Exaltación de la Santa Cruz

Publicado el 09/03/2013

00043.jpg

 

La piedad católica, movida por el Espíritu Santo, modeló a lo largo de los siglos diversas formas de devoción a aquello que representa, de manera especial, la Redención del género humano: La Santa Cruz de Jesucristo.

 


 

“O crux ave, spes unica. Hoc passionis tempore. Piis ad auge gratiam. Veniam dona reisque.”

 

“Salve Cruz, nuestra única esperanza. En esta época de sufrimiento concede la gracia y la misericordia a aquéllos que esperan el juicio.”

 

La condenación a muerte por el suplicio de la cruz era una muerte ignominiosa, reservada para los ladrones y asesinos. Según nos relata Cícero, los romanos tenían dos maneras de eliminar a los criminales: una noble, la decapitación, y otra vergonzosa, que era la muerte por la cruz. Por tanto, Cristo murió de la manera más cruel, la muerte en la cruz.

 

En el suplicio de la cruz, el condenado, al ser clavado en la cruz, llegaba al máximo dolor, ya que al tener sus manos pegadas en la cruz, cada clavo le daba una descarga en los nervios, que hacían con que el condenado gritase de dolor. En la cruz el condenado perdía mucha sangre y, en general, moría de asfixia, después de muchas horas de sufrimiento y, si continuaba vivo, sus piernas era quebradas y, en este caso, la muerte era instantánea por asfixia. De hecho, en la cruz, la respiración es lenta y máscorta, porque el aire penetra los pulmones, pero no consigue fluir y al condenado le falta el aire, semejante a un asmático en plena crisis.

 

1.jpg

Pero estamos recordando estos hechos, para decir cómo fue cruel y dolorosa la muerte de Jesús en la Cruz. Sin embargo, según los Evangelios, Cristo resucitó y la cruz vacía comenzó a indicar para los cristianos una fuente de salvación y de resurrección.

 

Dice la historia que el día 27 de octubre del año 312 después de Cristo, dos ejércitos se enfrentaron en las puertas de Roma. El primero salió de los Muros Aurelianos para ubicarse a lo largo de las márgenes del Tiber, junto a Puente Milvio, comandado por Marco Aurélio Valério Massencio. El segundo, que descendió del Trier (en Alemania) rumbo a Roma, se ubicó a lo largo de la vía Flaminia, guiado por Flávio Valério Constantino. Los dos contendientes luchan por el título de Augusto de Occidente, uno de los cuatro cargos supremos, en Tetrarquía, el nuevo sistema de gobierno del Imperio, ideado por Diocleciano.

 

Cuando el sol comenzaba a salir, las tropas de Constantino ven repentinamente surgir en el cielo una gran señal luminosa, con una frase llameante: “In hoc signo vinces” “Con este signo vencerás”.

 

Eusebio de Cesarea, el primer gran historiador de la Iglesia, recuerda el hecho con estas palabras: “Una señal extraordinaria apareció en el cielo. (…) Cuando el sol comenzaba a declinar, Constantino ve con sus propios ojos, en el cielo, más arriba del sol, el trofeo de una cruz de luz sobre la cual estaban trazadas las palabras IN HOC SIGNO VINCES. Fue tomado por un gran susto y junto a él, todo su ejército”.

 

De hecho, Constantino venció y dio total libertad a los cristianos, hasta entonces perseguidos por el Imperio Romano. Con este hecho histórico, la Cruz de Cristo, antes venerada con respeto, pasó a ser símbolo de victoria, pues del leño de la cruz partió la salvación del mundo. Desde ahí que en la exaltación de la Santa Cruz y en el Viernes Santo de Pasión, la Iglesia canta, al presentar la cruz para que los fieles presten adoración a Cristo crucificado y muerto: “He aquí el leño de la cruz, de la cual pendió la salvación del mundo.”

 

2.jpg

La cruz para el cristiano, no es símbolo de muerte, sino de vida. Ella es nuestra única esperanza. La cruz está siempre presente en la vida de la Iglesia y en la celebración de la Eucaristía, así como en el Bautismo y demás sacramentos. La señal de la cruz es un indicativo que la persona es cristiana y siempre la usamos al inicio de la Misa, con esta señal nosotros somos bendecidos y bendecimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por lo tanto, exaltar la cruz es exaltar la muerte de Cristo y proclamar que Él esta vivo y por su sacrificio en la Cruz nos obtuvo la salvación.

 

Bendita y alabada sea la cruz bendita del Señor, símbolo de vida y de resurrección.

 

+ Eurico dos Santos Veloso Arzobispo Emérito de Juiz de Fora (MG) – Brasil.

