En el matrimonio, la gracia santifica y vuelve fiel el vínculo entre los novios, permaneciendo sobre ellos hasta el fin de sus vidas. Dos veces honrado por Dios, en la Creación y en la Redención, se impone a los hombres como diciendo: “No lo toquéis, es una cosa santa”.
El crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, Dios les dio un objetivo bien definido:“Sed fecundos y multiplicaos, llenadla tierra y sometedla” (Gén 1, 28). Los convertía, así, en sus colaboradores en la tarea de transmitir la vida y propagarla especie humana, y les confiaba la misión de regir y gobernar todo lo que había hecho.
La Sagrada Familia – Iglesia de la Gloria, Juiz de Fora (Brasil)
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Ese encargo de crecer y multiplicarse tenía muchos desdoblamientos, entre ellos el deber de educar y formara los hijos según la Ley de Dios. En el pensamiento divino, no obstante, existía una intención aún más elevada:la institución del sacramento del matrimonio, como símbolo de la unión de Jesucristo con la Iglesia, su Esposa“gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 27).
Tal es el sublime parámetro establecido por el Altísimo para la unión conyugal en todos los tiempos, una institución doblemente santa.
El pecado de la primera pareja
Con todo, por el pecado original nuestros primeros padres se sublevaron contra tan elevado designio, pues, seducida por el demonio, Eva, que debía completar a su esposo en santa unión, pecó y sirvió de instrumento para arrastrar a Adán en la caída.
¿Cómo era posible que ocurriera eso en el paraíso terrenal? Mons. João Scognamiglio Clá Dias1lo esclarece en su más reciente libro sobre San José, esposo santo arquetípico. En él explica que el pecado original fue precedido por la acción ejercida por muchos demonios sobre Adán y Eva, con la finalidad de desequilibrar las rectas relaciones existentes entre ambos.
La mujer estaba llamada a representarla grandeza encantadora de Dios, mientras que el varón debía manifestar la soberanía y majestad del Altísimo, atributos propios a causar más temor que atractivo. Ahora bien, al ceder a las insinuaciones diabólicas, Adán tendía, en la convivencia diaria, a deslumbrarse con Eva más por el afecto humano que ésta le tributaba que por los aspectos que la asemejaban al Creador. Y algo análogo sucedió en el corazón de ella, es decir, Dios dejó de ser el centro en torno al cual giraban sus aspiraciones.
“Al seducir a Eva, la serpiente le causó confusión en su mente y, finalmente, orgullo en su alma. Cuando comió el fruto prohibido sintió en sí los destructivos efectos del pecado y al presentárselo a Adán, éste notó el terrible cambio que se había producido en su esposa. Eva, por envidia del estado inocente en que él estaba y para no quedarse sola en su falta, lo convenció para que comiera del fruto. Adán comprendió lo que perdería si consentía, pero vaciló entre obedecer a Dios o agradar a su esposa, acabando por ceder a sus instancias, a causa de la poca experiencia que tenía de la severidad de Dios”.2
María y José, ejemplo del matrimonio perfecto
“En sentido diametralmente opuesto, San José y María Santísima, por su virtud y fidelidad, vivieron en la más completa armonía, mostrando el orden perfecto del matrimonio cuando éste está marcado por la santidad. A pesar de haber sido tentados por los mismos demonios que asaltaron a Adán y Eva, resistieron con total integridad, sin permitir siquiera la menor concesión. Así, en cierto modo, San José se convirtió en un nuevo Adán por el hecho de haber convivido con María, la nueva Eva, en un equilibrio compuesto de pureza y rectitud. En consecuencia, a los Santos Esposos les fueron concedidos dones y gracias aún mayores que los que habrían recibido nuestros primeros padres si hubieran superado la tentación.
“Por su sumisión a San José, la Virgen, a pesar de ser superior a él, reparó el orgullo de Eva. Y San José, elevado al cargo de jefe de la Sagrada Familia, aun admirando la grandeza de Nuestra Señora, tuvo que gobernarla, reparando así la debilidad de Adán.
