El hombre a quien Dios quiso llamar “Padre”

Publicado el 03/17/2015

 

Una familia bien constituida representa una condición esencial para la buena formación psicológica y el equilibrio emocional. Tener al lado a quien pueda simbolizar el cariño y la bondad, alguien que ayude a superar las dificultades de la vida y que en la hora de las aflicciones pueda ser buscado con toda confianza, es fundamental en la estructuración mental de una criatura. Desde un punto de vista natural, esta es tal vez la principal función de las madres junto a sus hijos. Pero también es fundamental tener a alguien que represente la fuerza, el vigor, el apoyo, la protección y el soporte del hogar. Es la figura del padre.

 

San José, Padre adoptivo de Jesús

Pero, si esta es la responsabilidad del padre en una familia común, ¿cómo queda esa misión cuando la Esposa de dicho hogar es María Santísima y el Hijo único, la propia Segunda Persona de la Santísima Trinidad? Bien sabemos que Jesús nació por la acción milagrosa del Espíritu Santo en el claustro materno de la Santísima Virgen, siendo así, por lo tanto, hijo de este divino desposorio. Pero Él quiso venir al mundo en el seno de una familia legalmente constituida, de la cual hacía parte el castísimo esposo de la María Santísima. Conozcamos un poco más a este hombre al que Dios mismo quiso llamar “padre”: San José.

 

El Santo del Silencio

 

De hecho, Nuestro Señor fue llamado el “hijo de José” (Jn 1,45; 6,42 y Lc 4,22), el carpintero (Mt 13,55), pero el Evangelio habla poco de su padre adoptivo. San José es apodado el “Santo del Silencio”, puesto que no conocemos palabras proferidas por él mismo, sino tan sólo sus obras y actos de fe, amor y protección hacia su amadísima esposa y el Niño Jesús. No obstante, fue un escogido de Dios y desde el comienzo recibió la gracia de ir discerniendo los designios divinos sobre sí, por estar llamado a guardar los más preciosos tesoros del Padre Celestial: Jesús y María. Patrono de la vida interior, es un ejemplo de espíritu de oración, sufrimiento y admiración. Siendo el jefe de familia, admiraba a su esposa virginal, concebida sin la mancha del pecado de Adán, y al fruto de sus entrañas, Dios hecho hombre, mucho mayores que él mismo.

 

Una misión: ser guardián de la Sagrada Familia

 

Las fuentes seguras que hablan de la vida de San José son los primeros capítulos de los Evangelios de San Mateo y San Lucas: su genealogía y su descendencia de la casa de David (Mt 1, 1-17 y Lc 3, 23-38) y el hecho de ser esposo de María Santísima, la Virgen Madre del Mesías. (Mt 1, 18 y Lc 1, 27)

 

Pero hay una antigua tradición que cuenta el bellísimo episodio de su desposorio con Nuestra Señora. Dirían los italianos: si non è vero è ben trovato (aunque no sea cierto, está bien pensado). Consta que María estaba en el Templo, ya en edad de casarse. También Ella pertenecía a la estirpe de David. Entre sus pretendientes fueron seleccionados algunos, de las mejores familias, de los más virtuosos de Israel. Cada uno llevaba en su mano un bastón de madera seca. Al momento de la elección, el bastón de José floreció milagrosamente, naciendo bellos lirios en su punta, símbolo de la pureza que él había prometido guardar siempre. Este hecho le dio seguridad a María, que también había hecho promesa de virginidad. El guardián de la Sagrada Familia quedó maravillado con la decisión de su esposa, una vez que él mismo había tomado igual resolución.

 

San José, Padre adoptivo de Jesús

Haciendo honor al gran elogio que la Escritura hace de él: “José era un hombre justo” (Mt 1, 19), cuando notó que su esposa esperaba un hijo, sin comprender lo que había ocurrido, no desconfió de la pureza de Ella. Por eso decidió abandonarla y no denunciarla, tal como mandaba la ley de Moisés. La noche en que iba a partir fue avisado en sueños sobre la maravillosa concepción del hijo del Altísimo y comenzó a amar todavía más a aquella que admiraba y veía crecer cada día en virtud y amor al Creador, aquella a quien el ángel saludó como la que “encontró gracia delante de Dios” (Lc 1, 30).

 

¡Qué admirable familia! El menor epíteto que le cabe no es otro que “Sagrada”, como la llama la Iglesia. Y estemos seguros que ahí el menor de los tres era el más obedecido, y obedecido con amor. ¿Por quién? ¡Por el propio Dios hecho hombre!

 

Los cinco dolores de San José

 

La Iglesia venera los cinco grandes dolores de San José, pero enseña que a cada dolor le corresponde una inmensa alegría que Dios le envió. El primer dolor consistió en ver nacer al Niño Dios en una pobre gruta, correspondiente a la alegría de ver que los ángeles, los pastores y los Magos vinieron a adorarlo. El segundo sobrevino en la presentación de Jesús en el Templo, cuando el profeta Simeón proclamó que una espada de dolor traspasaría el corazón de María, yuxtaponiéndose a la alegría de escuchar, al mismo tiempo, que el Niño sería la luz de las naciones y la gloria de Israel. El tercero fue la fuga a Egipto y las pruebas del camino, seguida por la alegría de ver crecer en gracia y santidad al Divino Infante. El cuarto se dio con la pérdida del Niño Jesús en Jerusalén y la angustia de buscarlo por tres días, correspondiendo a la alegría de encontrarlo en el Templo y tenerlo en casa por muchos años. Por fin, el quinto dolor fue separarse de Jesús y María en la hora de su muerte, teniendo la alegría y el consuelo de morir asistido por Ellos, convirtiéndose así en el Patrono de la Buena Muerte.

 

No se sabe exactamente cuándo murió San José, pero la Iglesia considera que fue antes de iniciarse la vida pública de Nuestro Señor, pues en las Bodas de Caná Él estaba únicamente en compañía de su Madre.

 

La devoción a San José a lo largo de los tiempos

 

“La muerte de San José”, Museo de Bellas Artes, Sevilla — Asistido en sus últimos momento por Jesús y María el santo Patriarca se convirtió en Patrono de la Buena Muerte.

A lo largo de los siglos, varios santos recomendaron con empeño la devoción a San José: San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena, San Francisco de Sales. Entre tanto, quien más la propagó fue Santa Teresa de Ávila, la cual obtuvo por intercesión suya la cura milagrosa de un padecimiento terrible y crónico que la dejaba casi enteramente paralizada. A partir de ese hecho, nunca dejó de recomendar la devoción al padre adoptivo de Jesús: “Parece que otros santos tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero Dios concedió a San José un gran poder para ayudar en todo.” En efecto, todos los conventos que fundó Santa Teresa la Grande fueron puestos bajo la protección del Santo Patriarca.

 

La fiesta de San José es celebrada el 19 de marzo desde el pontificado de Sixto IV (1471 – 1484). En 1870 el Bienaventurado Papa Pío IX lo declaró patrono de la Iglesia Universal, y San Pío X aprobó, en 1909, la Letanía en alabanza a él.

En el mundo actual, en el cual abundan las familias deshechas y es raro encontrar la simple armonía del hogar, la devoción a São José emerge como especialmente recomendable.

 

 

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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