 

***

 

1. En uno de los cuadros pintados por Velásquez, encontramos a Nuestro Señor clavado en una cruz simple, sin adornos, puesta sobre un fondo negro, simbolizando la profunda y lúgubre humillación a la que estuvo expuesta el Redentor. Él mismo está con la cabeza visiblemente caída, y parte de sus cabellos sobre el lado derecho de su cara, indicando que ya no tiene sangre, sin auxilio o protección alguna, entregado solamente en las manos de Dios. La escena nos sugiere el abandono: apenas hay dos ladrones crucificados a su lado, su Madre y un único discípulo presenciando su vergonzosa muerte. En pocas palabras, al ver esa figura nos viene a la mente cómo todo estaba aplastado, pisoteado y silenciado delante de su muerte.

 

Pero, ¿será que aquél que proclamó en la cruz: “Yo vencí al mundo!” (Juan 16, 33) está irrevocablemente derrotado?

 

2. Analicemos, a continuación, una cruz procesional llevada en las solemnes Eucaristías de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, de los Heraldos del Evangelio, y hecha según las indicaciones de Mons. João Clá Dias. En ella, vemos a Nuestro Señor muerto y crucificado, como alguien que, como vimos arriba, pasó por terribles humillaciones. Sin embargo, nuestra mirada se detiene y fijamos los ojos en los vivos y elegantes colores rojo, blanco y dorado que componen esta cruz… Parecen invitarnos a contemplar a Aquél que está clavado en ella, pero que por eso cumplió lo que Él mismo profetizó: “cuando sea elevado de la tierra atraeré a Mí todas las cosas ” (Juan 12, 32). Sin duda, está despojado de sus vestiduras y coronado de espinas, pero es “Rey de reyes y Señor de señores ” (Ap 19, 16), y nos recuerda el esplendor que rodea esta cruz.

 

Fue de su sufrimiento que floreció todo lo bueno que existe y todo lo que existirá de bello y verdadero en la historia de la humanidad. Fue en el momento de la crucifixión que el Salvador frustró los planes de Satanás, compró para todo el genero humano la Redención y con gracias superabundantes, abrió a los hombres las puertas del Cielo.

 

Todo esto que Él concedió como herencia para la humanidad, como fruto de su Preciosima Sangre, vale inmensamente más que cualquier piedra preciosa. Pero las que figuran en Jesús, representando sus llagas, ¿no simbolizaron esta maravilla, que Él aceptó por nosotros y para nuestra Salvación?

 

3.jpg

Recordando lo que la liturgia de la Iglesia reza en la misa de Exaltación de la Santa Cruz, “El que venciera en el árbol del paraíso, en el árbol de la cruz fue vencido”, ¿no parece que esta cruz nos quiere recordar esta gloriosa victoria de Cristo?

 

Porque Él quiso utilizar la cruz como instrumento para la redención, ésta se tornó, de símbolo de ignominia que era en símbolo de todo lo que hay de más elevado, de más sagrado: en las catedrales, en las coronas, en las obras más importantes concebidas por el hombre, allí está la cruz resplandeciendo como el estandarte del triunfo del Hombre Dios, que alcanzó los más altos pináculos de victoria contra el demonio, el mundo y la carne con su ignominiosa muerte en un madero. Y bien puede simbolizar esto los adornos de esta cruz. (Cfr. Oliveira, Plinio Correa de. Revista Dr. Plinio, nº 138, septiembre de 2009, p. 4)

 

Al verla, tenemos la voluntad de rezar a semejanza del autor citado: “En vuestra cruz, humillado, comenzaste a reinar sobre la tierra. En la cruz comenzó vuestra gloria y no en la resurrección. Vuestra desnudez es un manto real. Vuestra corona de espinas es una diadema sin precio. Vuestras llagas son vuestro manto. ¡Oh Cristo Rey!, como es real consideraros en la cruz como un rey”. (Vía Sacra. Legionario Nº 558, 18 de abril de 1943).

 

Alessandro Schurig – 3º año de Teología

 

****

 

Recordando con piedad los sufrimientos que por nuestra salvación padeció la Virgen María, recibimos de Dios grandes gracias y beneficios. Cumplimos con el precepto del Espíritu Santo: “No te olvides de los gemidos de tu madre” (Ecl 7, 29).

 

4.jpg

Es imposible no sentir una profunda emoción al contemplar una imagen expresiva de la Madre Dolorosa y meditar estas palabras del Profeta Jeremías, que la piedad católica aplica a la Madre de Dios: “Oh todos que pasáis por el camino, parad y ved si hay dolor semejante a mi dolor” (Lm 1, 12). A esta meditación nos invita la Liturgia del día 15 de este mes, dedicada a Nuestra Señora de los Dolores.

 

Antes de ser incorporados en la liturgia, los dolores de María Santísima fueron objeto particular de devoción.

 

Los primeros rastros de esta piadosa devoción se encuentran en los escritos de San Anselmo y muchos monjes benedictinos y cistercienses, habiendo nacido de la meditación de pasajes del Evangelio que nos muestran a la dulcísima Madre de Dios y a San Juan a los pies de la Cruz del divino Salvador.