“De esta manera, en la unión esponsalicia entre María y José, virginal y castísima, fue reparada con sobreabundancia la defección de Adán y Eva, pues en el extremo opuesto de aquella desobediencia estaba la docilidad plena de los inmaculados cónyuges a la voluntad de Dios. Con su afecto lleno de pureza y mutua entrega, exento, por tanto, de cualquier sombra de egoísmo, prepararon deforma excelente el advenimiento del Señor, quien en su infinito amor por la Iglesia daría por ella toda su sangre en lo alto de la cruz, sellando con su Esposa Mística una alianza eterna de fidelidad (cf. Ap 19, 7-9)”.3
Naturaleza y fines del matrimonio
Al contemplar a la mujer que Dios le había dado por compañera, Adán comprendió que habían sido llamados a configurarse en una unidad exclusiva y duradera: “Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24).
Desde el inicio de los tiempos, pues, cuando le dio a la primera pareja humana la orden de unirse, Dios hizo de esa unión una institución natural dotada de un vínculo permanente y exclusivo, de forma que ya no siendo dos, sino una sola carne, nadie en la tierra podría separar lo que Él mismo había unido (cf. Mt 19, 6).
Una pareja de cooperadores reza al atardecer en los alrededores de la basílica de Nuestra Señora del Rosario.
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Además, al incumbir a Adán y Eva el encargo de multiplicarse y llenar la tierra, Dios disponía que el matrimonio estuviera en la raíz del crecimiento de la sociedad. No es de extrañar, por tanto, que la palabra matrimonio proceda etimológicamente, en uno de sus sentidos, de matris munium, que quiere decir oficio de la madre, ya que tiene relación con la tarea de concebir y educar a la prole, lo que, por naturaleza, le compete a la mujer.4
Institución deseada y establecida por Dios
De modo que, al ser el casamiento el medio deseado por Dios para la propagación de la especie humana, como Creador del orden natural imprimió en éste la inclinación natural del hombre y de la mujer a tener hijos.
Esta ley natural fue promulgada de manera positiva cuando, en el paraíso, Dios bendijo a Adán y Eva, a fin de poblar la tierra y de sustentarse mutuamente: “El Señor Dios se dijo:‘No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude’ ” (Gén 2, 18).
También en el Nuevo Testamento tenemos testimonios de que fue Él quien instituyó el matrimonio. Uno de ellos tiene especial interés, porque Jesucristo repite las palabras del Génesis:“¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’?”(Mt 19, 4-5).
Con el magisterio de la Iglesia podemos asegurar que el matrimonio “no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido, confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza, y de Cristo Señor, Redentor de la misma, y que, por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges”.5
Efectos y beneficios de la gracia sacramental
Así pues, instituido desde los comienzos de la Creación como unión natural para la propagación del género humano, el matrimonio fue después elevado a la dignidad de sacramento, a fin de que engendrara y criara un pueblo para el culto y adoración del verdadero Dios y de Cristo, nuestro Salvador.
Es inherente a los sacramentos la comunicación de una gracia particular. En el caso del matrimonio, la participación humana es de gran importancia por su intensidad y los esposos reciben la gracia particular de la donación recíproca en el amor, análoga a aquella con la cual Cristo Esposo se entregó a la Iglesia, su Esposa. Aunque los actos humanos de los contrayentes constituyen la materia visible, la medida de las gracias del sacramento depende de la profundidad del amor mutuo.
Cuanto más el amor sensible y espiritual esté libre de egoísmo y concupiscencia, y se dirija al otro pensando en su salvación, tanto más abundantes serán los auxilios de la gracia del sacramento. El amor al prójimo y la encontrega de sí mismo para salvar al cónyuge son un don de Cristo.
Cualquier amor verdadero es definitivamente cristiano, determinado por Cristo, trazado sobre Cristo, fortalecido por su gracia. Por consiguiente, toda acción y amor recíproco de los esposos, entre sí y dedicado a sus hijos, es para Cristo una nueva ocasión de comunicar las gracias propias del sacramento. Cualquier sacrificio soportado por amor al otro con lleva una nueva gracia para la pareja y una unión más íntima entre los esposos.
Por eso “no es solamente delante del altar que [el sacramento] produce la gracia: él tiene el poder de producirla en todas las circunstancias y en todo momento que la vida común de los esposos cristianos la requiera. ¡Y qué gracia! El santo concilio de Trentola describe con unas palabras que no omiten nada: ‘Es una gracia que perfecciona el amor natural, consolida la unión hasta la indisolubilidad absoluta y santifica a los cónyuges’ ”.6
Símbolo de la unión indisoluble entre Cristo y la Iglesia
En efecto, el sacramento del matrimonio “perdura a semejanza del inefable misterio que adoramos en-nuestros altares y nuestros sagrarios. Así como las especies eucarísticas permanecen después del acto que las consagra, como símbolo del alimento espiritual que contienen, la vida común de los esposos cristianos, manifestación sensible del vínculo que los encadena, permanece como símbolo de la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia”.7
En el matrimonio cristiano el esposo debe estar dispuesto, como el divino Redentor, a dar hasta la última gota de sangre de su corazón por su esposa; y como la Iglesia recibe con docilidad la palabra y la gracia de Cristo, también la esposa debe recibirla palabra y los cuidados de su marido, siéndole sumisa (cf. Ef 5, 24).
