestra falta, detengámonos un momento, querido lector, para reflexionar sobre Ella, teniendo muy presente la bonita imagen que ilustra nuestra portada este mes dedicado a María.
El cuerpo de Cristo le fue dado por María
San Luis M. Grignion de Montfort une su voz a la de otros santos —entre ellos San Agustín, San Cirilo de Jerusalén, San Bernardo, San Bernardino, Santo Tomás y San Buenaventura— para afirmar sin rodeos que por voluntad de Dios la devoción a María es necesaria para la salvación. A causa de esto, añade: “La devoción a la Santísima Virgen no debe, pues, confundirse con las devociones a los demás santos, como si no fuese más necesaria que ellas y sólo de supererogación, es decir, una añadidura”.2
María Santísima es verdadera Madre de Dios y nuestra. Por María, somos hermanos de Cristo, en el Espíritu Santo. Es el vínculo sagrado entre la criatura y el Creador.
María está tan unida a Dios en el misterio de la salvación que Jesús nunca podría haber dicho, en la institución de la Eucaristía: “Esto es mi cuerpo […] Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre” (1 Co 11, 24-25), ni haber soplado sobre los discípulos, confiriéndoles el poder de perdonar pecados (cf. Jn 20, 22-23), si no hubiera asumido un cuerpo humano en el seno de la Virgen. De hecho, cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Me formaste un cuerpo” (Hb 10, 5). Este cuerpo le fue dado por la humilde Virgen de Nazaret.
Medianera de todas las gracias
La Iglesia nos enseña que María, a pesar de su dignidad tan alta, de ser la más sublime criatura salida de las manos del Creador, está infinitamente por debajo de Dios. Sin embargo, el propio Dios, sin necesitar de nada o de nadie, quiso servirse de Ella. Y al ser ésa la voluntad divina, nadie puede dudar de que es inmutable y la más perfecta.
San Luis M. Grignion afirma: “Por medio de la Santísima Virgen María vino Jesucristo al mundo y también por medio de Ella debe reinar en el mundo”.3 Aquel que dijo ser “el Camino” (Jn 14, 6) eligió venir al mundo por medio de María. ¿Podríamos los hombres escoger otro camino para ir hasta Él?
La Virgen Madre es la Medianera de todas las gracias, con una distinción importante: Jesús es el Mediador de Redención, “pues Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1 Tim 2, 5). María es la Medianera de intercesión. Está entre Dios, de quien es Madre, y los hombres, a quienes asumió como hijos, cuando Jesús le entregó a Juan, el discípulo amado, diciendo: “ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Los mil y un títulos de María Santísima
Al ser María, entonces, Madre de todos los verdaderos hijos de Dios, éstos no escatiman títulos para hacer sentir cómo Ella está al alcance de manos que se juntan y de rodillas que se doblan confiadas.
Es conocida por el nombre de los lugares donde se aparece: Señora de Fátima, de Lourdes, de La Salette. Se vuelve, por así decirlo, en un habitante de ese sitio.
A su nombre se le añaden las virtudes de las cuales es modelo y que debemos practicar. Por eso la invocamos como Madre castísima, Madre purísima, Virgen prudentísima, Virgen fiel…
A su santo nombre le añadimos nuestras necesidades, llamándola Consuelo de los afligidos, Virgen de la Merced o Virgen del Amparo… y nada es comparable al amparo de María.
Tan cercana a los hombres y mujeres que osamos unir a ese santísimo nombre incluso la fealdad de nuestras miserias: Refugio de los pecadores, Puerto Seguro de los náufragos, Salud de los enfermos, Virgen del Buen Remedio, remedio de nuestras heridas…
Una Madre bondadosa que ruega por hijos pecadores
Entre los mil y un títulos de la única y misma María, el que se encuentra en los labios de todos los cristianos, y se recuerda con más frecuencia, es sin duda el de “madre”. Todos los días, sin darnos cuenta, al rezar el Avemaría, nos acordamos de esta verdad dulce y consoladora.
La Visitación, por el Maestro de Perea Museo del Prado, Madrid (España)
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En el Padrenuestro, llamamos a Dios de Padre y le pedimos su Reino, el pan y el perdón. En el Avemaría, no pedimos nada, a no ser: “ruega por nosotros pecadores”, sin indicar ningún otro deseo. Es la oración del que pide sin pedir, porque al ser madre conoce nuestras necesidades y sabe, mejor que nosotros mismos, lo que nos conviene. ¿Por qué? Simplemente por ser madre.
La certeza de la bondad de la Virgen para con los hombres y de su poder de intercesión ante su divino Hijo, la hallamos en los propios Evangelios. En las bodas de Caná, fue Ella la que se dio cuenta de que estaba faltando vino y, sin que nadie se lo pidiera, tomó la iniciativa de recurrir a Jesús.
“Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4), argumentó el Señor. Pero las madres no suelen pedir cita para socorrer a sus hijos, por eso le dijo a los criados: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Al mismo tiempo en que se apresuraba el milagro, la Madre de Dios y nuestra nos daba un precioso consejo, como si dijera: “simplemente hazlo”, sin señalarnos cuándo ni cómo. En efecto, hemos de confiar en Jesús cuando nos manda hacer algo, en cualquier tiempo o lugar, porque Él tiene poder para cambiar el agua en vino, la enfermedad en salud o, si es su voluntad, la flaqueza en fuerza para enfrentar el sufrimiento.
A respecto del poder de intercesión de María ante su Hijo, el entonces cardenal Ratzinger cita un conmovedor comentario, en el que pone al mismo Dios como un “deudor” de la Virgen Madre. Ella todo lo puede, porque su hijo “no deja de satisfacer ninguno de sus deseos, pues nunca le restituyó lo que de Ella tomó prestado”.4 Esto hace sentirnos a gusto y confiados en la Madre de Dios, ya que es tan misericordiosa como poderosa.
María tiene prisa en ayudarnos
Además, María Santísima tiene prisa en socorrer a sus hijos necesitados, incluso si éstos no le piden nada: ¿no subió Ella con presteza la montaña para ir a ayudar a su prima Isabel, después de recibir el anuncio del ángel? (cf. Lc 1, 39). No podemos, pues, dudar. También en el Cielo María tiene prisa, prisa por ayudarnos.
Según nos enseña San Luis M. Grignion, la conducta de las tres Personas de la Santísima Trinidad es inmutable y, por consiguiente, Dios quiere servirse de María en la santificación de las almas hasta la consumación de los siglos.5
Por lo tanto, siempre será verdadero que de Maria nunquam satis. Es decir, “María no ha sido aún alabada, ensalzada, honrada y servida como debe serlo. Merece mejores alabanzas, respeto, amor y servicio”.6
1 CONCILIO VATICANO II. Lumen gentium, n.º 63.
2 SAN LUIS GRIGNION DE MONTFORT, Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, n.º 39. 3 Ídem, n.º 1.
4 RATZINGER, Joseph. O Caminho Pascal. Lisboa: Lucerna, 2006, pp. 75-76.
5 Cf. SAN LUIS GRIGNION DE MONTFORT, op. cit., n.º 22. 6 Ídem, n.º 10.