 

Fue la compasión de la Virgen Inmaculada que alimentó la piedad de los fieles. Solamente en el siglo XIV, quizá en oposición a los cinco gozos de Nuestra Señora, fue que aparecieron los cinco dolores que cambiarían de episodios:

 

1. La profecía de Simeón

2. La pérdida de Jesús en Jerusalén

3. La prisión de Jesús

4. La pasión

5. La muerte

 

Después, este número pasó a ser de diez, incluso hasta quince, pero el número siete fue el que prevaleció. De ese modo, tenemos hoy en día las siete horas, una meditación de las penas de Nuestra Señora, durante la pasión de Nuestro Señor Jesucristo:

 

Maitines – La prisión y los ultrajes

Prima – Jesús delante de Pilatos

Tercia – La condenación

Sexta – La crucifixión

Nona – La muerte

Vísperas – El descendimiento de la cruz

Completas – El sepulcro

 

Las llamadas Siete Espadas se desenvuelven por circunstancias escogidas dentro de la vida de la Santísima Virgen:

 

Primera Espada: No es otra que la de la profecía de Simeón.

Segunda Espada: La masacre de los inocentes, por mandato de Herodes.

Tercera Espada: La pérdida de Jesús en Jerusalén, cuando el Salvador tenía doce años de edad, hecho hombre.

Cuarta Espada: La prisión de Jesús y los juzgamientos inicuos, por los que pasó.

Quinta Espada: Jesús clavado en la Cruz entre dos ladrones y su muerte.

Sexta Espada: El descenso de la Cruz.

Séptima Espada: Jesús es sepultado.

 

Las siete tristezas de Nuestra Señora son una serie un poco diferente:

 

1. La profecía de Simeón.

2. La fuga a Egipto.

3. La pérdida del Niño Jesús, después encontrado en el Templo.

4. La prisión y condenación.

5. La Crucifixión y muerte.

6. El descendimiento de la Cruz.

7. La tristeza de María, quedándose en la tierra después de la Ascensión.

 

5.jpg

Este total de siete, que los simbolistas cristianos tanto aman, impuso la elección entre los episodios de la vida de la Santísima Virgen, por esto es que se explican ciertas diferencias. La serie que es más usada es la siguiente:

 

1. La profecía de Simeón

 

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y temía a Dios, esperando la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte, sin antes ver a Cristo (el ungido) el Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

 

– Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación. La que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.

 

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre:

 

– Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ¡y a tí misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. (Lc. 2, 25-35).

 

2. La huída a Egipto

 

Entonces Herodes llamó en privado a los Magos, y les hizo precisar la fecha en que se les había aparecido la estrella; Después los envió a Belén y les dijo:

 

– Id allá y averiguad con diligencia acerca del Niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.

 

Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el Niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

 

Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo:

 

– Levántate y toma al Niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al Niño para matarlo.

 

Y él, despertando, tomó de noche al Niño y a su madre, y se fue a Egipto; y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo (Mt. 2. 7-15).

 

3. La pérdida de Jesús en Jerusalén

 

6.jpg

Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles e interrogándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre:

 

– Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí que tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo:

 

– ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?

 

Pero ellos no entendieron las palabras con las que les habló (Lc. 2, 41-50).

 

4. El encuentro de Jesús en el camino del Calvario

 

Cuando era conducido, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús. Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo:

 

– Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí que vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos (Os. 10, 8): Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, en el seco, ¿qué no se hará? (Lc. 23, 26-31).

 

5. La crucifixión

 

Así que entonces (Pilato) lo entregó a ellos para que fuese crucificado.

 

Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, en hebreo, Gólgota; allí le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS.

 

Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos:

 

– No escribas: Rey de los judíos; sino que él dijo: Soy Rey de los judíos.

 

Respondió Pilato:

 

– Lo escrito, escrito está. Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí:

 

– No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será.

 

Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes (S. 21, 19). Y así lo hicieron los soldados.

 

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre:

 

– Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo:

 

– He ahí a tu Madre.

 

7.jpg

Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

 

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese:

 

– Tengo sed.

 

Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo:

 

– Todo está consumado.

 

Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu. (Juan 19, 16-30).

 

6. El descendimiento de la Cruz

 

Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Y bajándolo de la Cruz, lo envolvió en una sábana. (Lc 23, 50-53).

 

7. Jesús es dejado en el sepulcro

 

Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la Pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. (Juan 19, 41-42).

 

En el siglo XV, el siglo en que comenzó como un gran destello la devoción a Nuestra Señora de los Siete Dolores, fue donde surgieron los más conmovedores testimonios de aquella devoción representados en el arte. Y los artistas, siempre en la búsqueda de episodios que tocaban la sensibilidad de los cristianos, terminaron por recordar, con predilección, lo que debe haber sido el momento más doloroso de nuestra Madre Bendita – el momento, conmovedor, en que, desclavado de la Cruz , el Salvador, inerte, se apoyaba sobre las puras rodillas de la Señora.

 

(Vida de los Santos, Padre Rohbacher)

00044.jpg

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->