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Juventud y vejez
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“No envejecemos por haber vivido un cierto número de años. Nos hacemos viejos porque desertamos de nuestro ideal”.
P. Fernando Gioia, E.P.
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Uno de los grandes temores que angustian a los hombres sin fe, sin duda alguna, es el miedo a envejecer. La visión materialista reduce la vida humana a una mera cuestión fisiológica, negándole los aspectos metafísicos y sobrenaturales.
Tomando ese punto de vista, ¿habrá mayor desgracia que hacerse viejo? El cristianismo, por el contrario, reconoce esta suprema realidad que es el alma y da, así, a la existencia del hombre un carácter que trasciende esta tierra y se vuelve para la eternidad.
Hay mayores razones para vivir que la propia vida. Con estas vistas sobrenaturales, bien comprendemos cómo hombres de gran valor humano y espiritual – por ejemplo, San Juan Bosco, San Pío X o San Pío de Pietrelcina – caminaron con tanta seguridad, alegría y hasta ufanía en las vías de la ancianidad. En cada uno, el cuerpo envejeció, pero el espíritu permaneció joven, al estar siempre ellos vueltos para el supremo ideal, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. El conocido escritor americano de origen alemán, Samuel Ullman (1840-1924) en su famoso poema Youth (Juventud), supo traducir esta cautivante cuestión tan bien solucionada por la enseñanza cristiana:
“La juventud no corresponde a un periodo de nuestra vida, en cambio, sí corresponde a un estado de espíritu, una resultante de la voluntad, un predicado de la imaginación, una intensidad emotiva, una victoria del coraje sobre la timidez, del gusto por la aventura sobre el amor al confort. No envejecemos por haber vivido un cierto número de años. Nos hacemos viejos porque desertamos de nuestro ideal.
Los años arrugan la piel, renunciar a un ideal arruga el alma. Las preocupaciones, las dudas, los temores y las desesperaciones, ellos son los enemigos que, lentamente, nos hacen inclinarnos hacia la tierra y volvernos polvo antes de la muerte.
Joven es aquél que se asombra y se maravilla. Así como un niño insaciable él pregunta: “¿Y qué más?”. Él desafía los acontecimientos y encuentra gracia en el juego de la vida. Serás tan joven cuanto lo sea tu fe; tan viejo cuanto lo sea tu duda, tan joven cuanto sea tu confianza en ti mismo; tan viejo cuanto lo sea tu abatimiento.
Permanecerás joven mientras seas receptivo a los mensajes de la naturaleza, del hombre y del infinito. Un día, en el caso de que tu corazón haya sido picado por el pesimismo y roído por el cinismo, ¡pueda Dios tener pena de tu pobre alma de anciano!”
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