"Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al Infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”.
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Habiendo sido secuestrados y mantenidos tres días bajo vigilancia por el Administrador de Ourém, que a toda costa – y en vano- deseaba arrancarles el secreto confiado por la Virgen, los tres niños no pudieron comparecer a la Cova de Iría el día 13 de agosto, cuando se daría la cuarta aparición de la Santísima Virgen.
Leamos ahora el relato de la Hermana Lucía sobre la cuarta aparición de la Madre de Dios, el día 15 de agosto:
“Andando con las ovejas, en compañía de Francisco y de su hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que algo de sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que la Santísima Virgen nos fuese a aparecer, y teniendo pena de que Jacinta quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que la fuese a llamar.
Mientras tanto, vi con Francisco el reflejo de la luz, a la que llamábamos relámpago y, llegada Jacinta un instante después, vimos a Nuestra Señora sobre una encina.
— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?
— Quiero que continuéis yendo a Cova de Iría el día 13 y que continuéis rezando el Rosario todos los días. En el último mes haré el milagro para que todos crean.
— ¿Qué quiere Vuestra Merced que se haga con el dinero que la gente deja en Cova de Iría?
— Haced dos andas; una llévala tú con Jacinta y dos niñas más vestidas de blanco; la otra, que la lleve Francisco con tres niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Lo que sobre es para ayudar a una capilla que debéis mandar construir.
— Quería pedirle la curación de algunos enfermos.
— Sí, curaré a algunos en el transcurso de este año.
Y tomando un aspecto más triste, les recomendó de nuevo la práctica de la mortificación, diciendo, al final:
— Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al Infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”.
Tras pronunciar estas palabras, la Virgen María se retiró, como en las veces anteriores, en dirección hacia levante.
Durante largos minutos los pastorcitos permanecieron en estado de éxtasis. Se sentían invadidos por una alegría inigualable, después de tantos sufrimientos y temores. Por fin, cuando fueron capaces de moverse y caminar, cortaron algunas ramas del arbusto sobre el cual había rozado la túnica de la Virgen y los llevaron a casa. ¡Allí pudieron sentir que los mismos exhalaban un delicioso y magnífico perfume! Eran las “ramitas donde la Virgen Santísima puso los pies”