Cristo hace a los cónyuges partícipes de su amor de Esposo y transforma sus almas, acepta sus promesas, confirma su misión y los consagra para el cumplimiento de la misma. Los esposos son elegidos y consagrados para un particular servicio ante Dios, y para salvación del cuerpo y del alma. Cada matrimonio cristiano es una nueva célula viva de la Iglesia, una Iglesia en germen, un nuevo brote.
El matrimonio, por tanto, está en el centro del misterio de nuestra fey es imagen de la unión personal del amor entre Cristo y su Iglesia.
Amor perfeccionado por la gracia
En unas páginas brillantes, el sabio y conocido dominico francés padre Monsabré explica cómo debe ser un santo y sobre naturalizado amor conyugal: “El amor natural se deja cautivar por frágiles encantos que la mano cruel del tiempo nunca perdona. Cada día ese despiadado devastador de la belleza humana hace su trabajo. Borra los radiantes colores de la juventud, de forma las facciones, arruga las frentes, lanza sobre los cabellos su niebla, encorvalos cuerpos y destruye, uno tras otro, los atractivos que hablan a los ojos. […]
La Sagrada Familia – Monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora, Alba de Tormes (España)
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“El amor natural, aunque esté bien fundado en el respeto yen la estima, no siempre resiste a las repentinas revelaciones del tiempo, que nos hacen ver las imperfecciones, los defectos y los vicios en los que no habíamos siquiera pensado. La seguridad sacudida y la paz amenazada desaniman al pobre corazón que se cree tan firme, y le invitan a que ya no ame.
“El amor natural, en un ser caído y poco señor de sus pasiones, se cansa de incidir sobre el mismo objeto. La inconstancia y el capricho lo hacen volverse, muy fácilmente, por cierto, hacia otro objeto con el que se olvida de su deber y sus compromisos. Lamentable flaqueza, que en todas las épocas ha sufrido el matrimonio.
“Pero después de que Cristo lo ha santificado, la gracia perfecciona el amor. Lo vuelve sensato. Le enseña que no hay nada perfecto aquí abajo; que la infinita belleza de Dios es el único ideal capaz de satisfacer un corazón ávido de perfección.[…] Purifica los ojos de la naturaleza, hace soportables las desgracias y enfermedades, amables la vejez y los cabellos blancos.
“La gracia hace al amor paciente, lo vuelve justo y misericordioso. Le persuade de que, en la vida a dos, es necesario poner en práctica esta máxima evangélica:‘Llevad los unos las cargas de los otros’.
“En lugar de reproches, la gracia sugiere disculpas. Cambia las recriminaciones por buenos consejos, sabias exhortaciones, suaves alientos, amables correcciones; inclina los corazones que conmovió a fáciles perdones. En fin, la gracia hace que el amor sea fiel al deber;[…] la gracia santifica a los que se casan, desciende sobre ellos hasta el final de sus vidas. […]
“He aquí el matrimonio. Honrado dos veces con la intervención de Dios —en los momentos solemnes de la Creación y de la Redención—, exige nuestros respetos y tengo el derecho de decirles a los hombres: ‘No lo toquéis, es una cosa santa’ ”.8
Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. São José: quem o conhece?… São Paulo: Lumen Sapientiæ, 2017, pp. 93-94.
2 Ídem, pp. 92-93.
3 Ídem, pp. 94-95.
4 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. Suppl., q. 44, a. 2.
5 PÍO XI. Casti connubii, n.º 3.
6 MONSABRÉ, OP, Jacques-Marie-Louis. Lasainteté du mariage. In: Expositiondu Dogme Catholique.Grâce de Jésus-Christ.V – Mariage. Carême 1887.11.ª ed. Paris: P. Lethielleux, 1903, v. XV, p. 39.
7 Ídem, p. 38.
8 Ídem, pp. 39-43.